Sabiendo que las condiciones meteorológicas en Uige nos eran favorables pudimos relajar y hasta se darnos el lujo de dejar volar al piloto automático.
Aun nos faltaban unos veinte minutos para llegar al destino y la conversación entre los tripulantes del helicóptero líder derivó hacia la actitud de Emilio antes del despegue.
Machado comentó:
“Emilio ha estado recibiendo cartas muy extrañas, en relación su hijo”. “Creo que algo anda mal en su matrimonio”.
Diosmel, el técnico de vuelo dijo:
“El plan vacacional se ha realizado a la carrera y aunque, de inicio, no estaban contempladas las vacaciones, no hay nada en blanco y negro”.
Les miré, un poco picado e intenté razonar:
“Escuchen, todos conocemos que la disposición de cumplir «misiones
internacionalistas», lleva implícita la entrega de toda la capacidad
individual.
Recuerden aquella frase del Che Guevara en su carta de despedida”*:
“Que no le dejo nada material a mis hijos y a mi familia”. “Y no me
apena, me alegro que así sea, pues se que el Estado...”
Pero es que el Che Guevara era una persona individual, no una institución. A muchos les parecía que les estuvieran tratando como si todos fuesen el Che Guevara. Esto último debe haber pasado por la mente de todos, pero ninguno se atrevió a comentarlo.
El caso era que, los rumores decían que el cumplimiento de la misión
se consideraría una vez vencidos 365 días desde el inicio de la misma
o una vez superadas las 300 horas de vuelo.
Diosmel estaba claro. Como otras tantas cosas, no había nada en
blanco y negro. El mando superior podía cambiar de criterio, en
dependencia hacia donde soplara el viento.
No habían transcurrido más de 4 meses desde el inicio de la misión y ya todos los elementos de la escuadrilla habían superado las 300 horas de vuelo. Solamente en el “Ejercicio Táctico en Campaña” habían consumido 250 horas de vuelo, cada uno, y gastado, en total, más de 3 mil cohetes C-5 y más de 200 toneladas de combustible de aviación. Solamente en lo que se refería a los helicópteros, el ETC había costado aproximadamente 5 millones de dólares.
Una vez terminado el ETC y ya de regreso en Luanda, un poco antes de los acontecimientos de Cassinga, había llegado una comisión del Alto Mando del Ministerio de las Fuerzas Armadas, compuesto por todas las armas existentes en Angola.
Al frente de la DAAFAR venía el General Francisco Cabrera y representando a la Sección de Aviación el Coronel Martínez Puentes. Esta comisión había dado la orden de realizar un plan vacacional para todos los pilotos de aviación.
Las unidades subordinadas nunca llegaron a enterarse cuales habían sido los parámetros tenidos en cuenta para llegar a semejante decisión pero, por supuesto que, se hacían conjeturas.
Una de ellas se trataba sobre la imposibilidad de cubrir las
necesidades de un territorio tan extenso, con la poca cantidad de
pilotos que contaba la aviación cubana.
Se imponía el incremento del tiempo de cumplimiento de misión.
Sabía, que el problema de Valdespino (copiloto de Emilio) era
parecido y diferente al de Emilio.
Había sido testigo presencial, en la base aérea de Santa Clara, de la
infidelidad de la mujer (de Valdespino) con un funcionario de la Contra
Inteligencia Militar (CIM).
Esto era lo que había determinado la inclusión de aquel piloto, recién casado, para el cumplimiento de aquella “misión internacionalista”. Era un secreto a voces, pero nadie se atrevía a plantearlo. Mucho menos el piloto en cuestión.
Ambos hombres parecían muy amigos. Tan amigos que hasta compartían la misma mujer.
La tripulación de Morell había estado dos veces a punto de ser derribada. En una de ellas, el copiloto (de apellido Bruzón) había resultado herido en el pie izquierdo. En otra ocasión el fuego enemigo les averío el sistema hidráulico, que de no ser por la actuación del técnico de vuelo, aquello hubiera terminado en catástrofe.
Al realizar el plan vacacional, había tenido en cuenta todos estos aspectos. Otro factor que se había tenido en cuenta era el del stress provocado como consecuencia de las acciones combativas. Por esa razón, la tripulación de Morell había sido la primera en disfrutar de unas vacaciones bien merecidas.
En el mes de marzo, nadie hubiera imaginado que surgiría una
operación tan extraña como esta del café.
Se suponía, y de esa forma se lo había pedido a Lachiondo, que la
tripulación de Emilio permaneciera en Luanda hasta que regresara la
de Morell y mientras tanto se cumplirían misiones puntuales
relacionadas con nuestras aviación en tares de Búsqueda, Salvamento
y Rescate (BSR).
