por Carlos Alberto Montaner
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Jorge Giordani es
un viejo comunista que hasta hace pocas fechas fue el Ministro de Planificación
y Finanzas del chavismo, primero con Hugo Chávez y luego con Nicolás Maduro.
Tiene fama de haber sido un funcionario honrado en un gobierno en el que
abundan los rateros.
Nadie, sin embargo,
ha acusado a Giordani de ser competente. Sería una peligrosa temeridad. No se
metía la plata de los demás en el bolsillo. Lo que hacía era destruirla en esa
trituradora implacable de riqueza que es la ideología marxista. Es uno de los
responsables del hundimiento económico del país. Cuando llegó al poder había
seis millones y medio de pobres. Cuando lo dejó, hace unos días, la cifra había
aumentado a más de nueve.
Giordani se
despidió del cargo con una larga carta en la que culpa a los demás del desastre
económico venezolano. Sus culpables son el irresponsable gasto público, la
corrupción, PDVSA y el pobre Nicolás Maduro, quien supuestamente ha traicionado
al socialismo y al legado inmarcesible de Hugo Chávez. (Inmarcesible,
Nicolás, quiere decir que no se marchita. Y marchita no es una marcha pequeña
de estudiantes indignados, sino un verbo que procede del latín).
El ingeniero
Giordani no es capaz de advertir que el error intelectual está en el
presupuesto ideológico. Cuando se debilitan los derechos de propiedad y las
decisiones económicas las toman los funcionarios; cuando se potencia la
aparición del estado-empresario y se estatiza el aparato productivo; cuando se
eliminan las principales libertades porque la crítica se convierte en traición
a la patria; inevitablemente surge la escasez, se deteriora progresivamente el
entorno físico por falta de mantenimiento, y comienza un acelerado proceso de
empobrecimiento colectivo que no tiene fin ni alivio.
Mañana siempre será peor que hoy.
Mientras los
venezolanos leían la carta de Giordani, los cubanos, asombrados, repasaban otra
misiva escrita por el comunista, escritor y ex embajador Rolando López del Amo, jubilado en La Habana tras haber ocupado
diversos cargos de primer rango en la diplomacia castrista. El texto puede
localizarse en Internet, donde circula profusamente..
El señor López del
Amo tiene una explicación parcialmente diferente a la de Giordani. Supone que el responsable
del desastre cubano es el burocratismo, ese enmarañado ejército de
funcionarios indolentes que no deja que el país avance. Como es una persona seria, no culpa al embargo
norteamericano, ni a la sequía, ni a los ciclones, porque el país no padece
hace tiempo estos fenómenos naturales. Cree que el mal está en otra parte: es la malvada gente que
entorpece la marcha gloriosa del socialismo.
Termina su carta
con un conmovedor llamado a sus camaradas: “Estamos en el año 56 de nuestra
experiencia revolucionaria y no podemos continuar cometiendo los mismos
errores ni ofreciendo las mismas justificaciones. Se impone un cambio de
mentalidad, de actitud, de estructuras y de personas para lograr el sueño
colectivo de un socialismo próspero y sostenible”.
¡Madre mía! Estamos ante un
comunista inaccesible al desaliento. ¡Qué gente más dura de molleras! Cincuenta
y seis años de fracasos continuados y barbarie, de “oprobio y bobería”, como
Borges decía del peronismo, no le han bastado para entender que el sistema no
sirve para nada en ninguna latitud. Ni con los laboriosos alemanes o
norcoreanos, ni con los muy serios checos y húngaros, y mucho menos con los
caribeños de Cuba o Venezuela.
Es posible, sin
embargo, que Raúl Castro, finalmente, haya comprendido esta dolorosa verdad. Lo
triste es que la educación del hermano de Fidel ha durado más de medio
siglo y costado miles de vidas y la ruina completa de una nación. (Fidel, en
cambio, es indiferente a la realidad y morirá defendiendo las mismas tonterías de
siempre). En todo caso, mientras el embajador López del Amo escribía su carta,
el zar de la economía cubana, un ex coronel llamado Marino Murillo, anunciaba
que todos los restaurantes del país serían privatizados.
Es el principio del fin del loco proyecto marxista del
colectivismo, pero no de la dictadura. Ahora, poco a poco, sin prisa, pero sin
tregua, como le gusta repetir a Raúl Castro, quieren desmantelar el socialismo
y gobernar con mano férrea un país pseudo capitalista. Ya no son marxistas.
Son, simplemente, una banda autoritaria de gente decidida a mandar a palos.
Puros matones.