miércoles, 12 de febrero de 2025

Sucedió en Ciudad Trujillo 1959







La Agresión

Circulaban por la acera, conversando, cuando dos personas les cerraron el paso. De momento pensaron que era una distracción habitual entre peatones. Mientras Julio se echaba a un lado, para dejarles pasar, ambas personas se interpusieron en el camino de Riva Patterson de forma inequívoca. Unos de los personajes llevaba el saco abierto, dejando ver la culata de una pistola 45.

“¿No es usted el Embajador de Cuba?”, preguntó uno de ellos. La conversación que sostenían ambos diplomáticos les había sustraído de la realidad en que se encontraban. De repente Riva Patterson, no sin esfuerzo, comenzaba a reaccionar. “Sí, soy yo”, respondió.

“Pues yo soy Ventura”, dijo uno de ellos. “Y este aquí, es Carratalá”.


                                                        Coronel Esteban Ventura Novo

“Efectivamente”, dijo Riva Patterson. “Sé perfectamente quienes son ambos”.

Esteban Ventura Novo, era considerado uno de los pilares represivos del gobierno de Fulgencio Batista (1952-1958).
Nacido en 1913, Ventura se desempeñó como agente policial desde finales de los años 30, pero adquirió notoriedad como jefe de la Quinta Estación de Policía de La Habana durante la etapa final del régimen batistiano. En 1958 ostentaba el grado de Coronel de la 
policía.

Al grupo operativo que dirigía Ventura se le atribuyen, entre otros, los asesinatos del abogado Jorge Cabrera Graupera --cuyo cadáver apareció brutalmente golpeado y torturado-- y del miembro del Movimiento 26 de Julio, Marcelo Salado, quien fue ametrallado en plena calle, en abril de 1958.

Carratalá ingresó en la policía como vigilante el 25 de noviembre de 1933, a los 22 años, y fue ganando ascensos en la medida en que sus crímenes y torturas servían para apoyar a los gobernantes de turno. Sin embargo, su meteórica carrera se produjo a partir del 10 de marzo de 1952, por el grado de comprometimiento que tuvo en el golpe castrense de Batista.


                                                         Conrado Carratalá Ugalde

Una de estos casos fue, el de José F. Fortuny Rodríguez, a quien detuvieron el 28 de diciembre de 1953, cuando salía del trabajo en la Vía Blanca. Lo llevaron al SIM y fue torturado por varios criminales, destacándose entre ellos Carratalá. Posteriormente, el cadáver apareció tirado en el reparto Buena Vista, Marianao.

Otro ocurrió a fines de 1956, cuando arrestaron al padre Ramón O’ Farril, acusado de ocultar a ocho jóvenes en el templo a su cargo. Los esbirros exigieron la delación. Su negativa determinó cuatro días de palizas y torturas. El sacerdote fue sacado del suplicio con los oídos sangrantes, las costillas fracturadas y ultrajada su dignidad. Habían participado, en el tormento del clérigo, el Brigadier Rafael Salas Cañizares y los oficiales Ventura y Carratalá.

“Quiero decirle”, continuó Ventura, “que yo necesito salir de éste país inmediatamente, porque no tengo dinero. En Cuba me lo robaron todo y necesito que usted me dé un pasaporte, pues me lo exigen para darme la visa”. Por el tono y los ademanes, los diplomáticos se percataron de que Ventura se encontraba algo entrado en tragos. Si la agresividad verbal que expresaba el personaje se uniera al record criminal que ambos poseían, unido a la pistola mal disimulada, resultaba imposible dejar de pensar que estaba siendo víctima de una agresión.

Riva Patterson introdujo su mano derecha en el bolsillo del pantalón, buscando el revólver que le había sido regalado.“Usted sabe muy bien, que no le voy a dar un pasaporte”, le dijo.“Pero es que yo soy cubano y tengo derecho a que me lo den”, replicó Ventura. “Y así no puedo salir de este país de mierda...”