De acuerdo a las instrucciones políticas pre-campaña, las tropas
cubanas no se encontraban en Angola para dirimir o intermediar en
asuntos internos entre FNLA, UNITA o el MPLA.
Supuestamente, las tropas cubanas habían sido enviadas para Angola
solamente para actuar contra las fuerzas “mercenarias”, contratadas
por Holden Roberto y contra las Fuerzas de Defensa de África del
Sur.
Habíamos escuchado comentarios en relación con el intento de golpe de estado y la culpabilidad de un tal Nito Alves*. Para mí, un perfecto desconocido. La participación cubana en el aborto del golpe había recibido una insignificante cobertura en los medios de la prensa nacional cubana.
Poco antes de llegar a Negage se disipó el manto de nubes. Ahora, con visibilidad ilimitada, podíamos apreciar claramente la diferencia de altura de la meseta donde estaba ubicado el aeródromo. Por debajo de la meseta se extendía la capa de nubes.
Faltándonos 30 kilómetros para llegar al aeródromo intentamos establecer comunicación con la torre de control, sin resultado alguno. Ya casi en fase de aproximación a la pista 34 logramos la primera comunicación. El viento permanecía en calma.
Negage AB-3La persona que se encontraba del otro lado del espectro radiofónico no era un profesional de la aviación. El lenguaje que utilizaba, a pesar de ser español y con claros rasgos cubanos, no tenía nada que ver con la forma habitual. Luego supimos que era un soldado de una unidad de comunicaciones, designado para atender la torre de control en caso de necesidad.
Después del aterrizaje ambos helicópteros se dirigieron a la rampa de vuelos y estacionaron en el lugar que les fue indicado por el radio- operador.
Aquel aeródromo no tenía movimiento alguno. Tanto es así que permanecimos al lado de los helicópteros durante media hora sin ser atendidos. Intentamos hablar nuevamente con la torre de control, sin resultado.
Fue así que le pedí al representante del regimiento aéreo que se dirigiera hacia el área poblada. Necesitábamos re-abastecer los helicópteros y puntualizar la protección de los mismos antes de dirigirnos a cualquier otra parte.
Una hora más tarde apareció la “paila” de combustible. Era así como
el personal de la aviación cubana, se refería al camión cisterna.
Una vez re-abastecidos los helicópteros se marchó “la paila” y
nuevamente a esperar, hasta que pasados otros 20 minutos se
aproximó un grupo de soldados.
No parecían componer una unidad. Más bien tenían el aspecto de un grupo de mirones. Avancé hacia el grupo preguntándoles cuáles eran sus intenciones. Respondieron que les habían ordenado cuidar de los helicópteros, pero que ellos no tenían idea de que hacer. Una vez concluidos los saludos y de haberse identificado los unos con los otros, los técnicos de vuelo comenzaron a explicarles los pormenores que debían proteger y “no tocar”, así como el perímetro necesario a cubrir.
De repente creí oír mi nombre. A gritos me llamaban desde el área poblada. Agucé la vista y creí ver una cara conocida, pero no lograba identificarla. Hacia mí venía, a toda carrera, un hombre corpulento que al parecer vestía uniforme de cocinero. Se abrazó a mí. Se veía emocionado. Sin embargo, yo no tenía la más remota idea de quién podía ser. Me dijo:
“- Soy Batista, el que se casó con Amalyn Delgado”.
¡Me caí de la mata! Me había reconocido y yo no tenía la más mínima idea de que él estuviera en Angola. ¡Así son las cosas!
Batista había sido integrante de la selección nacional de polo acuático y yo tan solo lo conocía vista. Habían pasado muchos años. Hacía más de 10 que me había retirado de la natación y nunca me había gustado jugar water polo.
Conversamos un buen rato. Me contó que ahora trabajaba de policía en el barrio de Santa Fe y se encontraba cumpliendo misión como cocinero. En fin, que Amalyn le había dicho que yo estaba en Angola. Aun sigo sin tener idea de cómo se enteró. Claro, a ella si que la conocía de la natación.
Llamaba la atención, que a cualquier lugar donde llegásemos, siempre se producía el mismo ritual de identificación, en ninguna parte estipulado. Todos querían saber de qué parte de Cuba procedían los otros. Cuando alguno coincidía, se formaba gran alboroto y comenzaba entonces el interrogatorio con el fin de determinar si ambos tenían amigos comunes y hasta incluso familiares.
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