Memorias
Conocí a Fidel personalmente en1960, en ocasión del
Congreso del Partido Socialista Popular –el anterior Partido Comunista de Cuba.
Debido a la imposibilidad de pasar por España y la
inexistencia en aquel momento de líneas aéreas entre Cuba y la URSS, tuve que
dar media vuelta al mundo para llegar a la Perla del Caribe.
El desembarco en La Habana me compensó de los
avatares. Me encontré allí con mi viejo
amigo, González Jerez y su compañera, con Ramón Soliva, Francisco Ciutat y un
grupo de militares del Ejército Re-publicano español que trabajaban como asesores* del naciente
Ejército Popular de Cuba, y con lo que quedaba del exilio republicano, entre otros
con el diputado del período de la República, Jerónimo Bugeda, que por entonces
hablaba con simpatía de la Revolución Cubana.
Era un momento de gran euforia en
Cuba: aún se notaba muy poco el bloqueo**; se hablaba de «la Revolución con
pachanga» queriendo significar que se trataba de una revolución cálida y
alegre, que se correspondía con el carácter generoso y abierto del pueblo
cubano. No se percibía por ninguna parte temor y lo de «paredón» tenía más de
retórica*** que de realidad.
Conocí y hablé primero con Raúl
Castro y con el Che Guevara.
Vi a Fidel en unión de Juan Rejano la noche antes que
partiera hacia New York para participar en la Asamblea de la ONU, donde pronunciaría
un resonante discurso.
No sé si había dormido la noche anterior; en aquellas
fechas descansaba muy poco. Era un verdadero gigante,
una fuerza de la naturaleza. Tenía la cabellera y la barba rojizas, y de
cuando en cuando, se metía la barba en la boca y la mordía.
Estuvimos toda la noche charlando y nos separamos a la
mañana siguiente, cuando iba a prepararse para partir a Estados Unidos.
Lo primero que me comentó fue el incidente que había
tenido con el Embajador franquista Lojendio, quien había incurrido en la
impertinencia de presentarse en televisión,(1) e interrumpir una emisión en la que Fidel estaba hablando, en ruptura con todos
los usos diplomáticos. Fidel aprovechó la oportunidad para mostrar su
hostilidad a la dictadura que sufríamos en España. Fidel, hijo de emigrantes
gallegos, insistía mucho en que aquella era una «revolución española».
Exactamente lo que quería con eso era diferenciarla de
otras revoluciones de este siglo; indicar que era algo diferente. «Una
revolución que habla en español», repetía como diciéndole a algún espectador
invisible: «no busques aquí manos extrañas a Cuba: conspiraciones
internacionales, maniobras extrañas; esto que pasa es algo auténtico y
exclusivamente cubano».
(1)
Nota
(1):- En aquella ocasión, Castro acusó a la Embajada española
de ser un nido de conspiradores y de prestar ayuda logística a quienes
militaban activamente contra la revolución. En estos días de galerna
hispano-cubana, funcionarios cubanos aludieron también a la "cierta
complacencia" del embajador español con la entrada de personas en
solicitud de asilo. Representantes españoles recordaron entonces que la
Embajada constituía un refugio para los españoles que se sintieron perseguidos
por la policía. Tras el agarrón entre Lojendio y Castro, las relaciones
se rebajaron a nivel de encargado de negocios durante 10 años, aunque continuó
un intercambio comercial discreto pero mutuamente aceptable. El general Franco,
pese a todo, nunca premió al impetuoso embajador ni su estrafalaria defensa de
los intereses españoles.
Al tiempo que conversaba conmigo
y con Juan Rejano, Fidel preparaba el discurso que iba a pronunciar ante la ONU
de un modo muy singular. No es que tomara notas; tenía sin duda una memoria privilegiada
y en el curso de la noche se levantó varias veces y nos fue repitiendo lo que
pensaba decir, párrafos enteros improvisados durante la conversación, entre los
cuales estaba uno en el que pensaba condenar al régimen franquista y de la
solidaridad cubana con el pueblo español.
