En la playita. Al fondo el Tarara Yacht Club
Resulta que hoy en día las únicas memorias de Tarará son la de Yoani Sánchez y sus “casonas particulares” para el disfrute de los hijos de obreros (ella no menciona a los hijos de los campesinos).
Relata Yoani que sobre un césped, de la ribera del río Tarará, formarían cinco grandes círculos, representativos de los cinco continentes. Ese mismo río, que no tiene más de 3 kilómetros de extensión y que si hoy presenta una anchura considerable no es por obra de la madre naturaleza, sino por los meses y tal vez años que fuera dragado a fin de construir una Marina digna del Yacht Club. Por cierto, los jardines que menciona Yoani se encuentran en las cercanías de la capitanía de la actual Marina. De ahí hasta el puente de la Vía Blanca es solo terraplén fangoso. A mi me tocó ser tararéense antes del primero de enero de 1959.
Mis abuelos compraron una parcela de aquel reparto, propiedad de la familia norteamericana de apellido Webster. El viejo Webster, a su vez (según me contaron Joseíto y Lucía, los padres de July) había comprado aquellos terrenos en una bagatela. Se trataba de unas cuantas caballerías de “diente de perro” impenetrable y totalmente insalubre, donde tal vez se hubiera dado, en la persona de Joseíto, uno de los últimos casos de paludismo del Siglo XX, en Cuba.
La casa fue construida en 1952. Situada en el número 33804 del camino 23 entre 8 y Santa Elena, estaba compuesta por dos plantas, carporche, jardín al frente y atrás. En la planta baja una sala amplia que incluía una barra, un sala más pequeña (al fondo) para la televisión y el radio tocadiscos. Al fondo y a la derecha el comedor. Se encontraba también un baño auxiliar (inodoro y lavamanos) para las visitas. Luego venía la cocina y el cuarto amplio para dos sirvientas, con su bañito apretado. Vamos, que cuando Clara, la manejadora de mi hermana, se bañaba, se mojaba el inodoro y el lavamanos.
La cocina se componía de una habitación muy amplia, que incluía una mesa para cuatro o seis personas (era extensible), un fogón de gas, de cuatro hornillas (horno incluido), un calentador de gas (con piloto), un fregadero amplísimo y alrededor de las paredes un sinnúmero de estantes donde colocar los enseres. Por supuesto, no podía faltar el refrigerador, que era del tamaño de una persona de estatura algo superior a la media. No tenía nevera congeladora. Mi familia no acostumbraba a congelar alimentos.
Dos o tres años después de terminada nuestra casa, en el lote contigua (que hacía esquina y era más caro), construyeron su casa Joseíto y Lucía, donde por cierto me caí en la fosa (aun por terminar y como no podía salir pasé un gran susto). Tendría seis o siete años. Del otro lado del carporche, había una rampa donde cabían hasta tres carros. Vamos a ver: Entre la rampa del carporche y el carporche mismo cabían dos automóviles y en la rampa contigua tres. Sobraba espacio para el Buick 56 de mi abuela, el Ford 57 y el “Henry J.” de mi mamá, que en aquella época era un automóvil pequeñito.
La parte superior de la casa se componía de dos alas. En el ala izquierda se encontraban dos cuartos (4 por 3 metros), con baño intercalado. Uno de ellos correspondía a mi abuela y que solo era utilizado los fines de semana. El otro era mío y de mi hermana. Papá y mamá utilizaban el cuarto del ala derecha (5 por 4 metros), que tenía baño interior y una terraza (3 por 2 metros), desde la cual salté innumeras veces hacia el jardín, por encima de un seto de crotos que quedaba directamente debajo.
El 99% de las casas eran lo que se llaman casas modestas de familias de clase media. Éramos pocos los residentes permanentes, entre los cuales se encontraba mi amigo de la infancia Fidelito Castro Díaz-Balart, con el cual compartíamos “guerras de almendras” y “fusilamientos” de fotografías del General Batista.
Fidelito Castro Díaz-Balart |
Es cierto que había casas fastuosas, no lo niego. Una de ellas era la del depuesto presidente de la República Dr. Carlos Prío Socarrás.
Algunos seudo-historiadores, faltos de rigor, nos quieren hacer creer hoy, que Tarará era un suburbio de la Ciudad de La Habana, cuando en realidad era parte del Municipio de Guanabacoa.
La comunicación con la Gran Ciudad fue extremadamente penosa, aun con la utilización de la Vía Blanca, aun no terminada. Se bordeaba la bahía habanera, pasando por Guanabacoa, Luyano, La Víbora, hasta la Ciudad Deportiva.
Recuerdo que ya fuese en en los Hermanos Maristas de la Víbora o, en el Colegio Baldor, siempre el pisicorre de Tacoronte o las guaguas de Baldor, nos llevaban y traían por ese trayecto dos veces por día. Hasta que en 1958 queda por fin terminado el Tunel de la Bahía.
