miércoles, 19 de febrero de 2025

Sucedió en Ciudad Trujillo 1959

 
                                                                 Epílogo






Solo después de la muerte de Mario Riva Patterson, ocurrida en 1991, llegaron a nuestras manos varios libros que arrojaron luz sobre lo sucedido en Ciudad Trujillo entre el 5 y el 14 de junio de 1959. Entre ellos "Fabulario" de Mario Kuchilán, donde hace referencia a Estévez Maymir.

Suponemos que Riva Patterson nunca llegó a saber las relaciones tan estrechas que existían entre ese señor y Fulgencio Batista, puesto que jamás lo mencionó. Tampoco hizo mención a la desastrosa "expedición" del 14 de noviembre, aunque debe haber tenido conocimiento de la mismas.

Al menos posteriormente a los hechos narrados aquí. 


Once años más tarde, yo participaría en el entrenamiento de las fuerzas guerrilleras de Francisco Caamaño Deñó, en la Sierra del Rosario, provincia de Pinar del Río, Cuba.


                                                          Francisco Caamaño Deñó


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martes, 18 de febrero de 2025

Sucedió en Ciudad Trujillo 1959

                                                               
                                               El día 14 de junio




Cerca de las cinco de la tarde del 13 de junio, el Comandante Camilo Cienfuegos despidió a los dos grupos y ordenó que hicieran la mayor cantidad de fotos que fuese posible.
Las tres fragatas, que entonces tenía la Marina de Guerra Revolucionaria, servirían de apoyo y velarían por la seguridad de ambas embarcaciones.

                                                        Camilo Cienfuegos

El 14 de junio de 1959 una tropa expedicionaria salida de Cuba llegó por avión a Constanza, en el corazón de la Cordillera Central, con el fin de iniciar una guerra de guerrillas contra la tiranía de Rafael Trujillo.

Seis días después otros dos contingentes llegaron en sendas embarcaciones a las playas de Maimón y Estero Hondo, en la costa norte. Esos contingentes estaban compuestos por dominicanos de variadas tendencias políticas que habían estado exilados en Cuba, Puerto Rico, Venezuela, Estados Unidos y México. Estuvieron acompañados por cubanos, venezolanos, puertorriqueños y unos cuantos revolucionarios más de otras nacionalidades.

En Rancho Mil Cumbres, Pinar del Río, Cuba, se entrenaron 335 hombres de diferentes nacionalidades, los cuales tomaron parte en la Expedición.


                                                        Mil Cumbres


Otro grupo que no llegó a desembarcar, se entrenaba en «Madruga», provincia de La Habana.

Las principales organizaciones políticas dominicanas en el extranjero fueron recelosas de esta empresa político-militar. En consecuencia, el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), y su líder Juan Bosch; el Movimiento Popular Dominicano (MPD), y su líder Máximo López Molina; el Partido Vanguardia Revolucionaria Dominicana (VRD), y su líder Horacio Julio Ornes Coiscou, no sólo no apoyaron al MLD, sino que, supuestamente, algunos de sus miembros filtraron informaciones a los servicios de inteligencia de Estados Unidos y de Trujillo.

Eso permitiría a la Dictadura trujillista, una prevención adecuada ante la eventualidad de una expedición militar en su contra.

El comandante del Ejército Rebelde, Delio Gómez Ochoa, autor del libro "La victoria de los caídos" y protagonista de aquella gesta, cuenta que Enrique Jiménez Moya "era portador de un mensaje escrito para Fidel, en el que la Unión Patriótica Dominicana de Venezuela lo nombraba como su genuino representante en la misión de foguear en la lucha guerrillera a un grupo de jóvenes dominicanos que deberían llegar a la Sierra Maestra.


                                                    Delio Gómez Ochoa

La idea era que esos patriotas estuvieran listos militarmente para combatir a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina y para eso esperaban la ayuda del Comandante". (Editora Collado, segunda edición, República Dominicana, 2007, p. 22.)

Los 54 expedicionarios que viajarían en el avión, se trasladaron hasta Cayo Espino en el territorio de Manzanillo, y luego, tras su última caminata de entrenamiento, se dirigieron a Cieneguilla, también en el territorio de Manzanillo, donde la nave aérea los esperaba.

En este contingente iría el Comandante en Jefe de la expedición, Enrique Jiménez Moya y lo acompañaba el asesor militar cubano, Comandante Delio Gómez Ochoa.


                                                      Enrique Jimenez Moya

Los Comandantes Raúl Castro, Camilo Cienfuegos y el Che Guevara, prestaron mucho apoyo y solidaridad, para que la expedición fuese exitosa; es bueno destacar que el Che manifestaba una actitud reacia en cuanto a la versión de algunos patriotas dominicanos que aseguraban que un masivo levantamiento del pueblo se produciría respaldando el desembarco.

Se dice que el Che Guevara no confiaba mucho en estas versiones, porque la mayoría de los "patriotas" dominicanos llevaban largos años en el exilio y no tenían vivencia de cómo pensaba la población en aquel «presente».

No sería hasta el 26 de junio de 1959, que el gobierno de Fidel Castro rompería relaciones diplomáticas con la satrapía de Rafael Leónidas Trujillo.
El rompimiento de relaciones diplomáticas nada tenía que ver con la brutal agresión al territorio cubano en Ciudad Trujillo, ni el intento de asesinar a cuatro diplomáticos.

El argumento esgrimido por Fidel Castro se limitó a la imposibilidad de contemplar "impasible" el exterminio en masa, de aquellos que había enviado a una muerte segura.

La operación militar resultó un rotundo fracaso y situó en el seno de la OEA, al gobierno de Fidel Castro en “el banquillo de los acusados”.

Y aunque salió airoso de aquella peligrosa prueba, fue un momento muy difícil. Este fue un tema confidencial durante muchos años. Todavía, el 4 de agosto de 1997, estos acontecimientos no eran del conocimiento público en Cuba y han sido obviados, incluso en los documentos oficiales del Ministerio de Relaciones Exteriores. 


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lunes, 17 de febrero de 2025

Sucedió en Ciudad Trujillo 1959

                                                   

                                                   El regreso 





A las 12:40 horas del mediodía de aquel sábado 6 de junio de 1959 despegaba el avión de la Pan American desde Ciudad Trujillo. Atrás quedaban el "Chacal del Caribe y su protegido, el "Carnicero de Cuquine".

Esa misma tarde los diplomáticos cubanos regresarían a una Cuba “nueva”, donde avanzaba inexorablemente el incipiente proyecto de otra bestia, llamada Fidel Castro.

El avión hizo escala en Port au Prince, Haití. No tuvieron que descender del avión. De allí despegarían a las 5:45 p.m. en el vuelo 434 de la Pan American.

Al llegar el avión a Miami, en lugar de dirigirse hacia la terminal del aeropuerto, continuó hasta la cabecera de la pista apagando los motores. Los pasajeros comenzaban a hacer conjeturas, cuando un automóvil oficial y un ómnibus se aproximaron.

Un oficial de inmigración pidió a los pasajeros descender de la aeronave, menos los cuatro diplomáticos cubanos.

Después de que los pasajeros abandonaran el aparato, el funcionario se dirigió a los cubanos, en correcto español diciendo:

"Déjenme verles las caras". "Ustedes son las personas con mayor suerte del mundo". "Yo viví muchos años en la República Dominicana y no comprender como ustedes poder salir vivos de allí". A continuación les informó que habían dado órdenes de que no bajasen del avión, para evitar problemas y que en ese mismo avión se les trasladaría a Cuba. A ellos solamente.

