Aunque había sido operado a los 18 años, del ojo izquierdo solo tenía
un 18% de visión, defectuosa.
En pocos segundos había recibido varias patadas provenientes de
diferentes direcciones. Su única preocupación era alcanzar a tiempo el
revólver.
Díaz del Real, de recia estructura física, se encontraba acorralado
contra la pared, mientras pateaban brutalmente a su colega. Con
rápido movimiento se deshizo de los que le bloqueaban el paso,
sacando un revólver calibre 38. Por su parte Riva Patterson lograba
voltearse sobre la acera empuñando el suyo. Sonaron dos disparos
casi al unísono.
A corta distancia, en una sospechosa neutralidad, agentes de la policía
trujillista presenciaban el atentado sin ánimo aparente de intervenir.
Cuando se escucharon los tiros, viendo que los diplomáticos se
sacudían de encima a los agresores, entraron en acción.
Uno de los guardias del banco, revólver en mano, atraído por las
detonaciones, se asomó a la puerta.
"Somos diplomáticos", le dijo Díaz del Real, "déjenos pasar".
Como ganado en estampida, los agresores huían. La policía se
aproximaba cautelosamente. Revólveres en mano, los diplomáticos
consiguieron entrar a las dependencias del banco. Detrás de ellos la
policía con un Coronel al frente.
Les arrinconaron contra una de las esquinas del salón grande del
banco conminándoles a acompañarles de inmediato. Desde la puerta
principal, bajo la mirada benévola de los sabuesos de Trujillo, uno de
los agresores gritaba: "No saldrán vivos de Santo Domingo. Les
vamos a cortar la cabeza". Uno de los policías lo apartó, con violencia.
El agresor, esbirro batistiano sin duda, comenzó a explicarle que uno
de los atacantes había recibido un balazo. Ambos diplomáticos
discutieron violentamente con el Coronel. Exigían que la policía
detuviera a los agresores y no a ellos que eran los agredidos. Los diplomáticos cubanos no pretendían ir a ninguna parte, que no fuera la Cancillería
para dar parte de aquel atentado.
No pasó mucho tiempo y ya caían en cuenta que el Coronel sabía
perfectamente que eran diplomáticos cubanos. Les pedían que
entregaran las armas.
Al cabo de un rato y luego de mucha discusión, aceptaron que un
carro patrulla les llevara hasta la Cancillería.
No entregaron las armas.
Ya en el patrullero, notaron que los conducían para la Jefatura de la
Policía.
El carro patrulla estacionó en el patio central de la Jefatura de Policía.
Se aproximaron tres uniformados que les ordenaban bajarse del
automóvil inmediatamente. Los diplomáticos cubanos, más que
conservando la calma, intentaban ganar tiempo diciéndoles que no se
iban a bajar. Que el Coronel les había prometido que los llevarían a la
Cancillería y que aquello era una fortaleza. Se encontraban en la
Fortaleza Osama*
Uno de los policías comenzó a vociferar y otro le decía: "Sácalos a
patadas. ¿Qué cojones se han creído?" El que parecía más viejo de los
dos le dijo al otro: "Mejor sácalos tu. ¿No ves que son diplomáticos y
luego ellos se arreglan y nosotros quedamos cagados? Yo por lo
menos no los saco por la fuerza".
Un oficial descendió del carro patrulla y penetró en el
establecimiento. Los cubanos aguantaron más de media hora, dentro
del automóvil, bajo el sol abrasador del mediodía caribeño, hasta que
al fin se oyeron toques de corneta.
En el portón apareció un personaje de aspecto prócer, vistiendo
uniforme militar entorchado. Se trataba del General Hermida.
¿”Quisieran ustedes entrar a mi despacho, caballeros”?, habló
Hermida en tono meloso. "Además, así puede usted lavarse la cara y
que lo vea un médico, ya veo que tiene una herida", dijo refiriéndose
a Riva Patterson. Ya en el despacho, de forma amable les abrumó de excusas y pretextos. "Serán respetados, en su condición de
diplomáticos", aseguró. Dijo haberles arreglado una entrevista con el
Canciller para las tres de la tarde. ¿Podrían mostrarme sus armas?,
preguntó.
No había inconveniente. El jefe policial examinó los revólveres,
comprobando que cada uno tenía una cápsula disparada. Les sacó las
demás balas y los colocó sobre la mesa."Voy a quedarme con ellos,
por el momento", manifestó con una sonrisa. "Se los devolveremos
más tarde", dijo. No era el momento oportuno para prolongar las
discusiones. Optaron por dejar que los acontecimientos siguieran su
curso. Por mucha que fuera la irresponsabilidad de Trujillo no parecía
factible que pretendiera vulnerar la inmunidad diplomática.
Los diplomáticos cubanos le relataron su versión de los hechos.
Hermida les ripostó:
"Las versiones que me han llegado, dicen que ustedes han matado a
uno de los asaltantes y que un niño resultó herido”. “Allí no había
ningún niño", dijo Díaz del Real.
* La Fortaleza Ozama es la más
antigua construida en América. Ubicada en la ribera del río del
mismo nombre, su construcción comenzó en el año 1502 y no fue
terminada hasta el 1508, por Fray Nicolás de Ovando quien era el
gobernador de la isla. Esta fortaleza se levantó con el objetivo de
proteger la ciudad de los ataques de piratas.
