lunes, 19 de febrero de 2007

Extractos de “La Futura Esclavitud”,
tratado escrito por el filósofo inglés Herbert Spencer

Esa futura esclavitud, según Spencer, es el socialismo.
Juzga Spencer como victorias crecientes de la idea socialista, esa nobilísima tendencia nacida de todos los pensadores generosos, que ven como el justo descontento de las clases pobres les lleva a desear mejoras radicales y violentas, y no hallan más modo natural de curar el daño de raíz, que quitar motivo al descontento.

So pretexto de socorrer a los pobres, se convierte en pobres a los que no lo son. Si los pobres se habitúan a pedirlo todo al Estado, cesarán a poco de hacer esfuerzo alguno por su subsistencia.

Las intervenciones del Estado las juzga Herbert Spencer como causadas por la marea que sube, e impuestas por la gente que las pide, como si el loabilísimo y sensato deseo de dar a los pobres casa limpia, no hubiera nacido en los rangos mismos de la gente culta, sin la idea indigna de cortejar voluntades populares.

Teme Spencer, no sin fundamento, que al llegar a ser tan varia, activa y dominante la acción del Estado, habría este de imponer considerables cargas a la parte de la nación trabajadora en provecho de la parte páupera (pobre).

Predicar como justicia de que la tierra pase a ser propiedad de la nación, formando ejércitos industriales y agrícolas conducidos por el Estado, necesitará que el Estado organice el cultivo forzoso.

Semejantes empresas aumentarían, de terrible manera, la cantidad de empleados públicos y con cada nueva función, vendría una casta nueva de funcionarios.
¡Mal va un pueblo de gente oficinista!
Todo el poder que iría adquiriendo la casta de funcionarios, ligados por la necesidad de mantenerse en una ocupación privilegiada y pingüe, lo iría perdiendo el pueblo, que no tiene las mismas razones de complicidad en esperanzas y provechos, para hacer frente a los funcionarios enlazados por intereses comunes. Como todas las necesidades públicas vendrían a ser satisfechas por el Estado, adquirirían los funcionarios entonces la influencia enorme que naturalmente viene a los que distribuyen algún derecho o beneficio.

El hombre que quiere ahora que el Estado cuide de él para no tener que cuidar él de sí, tendría que trabajar entonces en la medida, por el tiempo y en la labor que estimase el Estado asignarle, puesto que a este, sobre quien caerían todos los deberes, se darían naturalmente todas las facultades necesarias para recabar los medios de cumplir aquellos.

El trabajador pasaría a ser siervo del Estado. De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios.

Esclavo es todo aquel que trabaja para otro que tiene dominio sobre él; y en ese sistema socialista dominaría la comunidad al hombre, que a la comunidad entregaría todo su trabajo.

Y como los funcionarios son seres humanos, y por tanto abusadores, soberbios y ambiciosos, y en esa organización tendrían gran poder, apoyados por todos los que aprovechasen o esperasen aprovechar de los abusos, y por aquellas fuerzas viles que siempre compra entre los oprimidos el terror, prestigio o habilidad de los que mandan, este sistema de distribución oficial del trabajo común llegaría a sufrir en poco tiempo de los quebrantos, violencias, hurtos y tergiversaciones que el espíritu de individualidad, la autoridad y osadía del genio, y las astucias del vicio originan pronta y fatalmente en toda organización humana.

La miseria pública será, pues, con el socialismo a que todo parece tender, palpable y grande. El funcionarismo autocrático abusará del pueblo. Lamentable será, y general, la servidumbre.

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