A las siete de la noche aterrizaban en el aeropuerto "José Martí de La Habana.

Dando la información del Sr. Varela por válida, poco antes de la hora estimada, Gloria Amelia llegó al aeropuerto de Rancho Boyeros, casi al mismo tiempo que lo hacían los cuatro diplomáticos. Colándose en la pista, solo pudo ver a su marido unos instantes, antes que un automóvil del Ministerio de Relaciones Exteriores se llevara a los cuatro inmediatamente. 


                                       

                                  El sacrificio de una pieza

A tantos años de los acontecimientos que relato y después de haber vivido tantas conspiraciones y contra-conspiraciones, no he podido dejar de hacer conjeturas. 

¿Por qué, si aquellos diplomáticos defendieron el territorio nacional (sede diplomática) nunca recibieron un homenaje, siendo mantenidos a la sombra?
¿Cabrí
a la posibilidad de que el “show” estuviera diseñado desde las entrañas del régimen de Fidel Castro y asociada, de alguna forma, con la "expedición" del día 14 del mismo mes?

¿Sería que Trujillo ya tenía conocimiento de la invasión, cuando permitió el asalto a la Embajada?
¿Sería que Fidel Castro necesitaba de cuatro diplomáticos inmolados
para justificar aquel desembarco “aeronaval”?

¿Tendría algo que ver la decisión inconsulta, al embajador yanqui, para salir de aquel infierno?
El gobierno de Fidel Castro nunca denunció, ante la Organización de Estados Americanos (OEA), ni formuló queja alguna en relación a estos acontecimientos, como era de esperarse.

Ocho días más tarde tendría lugar la llamada "expedición" del 14 de junio. 


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sábado, 15 de febrero de 2025

Sucedió en Ciudad Trujillo 1959




                                                           Aceptaron la propuesta.

Pocos minutos pasaron antes que la Pan American les llamara para comunicarles que tenían disponibles cuatro asientos, pero no podía venderle los boletos, al carecer los pasaportes del visado de entrada a los Estados Unidos. Extremando su gentileza, Farland hizo que el cónsul de la Unión, a pesar de ser sábado, se personara (con todos los cuños necesarios) para visar los pasaportes, en la misma habitación del hotel. Concluidas las gestiones de los pasajes y los visados, Riva Patterson telefoneó nuevamente a Mr. Farland, para agradecerle la gentileza. Farland, a su vez, les deseó un buen viaje y feliz regreso a La Habana.

Fueron a despedirles, al hotel, los Embajadores de Perú y Brasil, así como los Encargados de Negocios de Venezuela, México, Argentina y Guatemala. Todos se expresaron de igual forma.
La despedida sería en el hotel, aunque ellos estarían en el aeropuerto hasta que despegara el avión. A la hora de partir, Riva Patterson llamó 
al Teniente que estaba de guardia, invitándole a entrar a la habitación y beber café con todos ellos."Teniente", le dijo. "Como usted sabe, hay algunas manifestaciones, incluso en las inmediaciones del hotel y probablemente, a nuestra salida del hotel puede producirse alguna demostración en contra nuestra.

¿Han tomado medidas para evitar una agresión?", preguntó.

“A nosotros no nos preocupa que griten o vociferen, pero sí, que nos vayan a atacar o lanzar algún proyectil, piedra o algo por el estilo".

“¿Cuánto tiempo lleva usted en la República Dominicana?", le preguntó el oficial, para a continuación sentenciar:"Si usted lleva en nuestro país, desde el mes de febrero, es tiempo suficiente para conocerlo bien. El Generalísimo y Doctor Rafael Leónidas Trujillo y Molina, Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva, ha dado órdenes de que ustedes salgan sin problemas de la República Dominicana. Tenga usted la seguridad de que pueden ir hasta el aeropuerto caminando, que nadie osará molestarles".

Efectivamente, fueron trasladados en un patrullero escoltado. Esa misma mañana de sábado, mientras se salvaban los inconvenientes anteriormente relatados, en La Habana, Gloria Amelia (la mujer de Riva Patterson), después de una noche de angustias, sin noticias (nadie contestaba al teléfono), decidió comunicar con la Embajada del Perú.

El Embajador Varela le dijo: "Despreocúpese Gloria, Mario va para allá en el vuelo de la Pan American que hace escala en Miami". "Yo estaré en el aeropuerto, pero él no me verá", fueron las palabras del Sr. Varela. Aparentemente, las autoridades dominicanas estaban intentando demorar la partida.

Mientras tanto, en el palacete de José Eleuterio Pedraza*, en la "Avenida Cordell Hull" no. 66, velaban el cadáver de Rilde González Martínez, el hombre que había resultado muerto en la Embajada. El entierro de Rilde se efectuaría aquella misma tarde y tal vez esperaban que se produjese otra confrontación.

Aparentemente, era el mismo Rilde Gónzalez Martínez que había sido lugarteniente de Rolando Masferrer. El mismo de los famosos y luctuosos "Tigres de Masferrer.

Al producirse su muerte, se encontraba siendo juzgado en Cuba (en ausencia), por la causa no 42/59.

* Muchos de los criminales batistianos le sirvieron a la tiranía trujillista, a través del tenebroso Servicio de Inteligencia Militar (SIM) que dirigía el aun más tenebroso Johnny Abbes García. Esto quiere decir que Trujillo no solamente se valió de dominicanos para asesinar opositores en el extranjero, sino también de mafiosos cubanos, entre ellos el ex general José Eleuterio Pedraza y Cabrera, el coronel José Maria Cañizares el ex coronel Manuel Ugalde Carrillo, los tenientes coroneles Merob Sosa, Ángel Sánchez Mosquera, y Esteban Ventura Novo.




Pedraza, al igual que los demás, viajó a la entonces Ciudad Trujillo junto al derrocado dictador cubano el 1 de enero de 1959, cuando triunfó la revolución cubana. Pedraza se convirtió en uno de los esbirros favoritos de Trujillo, quien al parecer admiraba su inteligencia para eliminar enemigos. Pedraza había sido Jefe de la Policía Nacional en Cuba. 



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jueves, 13 de febrero de 2025

Sucedió en Ciudad Trujillo 1959






                                La protección del Cuerpo Diplomático

Unos diplomáticos pidiendo la protección de otros. También era insólita la posición en que se encontraban.
La estrategia de los cubanos, era forzar al gobierno dominicano.

El ejército había desalojado a los asaltantes, pero las tropas comenzaban a retirarse. Anochecía. La situación de los cuatro hombres era más que difícil. Por otra parte, el Encargado de Negocios de Venezuela les comunicaba que las estaciones de radio habían aumentado su volumen de propaganda anti-cubana y que estaban permitiendo hablar a varios exiliados que les llamaban (a los diplomáticos) asesinos comunistas.

Decían que se estaban reuniendo grupos en diferentes zonas de la ciudad.

En vistas de tales circunstancias, el Sr. Varela les propuso que Díaz del Real y Riva Patterson se trasladaran a su casa, ya que ambos debían concurrir a una reunión (convocada por Varela en su calidad de Decano del Cuerpo Diplomático) pero que tenían que ver que hacían con Julio y Ricardo que, inexplicablemente, no tenían pasaporte diplomático y por tanto carecían de inmunidad.

