domingo, 30 de agosto de 2015

Para que sirve el fusil “Mambí”

Para que sirve el fusil “Mambí”





Comenzaba el año 1990, atrás quedaba el nefasto 89, el cumplimiento de mi tercera “misión internacionalista”, la “alta traición” y fusilamiento de, tan solo una parte de los principales “narcotraficantes” encausados en la Causa no.1/89. Solo faltó por fusilar a Raúl y Fidel Castro.

También quedaba atrás la “reestructuración” del Ministerio del Interior y el desmantelamiento de la Aviación de Guardafronteras y los helicópteros de la Policía Nacional “Revolucionaria”.

Recien se había discutido en el séptimo piso del Ministerio del Interior, la exclusión (como área de descanso de Fidel y Raúl Castro) de los planes llamados “Escudo” y “Estrella”. El primero en Cayo Largo del Sur y el segundo en el llamado «Parque JOSONE», ubicado en el centro de la Península de Hicacos.

Para cerrar, el día del cumpleaños de mi hermana y encontrándome en la provincia de Camagüey formando parte de una comisión de control de la DAAFAR, nos enteramos de la intervención de los Estados Unidos de América en Panamá.

El día 15 de diciembre la Asamblea Legislativa panameña había otorgado poderes especiales a Noriega designándolo Jefe del Gabinete de Guerra, mientras que declaraba a la República de Panamá en estado de guerra contra los Estados Unidos.

El día 21 de diciembre, ya en La Habana, escuchaba decir y leía, que en medio de la noche, los helicópteros norteamericanos volaban entre los edificios, detectando cualquier movimiento y aniquilando con precisión objetivos, como si fuese en plena luz del día.

Para ser sincero, tengo que decir que no entendía cómo los helicópteros podían volar entre los edificios siendo noche cerrada. Y fue de esa forma que comencé a interesarme en los métodos utilizados en el empleo nocturno de los helicópteros durante los acontecimientos. Fue así que, buscando literatura “enemiga”, conocí de los famosos “Night Vision Google”, que no son otra cosa que unos equipos opto electrónicos que permiten ver imágenes en total oscuridad.

La tecnología del llamado “mundo occidental” se imponía. Ya en Angola, durante el intercambio de prisioneros en Ruacaná había “descubierto” que existían unos equipos llamados GPS, que daban la posición exacta sobre el terreno y hasta la dirección e intensidad del viento. Esos equipos los tenían algunos helicópteros, del tipo “Dolphin” tripulados por angolanos. Nosotros a lo más que alcanzábamos era a unos equipos DISS-15, de fabricación soviética (sistema Doppler).

                          Visión NVG
La Navegación aérea Doppler es un sistema capaz de determinar la velocidad sobre el suelo y el ángulo de deriva de la aeronave. Se basa en el efecto Doppler que consiste en el cambio de frecuencia que experimenta la energía radiada cuando existe un movimiento relativo entre la fuente que transmite dicha energía y el receptor de la misma, siendo ese cambio de frecuencia proporcional a la velocidad relativa entre el transmisor y el receptor.

El uso de éste sistema Doppler, a partir del año 1961, como equipo autónomo de navegación para largas distancias sin requerir cobertura de equipos en tierra, produjo un impacto importante sobre las tripulaciones en cabina. Para nosotros era tan novedoso, como engorrosa era su utilización.

Me he extendido un poco para que el lector pueda apreciar lo atrasado que estábamos en materia tecnológica y le ayude a comprender el propósito de éste artículo.

Una mañana, el Jefe de la Sección de Aviación de la DAAFAR me citó a su despacho. Me encomendó una tarea de “vital importancia” relacionada a la lucha contra helicópteros en condiciones nocturnas. Pretendía que le hiciera una valoración sobre la utilización de un fusil que se estaba desarrollando en la Industria Militar de las FAR.

Era de sumo interés, para el General de División Ulises Rosales del Toro, conocer la apreciación de un especialista de helicópteros sobre la utilización del “Fusil Mambí” para derribar helicópteros en pleno vuelo.

De inicio me pareció una idea absurda. Digo de inicio, porque la experiencia acumulada me decía que un arma, de un solo proyectil, tiene muy pocas posibilidades de abatir un objetivo en movimiento. A las palomas se les derriba con escopetas de cartuchos. Y los cartuchos llevan muchas municiones para que sean muchas las posibilidades de que alguna de ellas impacte contra el ave y la derribe.

No era necesario explicar que el momento de mayor peligro, para un helicóptero, es el momento del vuelo estacionario o estando en tierra. Además, ya se sabía que otras armas como pudiera ser el cohete de un RPG-7 era capaz de derribar un helicóptero en el proceso de despegue o aterrizaje, sin mencionar la efectividad de los famosos Stinger o Red Eye.

Pero un fusil, a la distancia de 400 metros, por mucha potencia que tuviese, definitivamente no. Impactar en el rotor de cola o en el rotor central, no lo veía, ni aun lo veo nada fácil, sobretodo en movimiento.

