lunes, 10 de febrero de 2025

Sucedió en Ciudad Trujillo 1959



                                          Días antes del asalto

Fue en los primeros días de mayo que Riva Patterson recibió la noticia de que llegaría un compañero llamado Julio Cruz, para hacerse cargo del despacho del consulado. Hacía ya tres meses que se encontraba en Santo Domingo, la mitad de ellos solo. La llegada de otro cubano era una alegría tremenda.

Julio Cruz era un muchacho joven, lleno de optimismo y fervor revolucionario. Recibió la explicación de la situación con un deje de escepticismo. Aun mucho más escéptico cuando se le convidó a sentarse en el banco de un parque, para evitar que fueran escuchados, en caso de haber sido instalados micrófonos en la Embajada. Según Julio Cruz, los otros dos compañeros llegarían el siguiente mes. Que Díaz del Real relevaría a Riva Patterson y Ricardo Suárez se haría cargo de de las cuestiones culturales.

Julio fue informado de que se había presentado la extradición de Batista y la reclamación para la devolución de los aviones. Fue puesto al tanto de la campaña sistemática contraria al gobierno de Fidel Castro y las continuas amenazas que le eran proferidas en su calidad de Encargado de Negocios, del grupo de personas que rondaba la casa de la Embajada, de los seguimientos diarios. En fin, que podía producirse una agresión en cualquier momento y que lo único que podían hacer para tratar de paliar la situación era mantenerse siempre en contacto, informar el itinerario siempre que necesitasen salir y la hora del regreso.Riva Patterson había sido citado urgentemente por el Canciller Herrera Báez, Ministro de Relaciones Exteriores de la República Dominicana.

Le estaba esperando y le pasaron inmediatamente al despacho del Ministro. Luego de los saludos protocolares, Herrera Báez le preguntó cómo se sentía en la República Dominicana.

Midiendo sus palabras, el diplomático cubano respondió que Cuba y Dominicana eran países de similar clima. Tan parecidos que en ocasiones le parecía estar en Cuba. Se quejó de las provocaciones telefónicas y las rondas nocturnas alrededor de la casa.

“¿Pero nadie le ha molestado? ¿No es cierto?”, pregunto el Canciller. En efecto, nadie le había molestado, si se le llamaba molestar, a una agresión física...Entonces, el Canciller tomó un trozo de papel, de una gaveta del escritorio y alargándoselo dijo: “Lea este papel, por favor.”

Se trataba de un cable de la Embajada Dominicana en La Habana, informando de un atentado dinamitero contra la casa de la Embajada, sin que se hubieran lamentado desgracias personales. “Qué le parece? Usted se queja de que lo molestan, pero nadie le ha puesto una bomba..., todavía.”

El diplomático cubano había sido sorprendido. No tenía información sobre lo ocurrido. No tuvo otra alternativa que disculparse, alegando que dicho atentando seguramente respondía a actividades en contra del nuevo gobierno y su satisfacción al no tener que lamentar víctimas. Finalizó su intervención expresando su seguridad en que la policía cubana descubriría y castigaría ejemplarmente a los culpables.

Herrera Báez, por su parte, dijo que ambos gobiernos tenían que velar por la seguridad de las respectivas Embajadas. Que la Embajada cubana en Ciudad Trujillo tenía una guardia permanente.

Riva Patterson respondió que él tenía entendido que ocurría lo mismo en la Embajada Dominicana en La Habana, pero que con toda seguridad, el Ministro tendría más información en ese sentido.

Algún tiempo después se enteraría que la bomba había hecho explosión en el patio interior de la Embajada Dominicana y que Porfirio Rubirosa y su esposa Odile habían salido de Cuba.

Dos días después de su llegada, Julio Cruz necesitó ir al banco para cambiar un cheque que llevaba para sus gastos de instalación. Dado a que la Embajada disponía de varias habitaciones Julio residía y continuaría residiendo en la casa.Se dirigieron al banco, situado en la parte vieja de la ciudad, en la calle Isabel La Católica.