"Al parecer se trataba de un grupo de refugiados cubanos, que como
ustedes deben saber, se encuentran activos y tratando de organizarse",
continuó Hermida. "Voy a tomar medidas para evitar estos
problemas", sentenció. Les comunicó que un automóvil los llevaría a
la Embajada y que tan pronto tuviera más noticias les llamaría para
que fuesen a verlo o él visitaría la Embajada. Les acompañó hasta la
puerta.
Pasada la una de la tarde se encontraban de regreso en la Embajada.
Julio y Ricardo estaban asustadísimos. Habían escuchado, por radio,
la versión oficial del incidente del banco.
Según las informaciones, habían resultado heridos, un exiliado
cubano llamado Luis Pérez Villavicencio y un niño dominicano de
nombre Ovidio Méndez. Entre las explicaciones de lo verdaderamente
sucedido, iban analizando la situación en que se encontraban.
La primera medida que tomaron, fue comunicarse con el decano del
Cuerpo Diplomático, el Sr. Varela, Embajador del Perú, para
informarle sobre la agresión de que habían sido objeto.
Terminada la conversación con el Sr. Varela, sonó el timbre del
teléfono.
El interlocutor decía ser el Procurador General de la República
(fiscal), citándoles de forma inmediata, a presentarse en su oficina,
para aclarar los sucesos del Banco, donde había fallecido un
ciudadano cubano. Si aquella persona tenía algo que tratar, sería
recibido con mucho gusto en la Embajada, pero que, como
Procurador, él debía saber perfectamente que ninguna autoridad
judicial tiene facultades para citar a un diplomático. Que, en todo caso
se dirigiera al Ministerio de Relaciones Exteriores exponiendo su
interés.
Poco después de esa llamada, recibieron otra del Sr. Varela
anunciándoles su visita. Cinco minutos más tarde estacionaba el
automóvil del Sr. Varela, frente a la casa de la Embajada cubana, con
la bandera peruana desenfundada en el asta que lleva el guardafangos,
tal y como procede durante las recepciones oficiales.
Esto fue una total sorpresa para Riva Patterson. Varela siempre
llegaba caminando. Existían unos cien metros entre una casa y la otra.
Se le notaba nervioso. Tenía las manos frías. El Sr. Varela les
preguntó si habían recibido alguna llamada para ir a visitar a alguien.
Al confirmársele positivamente dijo: “¡No vayan! No vayan!”. “El
procurador sabe que ustedes tienen extraterritorialidad y que no les
pueden procesar. No salgan hoy a ninguna parte”.
Poco después de decirles que no salieran, el Sr. Varela se marchó. Al
despedirse le apretó la mano a Riva Patterson diciéndole:
“Cuídese y recuerde que puede contar conmigo”.
Nunca pudieron olvidar la expresión de Varela en aquel momento.
Era un hombre distinguido, de modales finos, un típico representante
diplomático latinoamericano de la época. Los cuatro cubanos no
supieron más de él de lo que conocieron en Ciudad Trujillo, pero la
impresión que les produjo fue esa. La de ser un hombre honesto, con
ese sentimiento contradictorio de la honestidad que tienen los seres
humanos, capaces de relacionarse con Dios y con el Diablo, pero que
en un momento determinado les hace actuar correctamente.
Indudablemente existen personas que son más agradables que otras.
La única lógica posible, si es que existió alguna en todo este proceso,
es que siendo el Sr. Varela amigo personal de Trujillo, se complaciera
en conversar largas horas con un matrimonio (diplomáticos de
carrera), de clase social media, “enamorados de una revolución
nacionalista y de justicia social”, recién llegados de Cuba.
Varela mostraba un interés enorme escuchando todos los relatos sobre
lo que estaba ocurriendo en la mayor de las Antillas. ¿Por qué no
habrían de serles simpáticos, a un matrimonio mayor de diplomáticos
de carrera? Tampoco se puede olvidar que los acontecimientos
relatados se desarrollaban durante los primeros cinco meses del mes
de enero de 1959.
Aun el régimen, que Fidel Castro luego impondría (a sangre y fuego)
al pueblo cubano, no se había declarado tan siquiera socialista.
Continuaba siendo una revolución nacionalista y agraria.
Lo de anti-imperialista aún no había llegado. La famosa emisora
radial cubana “Radio Reloj”, transmitía la noticia de la agresión
sufrida por los diplomáticos cubanos.
Eso ocurría, en el intervalo de tiempo entre la agresión mañanera y el
regreso a la casa de la Embajada cubana.
Radio Reloj informaba que los diplomáticos se encontraban bien.
Al escuchar la noticia, Gloria Amelia decidió llamar por teléfono a
Ciudad Trujillo. Logró hablar con Riva Patterson, que le dice que se
dirigiera hacia el Ministerio de Relaciones Exteriores en compañía de
su hermano Armando y que le dijera al Ministro Agramonte que tenían que regresar los cuatro. Que resultaba imposible la
permanencia en Santo Domingo. Esta comunicación telefónica sucede
minutos antes de comenzar el asalto a la Embajada.
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