Otro de mis recuerdos de la época era ver las prácticas de tiro del Ejército de Batista, contra los taludes ubicados en dirección a la costa, entre lo que se conoce comoLa Playa del Chivo y lo que actualmente constituye La Habana del Este.
Portada de Tarará |
Tarará no era un pueblo, ni una villa, ni una aldea. Era un “Reparto Residencial”, parcialmente urbanizado. Pocas de sus calles eran asfaltadas. La mayoría eran pedraplenes, que hacían insoportable pasear en bicicleta. No tenía alcantarillado. Las calles tenían alumbrado eléctrico. El agua era salobre.
Muchos de los trabajadores, en su mayoría procedentes del pueblecito de Barreras, la bebían y nosotros (los muchachos le imitábamos). Jamás enfermamos por esa causa. Tal vez por otras.
La incipiente televisión se captaba con deficiencia, siendo insoportable el paso de los aviones “Super G Constelation”, aquellos de las tres colas, que lentos y pesados nos sobrevolaban, en su ruta a Miami y New York e impedían durante un inacabable espacio de tiempo, ver las aventuras de Rin Tin Tin.
Tarará era tan, pero tan cerrado, al público exterior, que para entrar había que pedir permiso a los residentes. No había robos.
Después del primero de enero de 1959 comenzaron a entrar, primero, personajes ajenos.
Allí vi, en primera, persona a Camilo Cienfuegos y al Ernesto Guevara compartir bromas. Como “consecuencia de su extraña dolencia asmática, Guevara se instaló en la casa del Dr. Carlos Prío Socarrás. Camilo era más…, de pueblo.
La "casita" de Carlos Prío Socarrás, utilizada por Guevara |
http://manchiviri.blogspot.pt/2016/09/las-mil-y-una-historias-de-tarara.html
Las muchas caras de Tarará
El
enclave habanero, en el punto de mira por la popularidad de
'Chernóbyl', ha sido barrio burgués, campamento y hospital
LUZ
ESCOBAR, La
Habana
Pocos
barrios cubanos han cambiado tanto con el paso del tiempo como
Tarará, al este de La Habana. Pasó de ser un glamuroso condominio a
campamento pioneril, después se convirtió en hospital para niños
afectados por el accidente nuclear de Chernóbil y más tarde en
escuela de español para estudiantes chinos. A cada uno que se le
pregunte tiene recuerdos diferentes del sitio.
La
popularidad de la serie Chernobyl,
producida por la cadena estadounidense HBO y difundida en la Isla a
través del paquete,
han puesto en el punto de mira la zona. Los medios oficiales han
arremetido contra el guión de la ficción estadounidense, al que
acusan de tendencioso y de no mostrar la atención médica que
recibieron en Tarará muchos niños afectados en los años
posteriores a 1986.
Yanet
tiene 45 años y que durante su escuela primaria pasó varias semanas
en el Campamento de Pioneros José Martí en este barrio. Para ella,
la memoria tiene otros tintes más relacionados con actividades
docentes y de la organización estudiantil. "Desde primero y
hasta sexto grado fui casi cada grado a Tarará. Allí dábamos
clases y hacíamos actividades recreativas en la tarde",
recuerda.
"Me
gustaba ir porque era divertido pero también extrañaba a mi
familia. La playa es muy linda y también había uno de los mejores
parques de diversiones de toda La Habana pero se echó a perder con
el tiempo y ya no queda nada", cuenta. La Ciudad de los
Pioneros, como también se conoció, fue inaugurada en julio de 1975
por Fidel Castro.
"Ese
fue un típico gesto a lo Robin Hood", reprocha Yanet. "Era
como decir que le quitaban las casas a los ricos que se fueron de
Cuba y se las daban a los niños y las familias que antes eran
pobres. Pero con el tiempo también nos las quitaron a nosotros".
Los enormes chalets, los condominios de ventanas francesas y amplias
terrazas recuerdan aún su pasado burgués.
En
las 525 casas de este pequeño paraíso solo quedan 17 familias de
las que originalmente habitaban Tarará en los años 50. El resto
emigró o perdió su propiedad tras la llegada de Fidel Castro al
poder.
En
los años 80, coincidiendo con el boom del subsidio soviético, el
enorme complejo llegó a contar con un centro cultural, siete
comedores, cinco bloques docentes, un hospital, un parque de
diversiones y hasta un atractivo teleférico que cruzaba entre dos
colinas sobre el río Tarará y del que hoy solo queda un amasijo de
hierros oxidados.
Ahora,
el pueblo se dispone a vivir una nueva reconversión, pues se ha
anunciado la vuelta un grupo de 50 niños ucranianos descendientes de
los afectados por el desastre nuclear de Chernóbil.
Otro
de los cambios en el rostro de Tarará y que más quejas ha levantado
es el cierre de la escuela para asmáticos y diabéticos Celia
Sánchez Manduley, un internado en el que las horas lectivas se
combinaban con la preparación específica para convivir con esas
enfermedades. El asma afecta a 92,6 cubanos de cada 1.000 habitantes
de todas las edades, según datos de la Comisión Nacional de Asma y
de la Sociedad Cubana de Alergia, Asma e Inmunología Clínica.
