en
negritas
Por
Mario Riva
Democracia y valores evangélicos
Por
Frei Beto
En
tiempos de Jesús ya estaba sobre la mesa la cuestión de la
democracia, aunque en una región distante de Palestina: Grecia.
Dominada por el Imperio Romano, Palestina era gobernada por hombres
nombrados o aprobados por Roma: el rey Herodes, los gobernadores
Poncio Pilatos, Herodes Antipas, Arquelao y Felipe, y el sumo
sacerdote Caifás.
En
tiempos de Jesús no existía el concepto “democracia” en
Palestina. Existía un reinado, donde gobernaba la aristocracia y la
religión judía tenía cierto peso. Los romanos habían conquistado
palestina, pero dejaban reinar a la aristocracia, siempre controlando
a judíos religiosos y a la monarquía, mediante un gobernador que
les dejaba hacer mientras no interfiriesen con los intereses romanos.
Lo
que es nuevo en Jesús es que le da a la vieja cuestión un enfoque
radicalmente diferente al de sus contemporáneos: el poder, ya objeto
de la reflexión de los filósofos griegos desde Sócrates. Platón
le dedicó al tema su libro La
República,
y Aristóteles la obra titulada Política.
En
el Primer Testamento, el poder es más que una dádiva divina.
Es la manera de participar del poder de Javé. Es a través de sus
profetas que Javé elige y legitima a los poderosos. A diferencia de
lo que sucedía en Egipto y en Roma, ninguno de ellos era divinizado
por ocupar el poder. Aunque era un elegido de Dios, el poderoso
seguía siendo falible y vulnerable al pecado, como ocurrió en los
casos de David y Salomón. No se autodivinizaban como los faraones
egipcios y los césares romanos.
Hasta
en Grecia, Alejandro Magno, desesperado por mantener centrada en su
persona la unidad de sus conquistas, trató de autodivinizarse y
exigió que sus soldados lo adoraran.
Jesús
le imprimió otra óptica a la cuestión del poder. Para él, no se
trataba de una función de mando, sino de servicio. Es lo que afirma
en Lucas 22,24-27: “Los reyes de las naciones se enseñorean
de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados
bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros
como el más joven, y el que dirige como el que sirve (…) Mas yo
estoy entre vosotros como el que sirve”. Jesús dio el ejemplo al
afirmar que “el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para
servir” (Mc 10,41-45) y se arrodilló para lavar los pies de los
discípulos.
Lo
que condujo a Jesús a invertir la óptica del poder fue la siguiente
pregunta: ¿a quién debe servir el poder en una sociedad desigual e
injusta? A la liberación de los pobres, respondió, a la curación
de los enfermos, al abrigo a los excluidos. Ese es el servicio por
excelencia de los poderosos: liberar al oprimido y hacer que este
también tenga poder.
Pero
Jesús no dijo como, ni que medidas tomar para llevarlo a vías de
hecho. Como se liberan los pobres? Quién paga la curación de los
enfermos? Quién acoge a los excluidos? Jamás, los oprimidos,
agradecerán el mínimo gesto (hacia ellos) por parte de los
poderosos. Liberar, al oprimido de qué? Que poder se le ha de
entregar a los oprimidos, si ellos no saben otra cosa que vivir en la
opresión?
El
poder es una prerrogativa divina para el servicio al prójimo y a la
colectividad. Tomado en sí mismo, pervierte. El individuo tiende a
cambiar su identidad personal por la identidad de la función que
desempeña. El cargo que ocupa pasa a tener más importancia que su
individualidad. Por eso, muchos se aferran al poder, porque hace
posible lo deseable. Imanta al poderoso, de modo que atrae veneración
y envidia, sumisión y aplausos.
Decir
que el poder es una prerrogativa divina, es igual que afirmar poder
tapar el sol con un dedo. El que ostenta el poder, lo hace porque es
respaldado por un grupo de personas pudientes. Y es a estas personas
con las cuales se encuentra comprometido. El que ostenta el poder no
lo hace (ni mucho menos piensa) en servir, a otro prójimo, que no
sean aquellos que le respaldan. La colectividad responde a los que
respaldan a aquel que ostenta el poder. Nunca al contrario.El ser
humano se aferra, al poder, cuando considera que se siente
respaldado. Unas veces acierta y otras veces se equivoca.