Riva Patterson se dirigió al Embajador de Guatemala, pidiéndole que llevase a Julio y Ricardo para su casa. Sorprendido por semejante petición, momentáneamente no supo que responder, murmurando que él no podía conceder asilo sin consultar.“No, Embajador”, dijo Riva Patterson, “no se trata de asilo, solo de que invite a estos señores a comer a su casa”.

De esa forma, tan poco ortodoxa, quedaban Julio y Ricardo bajo la protección del Embajador de Guatemala, mientras que él y Díaz del Real continuaban bajo la protección del Embajador del Perú. Ya en la Embajada del Perú, el Sr. Varela les relató que mientras ocurría el asalto a la Embajada cubana, él se había dirigido al Palacio Presidencial y durante más de una hora, como Decano del Cuerpo Diplomático, trató inútilmente de ver a Trujillo para que detuvieran aquella barbaridad.




El ayudante de Trujillo le dijo que el “Generalísimo” se encontraba ocupado y que le había pasado el recado. Que lo recibiría lo más pronto que le fuera posible. Cada diez minutos se dirigía al oficial, explicándole la situación.

Al fin, Trujillo le recibió y lo primero que le dijo fue que ya había ordenado detener el ataque. Que le habían informado que el grupo atacante estaba compuesto por cubanos contrarios al gobierno de Castro y que tan pronto le habían llegado las noticias, ordenó a las fuerzas de seguridad para que intervinieran. Por último le dijo: “No se preocupe, los cubanos, por los que usted se interesa, están bien”.

“Los refugiados estos, que tenemos aquí, son tan pendejos, que en dos horas no pudieron coger a ninguno”. La mujer del Embajador Varela, al sentir los primeros disparos, pensó que se trataba de cohetes con los que estaban celebrando alguna festividad.

Para ver de qué se trataba, se asomó al jardín de su casa, siendo testigo presencial del asalto.
Como consecuencia del shock estuvo ingresada en una clínica hasta que los diplomáticos cubanos permanecieron en la República Dominicana.

Al cabo de cierto tiempo, comenzaron a llegar los Embajadores.
El Embajador de los Estados Unidos, Sr. Farland, regresaba de una pesquería y se presentaba en pull-over (t-shirt) y zapatos tennis.
Se disculpó diciendo que al escuchar las noticias no había querido perder tiempo para cambiarse de ropa.

Poco antes de comenzar la reunión, en la casa de la Embajada del Perú, uno de los sirvientes, que conocía a Riva Patterson, le dijo que la radio había dicho que los cuatro diplomáticos cubanos habían muerto. Inmediatamente le condujo a un saloncito donde se encontraba un equipo de radio y allí pudo escuchar que varias turbas recorrían las calles portando carteles y gritando consignas.

Un energúmeno pedía a Trujillo, que autorizara un duelo, entre dos de ellos, cerrando una calle, y dos de los diplomáticos, para ver quiénes eran más guapos (valientes) y otra serie de sandeces por el estilo.

En la reunión, los diplomáticos cubanos plantearon abiertamente que en horas de la mañana habían resultado objeto de una agresión física en medio de la calle y por la tarde había sido asaltada la Embajada, a mano armada.En vista de que el Gobierno Dominicano era incapaz de ofrecerles garantías, pedían del Cuerpo Diplomático: Protección. 

Esta petición se sustentaba en base a que tan solo 300 metros, de distancia, mediaban entre la estación de policía más cercana y la casa de la Embajada. Que el ataque había durado más de dos horas y no habían sido capaces de intervenir. El Embajador del Perú dijo que, la reunión extraordinaria del Cuerpo Diplomático tenía por objeto considerar la solicitud presentada, debido a que se encontraban en peligro de muerte dos diplomáticos pertenecientes a dicho Cuerpo.

Uno de los Embajadores mencionó algo relativo a un convenio por el cual no era posible que un diplomático pidiera asilo en otra Embajada. “Claro que eso no puede estar contemplado en un tratado, porque es un completo absurdo”, dijo Riva Patterson. “Pero también es un absurdo que persigan a tiros a unos diplomáticos, dentro de su propia Embajada y que al final les intenten quemar vivos”.

La reunión se fue complicando, no sin razón, los diplomáticos cubanos se encontraban alterados. Fue entonces que Riva Patterson exclamó: “¡Qué tratado, ni que cojones!” Ante este exabrupto, el Embajador Sr. Pombo, de Argentina, hombre relativamente joven, de barba corta, de esas que se conocen con el nombre de chivo o perilla, se levantó, aproximándose a Riva Patterson y dijo dirigiéndose a los allí reunidos: “Vamos a descansar un momento, mientras yo hablo con el colega cubano”.“Ven conmigo. Vamos a beber algo, a la cocina, para refrescarnos”. 

Dirigiéndose ambos a la cocina, continuó diciendo: “No te preocupes colega, ya comprendo cómo te sientes, pero, para que estés tranquilo che, quiero decirte que cualquier cosa que acuerden esta partida de boludos, tu duermes esta noche en mi Embajada. A ver si se atreven también a asaltar la Embajada Argentina”. “¡Mirá, si tu sales a la calle, no llegás a la esquina!”.

Durante la reunión se recibieron varias llamadas del Ministerio de Relaciones Exteriores, citando a distintos Embajadores, con la evidente intención de interrumpirla. Al final, una numerosa representación del Cuerpo Diplomático se dirigió a la Cancillería.

A la reunión de la Cancillería asistió Juan José Díaz del Real. Mientras tanto, Riva Patterson permanecía en la Embajada del Perú.

A las ocho horas de la noche, llegaba a la Cancillería, la representación del Cuerpo Diplomático. Se esclarecieron muchos aspectos.

El Canciller Herrera Báez no había concedido ninguna entrevista a los cubanos para las tres de la tarde de aquel día.

Herrera Báez expuso su versión de los hechos. Los diplomáticos cubanos habían sido atacados en la calle. Santo Domingo se encontraba llena de refugiados cubanos que, lógicamente no simpatizaban con el gobierno de Fidel Castro.

Estos, actuando por su cuenta, habían atacado a los diplomáticos y él mucho que lo lamentaba.

“Hace poco”, dijo Herrera Báez, “en La Habana colocaron una bomba contra nuestra Embajada. Nosotros comprendimos que el Gobierno cubano no era el responsable, aunque sí exigimos que se tomaran las medidas pertinentes”. “Los sucesos de hoy”, continuó el Canciller, “son consecuencias de las luchas internas de Cuba, de las que el gobierno dominicano no es responsable. 

Tan pronto el Gobierno dominicano supo que estaban atacando a la Embajada, envió a las fuerzas de seguridad para protegerles”.

Dentro de su intervención de casi 20 minutos, dijo algo así como que probablemente los diplomáticos no se hubieran enterado de que hasta un carro blindado había sido enviado a lugar de los hechos.

Terminó diciendo que el Gobierno Dominicano garantizaba la vida, la seguridad y la libertad de movimiento de los diplomáticos cubanos. Se negaba rotundamente a acceder a la solicitud de asilo de los diplomáticos cubanos, que eso era un imposible y que las garantía las daba a título de su gobierno y personalmente.

Nuevamente en la Embajada del Perú y luego del informe de lo sucedido en la reunión de la Cancillería, el Sr. Varela llamó aparte a Riva Patterson y a Díaz del Real, para decirles que si ellos insistían en la petición de asilo, él tenía la seguridad que lo encontrarían en cualquier Embajada, pero que eso pondría al gobierno dominicano en una situación sumamente difícil, por lo cual, él (Varela) tenía la completa seguridad de que nunca saldrían de Santo Domingo, o por lo menos, hasta que Trujillo muriera. A continuación y de forma confidencial, le dijo a Riva Patterson:

“He hablado ya con el Generalísimo y me ha asegurado que ustedes no van a tener más problemas. Mi sugerencia es que acepten la palabra del Canciller y todo quedará resuelto de la mejor manera”.

