jueves, mayo 7, 2015
Por: Paulino Alfonso
Túnel al costado del Castillo del Príncipe, La Habana (foto de Internet)
LA HABANA, Cuba. -Creados por Fidel Castro en los años 80, tal vez presintiendo la caída de la Unión Soviética, los túneles para la defensa motivaron hasta bien entrados los años 90 inmensas movilizaciones y el gasto de enormes de recursos humanos y materiales.
Olvidados por los eternos trajines que tenemos los cubanos para resolver
nuestro principal problema, la alimentación, pocos reparan en cuál fue su
destino.
Hace unos días me tropecé con un antiguo compañero de trabajo, quien ocupó
un cargo de dirección en la construcción de aquellos túneles.
Como la sorpresa fue placentera para ambos y mi amigo había recibido
recientemente una ayuda económica de su hija, quien reside en Francia, me
invitó a unos tragos en su casa, que luego se convirtieron en un almuerzo
creado por las mágicas manos de su esposa.
Mientras esperábamos por la colación, le pregunté por el destino de los “túneles
de la guerra de todo el pueblo”.
Me preguntó si yo estaba preparado para oír una historia tragicómica. Como
el almuerzo se demoraba, asentí y me dispuse a oírlo.
Como es sabido, los túneles comenzaron a partir de un discurso de Fidel
Castro, el cual nos pintó una inminente guerra que el imperialismo desataría
contra Cuba con el fin de destruir y cito “el último bastión del socialismo
mundial”.
De ahí salió el nombre de otro ‘cuento': la Operación Bastión, que duró
cerca de 5 años.
Para no abusar de la paciencia del lector, solo algunos datos que me dio mi
amigo y que se corresponden solo a La Habana.
En la construcción de los túneles, repito, solo en La Habana, participaron
cerca de 32 000 hombres y mujeres, lo que solo fue posible tras haber
paralizado primero todo el programa de construcción de viviendas, y más tarde
el resto de la actividad constructiva en general.
Esta cifra incluyó cerca de 8 000 pobladores de las provincias
orientales desocupados, con los que se constituyeron los tristemente famosos
contingentes de la construcción.
Todas las plantas de hormigón se pusieron en función de esta operación para
apoyar estas construcciones. Se consumieron cerca 230 000 metros cúbicos de
hormigón, lo que equivale a dos millones de sacos de cemento, y toda la
producción de dos años y medio de cabillas de la Antillana de Acero.
Esas cabillas, la arena y el cemento buena falta hacían ya desde entonces
para evitar derrumbes y el deterioro general del fondo habitacional.
También se invirtió no menos de 850 toneladas de las reservas de
combustibles del ya por entonces maltrecho ejército castrista, después de 1991,
para reforzar el escaso petróleo que aún nos suministraba Rusia como
cumplimiento del contrato con la desaparecida Unión Soviética (URSS).
Túnel tapiado por desuso (foto de Internet)
“Recuerda”, me dijo mi amigo, “que esa fue la época de las bicicletas chinas y los policías a pie”.
Los túneles consumieron casi el 50% de toda la reserva de tiempo de guerra para la alimentación de estos constructores.
Al término de este proyecto, se había excavado cerca de 600 kilómetros de túneles debajo de La Habana.
“Total”, me dijo mi amigo, “ninguno sirvió para nada, excepto uno de ellos, en La Víbora, que se usa como discoteca, lo llaman El Túnel, y otro en El Vedado, dedicado al cultivo de champiñones con la esperanza de venderlos al turismo. Casi todos los demás están sellados”.
Ya con el olor del almuerzo presente, le hice a mi anfitrión la pregunta final: ¿Por qué se terminó el programa?
La respuesta me dejó estupefacto: “Porque comenzaba el cuento del niño Elián”.
Y resumió, mientras me invitaba a sentarme a la mesa antes de que se enfriara el almuerzo:
“Por ser jefe, no me fue tan mal como a casi todos los demás, que cuando los túneles comenzaron, construían sus casas y que al término de este cuento, fueron devueltos a sus empresas para ver como allí les resolvían el problema. Así de fácil.
A mí y a otros cuadros nos dieron como premio apartamentos como este donde tú estás ahora”.
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