sábado, 13 de julio de 2024

La Guerra Innecesaria/Capítulo 2/Continuación




                                                                         Capítulo 2                
                                                                       Continuación

Los hombres de la compañía aeromóvil especial no habían terminado de pisar tierra y ya los trenes de aterrizaje de los helicópteros estaban en el aire.
Por su parte, el Jefe del Regimiento, desde Menongue, no cesaba de repetir por la radio de onda corta que no nos tenia a la vista por los radares..

El Capitan Zequeiras, que estaba en el aire en un Mig-17 y que debido a la nubosidad no podía ver casi nada del terreno, interrumpía constantemente la frecuencia diciendo: “Denme su posición para apoyarlos”.

Los primeros helicópteros, de la formación regresaban. Habían penetrado en las nubes. Solo faltaba que reportaran los dos últimos helicópteros. Despegaron en pareja, disparando sus cohetes y recibiendo a su vez impactos en sus fuselajes. Fue en ese momento que el penúltimo helicoptero informó salidero de líquido hidráulico en el compartimiento de la cabina de carga.

Todos los pilotos que se encontraban en el aire comprendieron de inmediato que la emergencia reportada era extremadamente peligrosa. El sistema hidráulico permite accionar los mandos del helicóptero sin apenas esfuerzo por parte del piloto. Tanto es así que los ingenieros constructores tuvieron que idear otro sistema para simular un esfuerzo en los controles.

De agotarse el líquido, los mandos se volverían tan pesados que sería imposible moverlos.
Tenían dos opciones: Aterrizar de inmediato en la selva, perdiéndose el helicóptero, o arriesgarse a un vuelo prolongado hasta el aeródromo de Menongue.

La segunda posibilidad llevaba implícito un accidente de fatales consecuencias.

Ambos aparatos continuaron, juntos, en vuelo rasante.
¡Se había hecho un silencio increíble!

La frecuencia de radio, que en condiciones normales hubiera estado insoportablemente ocupada, estaba libre de interrupciones. 

Otro de los helicópteros informó estar volando a 2,000 metros de altura, entre nubes, con rumbo hacia el radiofaro de Menongue.
A los pocos minutos, el que estaba volando a baja altura acompañando al del problema en el sistema hidráulico informó que, aparentemente, también le habían hecho impactos pues tenía el sistema de curso averiado.

Les recordé que en aquella región todos los ríos corrían de norte a sur y que si mantenían rumbo norte, por el cauce de cualquiera de ellos, en algún momento tropezarían con la carretera que une Menongue con el poblado de Longa. 


Todo salió bien, solo que cuando el helicóptero de Morell puso las ruedas sobre la pista y segundos antes de apagar las turbinas, dejó de funcionar el sistema hidráulico.
Había sido el técnico de vuelo el que salvó la situación.

Uno de los proyectiles había impactado una de las tuberías del sistema hidráulico, ubicada en uno de los laterales de la cabina de carga, provocando el salidero.
El técnico había sufrido quemaduras leves en manos y antebrazos. Durante los casi 45 minutos de vuelo, con la ayuda de un trapo y haciendo presión con ambas manos, había apretado la tubería, logrando que no se vaciara el sistema totalmente.

Tuvieron mucha suerte. Cinco minutos más y posiblemente hubiese sido el primer helicóptero derribado en combate.
Por suerte todos regresamos. Algo maltrechos, pero con más experiencia y la convicción de que los helicópteros tenían una vitalidad bastante grande.

Pensábamos que ya por ese día teníamos suficiente, pero la aeromóvil especial necesitaba apoyo. Habían quedado solamente unos pocos hombres en los alrededores de una base de la UNITA y aunque por radio reportaban que el enemigo se retiraba organizadamente, era imprescindible reforzarlos.

Hora y media después volvíamos a despegar. Esta vez solo una pareja de helicópteros, los otros tres quedaban en manos de los técnicos, los cuales trabajarían durante toda la noche para que al siguiente día estuvieran listos.

Me encontraba verdaderamente preocupado. La tripulación de Silvio, que había sido designada para el reconocimiento el día anterior y que actuara de líder en el desembarco matinal, continuaba insistiendo que no tenían la seguridad de haber encontrado la plaza del desembarco que había sido planificada.

