Bombardero B-47
En la noche del día 26 de octubre de 1962 Fidel Castro apareció en la
embajada soviética. Su objetivo consistía en enviar directamente un mensaje a
Kruchev. Comenzaba a interiorizar que lo habían manipulado y pretendía que
Kruchev se mantuviera firme, sin errores (ya habían cometido demasiados) y las
vacilaciones de las últimas 48 horas tenían a Fidel Castro muy intranquilo.
En el mensaje le decía a Kruchev que era inminente la agresión contra el
régimen que pretendía imponer al pueblo de Cuba. Insistió en que la invasión
significaba la guerra contra la URSS y que los norteamericanos tomarían la
iniciativa asestando un golpe nuclear antes que los soviéticos reaccionasen.
Insistió en que no debían repetirse los errores de la SGM (no dejarse
sorprender) y que los soviéticos no debían permitir que fueran los
norteamericanos quienes golpeasen primero.
En fin, los exhortaba a utilizar el arma nuclear.
Como no podía ser de otra manera, Kruchev entendió que la paranoia de Fidel
Castro iba más allá de las posibilidades reales. No le estaba conminando a
tomar medidas convencionales. Le pedía asestar el primer golpe nuclear.
No se trataba de errores de traducción, como nos quieren hacer ver los
“historiadores” del régimen. Efectivamente, la tensión nerviosa era grande,
pero los dirigentes soviéticos habían vivido, en carne propia la devastadora
guerra y no estaban dispuestos a entrar en una de incalculables consecuencias.
Mucho menos por un personaje que no tenía idea de las consecuencias de una
guerra descomunal, como había sido la SGM.
El día 27 de octubre las fuerzas de aire, mar y
tierra de los Estados Unidos se encontraban listas para comenzar la operación
de gran envergadura, en caso de tomarse la decisión correspondiente.
La agrupación naval contaba con poco menos de 200
naves de guerra (entre ellas, varios portaviones) y decenas de destructores. El
Comando de Defensa AA Continental alcanzaba la cifra de 183 caza-interceptores
(cuatro de ellos constantemente en el aire). Entre la Marina, el Cuerpo de
Marines y el Comando AéroTáctico de la Fuerza Aérea, acumulaban 850 aviones en
la península de la Florida. El Comando Aéreo Estratégico mantenía de guardia
aérea 66 B-52 con 196 bombas atómicas, cubriendo los objetivos fundamentales de
la URSS. En tierra, aguardaban otros 270 y 340
B-47, con un total de 1630 municiones atómicas. Aparte de estos medios,
los norteamericanos podían poner en acción 200 cohetes intercontinentales del
tipo Atlas, Titán y Minuteman y varios submarinos portadores de cohetes Polaris
en el Mar de Noruega.
Ese mismo día, el primer grupo de combate del
Regimiento de Cohetes de alcance medio, ubicado en Santa Cruz de los Pinos-San
Cristóbal alcanzaba la plena disposición combativa. Se encontraban en completa
disposición 24 rampas de lanzamiento, con sus cargas nucleares en posiciones
cercanas a los emplazamientos.
El General Pliev recibía
otro telegrama cifrado, procedente del Ministro de Defensa de la URSS, en el
que se repetía la prohibición categórica de emplear el arma nuclear, con
cualquier tipo de cohete o con la aviación.
Fidel Castro, al saber la
decisión soviética, quedó abrumado.
Le habían tomado el pelo. Habían cambiado de
palo, pa´rumba (como se dice en cubano) en el transcurso de la operación habían
cambiado las concepciones sobre el empleo de éste armamento.
Desde el amanecer las baterías anti-aéreas
dirigidas por Fidel Castro habían comenzado a disparar contra cualquier avión
no autorizado, sin resultado alguno.
