Comenzaba el año 1990, atrás quedaba el nefasto 89, el
cumplimiento de mi tercera “misión internacionalista”, la “alta traición” y
fusilamiento de, tan solo una parte de los principales “narcotraficantes”
encausados en la Causa no.1/89. Solo faltó por fusilar a Raúl y Fidel Castro.
También quedaba atrás la “reestructuración” del
Ministerio del Interior y el desmantelamiento de la Aviación de Guardafronteras
y los helicópteros de la Policía Nacional “Revolucionaria”.
Recien se había discutido en el séptimo piso del
Ministerio del Interior, la exclusión (como área de descanso de Fidel y Raúl
Castro) de los planes llamados “Escudo” y “Estrella”. El primero en Cayo Largo
del Sur y el segundo en el llamado «Parque JOSONE», ubicado en el centro de la
Península de Hicacos.
Para cerrar, el día del cumpleaños de mi hermana y
encontrándome en la provincia de Camagüey formando parte de una comisión de
control de la DAAFAR, nos enteramos de la intervención de los Estados Unidos de
América en Panamá.
El día 15 de diciembre la Asamblea Legislativa panameña había otorgado poderes
especiales a Noriega designándolo Jefe del Gabinete de Guerra, mientras que
declaraba a la República de Panamá en estado de guerra contra los Estados
Unidos.
El día 21 de
diciembre, ya en La Habana, escuchaba decir y leía, que en medio de la noche,
los helicópteros norteamericanos volaban entre los edificios, detectando
cualquier movimiento y aniquilando con precisión objetivos, como si fuese en
plena luz del día.
Para ser sincero,
tengo que decir que no entendía cómo los helicópteros podían volar entre los
edificios siendo noche cerrada. Y fue de esa forma que comencé a interesarme en
los métodos utilizados en el empleo nocturno de los helicópteros durante los
acontecimientos. Fue así que, buscando literatura “enemiga”, conocí de los
famosos “Night Vision Google”, que no son otra cosa que unos equipos opto
electrónicos que permiten ver imágenes en total oscuridad.
La tecnología del
llamado “mundo occidental” se imponía. Ya en Angola, durante el intercambio de
prisioneros en Ruacaná había “descubierto” que existían unos equipos llamados
GPS, que daban la posición exacta sobre el terreno y hasta la dirección e
intensidad del viento. Esos equipos los tenían algunos helicópteros, del tipo
“Dolphin” tripulados por angolanos. Nosotros a lo más que alcanzábamos era a
unos equipos DISS-15, de fabricación soviética (sistema Doppler).
Visión NVG
La Navegación aérea
Doppler es un sistema capaz de determinar la velocidad sobre el suelo y el
ángulo de deriva de la aeronave. Se basa en el efecto Doppler que consiste en
el cambio de frecuencia que experimenta la energía radiada cuando existe un
movimiento relativo entre la fuente que transmite dicha energía y el receptor
de la misma, siendo ese cambio de frecuencia proporcional a la velocidad
relativa entre el transmisor y el receptor.
El uso de éste
sistema Doppler, a partir del año 1961, como equipo autónomo de navegación para
largas distancias sin requerir cobertura de equipos en tierra, produjo un
impacto importante sobre las tripulaciones en cabina. Para nosotros era tan
novedoso, como engorrosa era su utilización.
Me he extendido un
poco para que el lector pueda apreciar lo atrasado que estábamos en materia
tecnológica y le ayude a comprender el propósito de éste artículo.
Una mañana, el Jefe
de la Sección de Aviación de la DAAFAR me citó a su despacho. Me encomendó una
tarea de “vital importancia” relacionada a la lucha contra helicópteros en
condiciones nocturnas. Pretendía que le hiciera una valoración sobre la
utilización de un fusil que se estaba desarrollando en la Industria Militar de
las FAR.
Era de sumo interés,
para el General de División Ulises Rosales del Toro, conocer la apreciación de
un especialista de helicópteros sobre la utilización del “Fusil Mambí” para
derribar helicópteros en pleno vuelo.
