Los hombres de la compañía aeromóvil especial no habían terminado
de pisar tierra y ya los trenes de aterrizaje de los helicópteros estaban
en el aire.
Por su parte, el Jefe del Regimiento, desde Menongue, no cesaba de
repetir por la radio de onda corta que no nos tenia a la vista por los
radares..
El Capitan Zequeiras, que estaba en el aire en un Mig-17 y que debido a la nubosidad no podía ver casi nada del terreno, interrumpía constantemente la frecuencia diciendo: “Denme su posición para apoyarlos”.
Los primeros helicópteros, de la formación regresaban. Habían penetrado en las nubes. Solo faltaba que reportaran los dos últimos helicópteros. Despegaron en pareja, disparando sus cohetes y recibiendo a su vez impactos en sus fuselajes. Fue en ese momento que el penúltimo helicóptero informó salidero de líquido hidráulico en el compartimiento de la cabina de carga.
Todos los pilotos que se encontraban en el aire comprendieron de inmediato que la emergencia reportada era extremadamente peligrosa. El sistema hidráulico permite accionar los mandos del helicóptero sin apenas esfuerzo por parte del piloto. Tanto es así que los ingenieros constructores tuvieron que idear otro sistema para simular un esfuerzo en los controles.
De agotarse el líquido, los mandos se volverían tan pesados que sería
imposible moverlos.
Tenían dos opciones: Aterrizar de inmediato en la selva, perdiéndose
el helicóptero, o arriesgarse a un vuelo prolongado hasta el aeródromo
de Menongue.
La segunda posibilidad llevaba implícito un accidente de fatales consecuencias.
Ambos aparatos continuaron, juntos, en vuelo rasante.
¡Se había hecho un silencio increíble!
La frecuencia de radio, que en condiciones normales hubiera estado
insoportablemente ocupada, estaba libre de interrupciones.
Uno de los proyectiles había impactado una de las tuberías del sistema
hidráulico, ubicada en uno de los laterales de la cabina de carga,
provocando el salidero.
El técnico había sufrido quemaduras leves en manos y antebrazos.
Durante los casi 45 minutos de vuelo, con la ayuda de un trapo y
haciendo presión con ambas manos, había apretado la tubería,
logrando que no se vaciara el sistema totalmente.
Tuvieron mucha suerte. Cinco minutos más y posiblemente hubiese
sido el primer helicóptero derribado en combate.
Por suerte todos regresamos. Algo maltrechos, pero con más
experiencia y la convicción de que los helicópteros tenían una
vitalidad bastante grande.
Pensábamos que ya por ese día teníamos suficiente, pero la aeromóvil especial necesitaba apoyo. Habían quedado solamente unos pocos hombres en los alrededores de una base de la UNITA y aunque por radio reportaban que el enemigo se retiraba organizadamente, era imprescindible reforzarlos.
Hora y media después volvíamos a despegar. Esta vez solo una pareja de helicópteros, los otros tres quedaban en manos de los técnicos, los cuales trabajarían durante toda la noche para que al siguiente día estuvieran listos.
Me encontraba verdaderamente preocupado. La tripulación de Silvio, que había sido designada para el reconocimiento el día anterior y que actuara de líder en el desembarco matinal, continuaba insistiendo que no tenían la seguridad de haber encontrado la plaza del desembarco que había sido planificada.
Entonces: ¿Dónde coño habíamos dejado la aeromóvil especial?
Los desembarcados eran solamente 70 ó 75 hombres, de los 120 efectivos que tenía la compañía del Teniente Mauri. Por lo menos debíamos dejar 30 hombres más, pues quien podía asegurar la suerte correrían. El asunto era no dejarlos separados.
Debido a la preparación que habían recibido logramos localizar a la compañía aeromóvil especial. A través de la frecuencia de radio nos orientaron hasta la plataforma de desembarco que habían preparado. Repitieron varias veces que habían apreciado que el enemigo se retiraba organizadamente, evadiendo todo contacto con ellos.
Una vez en tierra el Teniente Mauri me dijo que le habían ordenado organizar la defensa y no entablar combate a no ser que el enemigo se lo impusiera.
Después del despegue, establecimos el rumbo combativo para atacar las posiciones enemigas. Pudimos ver que el enemigo se encontraba en franca retirada y lanzamos nuestros cohetes.
Silvio González Mojena, que actuaba como líder de la pareja, luego de efectuar los disparos de cohetes, en lugar de salir del rumbo combativo, continuó en la misma trayectoria de vuelo, trayendo por resultado que al sobrevolar las posiciones enemigas, el helicóptero número (el mío) fuera alcanzado por el fuego de la infantería enemiga.
Cuando se realiza un ejercicio de puntería sobre objetivos en movimiento, se debe tener en cuenta un ángulo de anticipación. De no hacerse así, el proyectil en lugar de hacer blanco se va por detrás. Posiblemente, todos los proyectiles que hicieron blanco en nuestro helicóptero, habían sido destinados al helicóptero líder.
