sábado, 2 de enero de 2010

Los hermanos Castro Ruz: ¿Líderes o dueños?


Nacieron como todos lo hacemos. Sin saber que la vida nos pertenece. A partir de ese momento el destino de ambos fue guiado de forma displicente, en ocasiones. Otras veces con desinterés. Siempre en el anonimato de progenitor.


Pasó el tiempo. Se desarrollaron, amaron. Uno de ellos estudió, el otro continuó amando. Nunca trabajaron. Fueron tomando conciencia que es lo que impele a la toma de decisiones. Tarea difícil, sobre todo cuando estas involucran los intereses de un grupo de personas.

Les fue difícil aprender a comportarse. Cuando no tumbaban para un lado, lo hacían para el otro. Nunca tuvieron rumbo definido, ni transparente. Si tuvieron la voluntad para llevar sus propias riendas. Voluntad inculcada en el ordeno y mando de un padre astuto, voluntarioso, oportunista y explotador. Con él aprendieron el difícil arte de mandar, de distribuir, de dosificar, de salvaguardar los bienes adquiridos, la mayor de las veces de forma ilícita. Aprendieron a utilizar a la sociedad y a los colectivos laborales en beneficio propio. Fueron forjados en la deslealtad, en la desigualdad, en el desenfreno y la irresponsabilidad.


Dirigir exige decoro. Esa potestad (invocando el supuesto interés de hacer lo que más beneficie a los pueblos) la ejercen para su propia conveniencia, con ánimo de lucro, sin importarles lo que aprietan. Sin importarles la merma de los recursos. Siempre han disparado al centro de la pretendida diana.


Desde sus posiciones de caudillos disponen de lo que no les pertenece en aras de satisfacer su ego y compran favores, silencian opiniones en su contra, aseguran el apoyo incondicional de sus seguidores e intentan cultivar la imagen de desprendidos bonachones que todo lo resuelven. No importan las arbitrariedades. Esas las mandan al basurero de la historia.

Estos personajes sobornan y pagan servicios. Se rodean de una claque carente de valor para enfrentarlos. Que los consienten. Que se aprovechan, mientras los dejen. Que los adulan. Que buscan interpretarles la mirada o esperan a que se pronuncien, para montarse en ese mismo discurso como máquinas repetidoras. No discrepan. No aportan ideas. No crean. Son redundantes servidores.

En los momentos que contaron con mayores recursos, sus actitudes creaban malestar. Hoy, cuando llaman al aprovechamiento de la jornada laboral, al empleo racional, duele mucho las diferencias (que han establecido a través de los años) a favor de unos pocos y en perjuicio de la mayoría. ¡Ocúpate, pero no te preocupes!, me dijeron una vez.

Nadie tiene derecho a erigirse en dueño de un país; pero si los hombres honestos y modestos hemos elegido el camino del silencio, sin proponérnoslo le hemos dado vía libre al escarnio y sus males aparejados.

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