Dicho y hecho. Redacté el informe. Una semana más tarde, el mismo jefe, con la misma candanga, siempre insistiéndome que era un asunto del General Ulises. ¿Y a mí que me importaba? Pensaba yo. De manera que mi respuesta fue totalmente negativa. Que esa era mi opinión y al que no le gustara, siempre podría tener una segunda opinión, que no fuera la mía.

Pasaron los meses y un buen día me llamó a su despacho el Jefe de la DAAFAR, el “plantero de la Sierra”. No había terminado el saludo y me espetó a bocajarro: “Ahora me vas a demostrar si eres o no, buen piloto”. Me quedé de piedra. Aquel que le daban miedo los aviones… ¿Me estaba desafiando?

Se trataba de un vuelo demostrativo que se desarrollaría en el populoso reparto Alamar. De inicio tendría que volar con rumbo norte (hacia el mar), de noche y con todas las luces apagadas. Alejarme unos 30 kilómetros de la costa. Descender a 100 metros de altura sobre el nivel del mar. Luego dirigirme hacia Alamar, en donde me estarían esperando, los francotiradores del “Fusil Mambí”, con reflectores y toda la parafernalia que requiere una maniobra (explosiones, sirenas etc.).

Volar de noche sobre el mar es complicado. Mucho más a baja altitud, pero la noche de marras era de las malas. Llovía a cántaros sobre el mar, no así en tierra.

Había algo en la preparación del vuelo que me guardé. La historia del arte militar de los Estados Unidos de América es bien explícita. No se debe arriesgar la vida humana más de lo necesario. Al menor indicio de resistencia, parar la ofensiva y “martillar” al enemigo hasta que deje de resistir. Luego se podrá continuar. Mucha diferencia, en comparación a chinos y soviéticos. No digo más.

Los norteamericanos, ante el menor indicio de una resistencia organizada, no hubieran enviado a los helicópteros a sobrevolar la ciudad de Panamá. Les hubieran machacado el tiempo que hubiese sido necesario. Ya tendrían tiempo los helicópteros de terminar la limpieza.

Era ridículo lo que me ordenaban. Pero las órdenes “se cumplen y no se discuten”. Lo que pasa es que sabía de antemano que nada de eso servía. Que era una pérdida de tiempo, de recursos y una forma de exponer a un riego innecesario a una tripulación de helicópteros.

Pues bien, esa noche despegamos, hicimos todo el recorrido y cuando entramos a Alamar le dije a copiloto. Tú con la vista para fuera buscando objetos contra los que podamos chocar. Técnico, tú miras por la izquierda, que yo trataré de evitar que las luces de los reflectores me cieguen.

Y comenzó a llover en Alamar. En fin, lo hicimos y luego las felicitaciones. Pero en lugar de estar satisfecho, estaba todo lo contrario y solo me preguntaba:

¿Para qué sirve el fusil “Mambí”?   

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viernes, 28 de agosto de 2015

Insólita "alarma de bomba" en el Mercado de Carlos III

Insólita "alarma de bomba" en el Mercado de Carlos III
Miriam Celaya, La Habana | Agosto 18, 2015

Alrededor de las tres de la tarde del pasado lunes, una multitud de clientes y decenas de vecinos de la barriada circundante se aglomeraban frente al popular Mercado de Carlos III, en el municipio capitalino de Centro Habana. En cuestión de minutos, y para consternación general, habían sido forzados a evacuar todos los departamentos de comercio y las áreas de cafeterías y de esparcimiento debido a una "amenaza de bomba".

El emblemático centro comercial fue cerrado y los empleados responsables de la seguridad, que casi nunca tienen nada más que hacer que revisar alguna que otra bolsa de clientes sospechosos de robo, se agitaban de un lado al otro, procurando mantener alejados a los curiosos mientras emitían partes por sus walkie-talkies, en medio de un aparatoso despliegue digno de un filme de acción hollywoodiense de esos que transmite la televisión nacional en las noches de sábado. Se habían convertido en los protagonistas del día y disfrutaban el papel.

La abulia nacional en esta ínsula es tal que posiblemente los cubanos son el único pueblo que, en lugar de huir y alejarse, se aglomera frente a un lugar donde se anuncia la posibilidad de que estalle una bomba. Sin embargo, al comprobar que no ocurría nada que mereciera mayor atención, el gentío se fue dispersando paulatinamente, y ya hacia las seis de la tarde apenas rondaban el lugar unos pocos vecinos, más animados que preocupados ante un evento que rompía la rutina cotidiana del barrio.

Fue éste el momento que escogió esta ocasional cronista para acercarse con aire inocente al guardia de seguridad que controlaba la reja de la entrada lateral del mercado, sobre la calle Árbol Seco, e indagar por qué habían cerrado antes de la hora habitual. "Tenemos una situación especial", me respondió muy serio y circunspecto el interpelado. "¿Y eso por qué, hay algún fuego, algún nuevo asalto a la Western Union, otro escape de gas como el que ocurrió hace unos meses?"