Desde luego, la revolución era genuinamente cubana:
una improvisación maravillosa, en la que no se repetían recetas y en que creatividad e ingenuidad se hermanaban frecuentemente;
allí sí «se hacía camino al andar». Yo estaba subyugado por aquel ambiente.
Me percataba de la sinceridad y honradez de Fidel, un hombre que respondía de
sus palabras con su propia vida.
Lo que había comprobado Fidel es que los norteamericanos no iban a consentirlo, no iban a tolerar
que en su «patio trasero» se desarrollaran movimientos que rompiesen la
dominación yanqui.
Tuvo que buscar aliados y los encontró en la URSS y en
el grupo de países del llamado campo socialista.
Los nuevos aliados también crearon problemas.
En febrero de 1968 yo hice una de
mis visitas a La Habana, acompañado por Carmen, coincidiendo con que Zhivkov,
el dirigente búlgaro, anulaba un viaje suyo a la isla.
La anulación se debió a una gestión de los soviéticos que también
desaconsejaron mi viaje (2).
(1)
Nota (2):- La
Unión Soviética y, por carácter adyacente, el resto del “campo socialista”
presionaban a Fidel Castro para que se mantuviese dentro del status
estalinista, muy comprometido desde la Crisis de Octubre.
La campaña del “Che” Guevara, (muerto en octubre de 1967)
sobre la creación de “dos, tres, muchos Viet Nam”, chocaba con la política de
la “coexistencia pacífica”. (fin de la nota)
El mes de febrero es uno de los mejores para visitar
La Habana. No hacía ni frío ni demasiado calor. Pero el clima político sí era
«caliente». Yo sabía que disgustaba a los
soviéticos y que podía no satisfacer a los cubanos.
Me encontré con Fidel al llegar y esa tarde, conduciendo
personalmente su jeep, me llevó a la
sierra de los Órganos donde estaban realizando uno sus planes agrarios.
Volvimos a La Habana ya de noche y cenamos juntos en la residencia donde nos
habían alojado.
Allí me tocó recibir un tremendo
chaparrón dialéctico. Un Fidel desencadenado arremetía contra la Unión
Soviética de Brezhnev, Kosyguin y Podgorny y su
comportamiento con Cuba*******, me decía: « ¿Revolucionarios estos?». Nietos de
revolucionarios, que no es lo mismo. Hasta ahí no me hubiera costado trabajo
seguirle lanzado como estaba, se extendió en críticas a la NEP y llegó a
censurar hasta la paz de Brest-Lítovsk.
Hablaba de la incondicionalidad a
la URSS de los que él llamaba «viejos comunistas», entre los
que indudablemente me incluía, considerándonos como gentes sin criterio propio.
Poco a poco yo fui calentándome
también y respondiendo a aquellas de sus críticas que consideraba
injustificadas. Mientras mi mujer, impresionada por la escena, nos oía en silencio.
La discusión, muy acalorada, duró hasta cerca de las
dos madrugada, en que se marchó diciéndome: «Bueno, esta es una discusión entre
compañeros. Perdona si he estado fuerte».
A las nueve de la mañana del día siguiente, cuando
estaba desayunando, se presentó Fidel, inesperadamente. Traía debajo del brazo
une norme dossier y se disculpó por el acaloramiento de la noche anterior. Estaba
–me dijo– muy encabronado con los soviéticos. —Te
he traído –añadió– el discurso que he pronunciado ante la última reunión del
Comité Central.
Es un documento que no conoce
nadie. Se refiere a las relaciones entre Cuba y la URSS. Y en
el CC hemos acordado que si alguno filtra su
contenido será severamente sancionado. Pero quiero que lo leas porque así
comprenderás mi enfado. Te lo dejo y esta tarde, cuando lo hayas leído volveré
y hablaremos.
En efecto, me quedé con el texto
larguísimo y dediqué el día a leerlo. Se trataba del alegato más fuerte jamás
leído por mí contra la dirección soviética, que había incumplido
muchos de los acuerdos comerciales con Cuba, creándole situaciones difíciles.
Se juzgaba además de manera muy negativa
el episodio de los misiles y diversos momentos de las relaciones entre ambos,
en algunos de los cuales había intervenido, personalmente por la parte cubana,
Che Guevara.
