miércoles, 1 de abril de 2020

Antes de que el Papa Juan Pablo II llegara a Cuba


                     Antes de que el Papa Juan Pablo II llegara a Cuba

                                                           En reparaciones

Corría el ano 1992, comenzaba a sentirse el “período especial el tiempo de paz” y en la Sección de Aviación de la Defensa Antiaérea de las Fuerzas Armadas “Revolucionarias” (DAAFA “R”) ya íbamos por el quinto o sexto plan de reducción de plantillas y debido al corte de combustible por parte de los “amigos” soviéticos perfilábamos nuestros planes de vuelos anuales de 15 a 30 horas por piloto. La URSS se desintegraba a paso doble corto y se llevaba la escalera, dejándonos colgados de la brocha.

Cierto día me llamaron de la oficina del Jefe de la Sección. Que dejara lo que estaba haciendo y que me presentara con urgencia. Dejé todo como estaba y casi corriendo toqué en la puerta y pidiendo permiso entré como un bólido.

Sin mediar palabra, aquel Coronel, me dio a leer un papel. Lo primero que leí fue el nombre del remitente: General de División Ulises Rosales del Toro, Jefe del Estado Mayor General del las Fuerzas Armadas.

Aquella misiva, entre otras cosas, me ordenaba realizar un trabajo de inspección a la cruz que remata la bella torre de 50 metros, desde donde pueden verse numerosos puntos de La Habana. El General Ulises informaba que tenía que encontrame tal día, a tal hora, a la entrada del templo Jesuita de la calle Reina.

Era así que me enteraba que, la Parroquia del Sagrado del Corazón de Jesús y San Ignacio de Loyola, conocida localmente como la Iglesia de Reina, es un majestuoso templo católico, de estilo neogótico, situado en Centro Habana, y que es la iglesia más alta de Cuba, con su elevada torre de 50 metros (que puede ser vista desde varios puntos de la ciudad) rematada por una cruz de bronce y decorada con 32 gárgolas.


                                                                                      Falta la cruz


El General explicaba que la idea “de maniobra”, que se planteaba, había sido concebida por Eusebio Leal Spengler, viejo conocido mio y amigo de mi padre.
La idea de Eusebio pretendía estacionar, en vuelo, a un helicóptero sobre la torre, con el objetivo de “restaurar” la cruz que remata la obra.
La cruz había cedido, debido a las inclemencias del tiempo y los muchos años transcurridos desde la última reparación del templo. Colgaba de la base y no se descartaba que cediese y cayera sobre el techo de la nave central.

El resto de la explicación era un completo desatino. Del helicóptero, en vuelo estacionario, debían descender (unos miembros de las tropas especiales) hasta la base de la cruz por el método de rapel, que consiste en un descenso rápido (en paredes verticales) mediante el deslizamiento por una cuerda enlazada al cuerpo. Luego tenía que evaluar las dimensiones y el peso de la cruz, para que una vez atada a una cuerda, las tropas especiales procedieran (con antorchas de acetileno) a cortar la base de la cruz y de esa forma quedara colgando del helicóptero y su posterior retirada del lugar.
Por mi mente comenzaron a pasar escenas de películas de acción.
Estuve a punto de reír, pero me contuve de lanzar una carcajada. No obstante afloró una leve sonrisa y cualquiera que me conociera advertiría, en mi expresión, una ironía amarga y pesimista, que el Jefe de la Sección no dejó pasar por alto. Haga usted su trabajo y una vez concluido, presénteme un informe detallado, me dijo.

Ya estaba coordinada la entrevista con el Historiador de La Habana y amigo de papá. De manera que ese día y a la hora prevista, me encontré esperando, durante una buena media hora, la llegada del ya famoso historiador. Durante ese tiempo comencé a recordar todos los pasajes en que nos habíamos encontrado durante los 33 anos transcurridos desde que nos habíamos conocido.

