Al grupo operativo que dirigía Ventura se le atribuyen, entre otros, los
asesinatos del abogado Jorge Cabrera Graupera --cuyo cadáver
apareció brutalmente golpeado y torturado-- y del miembro del
Movimiento 26 de Julio, Marcelo Salado, quien fue ametrallado en
plena calle, en abril de 1958.
Carratalá ingresó en la policía como vigilante el 25 de noviembre de
1933, a los 22 años, y fue ganando ascensos en la medida en que sus
crímenes y torturas servían para apoyar a los gobernantes de turno.
Sin embargo, su meteórica carrera se produjo a partir del 10 de marzo
de 1952, por el grado de comprometimiento que tuvo en el golpe
castrense de Batista.
Conrado Carratalá Ugalde
Una de estos casos fue, el de José F. Fortuny Rodríguez, a quien
detuvieron el 28 de diciembre de 1953, cuando salía del trabajo en la
Vía Blanca. Lo llevaron al SIM y fue torturado por varios criminales,
destacándose entre ellos Carratalá. Posteriormente, el cadáver
apareció tirado en el reparto Buena Vista, Marianao.
Otro ocurrió a fines de 1956, cuando arrestaron al padre Ramón O’
Farril, acusado de ocultar a ocho jóvenes en el templo a su cargo. Los
esbirros exigieron la delación. Su negativa determinó cuatro días de
palizas y torturas. El sacerdote fue sacado del suplicio con los oídos
sangrantes, las costillas fracturadas y ultrajada su dignidad. Habían
participado, en el tormento del clérigo, el Brigadier Rafael Salas
Cañizares y los oficiales Ventura y Carratalá.
“Quiero decirle”, continuó Ventura, “que yo necesito salir de éste país
inmediatamente, porque no tengo dinero. En Cuba me lo robaron todo
y necesito que usted me dé un pasaporte, pues me lo exigen para
darme la visa”. Por el tono y los ademanes, los diplomáticos se
percataron de que Ventura se encontraba algo entrado en tragos. Si la
agresividad verbal que expresaba el personaje se uniera al record
criminal que ambos poseían, unido a la pistola mal disimulada,
resultaba imposible dejar de pensar que estaba siendo víctima de una agresión.
Riva Patterson introdujo su mano derecha en el bolsillo del pantalón,
buscando el revólver que le había sido regalado.“Usted sabe muy
bien, que no le voy a dar un pasaporte”, le dijo.“Pero es que yo soy
cubano y tengo derecho a que me lo den”, replicó Ventura. “Y así no
puedo salir de este país de mierda...”
Mario Riva Patterson
“Le repito que no le voy a dar ningún pasaporte. Ahora bien, si usted
quiere ir a Cuba, para ello no necesita pasaporte. Basta que
comunique su disposición y le estarán esperando”, le espetó Riva
Patterson, en un alarde irresponsable bravuconería.
Pasados los años, se preguntaba el por qué se le había ocurrido
semejante provocación. Tal vez hubiese sido la imperiosa necesidad
de decir algo desagradable a aquellos dos connotados criminales.
Pero es que él no tenía instrucciones sobre qué hacer en caso de
encontrarse con ellos aunque, por supuesto, le hubieran rondado más
de una vez muchas ideas.
La mano derecha de Ventura la mantuvo siempre a la vista en espera
de que se le ocurriese utilizar la pistola. La mano derecha propia
estrangulaba el mango del Colt 38 en el bolsillo. A esa distancia era
imposible errar el tiro. Riva Patterson era aficionado al tiro deportivo,
habiendo ganado varios títulos y trofeos en la variante de “Defensa
Mexicana”.
Ventura profirió una serie de insultos y malas palabras. Carratalá, que
no había perdido detalle, lo agarró de un brazo, mientras Ventura
continuaba vociferando. Entonces, Carratalá empujó a Ventura en
dirección a la calle diciéndole: “Deja eso. Esto te va a traer
problemas. Déjate de eso, que la situación no está para broncas con
diplomáticos” y continuó así hasta que alcanzaron la acera opuesta.
Julio Cruz había permanecido a unos pasos de distancia, presenciando
toda la escena. “Si te hubiera tirado, yo les hubiera matado. No me
conocen y no sabían que veníamos juntos”.
Julio Cruz
horas de la tarde, intercambiando sus puntos de vista sobre lo
acontecido, llegaron a la conclusión que en caso de que todo hubiera
salido a pedir de boca. O sea que, si ellos hubieran aniquilado a
Ventura y a Carratalá, resultando ambos ilesos, jamás hubieran salido
vivos de Santo Domingo.
La tensión subió varios puntos aquella noche. Las llamadas y
amenazas se incrementaron, los grupos y los automóviles alrededor de
la casa igual. Sin embargo, al ser dos funcionarios en lugar de uno, la
correlación de fuerzas había mejorado. Al menos intercambiaban
impresiones y se acompañaban mutuamente. La casa de la Embajada
no resultaba tan espeluznante en horas de la noche. En los primeros
días de junio llegaban Juan José Díaz del Real y Ricardo Suárez.
Juan José Díaz del Real
Durante el año 1958, Juan José Díaz del Real había tomado parte en
la elaboración del “Pacto de Caracas”. Pacto que llamaba a la unidad,
a todos los movimientos que luchaban contra la dictadura de
Fulgencio Bastista. Juan José Díaz del Real sustituiría a Mario Riva
Patterson, pues se suponía que seis meses de continua tensión eran
suficientes para un funcionario.
Ricardo Suárez se haría cargo de la parte cultural y Julio Cruz los
asuntos consulares. En esos primeros días de junio se presentó en la
Embajada un individuo que dijo deseaba hablar con el Embajador.
Ricardo Suárez
Fue recibido por Riva Patterson y Díaz del Real.
Pedía asilo político y decía que su vida corría peligro.
Al preguntársele si pertenecía a alguna agrupación revolucionaria o si
había realizado alguna actividad contra el gobierno, no logró una
respuesta concluyente.
Decidieron preguntarle el porqué del pedido de asilo y las personas
con las cuales se relacionaba. Tampoco aportó dato alguno.
En esas condiciones no se le podía otorgar el asilo y de esa forma le
fue informado. Según les pareció, se marchó muy contento. Le habían
notado cierta preocupación en que le fuesen a conceder el asilo.
Ambos diplomáticos llegaron a la conclusión que resultaba ser un
intento de introducir una persona dentro de la casa con la finalidad de conocer sus movimientos. El día 4 de junio todavía no habían
comunicado oficialmente la llegada del nuevo Embajador aunque, el
gobierno dominicano con toda seguridad ya tenía conocimiento. De lo
contrario no hubiera sido recibido en el aeropuerto por un funcionario
de la Cancillería.
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