A las nueve horas de Washington, los
norteamericanos pudieron conocer a través de Radio Moscú, un nuevo mensaje de
Kruchev. No era largo, ni vago, ni emotivo. Resultaba firme y formal. Su tono
era duro:
Demandaba que se retiraran
los cohetes Júpiter de Turquía, a cambio de los cohetes de Cuba. Conminaba a
los norteamericanos a comprometerse en no invadir Cuba y no permitir que otros
lo hicieran. Aseguraba que si los norteamericanos cumplían este compromiso, los
soviéticos contraerían compromisos similares respecto a Turquía.
El Comité Ejecutivo del Consejo de Seguridad
Nacional fue citado para las 10 horas. El Presidente Kennedy dio lectura al
mensaje de Kruchev.
Se encontraban perplejos. Ahora los soviéticos se
hacían los duros. En el mensaje de la noche anterior era todo lo contrario. No
en tanto, la nueva posición soviética tendría eco en la opinión pública. De
manera que consideraron hacer público el mensaje de la noche anterior.
La perplejidad consistía en que aquella proposición
no era absurda; no entrañaba perjuicio para los Estados Unidos o sus aliados de
la OTAN. Durante los últimos meses Kennedy había planteado al Departamento de
Estado que se llegase a un acuerdo con Turquía para retirar los Júpiter.
Kennedy no quería ceder ante el chantaje
soviético. Tampoco quería ser arrastrado a una guerra catastrófica. Entonces,
hico una observación al Departamento de Estado y a todos los demás, de que el
trato parecería bueno a cualquier persona razonable y que la posición de los
Estados Unidos, ante los ojos del mundo, se había hecho sumamente vulnerable,
acentuando que había sido por culpa de ellos mismos y de nadie más.
La reacción de los integrantes del comité fue contradictoria. Entre los
puntos de vista vertidos en aquella reunión estuvieron los siguientes:
-Que el gobierno turco fuese quién solicitara la retirada de los Júpiter.
-Que los problemas de seguridad del hemisferio occidental y Europa eran
cuestiones independientes.
-Que la decisión de instalar los cohetes de Turquía no era norteamericana
sino de la OTAN.
También se planteó que el segundo mensaje no parecía hecho por la misma
persona. Dado a las características soviéticas, Kruchev podía haber sido
sustituido o relevado del cargo de Primer Ministro.
¿Habría perdido Kruchev el control de la situación?
¿Estaría la crisis provocando una lucha intestina, por
el poder, en la URSS?
¿Quién mandaba en el Kremlin en aquellos momentos?
De ser ciertas, las especulaciones, el resultado sería un enfrentamiento
violento.
Pero no. Todo se debía a la conversación entre Robert Kennedy y Dobrinin, y
los cohetes de Turquía, que le daban la facilidad a los soviéticos de aparecer,
ante los ojos del mundo, como los vencedores de la crisis.
Lo que no tuvieron en cuenta, ni Kruchev, ni el resto de sus seguidores
fue, el escándalo que armaría Fidel Castro, que al final le costaría el puesto
a Kruchev, puesto que a los ojos del mundo, no solo había “abandonado” al
pueblo cubano sino que había traicionado a los partidos comunistas y
movimientos revolucionarios de la órbita soviética.
Ante los acontecimientos Fidel Castro reaccionó abruptamente. Palabrotas,
patadas por doquier… Lo estaban dejando fuera del juego y para él, para su ego,
era insoportable.
Las posiciones de Kruchev durante los primeros días de la crisis habían
sido firmes y consecuentes. Cuando la temperatura se elevaba esa actitud no se
correspondía con la inesperada proposición de Radio Moscú de intercambiar
cohetes entre Cuba y Turquía.
Lo menos que dijo Fidel Castro fue que, ante la
posición de fuerza de Kennedy, Kruchev se había cagado en los pantalones.
¡No había sido consultado! Había pasado a la historia como un Calixto
García más. ¡Utilizado y despreciado!
En vista de los acontecimientos, la Casa Blanca hizo una declaración que
fue el reflejo de las opiniones vertidas por los círculos de orientación más
agresiva en la administración norteamericana; en esa declaración los últimos
mensajes de Moscú fueron calificados como inconsecuentes y contradictorios uno
con otro, además, se ratificaba una vez más la exigencia de la suspensión
inmediata de los trabajos que se realizaban en los emplazamientos en Cuba, la
inutilización de las armas y su retirada del territorio.