El Ministro de Relaciones Exteriores dominicano, había invitado a los diplomáticos cubanos a hospedarse en el Hotel Embajador.
El Sr. Varela les acompañó hasta una suite de dicho hotel.
Allí les esperaba una fuerte custodia policial.


                                           Vista del Hotel Embajador

A tenor de las agotadoras emociones de un día tan dramático, era dudoso que pudieran dormir. El hotel se encontraba rodeado de soldados portando armas largas. Dos soldados a la salida del elevador y uno en cada puerta, a lo largo del pasillo que conducía a la suite.

En la puerta, un Teniente, que les saludó militarmente, diciéndoles que se encontraba a su entera disposición, pidiéndoles que, si deseaban salir a alguna parte, él tenía órdenes de acompañarles, como forma de protección. Solamente una condición:

Debían decirle a donde pretendían ir. De común acuerdo, decidieron comer algo en la propia habitación y acostarse luego. No tenían más ropa que la puesta y consideraron estúpido regresar a por las cosas personales. Se afeitaron, tomaron un baño, luego comieron algo encargado al servicio de habitaciones y a pesar de todo, consiguieron dormir.

Cuando llamaron a la puerta de la habitación, entre las siete y las ocho de la mañana del sábado día 6 de junio (faltando solamente 8 días para el desembarco de tropas proveniente de Cuba), ya se encontraban todos despiertos, menos Julio Cruz.

Una expresión de alivio apareció en sus rostros al advertir que era el Sr. Varela.
Otro tanto se advertía en la cara del Embajador al comprobar que sus colegas no habían sufrido nuevos quebrantos durante la noche.

Solicitaron una llamada a La Habana. Hablaron con el Viceministro Primelles, quién después de escuchar el relato de los acontecimientos les ordenó regresar a Cuba inmediatamente.

Finalizada la llamada, le informaron al Teniente que precisaban ir al buró de turismo del hotel para reservar los pasajes de avión.

Riva Patterson fue acompañado por el Teniente y dos soldados que permanecieron todo el tiempo a prudente distancia. Díaz de Real permaneció en la habitación junto con Julio y Ricardo.

Aquellos que no conocieron a la República Dominicana, en la "Era de Trujillo", les resultará difícil comprender la expectación que se produjo en el hotel. Hoy parecería una escena de un filme de acción.

En aquella época era totalmente normal que, en Ciudad Trujillo, luego que las emisoras de radio y la prensa escrita hicieran un simple señalamiento sobre una persona, fuera suficiente para considerarla muerta o desaparecida.

La salida del elevador, escoltado por tres militares armados fue un acontecimiento inusual, máxime cuando en los principales periódicos de esa mañana, aparecía la fotografía de Riva Patterson con una leyenda de "Asesino". «Esta es la fotografía del asesino filo- comunista, disfrazado de diplomático».

En el mismo periódico aparecía un artículo, que ocupaba casi la última página, en el cual un llamado «Ejército de Liberación» le había condenado a muerte y terminaba la sentencia diciendo: «Ejecútese dondequiera que pueda encontrarse». Al atravesar el vestíbulo del hotel, algunas personas corrieron, otras se asomaban desde detrás de las columnas.

Una jovencita les atendió en la oficina de turismo. En el momento en que fue abordada por el diplomático, "condenado a muerte", se encontraba leyendo el periódico «El Caribe».

La sonriente muchacha cambió la sonrisa, para una mueca helada. Aquella niña temblaba como hoja que se lleva el viento. Miraba la fotografía del periódico y nuevamente a la cara de su interlocutor, sin atinar a nada.

El Teniente, dándose cuenta de la situación le dijo: "Señorita, haga el favor de atender a su Excelencia”. La muchacha respondía afirmativamente, pero sus manos se negaban a responderle y no conseguía anotar lo que se le pedía. Un empleado de más edad acudió en su ayuda. Tomó nota de la solicitud y momentos más tarde informaba que no encontraba espacio disponible en ningún vuelo para La Habana. Por lo menos en un mes. Ante semejante sorpresa se le dijo que procurara reserva para México, Jamaica, Venezuela o cualquier otro país y que tratara de hacerles conexión para llegar a La Habana, lo más rápidamente posible.

Minutos después le daba exactamente la misma respuesta. Efectuó un último intento reservando para España, pero la respuesta del funcionario fue siempre la misma. «No había espacio disponible». 

Al principio, el Teniente insistió con el empleado, intentando ayudar, pero a la segunda negativa dejó de intervenir en el asunto, limitándose a permanecer, a cierta distancia, discretamente.

Se encontraban nuevamente reunidos en la habitación del hotel. Se había incorporado el Embajador del Brasil. Impusieron a ambos Embajadores la nueva situación y los dos coincidieron en su falta de extrañeza. Sabían, por experiencia, que ese era el método utilizado en la República Dominicana.

Fue entonces que, Riva Patterson, recordó el ofrecimiento realizado por el Embajador de los Estados Unidos Mr. Joseph Farland. 

Sin perder más tiempo telefoneó a Farland , el cual allanó todas las dificultades. Tampoco Farland se sorprendió ante aquel hecho. 

Mr. Farland tenía reservados, de forma permanente, cuatro asientos, en todas las líneas aéreas americanas. Por tanto, les cedía esos asientos a los colegas cubanos, siempre que quisieran volar a Miami y de allí a La Habana. 


                                 Embajador Joseph Farland

Nota: Farland fue embajador en República Dominicana 57/60, Panamá 60/63, Pakistán 69/72 e Irán 72/73. Comisionado por JFK para las conversaciones entre Panamá-EE.UU. En 1971concertó el encuentro secreto entre Kissinger y Chou En Lai que viabilizó la histórica visita de Nixon a China en el 72. Vinculado al influyente Center for Strategic and International Studies de Georgetown.
Este respetado diplomático falleció en 2007.


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miércoles, 12 de febrero de 2025

Sucedió en Ciudad Trujillo 1959







La Agresión

Circulaban por la acera, conversando, cuando dos personas les cerraron el paso. De momento pensaron que era una distracción habitual entre peatones. Mientras Julio se echaba a un lado, para dejarles pasar, ambas personas se interpusieron en el camino de Riva Patterson de forma inequívoca. Unos de los personajes llevaba el saco abierto, dejando ver la culata de una pistola 45.

“¿No es usted el Embajador de Cuba?”, preguntó uno de ellos. La conversación que sostenían ambos diplomáticos les había sustraído de la realidad en que se encontraban. De repente Riva Patterson, no sin esfuerzo, comenzaba a reaccionar. “Sí, soy yo”, respondió.

“Pues yo soy Ventura”, dijo uno de ellos. “Y este aquí, es Carratalá”.


                                                        Coronel Esteban Ventura Novo

“Efectivamente”, dijo Riva Patterson. “Sé perfectamente quienes son ambos”.

Esteban Ventura Novo, era considerado uno de los pilares represivos del gobierno de Fulgencio Batista (1952-1958).
Nacido en 1913, Ventura se desempeñó como agente policial desde finales de los años 30, pero adquirió notoriedad como jefe de la Quinta Estación de Policía de La Habana durante la etapa final del régimen batistiano. En 1958 ostentaba el grado de Coronel de la 
policía.