                                             La Agresión

Circulaban por la acera, conversando, cuando dos personas les cerraron el paso. De momento pensaron que era una distracción habitual entre peatones. Mientras Julio se echaba a un lado, para dejarles pasar, ambas personas se interpusieron en el camino de Riva Patterson de forma inequívoca. Unos de los personajes llevaba el saco abierto, dejando ver la culata de una pistola 45.

“¿No es usted el Embajador de Cuba?”, preguntó uno de ellos. La conversación que sostenían ambos diplomáticos les había sustraído de la realidad en que se encontraban. De repente Riva Patterson, no sin esfuerzo, comenzaba a reaccionar. “Sí, soy yo”, respondió.

“Pues yo soy Ventura”, dijo uno de ellos. “Y este aquí, es Carratalá”.

“Efectivamente”, dijo Riva Patterson. “Sé perfectamente quienes son ambos”.

Esteban Ventura Novo, era considerado uno de los pilares represivos del gobierno de Fulgencio Batista (1952-1958).

Nacido en 1913, Ventura se desempeñó como agente policial desde finales de los años 30, pero adquirió notoriedad como jefe de la Quinta Estación de Policía de La Habana durante la etapa final del régimen batistiano. En 1958 ostentaba el grado de Coronel de la policía.

Al grupo operativo que dirigía Ventura se le atribuyen, entre otros, los asesinatos del abogado Jorge Cabrera Graupera --cuyo cadáver apareció brutalmente golpeado y torturado-- y del miembro del Movimiento 26 de Julio, Marcelo Salado, quien fue ametrallado en plena calle, en abril de 1958.

Carratalá ingresó en la policía como vigilante el 25 de noviembre de 1933, a los 22 años, y fue ganando ascensos en la medida en que sus crímenes y torturas servían para apoyar a los gobernantes de turno. Sin embargo, su meteórica carrera se produjo a partir del 10 de marzo de 1952, por el grado de comprometimiento que tuvo en el golpe castrense de Batista.

Una de estos casos fue, el de José F. Fortuny Rodríguez, a quien detuvieron el 28 de diciembre de 1953, cuando salía del trabajo en la Vía Blanca. Lo llevaron al SIM y fue torturado por varios criminales, destacándose entre ellos Carratalá. Posteriormente, el cadáver apareció tirado en el reparto Buena Vista, Marianao.

Otro ocurrió a fines de 1956, cuando arrestaron al padre Ramón O’ Farril, acusado de ocultar a ocho jóvenes en el templo a su cargo. Los esbirros exigieron la delación. Su negativa determinó cuatro días de palizas y torturas. El sacerdote fue sacado del suplicio con los oídos sangrantes, las costillas fracturadas y ultrajada su dignidad. Habían participado, en el tormento del clérigo, el Brigadier Rafael Salas Cañizares y los oficiales Ventura y Carratalá.

“Quiero decirle”, continuó Ventura, “que yo necesito salir de éste país inmediatamente, porque no tengo dinero. En Cuba me lo robaron todo y necesito que usted me dé un pasaporte, pues me lo exigen para darme la visa”. Por el tono y los ademanes, los diplomáticos se percataron de que Ventura se encontraba algo entrado en tragos. Si la agresividad verbal que expresaba el personaje se uniera al record criminal que ambos poseían, unido a la pistola mal disimulada, resultaba imposible dejar de pensar que estaba siendo víctima de una agresión.

Riva Patterson introdujo su mano derecha en el bolsillo del pantalón, buscando el revólver que le había sido regalado.“Usted sabe muy bien, que no le voy a dar un pasaporte”, le dijo.“Pero es que yo soy cubano y tengo derecho a que me lo den”, replicó Ventura. “Y así no puedo salir de este país de mierda...”