El Comité Ejecutivo no lo sabía aún. Durante el desarrollo de la reunión,
la tensión había aumentado.
Había sido derribado un avión de reconocimiento U-2.
Rudolf Anderson, Jr., piloto militar, derribado en cumplimiento de misión,
sobre Cuba, el 27 de octubre de 1962.
Rudolph Anderson Jr.
El Mayor Rudolf Anderson fue el único caído durante un conflicto que pudo
arrastrar a la debacle a toda la Humanidad.
El Mayor Anderson era piloto de aviones U-2, destinados para la exploración
fotográfica a gran altura, y había realizado más de diez misiones sobre Cuba
durante las últimas dos semanas.
Aquella fatídica mañana su avión U-2 ingresó al espacio aéreo de Cuba
pasadas las 8 de la mañana y comenzó a realizar un vuelo de reconocimiento a lo
largo de la misma, pasando sobre los objetivos importantes conocidos,
fundamentalmente los emplazamientos de los cohetes soviéticos de alcance medio,
y fue derribado con cohetes antiaéreos cuando estaba a punto de concluir la
tarea encomendada.
¿Por qué y por decisión de quién fue derribado el U-2?
No había necesidad militar de
hacerlo. Esa es la primera conclusión a la que cualquier persona normal, luego
de leer estos artículos.
La Isla había sido tan fotografiada desde el aire durante las últimas dos
semanas que poco importaban algunas fotos más o algunas menos.
Los vuelos continuaban diariamente para mantener el control de la marcha de
los trabajos en los emplazamientos de los cohetes y del ensamblaje de los
IL-28, además de verificar que el resto de las unidades continuaban en sus
posiciones y tratar de detectar algo nuevo.
Pero los sobrevuelos constantes constituían una humillación para Fidel
Castro, que había sido transigente y obediente al mando soviético, hasta verse
relegado al lugar que le correspondía tras haber permitido la instalación, no
solo de bases de cohetes nucleares, sino de bases militares de todo tipo, sin
la autorización expresa del pueblo cubano.
Si Fidel Castro era capaz de comportarse así con su pueblo. ¿Que pretendía
esperar de unos desconocidos “euro”-asiáticos?
Fue entonces que Fidel Castro se dedicó a exacerbar los ánimos, no solo de
los cubanos sino también a los soviéticos. Y no precisamente a los altos jefes
cubanos y soviéticos sino a los primeros oficiales y oficiales subalternos.
Todos estaban indignados, irritados (los cubanos encojonados).
Para los incipientes militares cubanos se trataba de una cuestión de
principios y consideraban que tenían todo el derecho de derribar a los aviones
violadores del espacio aéreo.
Cuando los cubanos recibieron la orden de abrir fuego de parte de Fidel
Castro, se dispusieron a derribar hasta los pájaros que volasen aquel día.
Aquel sábado entraron los aviones yanquis y aunque fueron recibidos de mala
manera, lograron evadir el fuego anti-aéreo de las baterías cubanas. Pronto, los artilleros cubanos
comprendieron que con los medios de que disponían sería casi imposible lograr
el empeño, pero el menos ese día, los norteamericanos suspendieron los vuelos
de reconocimiento a baja altitud. No así los aviones U-2 para los cuales la DAA
de Fidel Castro no tenía posibilidades de actuar.
Los cañones AA de 100 mm., no sobrepasaban la altitud de 10 mil metros. El
avión U-2 volaba a más de 20 mil metros.
Eran los cohetes soviéticos los únicos capaces de derribar aquellos
aviones.
En la conocida entrevista con María Shriver, en 1992, Fidel Castro expresó al respecto lo siguiente:
“…la orden de disparar contra el
U-2 se originó en la orden dada a nuestras fuerzas antiaéreas”.
“…estuve de acuerdo en que se disparara contra el
U-2”.
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