Al grupo operativo que dirigía Ventura se le atribuyen, entre otros, los asesinatos del abogado Jorge Cabrera Graupera --cuyo cadáver apareció brutalmente golpeado y torturado-- y del miembro del Movimiento 26 de Julio, Marcelo Salado, quien fue ametrallado en plena calle, en abril de 1958.

Carratalá ingresó en la policía como vigilante el 25 de noviembre de 1933, a los 22 años, y fue ganando ascensos en la medida en que sus crímenes y torturas servían para apoyar a los gobernantes de turno. Sin embargo, su meteórica carrera se produjo a partir del 10 de marzo de 1952, por el grado de comprometimiento que tuvo en el golpe castrense de Batista.


                                                         Conrado Carratalá Ugalde

Una de estos casos fue, el de José F. Fortuny Rodríguez, a quien detuvieron el 28 de diciembre de 1953, cuando salía del trabajo en la Vía Blanca. Lo llevaron al SIM y fue torturado por varios criminales, destacándose entre ellos Carratalá. Posteriormente, el cadáver apareció tirado en el reparto Buena Vista, Marianao.

Otro ocurrió a fines de 1956, cuando arrestaron al padre Ramón O’ Farril, acusado de ocultar a ocho jóvenes en el templo a su cargo. Los esbirros exigieron la delación. Su negativa determinó cuatro días de palizas y torturas. El sacerdote fue sacado del suplicio con los oídos sangrantes, las costillas fracturadas y ultrajada su dignidad. Habían participado, en el tormento del clérigo, el Brigadier Rafael Salas Cañizares y los oficiales Ventura y Carratalá.

“Quiero decirle”, continuó Ventura, “que yo necesito salir de éste país inmediatamente, porque no tengo dinero. En Cuba me lo robaron todo y necesito que usted me dé un pasaporte, pues me lo exigen para darme la visa”. Por el tono y los ademanes, los diplomáticos se percataron de que Ventura se encontraba algo entrado en tragos. Si la agresividad verbal que expresaba el personaje se uniera al record criminal que ambos poseían, unido a la pistola mal disimulada, resultaba imposible dejar de pensar que estaba siendo víctima de una agresión.

Riva Patterson introdujo su mano derecha en el bolsillo del pantalón, buscando el revólver que le había sido regalado.“Usted sabe muy bien, que no le voy a dar un pasaporte”, le dijo.“Pero es que yo soy cubano y tengo derecho a que me lo den”, replicó Ventura. “Y así no puedo salir de este país de mierda...”


                                                              Mario Riva Patterson

“Le repito que no le voy a dar ningún pasaporte. Ahora bien, si usted quiere ir a Cuba, para ello no necesita pasaporte. Basta que comunique su disposición y le estarán esperando”, le espetó Riva Patterson, en un alarde irresponsable bravuconería.

Pasados los años, se preguntaba el por qué se le había ocurrido semejante provocación. Tal vez hubiese sido la imperiosa necesidad de decir algo desagradable a aquellos dos connotados criminales.
Pero es que él no tenía instrucciones sobre qué hacer en caso de encontrarse con ellos aunque, por supuesto, le hubieran rondado más de una vez muchas ideas.

La mano derecha de Ventura la mantuvo siempre a la vista en espera de que se le ocurriese utilizar la pistola. La mano derecha propia estrangulaba el mango del Colt 38 en el bolsillo. A esa distancia era imposible errar el tiro. Riva Patterson era aficionado al tiro deportivo, habiendo ganado varios títulos y trofeos en la variante de “Defensa Mexicana”.

Ventura profirió una serie de insultos y malas palabras. Carratalá, que no había perdido detalle, lo agarró de un brazo, mientras Ventura continuaba vociferando. Entonces, Carratalá empujó a Ventura en dirección a la calle diciéndole: “Deja eso. Esto te va a traer problemas. Déjate de eso, que la situación no está para broncas con diplomáticos” y continuó así hasta que alcanzaron la acera opuesta.

Julio Cruz había permanecido a unos pasos de distancia, presenciando toda la escena. “Si te hubiera tirado, yo les hubiera matado. No me conocen y no sabían que veníamos juntos”.


                                                                     Julio Cruz

 horas de la tarde, intercambiando sus puntos de vista sobre lo acontecido, llegaron a la conclusión que en caso de que todo hubiera salido a pedir de boca. O sea que, si ellos hubieran aniquilado a Ventura y a Carratalá, resultando ambos ilesos, jamás hubieran salido vivos de Santo Domingo.

La tensión subió varios puntos aquella noche. Las llamadas y amenazas se incrementaron, los grupos y los automóviles alrededor de la casa igual. Sin embargo, al ser dos funcionarios en lugar de uno, la correlación de fuerzas había mejorado. Al menos intercambiaban impresiones y se acompañaban mutuamente. La casa de la Embajada no resultaba tan espeluznante en horas de la noche. En los primeros días de junio llegaban Juan José Díaz del Real y Ricardo Suárez.


                                                       Juan José Díaz del Real

Durante el año 1958, Juan José Díaz del Real había tomado parte en la elaboración del “Pacto de Caracas”. Pacto que llamaba a la unidad, a todos los movimientos que luchaban contra la dictadura de Fulgencio Bastista. Juan José Díaz del Real sustituiría a Mario Riva Patterson, pues se suponía que seis meses de continua tensión eran suficientes para un funcionario.

Ricardo Suárez se haría cargo de la parte cultural y Julio Cruz los asuntos consulares. En esos primeros días de junio se presentó en la Embajada un individuo que dijo deseaba hablar con el Embajador.


                                                               Ricardo Suárez

Fue recibido por Riva Patterson y Díaz del Real.
Pedía asilo político y decía que su vida corría peligro. Al preguntársele si pertenecía a alguna agrupación revolucionaria o si había realizado alguna actividad contra el gobierno, no logró una respuesta concluyente.

Decidieron preguntarle el porqué del pedido de asilo y las personas con las cuales se relacionaba. Tampoco aportó dato alguno. En esas condiciones no se le podía otorgar el asilo y de esa forma le fue informado. Según les pareció, se marchó muy contento. Le habían notado cierta preocupación en que le fuesen a conceder el asilo. Ambos diplomáticos llegaron a la conclusión que resultaba ser un intento de introducir una persona dentro de la casa con la finalidad de conocer sus movimientos. El día 4 de junio todavía no habían comunicado oficialmente la llegada del nuevo Embajador aunque, el gobierno dominicano con toda seguridad ya tenía conocimiento. De lo contrario no hubiera sido recibido en el aeropuerto por un funcionario de la Cancillería.




 

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lunes, 10 de febrero de 2025

Sucedió en Ciudad Trujillo 1959



                                          Días antes del asalto

Fue en los primeros días de mayo que Riva Patterson recibió la noticia de que llegaría un compañero llamado Julio Cruz, para hacerse cargo del despacho del consulado. Hacía ya tres meses que se encontraba en Santo Domingo, la mitad de ellos solo. La llegada de otro cubano era una alegría tremenda.

Julio Cruz era un muchacho joven, lleno de optimismo y fervor revolucionario. Recibió la explicación de la situación con un deje de escepticismo. Aun mucho más escéptico cuando se le convidó a sentarse en el banco de un parque, para evitar que fueran escuchados, en caso de haber sido instalados micrófonos en la Embajada. Según Julio Cruz, los otros dos compañeros llegarían el siguiente mes. Que Díaz del Real relevaría a Riva Patterson y Ricardo Suárez se haría cargo de de las cuestiones culturales.