“Le repito que no le voy a dar ningún pasaporte. Ahora bien, si usted quiere ir a Cuba, para ello no necesita pasaporte. Basta que comunique su disposición y le estarán esperando”, le espetó Riva Patterson, en un alarde irresponsable de bravuconería.

Pasados los años, se preguntaba el por qué se le había ocurrido semejante provocación. Tal vez hubiese sido la imperiosa necesidad de decir algo desagradable a aquellos dos connotados criminales.
Pero es que él no tenía instrucciones sobre qué hacer en caso de encontrarse con ellos aunque, por supuesto, le hubieran rondado más de una vez muchas ideas.

La mano derecha de Ventura la mantuvo siempre a la vista en espera de que se le ocurriese utilizar la pistola. La mano derecha propia estrangulaba el mango del Colt 38 en el bolsillo. A esa distancia era imposible errar el tiro. Riva Patterson era aficionado al tiro deportivo, habiendo ganado varios títulos y trofeos en la variante de “Defensa Mexicana”.

Ventura profirió una serie de insultos y malas palabras. Carratalá, que no había perdido detalle, lo agarró de un brazo, mientras Ventura continuaba vociferando. Entonces, Carratalá empujó a Ventura en dirección a la calle diciéndole: “Deja eso. Esto te va a traer problemas. Déjate de eso, que la situación no está para broncas con diplomáticos” y continuó así hasta que alcanzaron la acera opuesta.

Julio Cruz había permanecido a unos pasos de distancia, presenciando toda la escena. “Si te hubiera tirado, yo les hubiera matado. No me conocen y no sabían que veníamos juntos”. 

En horas de la tarde, intercambiando sus puntos de vista sobre lo acontecido, llegaron a la conclusión que en caso de que todo hubiera salido a pedir de boca. O sea que, si ellos hubieran aniquilado a Ventura y a Carratalá, resultando ambos ilesos, jamás hubieran salido vivos de Santo Domingo.

La tensión subió varios puntos aquella noche. Las llamadas y amenazas se incrementaron, los grupos y los automóviles alrededor de la casa igual. Sin embargo, al ser dos funcionarios en lugar de uno, la correlación de fuerzas había mejorado. Al menos intercambiaban impresiones y se acompañaban mutuamente. La casa de la Embajada no resultaba tan espeluznante en horas de la noche. 

En los primeros días de junio llegaban Juan José Díaz del Real y Ricardo Suárez.

Durante el año 1958, Juan José Díaz del Real había tomado parte en la elaboración del “Pacto de Caracas”. Pacto que llamaba a la unidad, a todos los movimientos que luchaban contra la dictadura de Fulgencio Bastista. Juan José Díaz del Real sustituiría a Mario Riva Patterson, pues se suponía que seis meses de continua tensión eran suficientes para un funcionario.

Ricardo Suárez se haría cargo de la parte cultural y Julio Cruz los asuntos consulares. 

En esos primeros días de junio se presentó en la Embajada un individuo que dijo deseaba hablar con el Embajador.

Fue recibido por Riva Patterson y Díaz del Real.
Pedía asilo político y decía que su vida corría peligro. Al preguntársele si pertenecía a alguna agrupación revolucionaria o si había realizado alguna actividad contra el gobierno, no logró una respuesta concluyente.

Decidieron preguntarle el porqué del pedido de asilo y las personas con las cuales se relacionaba. Tampoco aportó dato alguno. En esas condiciones no se le podía otorgar el asilo y de esa forma le fue informado. Según les pareció, se marchó muy contento. Le habían notado cierta preocupación en que le fuesen a conceder el asilo. Ambos diplomáticos llegaron a la conclusión que resultaba ser un intento de introducir una persona dentro de la casa con la finalidad de conocer sus movimientos. El día 4 de junio todavía no habían comunicado oficialmente la llegada del nuevo Embajador aunque, el gobierno dominicano con toda seguridad ya tenía conocimiento. De lo contrario no hubiera sido recibido en el aeropuerto por un funcionario de la Cancillería.