                                                              Mario Riva Patterson

“Le repito que no le voy a dar ningún pasaporte. Ahora bien, si usted quiere ir a Cuba, para ello no necesita pasaporte. Basta que comunique su disposición y le estarán esperando”, le espetó Riva Patterson, en un alarde irresponsable bravuconería.

Pasados los años, se preguntaba el por qué se le había ocurrido semejante provocación. Tal vez hubiese sido la imperiosa necesidad de decir algo desagradable a aquellos dos connotados criminales.
Pero es que él no tenía instrucciones sobre qué hacer en caso de encontrarse con ellos aunque, por supuesto, le hubieran rondado más de una vez muchas ideas.

La mano derecha de Ventura la mantuvo siempre a la vista en espera de que se le ocurriese utilizar la pistola. La mano derecha propia estrangulaba el mango del Colt 38 en el bolsillo. A esa distancia era imposible errar el tiro. Riva Patterson era aficionado al tiro deportivo, habiendo ganado varios títulos y trofeos en la variante de “Defensa Mexicana”.

Ventura profirió una serie de insultos y malas palabras. Carratalá, que no había perdido detalle, lo agarró de un brazo, mientras Ventura continuaba vociferando. Entonces, Carratalá empujó a Ventura en dirección a la calle diciéndole: “Deja eso. Esto te va a traer problemas. Déjate de eso, que la situación no está para broncas con diplomáticos” y continuó así hasta que alcanzaron la acera opuesta.

Julio Cruz había permanecido a unos pasos de distancia, presenciando toda la escena. “Si te hubiera tirado, yo les hubiera matado. No me conocen y no sabían que veníamos juntos”.


                                                                     Julio Cruz

 horas de la tarde, intercambiando sus puntos de vista sobre lo acontecido, llegaron a la conclusión que en caso de que todo hubiera salido a pedir de boca. O sea que, si ellos hubieran aniquilado a Ventura y a Carratalá, resultando ambos ilesos, jamás hubieran salido vivos de Santo Domingo.

La tensión subió varios puntos aquella noche. Las llamadas y amenazas se incrementaron, los grupos y los automóviles alrededor de la casa igual. Sin embargo, al ser dos funcionarios en lugar de uno, la correlación de fuerzas había mejorado. Al menos intercambiaban impresiones y se acompañaban mutuamente. La casa de la Embajada no resultaba tan espeluznante en horas de la noche. En los primeros días de junio llegaban Juan José Díaz del Real y Ricardo Suárez.


                                                       Juan José Díaz del Real

Durante el año 1958, Juan José Díaz del Real había tomado parte en la elaboración del “Pacto de Caracas”. Pacto que llamaba a la unidad, a todos los movimientos que luchaban contra la dictadura de Fulgencio Bastista. Juan José Díaz del Real sustituiría a Mario Riva Patterson, pues se suponía que seis meses de continua tensión eran suficientes para un funcionario.

Ricardo Suárez se haría cargo de la parte cultural y Julio Cruz los asuntos consulares. En esos primeros días de junio se presentó en la Embajada un individuo que dijo deseaba hablar con el Embajador.


                                                               Ricardo Suárez

Fue recibido por Riva Patterson y Díaz del Real.
Pedía asilo político y decía que su vida corría peligro. Al preguntársele si pertenecía a alguna agrupación revolucionaria o si había realizado alguna actividad contra el gobierno, no logró una respuesta concluyente.

Decidieron preguntarle el porqué del pedido de asilo y las personas con las cuales se relacionaba. Tampoco aportó dato alguno. En esas condiciones no se le podía otorgar el asilo y de esa forma le fue informado. Según les pareció, se marchó muy contento. Le habían notado cierta preocupación en que le fuesen a conceder el asilo. Ambos diplomáticos llegaron a la conclusión que resultaba ser un intento de introducir una persona dentro de la casa con la finalidad de conocer sus movimientos. El día 4 de junio todavía no habían comunicado oficialmente la llegada del nuevo Embajador aunque, el gobierno dominicano con toda seguridad ya tenía conocimiento. De lo contrario no hubiera sido recibido en el aeropuerto por un funcionario de la Cancillería.




 

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