Henry Ramos Allup manda a retirar todo de Chávez de la Asamblea Nacional
Un hombre carga sobre su espalda la
imagen del expresidente Hugo Chávez, una imagen simbólica de lo que han sido 17
años de hegemonía chavista sobre las espaldas de Venezuela. La foto fue
retirada del parlamento venezolano el miércoles 5 de enero, junto con todo
vestigio gráfico de esos años de sobrecarga política sobre el Legislativo
venezolano. En las calles se levantó la furia del chavismo, recalcitrante.
«¡Facistas! ¡Asesinos!», gritaban.
Pareciera que ese grupo de estridentes protestantes le
estuvieran gritando a la policia política venezolana, el SEBIN, que allana
oficinas de opositores y alcaldes sin órdenes judiciales. O, tal vez, a la Guardia Nacional ,
que dispara bombas lacrimógenas, balas plásticas, y también de las otras, de
las que matan y dejan jóvenes estudiantes tronchados en la flor de su vida, por
querer una Venezuela sin el peso que esas mismas imágenes acarrean en su
mochila de estudios, y en su futuro.
¡Pero no! Son chavistas, gritándole a la oposición porque
se llevan toda la parafernalia de imágenes del expresidente muerto, aún
gobernando desde su tumba, los pasillos y la sala del Legislativo de Venezuela.
Desde Miraflores, también se escuchan los mismos gritos.
Desde los cuarteles, hablan de falta de respeto a la Patria. Así , en
mayúsculas.
¿Desde cuándo un muerto es la Patria ? ¿Desde cuándo
alguien que secuestra una nación es un país? ¿Desde cuándo alguien que divide a
una sociedad representa a un pueblo?
Pero el tiempo es «como un niño que juega a los dados»,
como decía Heráclito. Todo lo cambia, todo lo derriba. También las imágenes.
Ayer escuchaba y veía el reportaje de «Univisión» sobre
la retirada de esas mismas imágenes, de donde nunca debieron estar. Una señora
de mediana edad, con el puño levantado, la boca descompuesta y los ojos como
que se lanzaban en un bolido interplanetario desde las cuencas de su rostro
decía al reportero:
“En Corea del Norte los hubieran fusilado”.
Y otro chavista, un hombre de alrededor de treinta años,
también en la misma histeria «patriótica», afirmaba que estaban cometiendo «un
crimen contra nuestro padre».
No entiendo mucho la sicología de esta chusma. No puedo
entender que alguien reemplace la figura paterna por un líder de cualquier
cosa, cualquier partido, religión o creencia intelectual, cualquiera que sea.
Cuando los líderes se levantan sobre la media de un
pueblo, el pueblo pierde su propia voz y el líder suprime el entendimiento
humano. Se convierten en dioses, de barro, para algún día ser reemplazados,
derrumbados como esas estatuas de Lenin, Mao y Saddam Hussein. Siempre serán
derrumbados, porque el tiempo es ese niño de Heráclito que no cesa de jugar a
los dados y hace que les pierda el respeto, la sacralización, esa deificación
suprahumana.
Existe la ley de la gravedad que provoca que todo objeto
caiga desde su altura cuando pierde su base. También existe la ley de la
gravedad en la política, que hace que todas las figuras que se erigen por
encima de la realidad, para convertirse en un mito, caigan cuando también
pierden su base.
Chávez nunca debió estar en ningún parlamento sacralizado
en imágenes. Entiéndaseme bien esto. Ninguna imagen debe estar en ningún
parlamento. Allí se legislan las leyes de los hombres, allí está el sagrario
humano de nuestra sociedad y la única imagen posible a sacralizar es la que nos
une a todos, en un común lazo de igualdad, pero NUNCA las que nos divide.
La señora que quería que Venezuela fuera Corea del Norte,
para fusilar a alguien, vive en un país fracturado, por esa deidad que pesa
sobre la espalda del hombre que la carga, llevándosela de la Asamblea Nacional.
Es por eso que hizo muy bien Ramos Allud en decirle, con todo el irrespeto que
se merece:
“Llévatela para Sabaneta”.
Para la basura,
debió de decir.
Juan Martin Lorenzo
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