                                       El Asalto

Debido a que Riva Patterson tenía programado el regreso para el sábado día 6 de junio de 1959, habían planificado para ir el viernes 5 al Banco de las Reservas, situado en la calle comercial "Isabel La Católica", para allí realizar el reconocimiento de la firma de Díaz del Real.

Los dos funcionarios se movían a paso ligero por la acera. Se encontraban a escasos cincuenta metros del banco. Una vez terminada la gestión se encaminarían hacia la oficina de correos para imponer las usuales circulares al cuerpo diplomático, notificando la toma de posesión de Díaz del Real como Embajador de Cuba.

Eran las 9:55 de la mañana, se encontraban frente a la entrada del banco y la temperatura comenzaba a dejarse sentir. "Por aquí hay que andar con mucho cuidado. Andan sueltos los esbirros de Batista", le decía Riva Patterson a Díaz del Real, disponiéndose a entrar, cuando un grupo de individuos, en camisas deportivas, interceptó a los diplomáticos.

¿”Ustedes son cubanos"? No esperaron respuesta. Los atacaban físicamente. Aparentemente no conocían a Díaz del Real, pues los atacantes dirigían todos sus esfuerzos contra Riva Patterson. Un certero puñetazo le rompe los espejuelos.

Los cristales rotos le provocan una pequeña herida muy cerca de la ceja izquierda. Pierde el equilibrio y cae al suelo. Por enésima vez en su vida sentía la angustia de no ver bien. No era problema de lentes. Riva Patterson había nacido estrábico. 

Aunque había sido operado a los 18 años, del ojo izquierdo solo tenía un 18% de visión, defectuosa.

En pocos segundos había recibido varias patadas provenientes de diferentes direcciones. Su única preocupación era alcanzar a tiempo el revólver.

Díaz del Real, de recia estructura física, se encontraba acorralado contra la pared, mientras pateaban brutalmente a su colega. Con rápido movimiento se deshizo de los que le bloqueaban el paso, sacando un revólver calibre 38. Por su parte Riva Patterson lograba voltearse sobre la acera empuñando el suyo. Sonaron dos disparos casi al unísono.

A corta distancia, en una sospechosa neutralidad, agentes de la policía trujillista presenciaban el atentado sin ánimo aparente de intervenir. Cuando se escucharon los tiros, viendo que los diplomáticos se sacudían de encima a los agresores, entraron en acción. Uno de los guardias del banco, revólver en mano, atraído por las detonaciones, se asomó a la puerta.

"Somos diplomáticos", le dijo Díaz del Real, "déjenos pasar".

Como ganado en estampida, los agresores huían. La policía se aproximaba cautelosamente. Revólveres en mano, los diplomáticos consiguieron entrar a las dependencias del banco. Detrás de ellos la policía con un Coronel al frente.

Les arrinconaron contra una de las esquinas del salón grande del banco conminándoles a acompañarles de inmediato. Desde la puerta principal, bajo la mirada benévola de los sabuesos de Trujillo, uno de los agresores gritaba: "No saldrán vivos de Santo Domingo. Les vamos a cortar la cabeza". Uno de los policías lo apartó, con violencia. El agresor, esbirro batistiano sin duda, comenzó a explicarle que uno de los atacantes había recibido un balazo. Ambos diplomáticos discutieron violentamente con el Coronel. Exigían que la policía detuviera a los agresores y no a ellos que eran los agredidos. Los diplomáticos cubanos no pretendían ir a ninguna parte, que no fuera la Cancillería para dar parte de aquel atentado.

No pasó mucho tiempo y ya caían en cuenta que el Coronel sabía perfectamente que eran diplomáticos cubanos. Les pedían que entregaran las armas.

Al cabo de un rato y luego de mucha discusión, aceptaron que un carro patrulla les llevara hasta la Cancillería.
No entregaron las armas.
Ya en el patrullero, notaron que los conducían para la Jefatura de la Policía.