Sabía que era un hombre que manejaba muy bien las relaciones sociales desde muy temprana edad. Que nunca en su infancia y primera juventud había estudiado regularmente. Que se consideraba a si mismo como un estudiante autodidacta. Que sí, que también leía mucho y de todo. Había estudiado hasta el cuarto grado en una escuela privada, mientras su mamá (con su empleo de conserje) le pudo pagar la matrícula. Conocía que su fuerte no eran los trabajos manuales, pero que le encantaba la historia, la geografía y aquella asignatura perdida, que todos conocíamos como “moral y cívica”. Todo esto lo sabía mucho antes de que publicara en 1994 su libro titulado Fiñes”.
Muchos creen que Eusebio realizó sus primeros estudios como seminarista, que era un pichón de cura. Nada más falso. El era, desde pequeño, católico practicante. Aprendió el catecismo en la misma escuela primaria que mencionamos anteriormente. Es de esa forma que comienza a socializar con los religiosos, que aunque se desperdigaron con el decursar del tiempo, nunca perdieron el contacto.

Eusebio perteneció a una organización llamada “Acción Católica”, pero su vocación no era la carrera sacerdotal, aunque su aproximación a los seminaristas le sirvió para continuar conociendo personas que luego se convertirían en personajes. Como es el caso de Carlos Manuel de Céspedes, a quién conoció personalmente por aquella época.

Su padre, aunque retirado ya de la policía, en época de la república, se unió a los golpistas del 10 de marzo. Padre e hijo tuvieron relaciones esporádicas.

El sexto grado lo alcanzó en el ano 1959. En ese ano su biografía se oscurece un poco y no se sabe bien como es que acaba pronunciando un discurso frente a la escuela normal de La Habana en el aniversario del asalto al cuartel Moncada. Es ahí donde se encuentra con José Llanusa Gobel quién recientemente había sido nombrado Alcalde de La Ciudad.

Mi padre ya había regresado de la misión en la República Dominicana (ver https://www.amazon.com/-/es/Mario-Riva/dp/1542354021) y nombrado, por Llanusa, Director de la Dirección Municipal de Impuestos. Eusebio comienza a trabajar el la Dirección y comienza a trabajar a las órdenes de mi padre, como inspector. En esos anos es que yo, con apenas 9 cumplidos lo veo por primera vez.
Eran tiempos difíciles, Girón y luego la crisis de octubre.
Pasada esta etapa es que los viejos pericos desplazan a Llanusa del Ayuntamiento y va a parar al INDER. Mi padre se va con Armando Hart para el Ministerio de Educación y Eusebio se queda en el Ayuntamiento y comienza a escalar posiciones apoyado por los viejos pericos. Hasta que en 1975, aprovecha sus relaciones personales para que, figuras tan destacadas como Raúl Roa, Juan Marinello, José Luciano Franco, Francisco Pividal Padrón, Antonio Núñez Jiménez, Mariano Rodríguez Solveira y Manuel Rivero de la Calle, lo avalaran ante el Rector de la Universidad de La Habana para que matriculace en la escuela de historia. Fueron ellos los que le escribieron al Rector para que pusiera a prueba sus conocimientos y “voila”, de estudios primarios se grad de universitario.
Pero eso de saltarse etapas era una constante del nuevo régimen.

En el ano 1975 ya había finalizado mis estudios de aviación y llegado a alcanzar el puesto de Jefe de Nave de helicópteros MI-4, tenía en mi currículum una misión internacionalista (1974) en la Guinea de Sekou Touré (copiloto ejecutivo del Presidente, en helicópteros MI-8), cuando nos enteramos que una amiga de Ivonne (mi mujer), llamada Yamilet, hija de un famoso médico, estaba de novia de Eusebio.
No recuerdo como, fuimos invitados a la boda y…, que sorpresa: Yamilet y Eusebio se casaron en la casa de mi padre y ahí se realizarían las nupcias y la fiesta.

De manera que en 1992, a tan solo un ano de la muerte de papá, pienso que voy a encontrame con su viejo amigo.
Nos encontramos, nos dimos la mano, me presenté y.., nada, como si no hubiese fuese sido. No recordaba haberlo visto en el velorio, pero pensé que una persona de verbo fácil no tendría reparo en decirme una frase amable. Nada.

