Crítica al libro “FRONTERAS”
(cuarta parte)
El Regimiento Centro (continuación 6)
Uno de esos días, en que Acevedo se encuentra “fumando plácidamente” en su
oficina, el oficial de guardia le informa que hay un señor (que dice ser
sacerdote) lo desea ver. Es una persona de no más de 50 años de edad, de piel
blanca, complexión atlética. Viste un pitusa (jeans-vaquero), camisa blanca,
mocasines y un chaleco de pana. ¡Todo bien combinado!
No parece un sacerdote, dice Acevedo y yo me imagino que sea debido a que
no está utilizando una sotana como prenda de vestir.
Va directo al grano, continúa refiriendo Acevedo. Este señor administra un
orfanato, con más de 60 niños bajo su cuidado. Solo le pide las sobras de
comida de nuestra unidad, para montar una cochiquera que mejore la
alimentación de sus pupilos. La idea es del agrado del General y le propone
visitar las instalaciones al día siguiente. Acevedo le advierte que no puede
contar con las sobras de dos de los campamentos de cubanos, porque estos ya
se le adelantaron con la idea de criar puercos. Hace una exclamación: ¡Que
interesante, el presunto cura, conoce “cabalmente”, la dislocación del
regimiento!
Acompañado por el político (jefe de la sección política del regimiento), un
“prieto” cubano, hombre a todo y trabajador (algo raro en un político, diría yo),
“caen” en el orfanato que se encuentra a 15 kilómetros al oeste de Malanje. Es
una granja pequeña (no más de 50 hectáreas), con casas, barracas y un
almacén.
Se nota que tienen mucho orden en las cosas, todo muy limpio y un hermoso
jardín. Los niños reciben clases mañana y tarde. Trabajan, en la agricultura,
cuatro horas al día. Se ven sanos y bien alimentados. Este señor es apoyado por
dos monjas negras africanas (Acevedo las llama “hermanas”) y tres empleados
angolanos. Le muestran las aulas, los dormitorios y la cocina. El menú es
rústico, pero sano, realizan tres comidas diarias. Dependen del apoyo
económico de una orden religiosa que radica en Bélgica, pero no les alcanza y
han decidido tocar en todas las puertas. Para su desgracia, no todas las puertas
se abren (como en nuestro caso finaliza Acevedo).
Para evitar que entren en nuestras unidades, les adaptaremos áreas protegidas
fuera de las mismas, para que puedan recoger las sobras diariamente.
No pierde tiempo para incrustar una coletilla favorable a las escuelas en el
campo cubanas y recalca que, el supuesto cura, no conocía que en nuestro país
existían estos centros (supuestamente de norma martiana) que el señor cura
desconoce debido a que “la prensa capitalista” nunca brinda esta información a
la opinión pública.
Un año más tarde, en el regimiento de Harry Villegas sucedió lo siguiente:
Una noche, después de comida (casi siempre teníamos una tertulia) como
el que no quiere la cosa, le formulé esta pregunta: Coronel, yo no entiendo bien como es posible que el MPLA no realice
un trabajo más activo entre la población y que tenga que ser el cura del pueblo el que transporte en su carro particular
a los enfermos y heridos hasta la ciudad de Uige (antigua Carmona). Harry Villegas se demoró unos segundos en
contestarme. Quiero imaginar que valoraba la respuesta. Cuando ya pensaba que le iba a dar la vuelta al moco, me
relató lo siguiente.
Según Harry, el problema no era tan fácil de resolver. En primer lugar debía partirse del hecho que el MPLA era un
movimiento minoritario en membresía, si lo comparábamos con los otros dos (se refería al FNLA y la UNITA). Quería
decir con esto que aun, a esas alturas el MPLA carecía de cuadros competentes. Si a eso le sumábamos que el territorio
angolano es inmenso y para colmo, a diferencia de Cuba, es un país formado por diferentes etnias y cada una de ellas es
fuerte en un territorio determinado... Tribus diferentes, puesto que lo que nosotros el sentido de nación que conocemos,
el sentimiento de nacionalidad, aun en Angola no existía.
