lunes, 18 de noviembre de 2019

Crítica a Feri Beto

en negritas


Por Mario Riva

Democracia y valores evangélicos


Por Frei Beto
















En tiempos de Jesús ya estaba sobre la mesa la cuestión de la democracia, aunque en una región distante de Palestina: Grecia. Dominada por el Imperio Romano, Palestina era gobernada por hombres nombrados o aprobados por Roma: el rey Herodes, los gobernadores Poncio Pilatos, Herodes Antipas, Arquelao y Felipe, y el sumo sacerdote Caifás.
En tiempos de Jesús no existía el concepto “democracia” en Palestina. Existía un reinado, donde gobernaba la aristocracia y la religión judía tenía cierto peso. Los romanos habían conquistado palestina, pero dejaban reinar a la aristocracia, siempre controlando a judíos religiosos y a la monarquía, mediante un gobernador que les dejaba hacer mientras no interfiriesen con los intereses romanos.
Lo que es nuevo en Jesús es que le da a la vieja cuestión un enfoque radicalmente diferente al de sus contemporáneos: el poder, ya objeto de la reflexión de los filósofos griegos desde Sócrates. Platón le dedicó al tema su libro La República, y Aristóteles la obra titulada Política.
En el Primer Testamento, el poder es más que una  dádiva divina. Es la manera de participar del poder de Javé. Es a través de sus profetas que Javé elige y legitima a los poderosos. A diferencia de lo que sucedía en Egipto y en Roma, ninguno de ellos era divinizado por ocupar el poder. Aunque era un elegido de Dios, el poderoso seguía siendo falible y vulnerable al pecado, como ocurrió en los casos de David y Salomón. No se autodivinizaban como los faraones egipcios y los césares romanos.
Hasta en Grecia, Alejandro Magno, desesperado por mantener centrada en su persona la unidad de sus conquistas, trató de autodivinizarse y exigió que sus soldados lo adoraran.
Jesús le imprimió otra óptica a la cuestión del poder. Para él, no se trataba de una función de mando, sino de servicio. Es lo que afirma en Lucas 22,24-27: “Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige como el que sirve (…) Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve”. Jesús dio el ejemplo al afirmar que “el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mc 10,41-45) y se arrodilló para lavar los pies de los discípulos.
Lo que condujo a Jesús a invertir la óptica del poder fue la siguiente pregunta: ¿a quién debe servir el poder en una sociedad desigual e injusta? A la liberación de los pobres, respondió, a la curación de los enfermos, al abrigo a los excluidos. Ese es el servicio por excelencia de los poderosos: liberar al oprimido y hacer que este también tenga poder.
Pero Jesús no dijo como, ni que medidas tomar para llevarlo a vías de hecho. Como se liberan los pobres? Quién paga la curación de los enfermos? Quién acoge a los excluidos? Jamás, los oprimidos, agradecerán el mínimo gesto (hacia ellos) por parte de los poderosos. Liberar, al oprimido de qué? Que poder se le ha de entregar a los oprimidos, si ellos no saben otra cosa que vivir en la opresión?
El poder es una prerrogativa divina para el servicio al prójimo y a la colectividad. Tomado en sí mismo, pervierte. El individuo tiende a cambiar su identidad personal por la identidad de la función que desempeña. El cargo que ocupa pasa a tener más importancia que su individualidad. Por eso, muchos se aferran al poder, porque hace posible lo deseable. Imanta al poderoso, de modo que atrae veneración y envidia, sumisión y aplausos.
Decir que el poder es una prerrogativa divina, es igual que afirmar poder tapar el sol con un dedo. El que ostenta el poder, lo hace porque es respaldado por un grupo de personas pudientes. Y es a estas personas con las cuales se encuentra comprometido. El que ostenta el poder no lo hace (ni mucho menos piensa) en servir, a otro prójimo, que no sean aquellos que le respaldan. La colectividad responde a los que respaldan a aquel que ostenta el poder. Nunca al contrario.El ser humano se aferra, al poder, cuando considera que se siente respaldado. Unas veces acierta y otras veces se equivoca.