Ese día nos reunimos con los generales de la orden de los jesuitas, nos explicaron que no tenían los recursos suficientes ni para comenzar las obras. A lo que Eusebio les dijo que no se preocuparan, que todo correría gobierno mediante. Recorrimos todo el templo, admiramos sus vitrales. Luego subimos a la torre, pero no pudimos pasar del campanario. Se estaba cayendo a pedazos.

In situ y armado en inspector de la Sección de Aviación pude calcular que si la torre tenía 78 metros de altura, adicionándole la elevación del terreno, la parte superior, más la cruz, debían alcanzar los 100 metros de altura. Definitivamente, lo que planteaban Eusebio y General Ulises era un imposible. Y por muchas razones.

Primeramente, no era posible transportar los balones de oxígeno y acetileno en el helicóptero. No porque fuera imposible, sino porque no había forma de situarlos en aquel lugar que se encontraba en condiciones muy frágiles y a punto de derrumbarse. Tal vez el personal de tropas especiales pudieran descender por la cuerdas, pero el trabajo no podía ser realizado amarrados a las mismas. Un golpe de viento podía desplazar al helicóptero y provocar un accidente. Por otra parte un helicóptero no puede permanecer indefinidamente en un vuelo estacionario a 100 metros de altitud. La variaciones de la dirección del viento puede exigir desplazamientos imprevistos. Por otra parte, el vuelo estacionario está contraindicado (por razones de seguridad) en alturas entre los 10 y los 200 metros. No es que estén prohibidos. Solo contraindicados. Y por último, conllevaría un peligro inmenso para toda la población circundante en un área densamente poblada.

Todo esto lo discutí con Eusebio Leal y los generales de la orden religiosa. Les pregunté como se habían realizado las reparaciones de hacía más de 30 anos y me respondieron que con andamios. Nos dejaron saber que ellos conocían al maestro de obra que aun estaba vivo. Que lo contactarían para ir averiguando las necesidades.

De regreso a el Estado Mayor de la DAAFAR, elaboré un informe de cuatro páginas explicando con lujo de detalles el porque de mi negativa a realizar aquel descabellado proyecto. El Jefe de la Sección no me prestó oídos ni vista. El no era piloto de helicópteros y como tal no entendía de la técnica. Me ordenó realizar un vuelo estacionario encima de la torre, a lo cual me opuse reiterando una vez más las condiciones de fragilidad del cemento portland con el cual se había construido el edificio a principios del Siglo XX.

Al día siguiente despegaba para hacer un vuelo más sobre la ciudad. Sería el último. Conocía, por experiencia propia, las corrientes de aire que se forman entre los edificios. Varias veces había sobrevolado la capital a baja altura, en maniobras y durante desfiles. Una de esas veces, yendo de copiloto en un MI-4, con uno de los pilotos instructores de mi escuela de aviación llamado Pedro Bles Tejeda (ya fallecido) nos metimos entre el hotel Habana Libre y lo que por entonces era RadioCentro (hoy Yara). En otra ocasión, volando con Lenin Carracedo (también en un MI-4) estuvimos a punto de estamparnos contra el edificio de la embajada americana. Un golpe de viento nos empujó. Nos asustamos.

De manera que solo di dos pases a una distancia prudencial y situándome de frente al viento realicé el vuelo estacionario sobre la torre. El radio-altímetro me confirmó la altura. Exactamente 75 metros sobre el nivel del terreno, 115 metros sobre el nivel medio del mar por el altímetro barométrico. Cuando regresé a la DAAFAR me ordenaron realizar un nuevo informe. Más adelante los curas jesuitas me dijeron que el edificio se estremecía bajo la potencia del helicóptero.


Las obras de restauración, utilizando andamios comenzaron en el ano 1996. A la llegada del Papa, el templo se encontraba como nuevo.  

                                                                              Totalmente restaurada


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