Julio fue informado de que se había presentado la extradición de Batista y la reclamación para la devolución de los aviones. Fue puesto al tanto de la campaña sistemática contraria al gobierno de Fidel Castro y las continuas amenazas que le eran proferidas en su calidad de Encargado de Negocios, del grupo de personas que rondaba la casa de la Embajada, de los seguimientos diarios. En fin, que podía producirse una agresión en cualquier momento y que lo único que podían hacer para tratar de paliar la situación era mantenerse siempre en contacto, informar el itinerario siempre que necesitasen salir y la hora del regreso.Riva Patterson había sido citado urgentemente por el Canciller Herrera Báez, Ministro de Relaciones Exteriores de la República Dominicana.

Le estaba esperando y le pasaron inmediatamente al despacho del Ministro. Luego de los saludos protocolares, Herrera Báez le preguntó cómo se sentía en la República Dominicana.

Midiendo sus palabras, el diplomático cubano respondió que Cuba y Dominicana eran países de similar clima. Tan parecidos que en ocasiones le parecía estar en Cuba. Se quejó de las provocaciones telefónicas y las rondas nocturnas alrededor de la casa.

“¿Pero nadie le ha molestado? ¿No es cierto?”, pregunto el Canciller. En efecto, nadie le había molestado, si se le llamaba molestar, a una agresión física...Entonces, el Canciller tomó un trozo de papel, de una gaveta del escritorio y alargándoselo dijo: “Lea este papel, por favor.”

Se trataba de un cable de la Embajada Dominicana en La Habana, informando de un atentado dinamitero contra la casa de la Embajada, sin que se hubieran lamentado desgracias personales. “Qué le parece? Usted se queja de que lo molestan, pero nadie le ha puesto una bomba..., todavía.”

El diplomático cubano había sido sorprendido. No tenía información sobre lo ocurrido. No tuvo otra alternativa que disculparse, alegando que dicho atentando seguramente respondía a actividades en contra del nuevo gobierno y su satisfacción al no tener que lamentar víctimas. Finalizó su intervención expresando su seguridad en que la policía cubana descubriría y castigaría ejemplarmente a los culpables.

Herrera Báez, por su parte, dijo que ambos gobiernos tenían que velar por la seguridad de las respectivas Embajadas. Que la Embajada cubana en Ciudad Trujillo tenía una guardia permanente.

Riva Patterson respondió que él tenía entendido que ocurría lo mismo en la Embajada Dominicana en La Habana, pero que con toda seguridad, el Ministro tendría más información en ese sentido.

Algún tiempo después se enteraría que la bomba había hecho explosión en el patio interior de la Embajada Dominicana y que Porfirio Rubirosa y su esposa Odile habían salido de Cuba.

Dos días después de su llegada, Julio Cruz necesitó ir al banco para cambiar un cheque que llevaba para sus gastos de instalación. Dado a que la Embajada disponía de varias habitaciones Julio residía y continuaría residiendo en la casa.Se dirigieron al banco, situado en la parte vieja de la ciudad, en la calle Isabel La Católica.

                                             La Agresión

Circulaban por la acera, conversando, cuando dos personas les cerraron el paso. De momento pensaron que era una distracción habitual entre peatones. Mientras Julio se echaba a un lado, para dejarles pasar, ambas personas se interpusieron en el camino de Riva Patterson de forma inequívoca. Unos de los personajes llevaba el saco abierto, dejando ver la culata de una pistola 45.

“¿No es usted el Embajador de Cuba?”, preguntó uno de ellos. La conversación que sostenían ambos diplomáticos les había sustraído de la realidad en que se encontraban. De repente Riva Patterson, no sin esfuerzo, comenzaba a reaccionar. “Sí, soy yo”, respondió.

“Pues yo soy Ventura”, dijo uno de ellos. “Y este aquí, es Carratalá”.

“Efectivamente”, dijo Riva Patterson. “Sé perfectamente quienes son ambos”.

Esteban Ventura Novo, era considerado uno de los pilares represivos del gobierno de Fulgencio Batista (1952-1958).

Nacido en 1913, Ventura se desempeñó como agente policial desde finales de los años 30, pero adquirió notoriedad como jefe de la Quinta Estación de Policía de La Habana durante la etapa final del régimen batistiano. En 1958 ostentaba el grado de Coronel de la policía.

Al grupo operativo que dirigía Ventura se le atribuyen, entre otros, los asesinatos del abogado Jorge Cabrera Graupera --cuyo cadáver apareció brutalmente golpeado y torturado-- y del miembro del Movimiento 26 de Julio, Marcelo Salado, quien fue ametrallado en plena calle, en abril de 1958.

Carratalá ingresó en la policía como vigilante el 25 de noviembre de 1933, a los 22 años, y fue ganando ascensos en la medida en que sus crímenes y torturas servían para apoyar a los gobernantes de turno. Sin embargo, su meteórica carrera se produjo a partir del 10 de marzo de 1952, por el grado de comprometimiento que tuvo en el golpe castrense de Batista.

Una de estos casos fue, el de José F. Fortuny Rodríguez, a quien detuvieron el 28 de diciembre de 1953, cuando salía del trabajo en la Vía Blanca. Lo llevaron al SIM y fue torturado por varios criminales, destacándose entre ellos Carratalá. Posteriormente, el cadáver apareció tirado en el reparto Buena Vista, Marianao.

Otro ocurrió a fines de 1956, cuando arrestaron al padre Ramón O’ Farril, acusado de ocultar a ocho jóvenes en el templo a su cargo. Los esbirros exigieron la delación. Su negativa determinó cuatro días de palizas y torturas. El sacerdote fue sacado del suplicio con los oídos sangrantes, las costillas fracturadas y ultrajada su dignidad. Habían participado, en el tormento del clérigo, el Brigadier Rafael Salas Cañizares y los oficiales Ventura y Carratalá.

“Quiero decirle”, continuó Ventura, “que yo necesito salir de éste país inmediatamente, porque no tengo dinero. En Cuba me lo robaron todo y necesito que usted me dé un pasaporte, pues me lo exigen para darme la visa”. Por el tono y los ademanes, los diplomáticos se percataron de que Ventura se encontraba algo entrado en tragos. Si la agresividad verbal que expresaba el personaje se uniera al record criminal que ambos poseían, unido a la pistola mal disimulada, resultaba imposible dejar de pensar que estaba siendo víctima de una agresión.

Riva Patterson introdujo su mano derecha en el bolsillo del pantalón, buscando el revólver que le había sido regalado.“Usted sabe muy bien, que no le voy a dar un pasaporte”, le dijo.“Pero es que yo soy cubano y tengo derecho a que me lo den”, replicó Ventura. “Y así no puedo salir de este país de mierda...”

“Le repito que no le voy a dar ningún pasaporte. Ahora bien, si usted quiere ir a Cuba, para ello no necesita pasaporte. Basta que comunique su disposición y le estarán esperando”, le espetó Riva Patterson, en un alarde irresponsable de bravuconería.

Pasados los años, se preguntaba el por qué se le había ocurrido semejante provocación. Tal vez hubiese sido la imperiosa necesidad de decir algo desagradable a aquellos dos connotados criminales.
Pero es que él no tenía instrucciones sobre qué hacer en caso de encontrarse con ellos aunque, por supuesto, le hubieran rondado más de una vez muchas ideas.

