En los años posteriores al ETC continuaron las acciones contra la
UNITA.
Reuniendo a los más “aguerridos combatientes” de lo que se
denominó, en Cuba, la “limpia del Escambray”, Fidel Castro ideó una
fuerza de combate para una operación de largo plazo llamada “Olivo”.
“Operación Olivo”.
Eran veteranos de las luchas anti-guerrilleras de principios de la Revolución, en su mayoría con más de 40 años en las costillas, viejos para los trajines de la guerra y con la suficiente experiencia para no arriesgar el pellejo por una causa extraña.
De esta forma comienzan a surgir los inventos.
Granadas de mano eran colocadas dentro de vasos de cristal, que a su vez se colocaban dentro de cajas de refrescos embotellados (las cajas preferentemente de madera). Un tiempo antes de llegar al lugar del lanzamiento (le decían bombardeo) se le quitaban los pasadores de seguridad a las granadas, quedando el martillo o percutor, aprisionado por el cristal del vaso. No era un invento nuevo. Ya los portugueses habían utilizado estas “formas” de hacer la guerra, pero nosotros no lo sabíamos.
Cuando la caja era lanzada al vacío, podían suceder dos cosas: Que las granadas cayeran todas juntas en la caja o que fueran separándose de esta en la medida que la misma fuera dando vueltas. Pero la pregunta de rigor era la siguiente:
Si por algún motivo la caja derramaba parte de su contenido dentro de
la cabina de carga no parábamos hasta llegar a San Pedro.
El día que se probó este invento, tuvieron la pretensión de que el
vuelo fuera realizado solamente por la tripulación.
Días antes, me había opuesto. Por fin, quedamos en que sin la participación y manipulación directa de los “padres” del invento, no habría vuelo. ¿Desconfianza? No solo eso. Consideraba que de ocurrir un fallo debían estar presentes los responsables, para que se hicieran cargo de las consecuencias.
¿Para que tanto riesgo?
Nuestros helicópteros se encontraban capacitados para bombardear. Dentro de sus variantes de combate se encontraba previsto el bombardeo y hasta una mira óptica, de tipo OPB-1 iba instalada dentro de la cabina de los pilotos.
Con un poco de tiempo y nuestra negativa, la idea no fructificó, pero se mantuvo latente y en diferentes ocasiones, diferentes energúmenos propusieron diferentes anormalidades, como por ejemplo, el lanzamiento de una bomba de NAPALM (portuguesa) que se encontró en un almacén.
La anormalidad consistía en lanzar la bomba desde la cabina de carga y luego incendiarla, lanzándole una andanada de cohetes.
Tratando de explicarle al Coronel Harry Villegas el porqué no se
debía realizar tamaña anormalidad parecía que estábamos hablando en
diferentes idiomas. Simplemente, no nos entendíamos.
Durante varios días, cargamos con la dichosa bomba de un lugar para otro. Harry insistía en que sí y yo en que no.
La muerte de Albizu, fue el fatídico punto culminante de los inventos.
Se idearon unos bidones, de 55 galones, que se llenaban con una
sustancia incendiaria.
A estos bidones, se le colocaban unas anillas soldadas (a ojo de buen
cubero), para poderlas suspender de las vigas portadoras (parte
integrante del sistema de armamento del helicóptero).
En ambos extremos del “bidón-bomba” se situaban las espoletas que lo harían detonar y al desprenderse (el bidón-bomba) de las vigas portadoras, quedaban liberados los pasadores de seguridad de las espoletas y el engendro se encontraba listo (supuestamente en vuelo libre y alejándose del helicóptero) para detonar cuando contactara algo duro, como la superficie terrestre.
¿Eran necesarios los “bidones-bombas arriesgando innecesariamente la vida de los tripulantes”? Por supuesto que no, pero lo más triste es que nadie sufrió las consecuencias de esta irresponsabilidad
Una de las anteriormente mencionadas anillas, se trabó, la otra quedó libre. La llamarada color naranja y el helicóptero convirtiéndose en chatarra en cuestión de minutos, fue la amarga impresión que dejó, en el resto de los que ese día se encontraban volando.