El carro patrulla estacionó en el patio central de la Jefatura de Policía. Se aproximaron tres uniformados que les ordenaban bajarse del automóvil inmediatamente. Los diplomáticos cubanos, más que conservando la calma, intentaban ganar tiempo diciéndoles que no se iban a bajar. Que el Coronel les había prometido que los llevarían a la Cancillería y que aquello era una fortaleza. Se encontraban en la Fortaleza Osama*

Uno de los policías comenzó a vociferar y otro le decía: "Sácalos a patadas. ¿Qué cojones se han creído?" El que parecía más viejo de los dos le dijo al otro: "Mejor sácalos tu. ¿No ves que son diplomáticos y luego ellos se arreglan y nosotros quedamos cagados? Yo por lo menos no los saco por la fuerza".

Un oficial descendió del carro patrulla y penetró en el establecimiento. Los cubanos aguantaron más de media hora, dentro del automóvil, bajo el sol abrasador del mediodía caribeño, hasta que al fin se oyeron toques de corneta.

En el portón apareció un personaje de aspecto prócer, vistiendo uniforme militar entorchado. Se trataba del General Hermida. ¿”Quisieran ustedes entrar a mi despacho, caballeros”?, habló Hermida en tono meloso. "Además, así puede usted lavarse la cara y que lo vea un médico, ya veo que tiene una herida", dijo refiriéndose a Riva Patterson. Ya en el despacho, de forma amable les abrumó de excusas y pretextos. "Serán respetados, en su condición de diplomáticos", aseguró. Dijo haberles arreglado una entrevista con el Canciller para las tres de la tarde. ¿Podrían mostrarme sus armas?, preguntó.

No había inconveniente. El jefe policial examinó los revólveres, comprobando que cada uno tenía una cápsula disparada. Les sacó las demás balas y los colocó sobre la mesa."Voy a quedarme con ellos, por el momento", manifestó con una sonrisa. "Se los devolveremos más tarde", dijo. No era el momento oportuno para prolongar las discusiones. Optaron por dejar que los acontecimientos siguieran su curso. Por mucha que fuera la irresponsabilidad de Trujillo no parecía factible que pretendiera vulnerar la inmunidad diplomática.

Los diplomáticos cubanos le relataron su versión de los hechos. 

Hermida les ripostó:

"Las versiones que me han llegado, dicen que ustedes han matado a uno de los asaltantes y que un niño resultó herido”. “Allí no había ningún niño", dijo Díaz del Real.

* La Fortaleza Ozama es la más antigua construida en América. Ubicada en la ribera del río del mismo nombre, su construcción comenzó en el año 1502 y no fue terminada hasta el 1508, por Fray Nicolás de Ovando quien era el gobernador de la isla. Esta fortaleza se levantó con el objetivo de proteger la ciudad de los ataques de piratas.

"Al parecer se trataba de un grupo de refugiados cubanos, que como ustedes deben saber, se encuentran activos y tratando de organizarse", continuó Hermida. "Voy a tomar medidas para evitar estos problemas", sentenció. Les comunicó que un automóvil los llevaría a la Embajada y que tan pronto tuviera más noticias les llamaría para que fuesen a verlo o él visitaría la Embajada. Les acompañó hasta la puerta.

Pasada la una de la tarde se encontraban de regreso en la Embajada. Julio y Ricardo estaban asustadísimos. Habían escuchado, por radio, la versión oficial del incidente del banco.

Según las informaciones, habían resultado heridos, un exiliado cubano llamado Luis Pérez Villavicencio y un niño dominicano de nombre Ovidio Méndez. Entre las explicaciones de lo verdaderamente sucedido, iban analizando la situación en que se encontraban.

La primera medida que tomaron, fue comunicarse con el decano del Cuerpo Diplomático, el Sr. Varela, Embajador del Perú, para informarle sobre la agresión de que habían sido objeto.
Terminada la conversación con el Sr. Varela, sonó el timbre del teléfono.