Para
que el poderoso no se deje embriagar por el cargo que ocupa, Jesús
propone que se someta a la crítica de sus subalternos. ¿Quién de
nosotros es capaz de hacerlo? ¿Cuál es el párroco que indaga lo
que los miembros de su parroquia piensan de él? ¿Cuál el dirigente
de un movimiento popular que les solicita a sus dirigidos una
evaluación de su desempeño en el cargo? ¿Qué político les
pide a sus electores que lo critiquen? Jesús, por su parte, nunca
temió preguntarles a sus discípulos lo que pensaban sobre él, y
como si eso no fuera suficiente, también se lo preguntó al pueblo
(Mt 16,13-20).
No
solamente Jesús consideraba que el poderoso debía someterse a la
crítica de sus subalternos (léase aquellos que le respaldan y no a
pobres, enfermos y excluidos. En fin los oprimidos). Los Césares
romanos también tenían una suerte de consejeros que intentaban
abrirles los ojos. Al parecer, a Jesús solo le interesaban las
críticas “constructivas” de sus seguidores. Acaso Jesús no era
judío? Acaso no fueron los judíos los que pidieron que fuese
crucificado? El pueblo judío no consideraba a Jesús como hijo de
Dios. Jesús desafió el poder judío, pensando que sus respaldos
(los de Jesús) eran mayoritarios y se equivocó.
La
cuestión del poder es el corazón de la democracia.
Etimológicamente, democracia significa “gobierno del pueblo para
el pueblo”. No obstante, en la mayoría de los países aún se
mantiene en un estadio meramente representativo.
La
cuestión del poder no es el corazón de la democracia. El poder, en
democracia son las instituciones, Sr. Beto. Son los tres poderes de
la democracia (poder legislativo, poder judicial y el poder
ejecutivo) los que permiten corregirse los unos a los otros y actuar
en defensa de las personas, naturales o jurídicas desde el gobierno.
Y coincido con usted en que la mayoría de los países aun mantienen
un estadio meramente representativo. Algo que debo matizar: Cuando se
habla de países democráticos debemos definir si son desarrollados o
en vías de desarrollo. Y en segundo lugar diferenciar, entre los
desarrollados, aquellos que no defienden (constitucionalmente) a las
personas naturales o jurídicas. Quiere un ejemplo: Los países
europeos, donde impera la simbiosis burgo-aristocrática. Países en
los que jueces son nombrados por políticos y alianzas de gobierno
entre ideologías antagónicas.
Para
hacerse participativa, la democracia deberá ser expresión del
fortalecimiento de los movimientos populares. Un poder -el del Estado
o el de la clase dominante- solo admite límites y evita abusos en la
medida en que enfrenta otro poder: el del pueblo organizado. Esa es
la condición para que la democracia base la libertad individual y
los derechos humanos sobre la justicia social y la equidad económica.
Los
movimientos populares (a no ser que lo populares sean empresarios
pequenos, medianos y grandes) no entienden como se administra una
empresa, ni como se hace el dinero que permite ampliar dicha empresa
y de esa forma crear más puestos de trabajo. Los movimientos
populares son como los mosquitos, que necesitan succionar dinero
(cuanto más mejor) sin importarles si la vaca muere desangrada.
Usted
Sr. Beto no entiende que lo que se debe es fortalecer los tres
poderes del estado para poner límites y evitar abusos. Quién
organiza al pueblo, Sr. Beto? Los anti-sistema? Es eso poder? Que es
la “libertad individual”, Sr. Beto? Acaso la anarquía? Que son
los derechos humanos sin control? Como se aplican? Usted sabrá mucho
sobre justicia divina, pero de justicia social…, bien poco o nada.
Y una última pregunta: Que entiende usted por “equidad económica”?
Acaso que una persona que no trabaja disfrute de los privilegios que
pueda alcanzar aquel que trabaja?
Es
falsa la democracia que concede libertad virtual a todos y excluye a
la mayoría de bienes económicos esenciales como el acceso a la
alimentación, la salud, la educación, la vivienda, el trabajo, la
cultura y el descanso.
La
falsa democracia es aquella que nos promete el paraíso de la
humanidad, aquí en la tierra, pero que se dedica a despilfarrar los
bienes alcanzados por las pequenas, medianas y grandes empresas esa
falsa democracia que crea falsos empleos gubernamentales
(improductivos), que incrementan los impuestos y que no paran de
crear nuevas fuentes de despilfarro social, que solo aumentan el
coste de los alimentos, la salud, la educación, la vivienda, la
cultura y el descanso.