De inicio me pareció
una idea absurda. Digo de inicio, porque la experiencia acumulada me decía que
un arma, de un solo proyectil, tiene muy pocas posibilidades de abatir un
objetivo en movimiento. A las palomas se les derriba con escopetas de
cartuchos. Y los cartuchos llevan muchas municiones para que sean muchas las
posibilidades de que alguna de ellas impacte contra el ave y la derribe.
No era necesario
explicar que el momento de mayor peligro, para un helicóptero, es el momento
del vuelo estacionario o estando en tierra. Además, ya se sabía que otras armas
como pudiera ser el cohete de un RPG-7 era capaz de derribar un helicóptero en
el proceso de despegue o aterrizaje, sin mencionar la efectividad de los
famosos Stinger o Red Eye.
Pero un fusil, a la
distancia de 400 metros, por mucha potencia que tuviese, definitivamente no.
Impactar en el rotor de cola o en el rotor central, no lo veía, ni aun lo veo
nada fácil, sobretodo en movimiento.
Dicho y hecho.
Redacté el informe. Una semana más tarde, el mismo jefe, con la misma candanga,
siempre insistiéndome que era un asunto del General Ulises. ¿Y a mí que me
importaba? Pensaba yo. De manera que mi respuesta fue totalmente negativa. Que
esa era mi opinión y al que no le gustara, siempre podría tener una segunda
opinión, que no fuera la mía.
Pasaron los meses y un
buen día me llamó a su despacho el Jefe de la DAAFAR, el “plantero de la
Sierra”. No había terminado el saludo y me espetó a bocajarro: “Ahora me vas a
demostrar si eres o no, buen piloto”. Me quedé de piedra. Aquel que le daban
miedo los aviones… ¿Me estaba desafiando?
Se trataba de un
vuelo demostrativo que se desarrollaría en el populoso reparto Alamar. De
inicio tendría que volar con rumbo norte (hacia el mar), de noche y con todas
las luces apagadas. Alejarme unos 30 kilómetros de la costa. Descender a 100
metros de altura sobre el nivel del mar. Luego dirigirme hacia Alamar, en donde
me estarían esperando, los francotiradores del “Fusil Mambí”, con reflectores y
toda la parafernalia que requiere una maniobra (explosiones, sirenas etc.).
Volar de noche sobre
el mar es complicado. Mucho más a baja altitud, pero la noche de marras era de
las malas. Llovía a cántaros sobre el mar, no así en tierra.
Había algo en la
preparación del vuelo que me guardé. La historia del arte militar de los
Estados Unidos de América es bien explícita. No se debe arriesgar la vida
humana más de lo necesario. Al menor indicio de resistencia, parar la ofensiva
y “martillar” al enemigo hasta que deje de resistir. Luego se podrá continuar.
Mucha diferencia, en comparación a chinos y soviéticos. No digo más.
Los norteamericanos,
ante el menor indicio de una resistencia organizada, no hubieran enviado a los
helicópteros a sobrevolar la ciudad de Panamá. Les hubieran machacado el tiempo
que hubiese sido necesario. Ya tendrían tiempo los helicópteros de terminar la
limpieza.
Era ridículo lo que
me ordenaban. Pero las órdenes “se cumplen y no se discuten”. Lo que pasa es
que sabía de antemano que nada de eso servía. Que era una pérdida de tiempo, de
recursos y una forma de exponer a un riego innecesario a una tripulación de
helicópteros.
Pues bien, esa noche
despegamos, hicimos todo el recorrido y cuando entramos a Alamar le dije a
copiloto. Tú con la vista para fuera buscando objetos contra los que podamos
chocar. Técnico, tú miras por la izquierda, que yo trataré de evitar que las
luces de los reflectores me cieguen.
Y comenzó a llover en
Alamar. En fin, lo hicimos y luego las felicitaciones. Pero en lugar de estar
satisfecho, estaba todo lo contrario y solo me preguntaba:
¿Para qué sirve el
fusil “Mambí”?