Entonces sentí una mano sobre mi hombro. Era un joven de poco más de treinta años que se había acercado silenciosamente hasta nosotros y había asistido al breve diálogo. Parqueada junto al contén de la acera, su motocicleta Suzuki delataba su condición de agente de la Seguridad del Estado. Venía afable y conciliador, incluso condescendiente: "No, vamos a decirle la verdad a la compañera", dijo dirigiéndose al custodio uniformado, que al instante quedó convertido en el invitado de piedra. Y volviéndose hacia mí, todavía con su mano sobre mi hombro, me informó que había una "amenaza de bomba" en el mercado y por razones de seguridad habían evacuado el lugar. Dicha amenaza había sido avisada por teléfono, ni siquiera se sabía a ciencia cierta si la bomba había sido colocada en esta u otra tienda, así que desde el día anterior había varios comercios cerrados, por precaución.

Puse mi mejor cara de sorpresa e incredulidad. "¿Bomba... en Cuba? ¿Usted está seguro de eso? Y si la amenaza fue conocida desde ayer, ¿por qué cerraron este mercado hoy? Pudimos reventar muchas personas, ¿no?" El agente comenzó a perder el buen talante y retiró su afectuosa mano de mi hombro: "Pero, ¿acaso le extraña compañera? ¿Usted no sabe que hubo un turista italiano que murió por una bomba en un hotel de Cuba?". Respondí: "Bueno, pero eso fue una bomba, no una amenaza. Que yo sepa, nadie ha puesto una bomba en Cuba para después avisar que la puso. Eso es cosa de películas americanas. El que pone bombas prefiere que explote sin avisar".

Ahora ya el joven mostraba franco disgusto con esta latosa inquisitoria. "Mire, compañera, todo el mundo sabe que después del triunfo de la Revolución ha habido muchas bombas y atentados terroristas contrarrevolucionarios donde ha muerto mucha gente inocente". Asentí con la cabeza, y añadí: "Cierto, lo de las bombas no es nada nuevo. Incluso antes de la Revolución hubo grupos revolucionarios de 'Acción y Sabotaje' del Movimiento 26 de julio que ponían bombas y petardos en cines, parques y otros lugares públicos".

Fue un golpe bajo de mi parte, lo sé. Esta vez mi improvisado instructor quedó momentáneamente mudo, me miró receloso y empezó a perder los estribos, pero todavía no renunció a aleccionarme. "Oiga compañera, usted debería informarse mejor. Mire, si usted tiene familia afuera, dígale que le cuenten lo que sale en el cable, que hay un grupo terrorista llamado ISIS que tiene ramificaciones en todo el mundo, que Cuba ya se insertó en el mundo y ya estamos globalizados, así que cualquier cubano puede ser un mercenario del Estado Islámico, como el que cogieron hace poco en la Florida que iba a poner una bomba, ¿oyó? Dígale a sus familiares que la informen ¡Hay que informarse más, compañera; hay que estar a tono con los tiempos! ¿Usted no sabe lo que es internet?".

Ese fue el pie forzado que yo esperaba: "Óigame lo que le voy a decir, joven, que yo sepa los cubanos estamos tan bien informados por el Granma, toda la prensa nacional y Telesur que no necesitamos ningún noticiero extranjero ni de internet ni de cable alguno para saber lo que ocurre en Cuba y en el mundo. Es más, si no lo dicen en el noticiero nacional de TV, esto de la bomba es otra patraña del enemigo para sembrar el miedo en la población. De hecho, aquí no veo ni grupos de bomberos ni policías ni cierre de calles. La gente sigue circulando por toda la zona y los empleados siguen dentro del mercado. ¿Qué clase de bomba es esa que puede matar solo a los clientes?".

Obviamente, el agente no tenía respuesta para aquello, así que se fue del guión e improvisó una morcilla: "Esa es otra cosa. Igual hay que considerar que hay mucha gente en la Florida que no quiere relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Va y ellos tienen que ver con la bomba".

No pude contener la risa: "¡Acabáramos!, se estaba demorando. Es decir, que ya no tenemos enemigo imperialista y ahora nos fabricamos otro. Bien, hay que mantener la beligerancia de alguna manera. ¿Qué sería de la Revolución si se quedara huérfana de enemigos?"
De golpe, el joven seguroso comprendió que había sido víctima de una estafa y se puso ceñudo. En vano. La gente alrededor se reía de buena gana. Un viejo vecino de la acera de enfrente selló el breve episodio con una sentencia lapidaria: "Bomba fue la que nos pusieron a todos hace 56 años. ¡Y esa no acaba de estallar!". Una carcajada general fue el juicio popular más convincente sobre esta insólita "amenaza de bomba" en el Mercado de Carlos III.
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