De modo que, «combatir al cura del pueblo» se tornaba totalmente imposible. “Imagínate”, me decía. En sus sermones
el muy h.p. le dice a los feligreses que los cubanos fueron enviados por Dios, nuestro señor, para librarlos del
colonialismo portugués. Y no solo transporta a los enfermos hacia el hospital de Uige, los domingos imparte la
catequesis, a la cuál asisten todos los niños puesto que reparte comida (chucherías, dulces etc.) que en una situación de
hambruna, como la que existe en éste país, es imposible la inasistencia.
El cura es una persona apacible, pero tiene un punto “débil”: Su odio viceral al
“movimiento” vasco, del cual Acevedo es simpatizante y no lo oculta.
Para provocar al sacerdote, cada vez que se encuentran le espeta: “¡Euskadi ta
Askatasuna!”*
*En esukera (lengua vasca) “Patria Vasca y Libertad”
En la página 93, Acevedo saca a relucir su ascendencia asturiana, para dejar en
claro su procedencia europea, cuando nos relata que el cura era pichón de
francés y español. Según él, es por eso que se “entienden bien”, pero recalca
que, esto no pasa de ser broma. ¡Como si alguien, con dos dedos de frente,
dejara de entender lo que nos quiere decir!
Termina diciendo que, 8 años más tarde (supuestamente en el 1985), la
UNITA,
en un acto absurdo, quemó el orfanato y reclutó a aquellos niños que tuvieran
más de trece años de edad. Nunca más supo del cura, pero lo recuerda con
afecto.
También en la página 93 nos relata la visita, a Malanje, de un fiscal al que debe
darle todo su apoyo. Al bajar del avión, se saludan cohibidos. “Nada bueno
presagia su visita”, dice Acevedo. Durante el viaje hacia la casa, el fiscal le
dice a Acevedo:
“Coronel, tengo que investigar, el supuesto consumo de drogas en
su unidad y de ser cierto, encausar a dos de sus subordinados. Lamento venir
con esta ingrata misión”.
Acevedo dice que, eso le hace pensar que está rodeado
de fumadores de moconha (marihuana) que algunos angolanos consumen sin
mucho recato.
Al decir que “ha pecado de inocente” (al no detectarlos), parece sentirse
culpado
y le pregunta al fiscal, donde y como ocurrieron los hechos. Recibe por
respuesta que ha sucedido en el grupo anti-aéreo de 14.5 mm, donde dos
soldados consumieron “coporoto”. Al parecer, esta información lo libera del
peso de culpa pues a Acevedo le parece que el fiscal resulta ser un novato
desinformado, “al cual le prepara una pequeña trampa”.
Varía el plan y lo invita a almorzar en su casa.
El chofer de Acevedo sale en busca de una botella de coporoto que, viene en una botella de
whisky Grant que se pone a enfriar. En un momento de la conversación,
Acevedo le hace la siguiente pregunta al muñecón, kawiso ( formas
peyorativas de referirse a los novatos) del fiscal, si desea tomar una copa
(expresión afeminadísima en un macho cubano que diría, en vez de copa,
trago).
Ya es tarde para comenzar a trabajar y le recomienda pasar el resto del
día descansando y…, realizan el ademán de descorchar la botella.
El fiscal bebe el primer trago, pondera su calidad y con una lapidaria frase
criolla lo reafirma: “Jefe, lo bueno es bueno”. Se anima y para el final del
almuerzo, la botella está consumida en más de la mitad.
De forma socarrona, el General le pregunta al fiscal: “¿Como se siente,
Mayor?
¿No tiene deseos de encuerarse, de perseguir a alguna prieta u otra locura?”, le
dispara a bocajarro.
El fiscal lo mira sorprendido y le pregunta: “¿De qué me está hablando?”
Es ahí cuando Acevedo le dice que lo que está tomando es coporoto y que le
han informado mal. Esta es solo una bebida de 40 grados.
Lo que no le dice, pues lo mantiene oculto, es que Acevedo sabe que las cosas
no se están haciendo bien y que (por la razón que sea) ha permitido destilar
alcohol hasta a sus propios jefes del Estado Mayor. Que no me lo he inventado
yo. En las páginas anteriores lo dice con lujo de detalles.
Maltrata al fiscal, por el puro placer de maltratarlo. Peor aún, lo engaña
miserablemente
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