miércoles, 10 de mayo de 2023

Crítica al libro “FRONTERAS” del General de Brigada (fallecido) Enrique Acevedo Gonzalez (cuarta parte)


Crítica al libro “FRONTERAS” del General de Brigada 


(fallecido) Enrique Acevedo Gonzalez (cuarta parte)


                                                                               Pungo Andongo, Malanje


                            El Regimiento Centro (continuación 9)


El Regimiento necesita un polígono en donde ejercitar a los combatientes, 

fuego de cañón de tanques, tiro de artillería y anti-aéreas etc, etc. Debe ser una 

franja de terreno de tres kilómetros de ancho por ocho o nueve de profundidad, 

en la cual se pueda maniobrar. Debe estar deshabitada. Pasada dos semanas, 

acuerdan que el lugar debe ser en “Piedras Negras de Pongo Andongo”. Las 

autoridades (no dice cuales) les piden que se preserven los enormes 

barbullones de lava negra que aparecen en la planicie. Dice Acevedo que se 

parecen mucho a los mogotes del valle de Viñales en Cuba y que tengan en 

cuenta que la época de caza es al final del período de seca y no debemos 

interferir en ella.


Para confirmar si existen viviendas en el lugar, aprovecha un vuelo de la 

aviación de transporte para dar varios pases sobre el futuro polígono. La parte 

superior de esas piedras, son planas y crece hierba. Se ven animales correr 

huyendo de la aeronave en vuelo rasante. Los farallones pueden tener entre 150 

y 200 metros de altitud. Parecen bloque cortados a mano y a prueba de 

escaladores, aunque los animales debe llegar por alguna parte. ¡El problema es 

el agua! Dicen, los conocedores que los animales se abastecen en las riberas 

del río Cuanza que dista a menos de 15 kilómetros de distancia. Apreciamos 

que no hay casas, y mucho menos poblados. La hierba es alta y llega al pecho, 

pero cuando empiece el casimbo, los naturales comienzan a quemar el capín, 

una especie de hierba de elefante. Esto de hace para que, cuando pare de llover, 

comience a salir hierba fuerte. La época del casimbo coincide con el invierno 

austral y es también la época de cacería en la que participan cientos de 

hombres armados con disímiles artefactos, desde arcos y flechas, lanzas y otros 

tipos.


Luego relata como se realiza la cacería.


Después de relatarnos un caso de tétano y como, de forma milagrosa (y mucha 

penicilina en organismo virgen) la persona se salvó, pasa a relatarnos la 

diferencia existente entre los médicos cubanos y un médico indio que trabaja 

con ellos en el hospital de Malanje.


El médico indio vive en una casa y los médicos cubanos en una barraca. El 

médico indio gana 4 mil dólares y los cubanos 300 cuanzas cada uno. El 

médico indio trabaja en un horario de 9 de la mañana a las tres de la tarde y no 

da abasto, todos quieren tratarse con él. Es un personaje. Tiene carro, chofer y 

cocinero. Los médicos cubanos van a pie o en bicicleta al hospital y comen en 

el mismo comedor de todos los que trabajan allí. El médco indio,tiene un 

estatuto del cual carecen los cubanos, que son ignorados por la población, 

como si fueran unos muertos de hambre. Los cubanos, por muy estudiados que 

sean, no tienen categoría. Dicen que el indio es una persona de buenos 

sentimientos, pero que no está preparado para tareas muy duras, a las cuales 

(los cubanos) se encuentran más que preparados. Acevedo se siente 

“orgulloso” de sus compatriotas. Tanto es así que, se atreve a plasmarlo (en 

blanco y negro) en el presente libro.

¡A buen entendedor, con pocas palabras basta!


Acevedo continúa pensando en “capitalista” cuando nos refiere una costumbre 

que tienen los técnicos y profesionales extranjeros. Trabajan en Angola durante 

tres o cuatro años, recaudando (ahorrando sería la palabra) una pequeña 

fortuna (no tengo idea de los que pueda constituir “una pequeña fortuna” para 

Acevedo) y luego regresan para sus respectivos países y fundan un negocio 

particular.


Nos relata el caso de un ingeniero de Cabo Verde que, trabaja en una 

hidroeléctrica (en Dondo). El hombre vive y duerme dentro de un túnel, a 35 

metros de profundidad, donde se encuentran los comandos de la instalación. 

Sale a la superficie una o dos veces al día. En la conversación, le dice que tiene 

40 años de edad (aunque luce más viejo, dice Acevedo). Le asegura que el 

sacrificio vale la pena. Se retirará al finalizar el año y vivirá, el resto de sus 

días, con lo que ha acumulado. No quiere a nadie trabajando con él, puesto que 

de esta forma su salario e mayor. Es obvio que Acevedo no le preguntó el 

monto del salario.


Pasa a relatar el trabajo “abnegado” de los médicos militares. Un día, el Soba 

de una tribu le pide al General que lo ayude con uno de sus hijos el cual padece 

una enfermedad rara, en forma de nódulos móviles desplazándose por su 

pecho. 


El médico cubano lo ataca con todolo que está a su alcance y en un mes se lo 

devuelve al Soba, sano y salvo, aunque el médico y Acevedo saben que no 

durará mucho. El consumo de agua contaminada, dice Acevedo, lo volverá a 

llevar a la misma condición. Loa angolanos consideran que hervir el agua es 

una tontería. (cita de Acevedo, no mía).


Recuerda el caso de un Comandante angolano que regresó de Cuba después de 

cumplir un riguroso chequeo médico y haberse curado de varios achaques.

Estaba muy contento, cuando (de pronto) lo ve bebiendo agua, directamente 

del río Dange. Acevedo se imagina que el comandante echó a perder los 

resultados de su viaje a Cuba.


Ante la situación crítica que le rodea y por haber vivido en una farmacia, de 

pequeño, en su yipi tiene una especie de farmacia particular. Lleno, de sanas 

intenciones, reparte medicamentos (con cautela, nos dice) intentando paliar 

(escribe – palear - ) el sufrimiento de las personas que conoce en el día a día. 

¡Casi todos los meses debe reponer el botiquín!



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