El interlocutor decía ser el Procurador General de la República (fiscal), citándoles de forma inmediata, a presentarse en su oficina, para aclarar los sucesos del Banco, donde había fallecido un ciudadano cubano. Si aquella persona tenía algo que tratar, sería recibido con mucho gusto en la Embajada, pero que, como Procurador, él debía saber perfectamente que ninguna autoridad judicial tiene facultades para citar a un diplomático. Que, en todo caso se dirigiera al Ministerio de Relaciones Exteriores exponiendo su interés.

Poco después de esa llamada, recibieron otra del Sr. Varela anunciándoles su visita. Cinco minutos más tarde estacionaba el automóvil del Sr. Varela, frente a la casa de la Embajada cubana, con la bandera peruana desenfundada en el asta que lleva el guardafangos, tal y como procede durante las recepciones oficiales.

Esto fue una total sorpresa para Riva Patterson. Varela siempre llegaba caminando. Existían unos cien metros entre una casa y la otra. Se le notaba nervioso. Tenía las manos frías. El Sr. Varela les preguntó si habían recibido alguna llamada para ir a visitar a alguien. Al confirmársele positivamente dijo: “¡No vayan! No vayan!”. “El procurador sabe que ustedes tienen extraterritorialidad y que no les pueden procesar. No salgan hoy a ninguna parte”.

Poco después de decirles que no salieran, el Sr. Varela se marchó. Al despedirse le apretó la mano a Riva Patterson diciéndole:

“Cuídese y recuerde que puede contar conmigo”.

Nunca pudieron olvidar la expresión de Varela en aquel momento. Era un hombre distinguido, de modales finos, un típico representante diplomático latinoamericano de la época. Los cuatro cubanos no supieron más de él de lo que conocieron en Ciudad Trujillo, pero la impresión que les produjo fue esa. La de ser un hombre honesto, con ese sentimiento contradictorio de la honestidad que tienen los seres humanos, capaces de relacionarse con Dios y con el Diablo, pero que en un momento determinado les hace actuar correctamente.

Indudablemente existen personas que son más agradables que otras. La única lógica posible, si es que existió alguna en todo este proceso, es que siendo el Sr. Varela amigo personal de Trujillo, se complaciera en conversar largas horas con un matrimonio (diplomáticos de carrera), de clase social media, “enamorados de una revolución nacionalista y de justicia social”, recién llegados de Cuba.

Varela mostraba un interés enorme escuchando todos los relatos sobre lo que estaba ocurriendo en la mayor de las Antillas. ¿Por qué no habrían de serles simpáticos, a un matrimonio mayor de diplomáticos de carrera? Tampoco se puede olvidar que los acontecimientos relatados se desarrollaban durante los primeros cinco meses del mes de enero de 1959.

Aun el régimen, que Fidel Castro luego impondría (a sangre y fuego) al pueblo cubano, no se había declarado tan siquiera socialista. Continuaba siendo una revolución nacionalista y agraria.
Lo de anti-imperialista aún no había llegado. La famosa emisora
radial cubana “Radio Reloj”, transmitía la noticia de la agresión sufrida por los diplomáticos cubanos.

Eso ocurría, en el intervalo de tiempo entre la agresión mañanera y el regreso a la casa de la Embajada cubana.
Radio Reloj informaba que los diplomáticos se encontraban bien.

Al escuchar la noticia, Gloria Amelia decidió llamar por teléfono a Ciudad Trujillo. Logró hablar con Riva Patterson, que le dice que se dirigiera hacia el Ministerio de Relaciones Exteriores en compañía de su hermano Armando y que le dijera al Ministro Agramonte que tenían que regresar los cuatro. Que resultaba imposible la permanencia en Santo Domingo. Esta comunicación telefónica sucede minutos antes de comenzar el asalto a la Embajada.
 

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