Albisu no debe haber tenido tiempo para darse cuenta de lo sucedido.
Cinco años después me encontré con uno de los hermanos de Albisu,
el gemelo. Trabajaba en la unidad de tránsito entre Cuba y Angola. Si
mal no recuerdo, era el Jefe de Personal.
Me impresionó mucho la conversación, porque mantenía el mismo
resentimiento de los primeros días. Al parecer, alguien que opinaba de
la misma forma que yo, le había detallado los acontecimientos.
El hermano de Héctor Albisu siempre había profesado un cariño muy grande por los compañeros de los helicópteros y como es lógico, en especial por los pilotos. Creo firmemente que nunca más podrá ver, ni en pintura, a los jefes que ordenaron el invento que le costó la vida a su hermano Héctor.
Los cohetes que utilizábamos eran del tipo C-5 en sus diferentes variantes: M, K, KO y al final de la campaña el C-5P. Existía el C-5R, correspondiente a la lucha radio-electrónica (LRE), pero éste nunca estuvo a nuestro alcance.
C-5MLas letras los diferenciaban de acuerdo con sus capacidades de destrucción. Por ejemplo: Él “M” era un cohete de fragmentación que se utilizaba para diezmar a las fuerzas vivas del enemigo en lugares abiertos, lo que quiere decir, contra aquellas fuerzas que no estuvieran protegidas por trincheras o refugios. El “K” era utilizado contra instalaciones de pequeño blindaje. El “KO” tenía las características de ser perforante e incendiario.
La diferencia existente entre los anteriormente mencionados y el “P” consistía en que la cabeza de combate del último se encontraba integrada al cuerpo, o sea, que era mucho más moderno y nos ahorraba un tiempo tremendo a la hora de artillar los helicópteros.
A la colocación de la cabeza al cuerpo se le llamaba espoletar.
Cualquiera puede imaginar la tarea de todo el personal de la unidad
dedicados a espoletar cohetes para una misión.
Si habláramos del MI-8T serian 64 cohetes, para cada helicóptero,
pero en el caso del MI-24, más de 128. De cumplirse la misión con
helicópteros MI-8MT (MI-17), más de 192. Preparar 6 helicópteros
serían 1,152 cohetes, que se dice rápido, pero que toma mucho
tiempo.
El reglamento no permitía dejar espoletados los cohetes, de manera
que si no se consumían durante la misión debían ser des-espoletados,
siendo la de nunca acabar.
La manipulación de los cohetes traía aparejado los daños que podían
ocurrir.
En las márgenes del río Cueve, atacamos otra Base de la UNITA. En
esta ocasión salí airoso por pura casualidad.
En el MI-8 MT (MI-17), se deben seguir varios pasos para la selección del armamento. Primeramente se conectan los interruptores principales, en el panel superior de la cabina de los tripulantes. A continuación, en un panel situado más abajo del anterior y hacia la derecha se selecciona la variante de disparo a utilizar. Por último se ajusta de la mira óptica PKB, introduciendo las milésimas correspondientes a la altura y la distancia en las cuales pretende realizar el tiro.
Obvié el paso del panelito que decide la utilización de la
ametralladora, o no y el interruptor quedó en la posición “TIRO DE
COHETES”.
De esa forma, a la distancia a la cuál debíamos realizar el tiro con la
ametralladora, salieron los cohetes. La diferencia de distancia era solo
de 700 mts.
Como consecuencia la fragmentación, provocada por la explosión de
los cohetes a tan corta distancia, hubiese alcanzado al helicóptero.
El resultado de mi negligencia pudo haber conducido a la destrucción
de la aeronave y la pérdida de la tripulación.
Sentí varios golpes en el fuselaje y una bola de fango pegó de lleno en el cristal frontal, sin dañarlo. No fue hasta después del aterrizaje que pude comprobar que el aparato no había resultado dañado.
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