La mano derecha de Ventura la mantuvo siempre a la vista en espera de que se le ocurriese utilizar la pistola. La mano derecha propia estrangulaba el mango del Colt 38 en el bolsillo. A esa distancia era imposible errar el tiro. Riva Patterson era aficionado al tiro deportivo, habiendo ganado varios títulos y trofeos en la variante de “Defensa Mexicana”.

Ventura profirió una serie de insultos y malas palabras. Carratalá, que no había perdido detalle, lo agarró de un brazo, mientras Ventura continuaba vociferando. Entonces, Carratalá empujó a Ventura en dirección a la calle diciéndole: “Deja eso. Esto te va a traer problemas. Déjate de eso, que la situación no está para broncas con diplomáticos” y continuó así hasta que alcanzaron la acera opuesta.

Julio Cruz había permanecido a unos pasos de distancia, presenciando toda la escena. “Si te hubiera tirado, yo les hubiera matado. No me conocen y no sabían que veníamos juntos”. 

En horas de la tarde, intercambiando sus puntos de vista sobre lo acontecido, llegaron a la conclusión que en caso de que todo hubiera salido a pedir de boca. O sea que, si ellos hubieran aniquilado a Ventura y a Carratalá, resultando ambos ilesos, jamás hubieran salido vivos de Santo Domingo.

La tensión subió varios puntos aquella noche. Las llamadas y amenazas se incrementaron, los grupos y los automóviles alrededor de la casa igual. Sin embargo, al ser dos funcionarios en lugar de uno, la correlación de fuerzas había mejorado. Al menos intercambiaban impresiones y se acompañaban mutuamente. La casa de la Embajada no resultaba tan espeluznante en horas de la noche. 

En los primeros días de junio llegaban Juan José Díaz del Real y Ricardo Suárez.

Durante el año 1958, Juan José Díaz del Real había tomado parte en la elaboración del “Pacto de Caracas”. Pacto que llamaba a la unidad, a todos los movimientos que luchaban contra la dictadura de Fulgencio Bastista. Juan José Díaz del Real sustituiría a Mario Riva Patterson, pues se suponía que seis meses de continua tensión eran suficientes para un funcionario.

Ricardo Suárez se haría cargo de la parte cultural y Julio Cruz los asuntos consulares. 

En esos primeros días de junio se presentó en la Embajada un individuo que dijo deseaba hablar con el Embajador.

Fue recibido por Riva Patterson y Díaz del Real.
Pedía asilo político y decía que su vida corría peligro. Al preguntársele si pertenecía a alguna agrupación revolucionaria o si había realizado alguna actividad contra el gobierno, no logró una respuesta concluyente.

Decidieron preguntarle el porqué del pedido de asilo y las personas con las cuales se relacionaba. Tampoco aportó dato alguno. En esas condiciones no se le podía otorgar el asilo y de esa forma le fue informado. Según les pareció, se marchó muy contento. Le habían notado cierta preocupación en que le fuesen a conceder el asilo. Ambos diplomáticos llegaron a la conclusión que resultaba ser un intento de introducir una persona dentro de la casa con la finalidad de conocer sus movimientos. El día 4 de junio todavía no habían comunicado oficialmente la llegada del nuevo Embajador aunque, el gobierno dominicano con toda seguridad ya tenía conocimiento. De lo contrario no hubiera sido recibido en el aeropuerto por un funcionario de la Cancillería.

                                       El Asalto

Debido a que Riva Patterson tenía programado el regreso para el sábado día 6 de junio de 1959, habían planificado para ir el viernes 5 al Banco de las Reservas, situado en la calle comercial "Isabel La Católica", para allí realizar el reconocimiento de la firma de Díaz del Real.

Los dos funcionarios se movían a paso ligero por la acera. Se encontraban a escasos cincuenta metros del banco. Una vez terminada la gestión se encaminarían hacia la oficina de correos para imponer las usuales circulares al cuerpo diplomático, notificando la toma de posesión de Díaz del Real como Embajador de Cuba.

Eran las 9:55 de la mañana, se encontraban frente a la entrada del banco y la temperatura comenzaba a dejarse sentir. "Por aquí hay que andar con mucho cuidado. Andan sueltos los esbirros de Batista", le decía Riva Patterson a Díaz del Real, disponiéndose a entrar, cuando un grupo de individuos, en camisas deportivas, interceptó a los diplomáticos.

¿”Ustedes son cubanos"? No esperaron respuesta. Los atacaban físicamente. Aparentemente no conocían a Díaz del Real, pues los atacantes dirigían todos sus esfuerzos contra Riva Patterson. Un certero puñetazo le rompe los espejuelos.

Los cristales rotos le provocan una pequeña herida muy cerca de la ceja izquierda. Pierde el equilibrio y cae al suelo. Por enésima vez en su vida sentía la angustia de no ver bien. No era problema de lentes. Riva Patterson había nacido estrábico. 

Aunque había sido operado a los 18 años, del ojo izquierdo solo tenía un 18% de visión, defectuosa.

En pocos segundos había recibido varias patadas provenientes de diferentes direcciones. Su única preocupación era alcanzar a tiempo el revólver.

Díaz del Real, de recia estructura física, se encontraba acorralado contra la pared, mientras pateaban brutalmente a su colega. Con rápido movimiento se deshizo de los que le bloqueaban el paso, sacando un revólver calibre 38. Por su parte Riva Patterson lograba voltearse sobre la acera empuñando el suyo. Sonaron dos disparos casi al unísono.

A corta distancia, en una sospechosa neutralidad, agentes de la policía trujillista presenciaban el atentado sin ánimo aparente de intervenir. Cuando se escucharon los tiros, viendo que los diplomáticos se sacudían de encima a los agresores, entraron en acción. Uno de los guardias del banco, revólver en mano, atraído por las detonaciones, se asomó a la puerta.

"Somos diplomáticos", le dijo Díaz del Real, "déjenos pasar".

Como ganado en estampida, los agresores huían. La policía se aproximaba cautelosamente. Revólveres en mano, los diplomáticos consiguieron entrar a las dependencias del banco. Detrás de ellos la policía con un Coronel al frente.

Les arrinconaron contra una de las esquinas del salón grande del banco conminándoles a acompañarles de inmediato. Desde la puerta principal, bajo la mirada benévola de los sabuesos de Trujillo, uno de los agresores gritaba: "No saldrán vivos de Santo Domingo. Les vamos a cortar la cabeza". Uno de los policías lo apartó, con violencia. El agresor, esbirro batistiano sin duda, comenzó a explicarle que uno de los atacantes había recibido un balazo. Ambos diplomáticos discutieron violentamente con el Coronel. Exigían que la policía detuviera a los agresores y no a ellos que eran los agredidos. Los diplomáticos cubanos no pretendían ir a ninguna parte, que no fuera la Cancillería para dar parte de aquel atentado.

No pasó mucho tiempo y ya caían en cuenta que el Coronel sabía perfectamente que eran diplomáticos cubanos. Les pedían que entregaran las armas.

Al cabo de un rato y luego de mucha discusión, aceptaron que un carro patrulla les llevara hasta la Cancillería.
No entregaron las armas.
Ya en el patrullero, notaron que los conducían para la Jefatura de la Policía.