Como la UNITA, por aquel entonces tenía muy mala puntería, hoy estamos haciendo el cuento.
Al salir del rumbo combativo, revisé los paneles de instrumentos, notando que en uno de ellos se encendían y apagaban, de forma intermitente, unas luces que no lográbamos identificar. El líder de la pareja me comunicaba, que teníamos un gran salidero de combustible. No sabía que querían decir aquellas lucecitas y para colmo de males las letras estaban en idioma ruso y todavía en esa época no sabía ni pío de éste, tan complicado idioma.
Por suerte no eran más que los limitadores de temperatura de los gases de escape de los motores, que una vez desconectados dejarían de funcionar, sin que por esto la avería se hiciera más complicada. Eso lo supe por el técnico de vuelo que había estudiado en la URSS. El salidero era por el tanque auxiliar de combustible, de 915 litros, situado en la cabina de carga.
Llevábamos en el aire poco más de media hora. Por tanto, el helicóptero debía haber consumido, aproximadamente unos 400 litros. El técnico de vuelo, que había ido a inspeccionar, me informó que era imposible taponarlo debido a que el hueco era muy grande. El tanque de combustible auxiliar se había abofado y el piso de la cabina de carga se encontraba anegado. Desconectamos el sistema de armamento
.
Silvio me propuso aterrizar en una plataforma, al amparo de uno de
los tres Batallones de Infantería Motorizada (BIM) que participaban
en el “Ejercicio”, pero después de sacar el cálculo de combustible,
decidí regresar a Menongue.
Estábamos perdiendo los 500 litros que debían quedarle al tanque auxiliar. No había sido necesario decirle a Diosmel Rodriguez, el técnico de vuelo, que cerrara la llave de paso del tanque auxiliar a los tanques principales, para de esta forma evitar que el salidero continuase.
Aquel día, después de la primera misión, el número cinco de la
escuadrilla, Argelio Morell Gil le había planteado al Jefe del
Regimiento que no se sentía bien para continuar volando.
Cuando escuché aquella queja, me paso por la mente la posibilidad de
que se estuviera acobardando.
Al finalizar la segunda misión del día, después de 45 minutos de vuelo con un salidero de casi 500 litros de combustible, se me clavó un dolor profundo en la parte posterior de la cintura, que aun atribuyo al miedo. Una vez tomado el descanso requerido, el dolor desapareció sin dejar rastro, pero ese día tampoco pude volar más.
En el año 1978 la UNITA fue golpeada duramente. La inteligencia cubana le tenía interceptada las comunicaciones y aunque la clave surafricana era de las más difíciles, al cabo de algunas horas ya sabíamos aproximadamente el contenido de los mensajes.
Fue así como nos enteramos del día y la hora en que iban a sacar a
Savimbi del teatro de operaciones.
La noche anterior había dicho que no aguantaba más.
Esa noche, con el fin de cazarlo, la tripulación de Raúl Vega recibió la orden de permanecer de guardia en la ubicación de una de las unidades terrestres.
De noche y lloviendo, un helicóptero sur-africano fue al rescate del Jefe de la UNITA. Escuchamos a Vega insistiendo, a través de la onda corta, para que lo autorizaran a despegar y abatirlo. Nunca lo autorizaron.
Otra de las tantas veces que me enfrenté a la “incomprensión” fue el día que me plantearon una misión consistente en desembarcar tropas, al tiempo que trasladábamos a un oficial que iría en sustitución de un Jefe de Batallón.
Durante la operación de cerco a las tropas de Savimbi, el Batallón No. 3 se retrasaba. Definitivamente, no estaba a la altura del resto de los batallones que participaban en el llamado “Ejercicio Táctico en Campaña”.
Aquel día las condiciones meteorológicas no podían haber sido peores. Teníamos una barrera de nubes de desarrollo vertical, los llamados Cúmulo Nimbos. Estas nubes poseen grandes corrientes de aire, convectivas, pudiéndose encontrar dentro de las mismas lluvia, granizo, descargas eléctricas o todo eso a la vez.
Las corrientes de aire, alcanzan grandes velocidades, posiblemente como los vientos de un huracán de gran intensidad. Es por eso que los Cúmulo Nimbos son tan peligrosos. Son nubes de color gris al negro intenso y penetrar en ellas es como darle de frente a un muro de concreto.
No habíamos terminado de despegar cuando me percaté de la imposibilidad de bordear la barrera. Este hubiera sido el momento de suspender la misión, pero consideré la posibilidad de sortear el escollo, pasando entre dos de los cúmulos que aún no se habían unido. El paso de una columna de helicópteros entre dos de estos fenómenos naturales no es tarea fácil y por eso ordené la disminución de la velocidad a 120 Km/hr. y mantener la altura de vuelo en 800 mts.
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