Orlando Palma,
La
Habana | Octubre 24, 2014
Desde ayer jueves a
las 9.45 de la mañana, la sala de delitos especiales del Tribunal Municipal de
10 de Octubre se ha convertido en una suerte de plató televisivo, donde domina
la figura patriarcal de Miguel Ginarte, rodeado de los que han sido parte de su
vida profesional durante décadas: los artistas y los uniformados de alto rango.
A sus 75 años, el dueño de la finca que abastecía con animales y una gran
variedad de enseres a todas las producciones cinematográficas y televisivas del
país, enfrenta cargos de corrupción, desvío de recursos y falsificación de
nóminas.
En el primer día del
juicio, conocido como la causa 103/2014, Ginarte y otros cinco acusados
asistieron a la presentación de los testigos de la defensa y de la fiscalía. La
sesión de este viernes, a partir de las 9 de la mañana, estará dedicada a la
exhibición de las pruebas periciales y documentales.
En la sala, tres
cámaras filman este acontecimiento inusual, donde se mezclan estrellas de la
televisión y oficiales del Ministerio del Interior, sobre todo mayores y
tenientes coroneles. Cinco jueces, una fiscal y dos abogados de la defensa
protagonizan un juicio que a todas luces trasciende los gruesos legajos y la
aburrida letanía de artículos, incisos y capítulos del Código Penal.
Esta historia comenzó
el 8 de octubre del 2013 cuando, de manera sorpresiva, un grupo de inspectores
empezó a hurgar en los libros de una instancia del Instituto de Radio y
Televisión dependiente del aparato de producción de programas. La dependencia
investigada era una finca en las afueras de La Habana desde donde salían
plantas y animales, y donde practicaban equitación y esgrima los actores de
aventuras.
Amigo de sus amigos, a la finca de Ginarte acudían Generales y Doctores
En ese lugar, sin
inventarios ni control, había de todo, desde cascos alemanes de la segunda
Guerra Mundial, caballos, vacas y hasta una pantera. La joya de la corona era
el poni que Fidel Castro había regalado al niño Elián González, y todo ese arsenal
era controlado de manera personalísima por un solo individuo que, dotado de un
poder extraordinario, podía conseguir, con un chasquido de los dedos, cualquier
cosa: dos cucarachas, un caballo negro con las cuatro patas blancas y un lucero
en la frente o un extraterrestre. Ese hombre se llama Miguel Ginarte y durante
muchos años fue el As de Oro de la producción de programas del
ICRT.
Amigo de sus amigos,
Ginarte invitaba a su finca a cuanto general, ministro o comandante de la
revolución se le antojara. Su vecino, Juan Almeida Bosque, de vez en cuando le
pedía unos caballos para dar un paseo por su hacienda. Ramiro Valdés, el
general Ochoa, Guillermo García y otros de mayor o menor renombre eran
habituales de ese espacio paradisiaco que logró crear en su finca el guajiro
Ginarte, como se le llama cariñosamente a este antiguo miembro del
Éjercito Rebelde y veterano de la guerra de Etiopía.
Ahora casi ninguno de
los uniformados se acuerda de él, a diferencia de aquellos jóvenes con
problemas de conducta que él ayudaba a encaminar y que le mereció, antes de su
caída, un amplio
reportaje en el periódico Juventud Rebelde, donde
se le presentaba como una especie de maestro de ovejas descarriadas. Otros que
le siguen fieles son los artistas que, en un inusual acto de civismo, firmaron
una carta
de apoyo para defenderlo de las acusaciones recibidas.
Todo el mundo creía
que el asunto quedaría en el limbo, pero en junio de este año Ginarte fue
avisado de que debía pagar 2.000 pesos (CUP) de fianza y que sería llevado a
juicio. Ayer se supo que la fiscal está apurada por resolver el caso, pues
tiene otros asuntos pendientes. Se rumorea que pedirá cinco años de prisión
para el acusado, que probablemente los cumpla sin internamiento por cuestión de
edad. Sin embargo, difícilmente podrá librarse de la confiscación de sus
preciados bienes.
¿A quién o a qué se
está sometiendo a juicio en esta sala? ¿A un caso particular y extraordinario o
a un estilo de trabajo de los viejos tiempos? Con seguridad las filmaciones del
caso pronto se filtrarán en el paquete como escarmiento de lo
que no se debe hacer en los nuevos tiempos.
Nota de
Manchiviri:
El autor del artículo le otorga, a la finca de Miguel, el título de "espacio paradisíaco". Nada más falso. Aquello no dejaba de ser un "bohío pintoresco".
Después de
conocer a Miguel Ginarte, es imposible dejar de ser su amigo. No dejen de encontrar el mensaje subliminal.
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