Aparte de las derivaciones ideológicas y políticas que
le daba a los hechos, lo importante era que Cuba no recibía suficiente trigo y
petróleo, que por falta de piezas de recambio la aviación militar no estaba en
condiciones de volar, que había sido necesario enterrar los tanques por las
mismas razones, para utilizarlos como posiciones de artillería inmóviles y que
para el colmo les habían montado la microfracción de Aníbal Escalante****.
Cuando regresó por la tarde tuvimos ya una
conversación tranquila. El razonamiento que
yo le oponía es que enfrentados a Estados Unidos, rotas ya las
relaciones con China, si rompía también con la URSS ¿cómo iban a sostener la
Revolución Cubana?
Fidel era consciente de que eso
iba a colocarlos en una situación difícil, pero consideraba que, con todo, la Revolución resistiría esa prueba.
Mi relación con Fidel siguió siendo amistosa. Una de
las últimas veces que le vi fue en vísperas de la visita del entonces
presidente Adolfo Suárez a Cuba.
No tenía ningún encargo ni oficial ni oficioso de
preparar el viaje. Pero de algún modo contribuí, aunque sea modestamente, a su
éxito.
Hace años que no veo a Fidel.
Mi dimisión como secretario general del PCE terminaba
con la razón oficial de nuestras relaciones. Y entre
los dirigentes comunistas es raro que las relaciones personales sobrevivan a
las oficiales; los sustitutos celosos considerarían menoscabo a su
papel esa supervivencia. Además, una vez dimitido, los países del «socialismo
real», que ayudaban a Cuba –con excepción de China
y Corea– me retiraron la escasa relación, puramente oficial, que
mantenían conmigo, respuesta por otro lado lógica a mis opiniones sobre ellos.
Sin embargo, quedó como un hilo tenue con Cuba, los Cohíbas
que he seguido recibiendo de Fidel.
Con ese hilo o sin él yo sigo
defendiendo la Revolución Cubana y pensando que el comportamiento occidental
con la Cuba de Fidel es es-candaloso. Y más todavía el del gobierno de mi país.
Hace falta mucha hipocresía para hablar de falta de democracia en Cuba cuando
se mantienen las más cordiales relaciones con la autocracia feudal marroquí, por
citar un ejemplo. Es vergonzoso querer hacer capitular por el bloqueo***** y el
hambre a un pueblo****** que ha demostrado ya su orgulloso empeño en defender
la libertad e independencia, y que, además, es nuestro hermano de sangre.
Santiago Carrillo:
Memorias,
Editorial Planeta, Barcelona, España, 1993, pp.
527-533.
*Asesores por parte
de la Unión Soviética
**Embargo económico
impuesto al régimen totalitario, en octubre de 1960, por parte del gobierno de
los Estados Unidos.
***Carrillo debe
haber hecho una comparación con los fusilamientos de la guerra civil española.
****Microfracción:-
Organizaciones Revolucionarias
Integradas (ORI) fue la agrupación política
dirigida por Aníbal Escalante, creada en julio de 1961 (Fidel Castro pone en
manos de la dirección país a un comunista. La Crisis de Octubre es en 1962),
para unir a los Movimiento 26 de Julio dirigido por Fidel Castro,
al Partido Socialista Popular
(PSP) dirigido por Blas Roca, y al Directorio Revolucionario 13 de Marzo
dirigido por Faure Chomón. Cabe señalar que el 26 de marzo
de 1962
se realiza el llamado primer proceso a Escalante, proceso
judicial en donde, Aníbal Escalante es acusado de sectarismo.
A mediados del año 1966 dio comienzo el segundo proceso a Anibal Escalante.
En su informe, Raúl
Castro hace saber que en se habían detectado críticas a Fidel Castro y a su línea
ideológica, por parte de los viejos militantes del PSP. El proceso culmina con
la disolución de las ORI, quedando severamente desprestigiados algunos de los
veteranos militantes comunistas, arrastrados por el ingrato papel que los
soviéticos impusieron a Castro durante la Crisis de
Octubre
*****Embargo
económico.
******Léase,
régimen.
*******Léase su
régimen.
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