El carro patrulla estacionó en el patio central de la Jefatura de Policía. Se aproximaron tres uniformados que les ordenaban bajarse del automóvil inmediatamente. Los diplomáticos cubanos, más que conservando la calma, intentaban ganar tiempo diciéndoles que no se iban a bajar. Que el Coronel les había prometido que los llevarían a la Cancillería y que aquello era una fortaleza. Se encontraban en la Fortaleza Osama*

Uno de los policías comenzó a vociferar y otro le decía: "Sácalos a patadas. ¿Qué cojones se han creído?" El que parecía más viejo de los dos le dijo al otro: "Mejor sácalos tu. ¿No ves que son diplomáticos y luego ellos se arreglan y nosotros quedamos cagados? Yo por lo menos no los saco por la fuerza".

Un oficial descendió del carro patrulla y penetró en el establecimiento. Los cubanos aguantaron más de media hora, dentro del automóvil, bajo el sol abrasador del mediodía caribeño, hasta que al fin se oyeron toques de corneta.

En el portón apareció un personaje de aspecto prócer, vistiendo uniforme militar entorchado. Se trataba del General Hermida. ¿”Quisieran ustedes entrar a mi despacho, caballeros”?, habló Hermida en tono meloso. "Además, así puede usted lavarse la cara y que lo vea un médico, ya veo que tiene una herida", dijo refiriéndose a Riva Patterson. Ya en el despacho, de forma amable les abrumó de excusas y pretextos. "Serán respetados, en su condición de diplomáticos", aseguró. Dijo haberles arreglado una entrevista con el Canciller para las tres de la tarde. ¿Podrían mostrarme sus armas?, preguntó.

No había inconveniente. El jefe policial examinó los revólveres, comprobando que cada uno tenía una cápsula disparada. Les sacó las demás balas y los colocó sobre la mesa."Voy a quedarme con ellos, por el momento", manifestó con una sonrisa. "Se los devolveremos más tarde", dijo. No era el momento oportuno para prolongar las discusiones. Optaron por dejar que los acontecimientos siguieran su curso. Por mucha que fuera la irresponsabilidad de Trujillo no parecía factible que pretendiera vulnerar la inmunidad diplomática.

Los diplomáticos cubanos le relataron su versión de los hechos. 

Hermida les ripostó:

"Las versiones que me han llegado, dicen que ustedes han matado a uno de los asaltantes y que un niño resultó herido”. “Allí no había ningún niño", dijo Díaz del Real.

* La Fortaleza Ozama es la más antigua construida en América. Ubicada en la ribera del río del mismo nombre, su construcción comenzó en el año 1502 y no fue terminada hasta el 1508, por Fray Nicolás de Ovando quien era el gobernador de la isla. Esta fortaleza se levantó con el objetivo de proteger la ciudad de los ataques de piratas.

"Al parecer se trataba de un grupo de refugiados cubanos, que como ustedes deben saber, se encuentran activos y tratando de organizarse", continuó Hermida. "Voy a tomar medidas para evitar estos problemas", sentenció. Les comunicó que un automóvil los llevaría a la Embajada y que tan pronto tuviera más noticias les llamaría para que fuesen a verlo o él visitaría la Embajada. Les acompañó hasta la puerta.

Pasada la una de la tarde se encontraban de regreso en la Embajada. Julio y Ricardo estaban asustadísimos. Habían escuchado, por radio, la versión oficial del incidente del banco.

Según las informaciones, habían resultado heridos, un exiliado cubano llamado Luis Pérez Villavicencio y un niño dominicano de nombre Ovidio Méndez. Entre las explicaciones de lo verdaderamente sucedido, iban analizando la situación en que se encontraban.

La primera medida que tomaron, fue comunicarse con el decano del Cuerpo Diplomático, el Sr. Varela, Embajador del Perú, para informarle sobre la agresión de que habían sido objeto.
Terminada la conversación con el Sr. Varela, sonó el timbre del teléfono.

El interlocutor decía ser el Procurador General de la República (fiscal), citándoles de forma inmediata, a presentarse en su oficina, para aclarar los sucesos del Banco, donde había fallecido un ciudadano cubano. Si aquella persona tenía algo que tratar, sería recibido con mucho gusto en la Embajada, pero que, como Procurador, él debía saber perfectamente que ninguna autoridad judicial tiene facultades para citar a un diplomático. Que, en todo caso se dirigiera al Ministerio de Relaciones Exteriores exponiendo su interés.

Poco después de esa llamada, recibieron otra del Sr. Varela anunciándoles su visita. Cinco minutos más tarde estacionaba el automóvil del Sr. Varela, frente a la casa de la Embajada cubana, con la bandera peruana desenfundada en el asta que lleva el guardafangos, tal y como procede durante las recepciones oficiales.

Esto fue una total sorpresa para Riva Patterson. Varela siempre llegaba caminando. Existían unos cien metros entre una casa y la otra. Se le notaba nervioso. Tenía las manos frías. El Sr. Varela les preguntó si habían recibido alguna llamada para ir a visitar a alguien. Al confirmársele positivamente dijo: “¡No vayan! No vayan!”. “El procurador sabe que ustedes tienen extraterritorialidad y que no les pueden procesar. No salgan hoy a ninguna parte”.

Poco después de decirles que no salieran, el Sr. Varela se marchó. Al despedirse le apretó la mano a Riva Patterson diciéndole:

“Cuídese y recuerde que puede contar conmigo”.

Nunca pudieron olvidar la expresión de Varela en aquel momento. Era un hombre distinguido, de modales finos, un típico representante diplomático latinoamericano de la época. Los cuatro cubanos no supieron más de él de lo que conocieron en Ciudad Trujillo, pero la impresión que les produjo fue esa. La de ser un hombre honesto, con ese sentimiento contradictorio de la honestidad que tienen los seres humanos, capaces de relacionarse con Dios y con el Diablo, pero que en un momento determinado les hace actuar correctamente.

Indudablemente existen personas que son más agradables que otras. La única lógica posible, si es que existió alguna en todo este proceso, es que siendo el Sr. Varela amigo personal de Trujillo, se complaciera en conversar largas horas con un matrimonio (diplomáticos de carrera), de clase social media, “enamorados de una revolución nacionalista y de justicia social”, recién llegados de Cuba.

Varela mostraba un interés enorme escuchando todos los relatos sobre lo que estaba ocurriendo en la mayor de las Antillas. ¿Por qué no habrían de serles simpáticos, a un matrimonio mayor de diplomáticos de carrera? Tampoco se puede olvidar que los acontecimientos relatados se desarrollaban durante los primeros cinco meses del mes de enero de 1959.

Aun el régimen, que Fidel Castro luego impondría (a sangre y fuego) al pueblo cubano, no se había declarado tan siquiera socialista. Continuaba siendo una revolución nacionalista y agraria.
Lo de anti-imperialista aún no había llegado. La famosa emisora
radial cubana “Radio Reloj”, transmitía la noticia de la agresión sufrida por los diplomáticos cubanos.

Eso ocurría, en el intervalo de tiempo entre la agresión mañanera y el regreso a la casa de la Embajada cubana.
Radio Reloj informaba que los diplomáticos se encontraban bien.

Al escuchar la noticia, Gloria Amelia decidió llamar por teléfono a Ciudad Trujillo. Logró hablar con Riva Patterson, que le dice que se dirigiera hacia el Ministerio de Relaciones Exteriores en compañía de su hermano Armando y que le dijera al Ministro Agramonte que tenían que regresar los cuatro. Que resultaba imposible la permanencia en Santo Domingo. Esta comunicación telefónica sucede minutos antes de comenzar el asalto a la Embajada.
 

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Sucedió en Ciudad Trujillo 1959

                                                                    Epílogo Solo después de la muerte de Mario Riva Patterson, ocurrida en ...