Aunque
ya se ha cumplido un año del cierre, los exalumnos del centro y sus
familiares siguen esperando una respuesta de las autoridades de
Educación.
Tarará
se convirtió en hospital para niños afectados por el accidente
nuclear de Chernóbil. (Enrique de la Osa)
Los
cinco años que pasó, entre 2008 y 2013, Luis Alejandro, nombre
ficticio de uno de los estudiantes, los recuerda gratamente. "Esa
escuela no tenía nada que ver con las del resto del país, había
excelentes profesionales, todo era genial", recuerda. Los
alumnos pasaban toda la semana lectiva en el internado, llegaban el
domingo a las seis de la tarde y salían los viernes, después del
almuerzo en una guagua de la propia escuela.
"Teníamos
una rutina. Como en todas las becas nos levantábamos a las 6, lo
primero que hacíamos antes de asearnos era tomarnos el medicamento",
detalla. A pesar de que en el resto de las escuelas del país hace
años que se erradicó el concepto de merienda, Luis Alejandro y los
otros pacientes asmáticos recibían puntualmente tres refrigerios
diarios además de las comidas.
Pero
lo más importante era el tratamiento para su enfermedad. "Este
tiempo ahí me ayudó mucho y nunca faltaban las medicinas. Nos
acostumbraron a hacer ejercicios para la respiración y a convivir
con la enfermedad". También se enseñaban a los estudiantes
diabéticos a inyectarse ellos mismos la insulina y a medirse el
azúcar en la sangre.
Pero
un día todo terminó. "El cierre llegó sin que nadie lo
esperara, lo primero que sucedió fue que desde el Ministerio de
Salud Pública mandaron convertir el hospital de la zona en uno de
atención para los turistas que estaban dentro de Tarará, al estilo
de La Pradera (un centro asistencial destinado a extranjeros). Ese
experimento no funcionó y lo cerraron. Ahí comenzó el problema,
porque sin un hospital cerca con todas las condiciones, la escuela no
podía quedarse", recuerda.
"La
primera medida que tomaron fue cerrar la inscripción. Luego
esperaron a graduar al último curso de noveno grado y entonces la
cerraron en junio del año pasado", explica Luis Alejandro. El
local todavía pertenece al Ministerio de Educación pero el inmueble
está sufriendo la falta de uso y mantenimiento.
Desde
que la escuela se creó en 1985 y hasta 2013 (último año del que
hay datos disponibles) fueron más de 5.000 los niños asmáticos y
alrededor de 500 los diabéticos que se atendieron allí. La
instalación estaba cerca de la playa y ese aire puro era muy
beneficioso para los asmáticos.
El
29 de junio del pasado año, el mismo día del cierre de la escuela,
Carlos Javier Acosta, uno de sus estudiantes, lamentaba la situación
en Facebook. "Hoy realmente fue un día triste para mi. Fue el
último día de la escuela que observó parte de mi infancia y
adolescencia, la escuela donde aprendí a vivir con mi enfermedad,
donde conocí la amistad, donde me formé como una persona de bien,
donde aprendí a ser independiente gracias a que era becado"
(sic.).
Para
otros, el día más triste fue cuando dijeron adiós no solo a Tarará
sino también al país. "Mi padre había comprado un terreno en
el lugar y construyó una bonita casa de dos plantas con vista al
mar", recuerda Gerardo Ponce, un exiliado cubano cuya familia
salió de la Isla solo con lo que pudieron "cargar en las
maletas", según recuerda. Su padre había levantado un pequeño
negocio farmacéutico que le fue confiscado a inicios de los 60.
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excelente cronica mi estimado amigo. la enlazo. gracias.
ResponderEliminaryo pase parte de mi ninez en el reparto agromar que estaba [esta] pasando las lomas de guanabo por la antigua carretera. conozco bien la zona y algunas veces caminando por las lomas llegue hasta tarara. no tienes fotos de aquella epoca?
ResponderEliminarDiscúlpame, Lázaro, por no haber publicado el comentario de foema inmediata. Tuve que ausentarme inmediatamente despues de haberlo posteado y hasta hoy estuve ausente.
ResponderEliminarMuchas gracias
Estimado Lázaro, la parte posterior a las lomas de Guanabo las conozco, pero no de aquella época. La verdad que a donde más lejos llegué, con siete u ocho años(hacia el sur) fue hasta la cueva que se encuentra detrás del restaurant-cafetería "Taramar". Por el oeste hasta el centro de equitación que ahora mismo no recuerdo el nombre. Hacia el éste, toda la parte que luego sería Mégano.
ResponderEliminarTengo fotografías, pero como se encuentran en el baúl de los recuerdos, necesito tiempo para buscarlas, escanearlas y postear-las. Ya lo había pensado.
Gracias nuevamente