Entonces: ¿Dónde coño habíamos dejado la aeromóvil especial?

Los desembarcados eran solamente 70 ó 75 hombres, de los 120 efectivos que tenía la compañía del Teniente Mauri. Por lo menos debíamos dejar 30 hombres más, pues quien podía asegurar la suerte correrían. El asunto era no dejarlos separados.

Debido a la preparación que habían recibido logramos localizar a la compañía aeromóvil especial. A través de la frecuencia de radio nos orientaron hasta la plataforma de desembarco que habían preparado. Repitieron varias veces que habían apreciado que el enemigo se retiraba organizadamente, evadiendo todo contacto con ellos.

Una vez en tierra el Teniente Mauri me dijo que le habían ordenado organizar la defensa y no entablar combate a no ser que el enemigo se lo impusiera.

Después del despegue, establecimos el rumbo combativo para atacar las posiciones enemigas. Pudimos ver que el enemigo se encontraba en franca retirada y lanzamos nuestros cohetes.

Silvio González Mojena, que actuaba como líder de la pareja, luego de efectuar los disparos de cohetes, en lugar de salir del rumbo combativo, continuó en la misma trayectoria de vuelo, trayendo por resultado que al sobrevolar las posiciones enemigas, el helicóptero número (el mío) fuera alcanzado por el fuego de la infantería enemiga.

Cuando se realiza un ejercicio de puntería sobre objetivos en movimiento, se debe tener en cuenta un ángulo de anticipación. De no hacerse así, el proyectil en lugar de hacer blanco se va por detrás. Posiblemente, todos los proyectiles que hicieron blanco en nuestro helicóptero, habían sido destinados al helicóptero líder.

Como la UNITA, por aquel entonces tenía muy mala puntería, hoy estamos haciendo el cuento.

Al salir del rumbo combativo, revisé los paneles de instrumentos, notando que en uno de ellos se encendían y apagaban, de forma intermitente, unas luces que no lográbamos identificar. El líder de la pareja me comunicaba, que teníamos un gran salidero de combustible. No sabía que querían decir aquellas lucecitas y para colmo de males las letras estaban en idioma ruso y todavía en esa época no sabía ni pío de éste, tan complicado idioma.

Por suerte no eran más que los limitadores de temperatura de los gases de escape de los motores, que una vez desconectados dejarían de funcionar, sin que por esto la avería se hiciera más complicada. Eso lo supe por el técnico de vuelo que había estudiado en la URSS. El salidero era por el tanque auxiliar de combustible, de 915 litros, situado en la cabina de carga.

Llevábamos en el aire poco más de media hora. Por tanto, el helicóptero debía haber consumido, aproximadamente unos 400 litros. El técnico de vuelo, que había ido a inspeccionar, me informó que era imposible taponarlo debido a que el hueco era muy grande. El tanque de combustible auxiliar se había abofado y el piso de la cabina de carga se encontraba anegado. Desconectamos el sistema de armamento

.
Silvio me propuso aterrizar en una plataforma, al amparo de uno de los tres Batallones de Infantería Motorizada (BIM) que participaban en el “Ejercicio”, pero después de sacar el cálculo de combustible, decidí regresar a Menongue.

Estábamos perdiendo los 500 litros que debían quedarle al tanque auxiliar. No había sido necesario decirle a Diosmel Rodriguez, el técnico de vuelo, que cerrara la llave de paso del tanque auxiliar a los tanques principales, para de esta forma evitar que el salidero continuase.

                    El técnico de Vuelo, Diosmel Rodriguez, dentro del carro

Aquel día, después de la primera misión, el número cinco de la escuadrilla, Argelio Morell Gil le había planteado al Jefe del Regimiento que no se sentía bien para continuar volando.
Cuando escuché aquella queja, me paso por la mente la posibilidad de que se estuviera acobardando.

                                   Argelio Morell Gil, al centro

Al finalizar la segunda misión del día, después de 45 minutos de vuelo con un salidero de casi 500 litros de combustible, se me clavó un dolor profundo en la parte posterior de la cintura, que aun atribuyo al miedo. Una vez tomado el descanso requerido, el dolor desapareció sin dejar rastro, pero ese día tampoco pude volar más. 


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