Para que el poderoso no se deje embriagar por el cargo que ocupa, Jesús propone que se someta a la crítica de sus subalternos. ¿Quién de nosotros es capaz de hacerlo? ¿Cuál es el párroco que indaga lo que los miembros de su parroquia piensan de él? ¿Cuál el dirigente de un movimiento popular que les solicita a sus dirigidos una evaluación de su desempeño en el cargo? ¿Qué político les pide a sus electores que lo critiquen? Jesús, por su parte, nunca temió preguntarles a sus discípulos lo que pensaban sobre él, y como si eso no fuera suficiente, también se lo preguntó al pueblo (Mt 16,13-20).
No solamente Jesús consideraba que el poderoso debía someterse a la crítica de sus subalternos (léase aquellos que le respaldan y no a pobres, enfermos y excluidos. En fin los oprimidos). Los Césares romanos también tenían una suerte de consejeros que intentaban abrirles los ojos. Al parecer, a Jesús solo le interesaban las críticas “constructivas” de sus seguidores. Acaso Jesús no era judío? Acaso no fueron los judíos los que pidieron que fuese crucificado? El pueblo judío no consideraba a Jesús como hijo de Dios. Jesús desafió el poder judío, pensando que sus respaldos (los de Jesús) eran mayoritarios y se equivocó.
La cuestión del poder es el corazón de la democracia. Etimológicamente, democracia significa “gobierno del pueblo para el pueblo”. No obstante, en la mayoría de los países aún se mantiene en un estadio meramente representativo.
La cuestión del poder no es el corazón de la democracia. El poder, en democracia son las instituciones, Sr. Beto. Son los tres poderes de la democracia (poder legislativo, poder judicial y el poder ejecutivo) los que permiten corregirse los unos a los otros y actuar en defensa de las personas, naturales o jurídicas desde el gobierno. Y coincido con usted en que la mayoría de los países aun mantienen un estadio meramente representativo. Algo que debo matizar: Cuando se habla de países democráticos debemos definir si son desarrollados o en vías de desarrollo. Y en segundo lugar diferenciar, entre los desarrollados, aquellos que no defienden (constitucionalmente) a las personas naturales o jurídicas. Quiere un ejemplo: Los países europeos, donde impera la simbiosis burgo-aristocrática. Países en los que jueces son nombrados por políticos y alianzas de gobierno entre ideologías antagónicas.
Para hacerse participativa, la democracia deberá ser expresión del fortalecimiento de los movimientos populares. Un poder -el del Estado o el de la clase dominante- solo admite límites y evita abusos en la medida en que enfrenta otro poder: el del pueblo organizado. Esa es la condición para que la democracia base la libertad individual y los derechos humanos sobre la justicia social y la equidad económica.
Los movimientos populares (a no ser que lo populares sean empresarios pequenos, medianos y grandes) no entienden como se administra una empresa, ni como se hace el dinero que permite ampliar dicha empresa y de esa forma crear más puestos de trabajo. Los movimientos populares son como los mosquitos, que necesitan succionar dinero (cuanto más mejor) sin importarles si la vaca muere desangrada.
Usted Sr. Beto no entiende que lo que se debe es fortalecer los tres poderes del estado para poner límites y evitar abusos. Quién organiza al pueblo, Sr. Beto? Los anti-sistema? Es eso poder? Que es la “libertad individual”, Sr. Beto? Acaso la anarquía? Que son los derechos humanos sin control? Como se aplican? Usted sabrá mucho sobre justicia divina, pero de justicia social…, bien poco o nada. Y una última pregunta: Que entiende usted por “equidad económica”? Acaso que una persona que no trabaja disfrute de los privilegios que pueda alcanzar aquel que trabaja?
Es falsa la democracia que concede libertad virtual a todos y excluye a la mayoría de bienes económicos esenciales como el acceso a la alimentación, la salud, la educación, la vivienda, el trabajo, la cultura y el descanso.
La falsa democracia es aquella que nos promete el paraíso de la humanidad, aquí en la tierra, pero que se dedica a despilfarrar los bienes alcanzados por las pequenas, medianas y grandes empresas esa falsa democracia que crea falsos empleos gubernamentales (improductivos), que incrementan los impuestos y que no paran de crear nuevas fuentes de despilfarro social, que solo aumentan el coste de los alimentos, la salud, la educación, la vivienda, la cultura y el descanso.


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