jueves, 15 de febrero de 2007


DOLAR CONTRA RECUERDO

Hay quién dice que el dólar hace olvidar. A mí, me da vergüenza recordar. Me ocurre cada vez que escucho conversaciones en las cuales le echan la culpa al dinero, cualquiera que sea su nombre o denominación. El pobre intermediario, que además de servir para acumular riquezas, nos ayuda a contar y medir entre que comprar y que vender, resulta el culpable de todos los males de ésta tierra, en manos de los más “bichos” que se aprovechan de los menos “vivos” engañándolos y ellos dejándose engañar con el cuento de que el dinero es el culpable de todas sus angustias y quebrantos.

¿Cuántas muchachitas de 16 años no se habrán enrrollado con extranjeros en mi país, buscando una forma de salir de su precaria situación económica? Tendríamos que preguntarnos más: ¿Cuántos muchachitos de 16 años no se habrán enrrollado con extranjeras para salir de la misma situación? ¿Cuántas muchachitas y muchachitos no se habrán enrrollado con lesbianas y gays con el mismo fin?

No es la prostitución la culpable de nuestros males, ni tiene nada que ver el triunfo del primero de enero. Todo vino después. Comparar épocas no sirve para nada, como que un coche tirado por caballos es incomparable a un automóvil moderno, o una máquina de escribir a una computadora.

Lo peor es reconocer que aquellas ideas, de los primeros años después del 59, salvando raras excepciones, han resultado un fracaso. ¿Quiénes, sino las hijas de aquellas muchachitas (y muchachitos. ¿Por qué no?) que fueran captadas y sacadas de los arrabales de Ciego de Ávila o de cualquier otro rincón de nuestro país, que vivían en techo de guano y cuyas ropas tenían más tristezas que sus caras, son los que hoy en día se ven en la penosa necesidad de vender, no ya sus cuerpos, cualquier cosa, con tal de mejorar su desaparecida economía? Las madres y los padres tampoco dicen nada.

De esa forma nos engañaron diciéndonos que todo iba a cambiar y prometiéndonos el paraíso de la humanidad, ya no en el cielo. Aquí en nuestra tierra. De esa forma aprendimos a desenvolvernos solos y pasando el tiempo llegamos a la conclusión de que muy poco ha cambiado, casi nada.

¿Qué es lo que sigue igual? Hoy nos sentimos más inseguros que nunca. Que aún trabajando hasta reventar no logramos alcanzar nuestras necesidades más básicas. Que no podemos andar por las calles con la frente en alto, ni expresar libremente nuestras ideas sin exponernos al riesgo de ser, en el mejor de los casos, censurados.

Creo que ahí está la clave. Veo en las caras de las jineteras o los jineteros de hoy, las mismas caras de las guajiritas que aprendieron corte y costura o la de aquellos niños artilleros. Son las mismas caras de incertidumbre que mostraban las prostitutas al cierre de los balluses, las que reflejan las caras de las jineteras cuando son reprimidas en sus actividades sexuales. Aquellas, luego de años de estudio, colgaban sus títulos en la pared. Estas ya los tienen colgados. ¿Luego que?

Cara dura la de aquellos que nos prometieron una zafra de 10 millones o un cordón de La Habana o unas vacas que daban cientos de litros de leche al día o unos fabulosos plátanos micro-jets.

La revolución cubana triunfó en el 59, pero se apagó en el 60.

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