Fábula de la propina obligatoria
Artículo publicado por
Yudith Madrazo Sosa
http://www.cubadebate.cu/especiales/2019/07/20/fabula-de-la-propina-obligatoria/#.XTRuqq0rzq0
Anotaciones en itálicas y negritas por: Mario Riva Morales
Miró
perplejo, suspiró resignado, y solo cuando encontró una mirada
comprensiva, una expresión de empatía, se decidió a hablar:
“Resulta que ahora todos los dulces cuestan dos pesos; pagué con
un billete de cinco por dos polvorones, de 1.50, y solo me
devolvieron un peso”.
Eso,
en cualquier país del mundo, se llama robo.
Semanas
antes, en otro establecimiento, una conversación similar: “Están
acabando. ¿Para qué dicen que las galletas de sal cuestan 12. 50 si
te las cobran a 13? Cuando pagas con 20 pesos, te devuelven siete; si
lo haces con 15, dos; pero si das 13, ni siquiera se molestan en
disculparse por no devolverte los 0.50 centavos restantes. Y ni
reclames, porque entonces te tildan de ridículo”.
Y,
en la otra orilla, la inalterable justificación: “Lo siento, no
tengo pesetas”; “ay qué pena, hoy no me han traído menudo”,
“te debo los diez centavos, no tengo medio”. Pululan las excusas.
Cuando
el dinero circulante no tiene valor, suceden estas cosas. Las
personas no saben que hacer con tal de adquirir el producto. Son
capaces de permanecer callados, no vaya a ser que el dependiente deje
de vender el producto, o tome represalias con los que aun no lo han
adquirido.
En
una ocasión me sucedió algo parecido con un taxista. No tenía
cambio para devolverme el dinero sobrante, con el cual le había
pagado la carrera. Sencillamente, le dije que hasta que me diera el
vuelto, no me bajaba del taxi. Se puso verde y me maltrató de
palabra todo lo que le dio la gana, pero yo tenía tiempo y no estaba
interesado en mantener una discusión. Permanecí callado hasta que
el taxista, viendo que perdía mucho tiempo, decidió buscar el
cambio.
Un
mal incurable, una epidemia que sacude, así se me antoja la práctica
extendida de escamotear el vuelto en el acto de consumo, sobre todo
si de menudo se trata. Al parecer, los expendedores dan por sentado que el cliente les dejará una propina, como si fuera obligatorio hacerlo, como si el servicio que le han brindado lo mereciera.
Que
levante la mano quien no haya caído alguna vez ante tal zancadilla a
nuestro derecho como consumidores, tropiezo que nos lleva a dudar de
la valía del dinero fraccionario porque ya casi nada cuesta menos de
un peso, y donde todavía los precios se aprecian con esos valores,
pocas veces te devuelven los centavos que sobran del importe.
Al
parecer, de poco sirve que contemos con una Resolución,
la No. 54/2018,
a cuya sombra deberíamos ampararnos los consumidores. En uno de sus
incisos, la normativa establece el derecho a “la entrega completa
del dinero que excedió al efectivo entregado por el bien o servicio
recibido, incluyendo la moneda fraccionaria”. Entonces, ¿por qué
persiste la tendencia a no dar el cambio?
Abundan
los ejemplos. Y estos mortifican más cuando en idéntico contexto se
les niega a determinados consumidores la venta de un producto o el
acceso a un servicio, precisamente, porque el dinero que lleva no es
suficiente, porque les faltan esos centavos que el/la dependiente sí
puede guardarse, pero no le perdona al comprador, para quien no hay
excusa, sobre quien cae todo el peso de la obligación de abonar la
suma establecida.
Una
anécdota de hace varios años ilustra lo anterior. En una cafetería
estatal vendían pan con minuta a 2.50 CUP. Un muchacho de unos trece
años, con dos pesos en la mano, insistía, más bien imploraba, a la
dependienta que le despachara uno. La vendedora, consciente de que
cumplía con su deber (imagínese si le doy a todo el que no tenga o
no le alcance, ¡tendría que pagar de mi bolsillo las minutas!)
continuaba impasible su venta, pero a nadie que no pagara con
exactitud le devolvía los correspondientes 0.50 que excedían,
agarrada a la eterna justificación: “no tengo menudo”.
Dentro
de la cola, una muchacha observaba con indignación la escena y, al
tocar su turno, le dice a la expendedora: “Por favor, dele el pan
al niño. Voy a pagar con tres pesos, los ‘50 kilos’ que me
sobran, y veo que no me dará, son para completar su dinero”.
Yo
también tengo una anécdota. Me ocurrió durante unas vacaciones en
un balneario muy visitado. Nos levantamos temprano para ir a
desayunar. Llegamos al restaurante y nos sentaron en una mesa que
daba a unos cristales que nos separaban del exterior. No estaba mal,
para ser un mes de agosto el aire acondicionado funcionaba de
maravillas. La empleada nos tomó la nota y comenzó nuestra espera.
Pasaron 15 minutos y en ese tiempo llegaron otros comensales. A los
treinta minutos le preguntamos, a la misma empleada que nos había
tomado la nota, el porqué de la demora. Al cabo de 45 minutos, los
comensales que habían llegado después que nosotros ya estaban
acabando de desayunar y nosotros con las lenguas pegadas al paladar.
Al cabo de una hora y de varios cuestionamientos a la empleada, nos
trajeron la cuenta sin haber consumido absolutamente nada. El
berrinche que monté fue mayúsculo. El administrador se presentó y
lo único que se le ocurría decirme era: “Companero usted debe de
comprender...” Comprender qué?, le preguntaba yo. Comprender el
mal trato recibido? Entonces se le ocurre decirme que la empleada era
militante del partido. Peor que peor. Por esa época yo era también
militante y del mismo partido, porque no hay otro, le repliqué. El
administrador continuó con su letanía de la comprensión y yo me dí
por vencido. Eso sí, no pagué. Hubiera sido el colmo!
Cuántas
veces habremos vivido pasajes similares; cuántas veces habremos
preferido callar antes de mostrar nuestra inconformidad, so pena de
parecer “ridículos”. Pero el escamoteo al vuelto no tiene
justificación alguna. Según han asegurado directivos del sistema
bancario en diversas ocasiones y a diferentes órganos de prensa del
país, hay disponibilidad de moneda fraccionaria en todas las
sucursales y, por tanto, los establecimientos comerciales pueden
garantizarlos y cumplir así con su deber.
La
propina no puede ser obligatoria, ha de nacer de la satisfacción por
el servicio recibido. Negar el vuelto bajo la excusa de no poseer
menudo es una forma de maltratar al consumidor, de violar su derecho, de robar.
La de no aceptar propina ha sido otro de los principios “revolucionarios”
que se han dado por vencidos. Poco a poco, sin prisa, pero sin pausa,
el régimen va claudicando en todos sus principios estratégicos.
La
no aceptación de propina, surgida de la necesidad de incorporar a
los cortes de cana de azúcar a los empleados del sector de la
industria turística, allá por los anos 70, fue uno de los primeros
principios en morir cuando Fidel Castro aceptó que el dólar
volviera a circular en Cuba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario