Sobre esta visión del mundo, “revolucionario” y represivo, intolerante e inhumano, se logró impregnar en las personas la sumisión a las leyes de los desgobernantes y su sistema de partido único. Hasta que, como consecuencia de su improductividad, se desmerengó de propia mano y nuevamente los pueblos del este europeo caminan por senderos democráticos, tan duramente combatidos por aquel sistema.
No fue la inteligencia de los hombres, ni del arte, ni de las ciencias o las “nuevas” ideas que se oponían a las conquistas de las revoluciones burguesas lo que dio al traste con aquella “ideología del igualitarismo”. Durante casi un siglo los neofudalistas totalitarios engendraron textos, inventaron instituciones y constituciones, experimentaron formas de gobiernos (considerados por ellos democráticos) y estados laicos. Unido a esto, conculcaron los derechos humanos (aun siendo signatarios de los mismos) y establecieron nuevas leyes y códigos. Fue, sin duda, un enorme paso hacia atrás. Un retroceso, de esa parte de la humanidad, hacia las tinieblas de la edad media. Nunca formaron parte del Siglo de las Luces, en tanto hacían caso omiso a los preceptos de la Revolución Francesa.
Esos mismos funcionarios, que en su día parecieran revolucionarios al proclamar y luchar (aparentemente) por alcanzar los anhelos progresistas de la clase obrera, mostraron sus verdaderas intenciones al alejarse (utilizando engaños y mentiras) de sus ideales primigenios o interpretándolos de manera lesiva para los pobres de la tierra.
Ante más de 8 décadas de anquilosamiento, les fue imposible mantenerse en el poder. Nada les valió proclamar como un triunfo del sistema totalitario, el proceso de descolonización de territorios que una vez fueran posesiones de regímenes feudales. Verdaderamente, el proceso de descolonización era una necesidad imperiosa del sistema democrático burgués.
De nada les sirvió propalar la idea retrógrada del imperialismo, donde unos países propugnan la dominación de un país sobre otro, al mejor estilo feudal. De hecho, mientras su propaganda imperialista le daba la vuelta al mundo, los neofeudalistas totalitarios imponían su sistema a sangre y fuego en los países de la Europa oriental.
Para sorpresa de cualquiera que lea este artículo, comprenderá que el neofeudalismo aun no ha terminado, sino que acaba de empezar. Hoy, en pleno Siglo XXI y tras la estela de un fracasado neofeudalismo tropical, se pretende engañar nuevamente a los proletarios del mundo con los viejos cuentos irracionales, de fanatismo ilimitado. Repartiendo a diestras y siniestras el patrimonio nacional de los países en que se han enquistado, pretenden convertirse en custodios de la perversa maquinaria de sometimiento, al más puro estilo de Josef Duglashvili.
En el fondo, hoy como ayer, se envuelve en frases populistas, y en preocupaciones morales (Evo Morales), que no pasan de ser sino intereses egoístas de los funcionarios en el poder. El eslabón más alto de la especie humana, “el revolucionario” y su supuesta invencibilidad, intenta ser, junto al “hombre nuevo” (copia de la doctrina fascista), el mecanismo que garantice el poder de “la clase obrera”. Mientras tanto, los funcionarios en el poder, despilfarran a sus anchas.
En consecuencia, es perfectamente lógico, desde ese punto de vista, que se rechace toda intención de interpretar los derechos humanos desde un punto de vista contrario a sus percepciones. Especialmente la Constitución, que debe ser revisada y cambiada para que se ajuste a su forma de desgobierno. Luego la reformularán para hacerla inamovible o dicho de otra forma, tan eterna como el sistema neofeudal que pretenden imponer.
Siempre que los demócratas intentan defender las leyes, aparecen los viejos lobos vestidos de “revolucionarios”, llamando a cerrar filas contra los burgueses imperialistas, mientras propagan la nefasta idea del igualitarismo.
El problema, que ellos llaman socialismo, no es más que neofeudalismo. Es retornar a los viejos tiempos medievales. La diferencia estriba en que ahora no son llamados “señores feudales”. Ahora se llaman “compañeros funcionarios”. Es increíble, que después del ejemplo de la Unión Soviética y el Campo Socialista y su fallido sistema económico, causante del atraso tecnológico-industrial de aquellos países (que fueran desarrollados), proyectos de dictadores vitalicios y funcionarios acólitos de paisitos tercermundistas (subdesarrollados) engañen a sus pueblos con la misma teoría del fracaso.
Donde se resume la teoría neofeudal es en sus preocupaciones y ocupaciones, con respecto a lo que llama “soberanía nacional”. Es aquí donde se evidencian los estrechos vínculos entre el feudalismo medieval con el pensamiento y la práctica política más neofeudalista del sistema que pretenden imponer:
“Nuestra soberanía está siendo colonizada por los consorcios internacionales (empresas de países extranjeros)…” “Nuestras fronteras peligran”. “Podemos ser atacados en cualquier momento”. “Nos preocupa nuestra seguridad nacional y los intentos de asesinato de nuestro máximo líder”.
Para “defenderse” de esos peligros, poco a poco van tomando una serie de medidas:
Nacionalización de empresas extranjeras y nacionalización de bancos extranjeros, siempre bajo el pretexto de consolidar la “independencia nacional”, a la vez que pertrechan las fuerzas armadas de sus respectivos países. No tanto para combatir las supuestas agresiones externas, como para estar preparados para reprimir a su propio pueblo.
No fue la inteligencia de los hombres, ni del arte, ni de las ciencias o las “nuevas” ideas que se oponían a las conquistas de las revoluciones burguesas lo que dio al traste con aquella “ideología del igualitarismo”. Durante casi un siglo los neofudalistas totalitarios engendraron textos, inventaron instituciones y constituciones, experimentaron formas de gobiernos (considerados por ellos democráticos) y estados laicos. Unido a esto, conculcaron los derechos humanos (aun siendo signatarios de los mismos) y establecieron nuevas leyes y códigos. Fue, sin duda, un enorme paso hacia atrás. Un retroceso, de esa parte de la humanidad, hacia las tinieblas de la edad media. Nunca formaron parte del Siglo de las Luces, en tanto hacían caso omiso a los preceptos de la Revolución Francesa.
Esos mismos funcionarios, que en su día parecieran revolucionarios al proclamar y luchar (aparentemente) por alcanzar los anhelos progresistas de la clase obrera, mostraron sus verdaderas intenciones al alejarse (utilizando engaños y mentiras) de sus ideales primigenios o interpretándolos de manera lesiva para los pobres de la tierra.
Ante más de 8 décadas de anquilosamiento, les fue imposible mantenerse en el poder. Nada les valió proclamar como un triunfo del sistema totalitario, el proceso de descolonización de territorios que una vez fueran posesiones de regímenes feudales. Verdaderamente, el proceso de descolonización era una necesidad imperiosa del sistema democrático burgués.
De nada les sirvió propalar la idea retrógrada del imperialismo, donde unos países propugnan la dominación de un país sobre otro, al mejor estilo feudal. De hecho, mientras su propaganda imperialista le daba la vuelta al mundo, los neofeudalistas totalitarios imponían su sistema a sangre y fuego en los países de la Europa oriental.
Para sorpresa de cualquiera que lea este artículo, comprenderá que el neofeudalismo aun no ha terminado, sino que acaba de empezar. Hoy, en pleno Siglo XXI y tras la estela de un fracasado neofeudalismo tropical, se pretende engañar nuevamente a los proletarios del mundo con los viejos cuentos irracionales, de fanatismo ilimitado. Repartiendo a diestras y siniestras el patrimonio nacional de los países en que se han enquistado, pretenden convertirse en custodios de la perversa maquinaria de sometimiento, al más puro estilo de Josef Duglashvili.
En el fondo, hoy como ayer, se envuelve en frases populistas, y en preocupaciones morales (Evo Morales), que no pasan de ser sino intereses egoístas de los funcionarios en el poder. El eslabón más alto de la especie humana, “el revolucionario” y su supuesta invencibilidad, intenta ser, junto al “hombre nuevo” (copia de la doctrina fascista), el mecanismo que garantice el poder de “la clase obrera”. Mientras tanto, los funcionarios en el poder, despilfarran a sus anchas.
En consecuencia, es perfectamente lógico, desde ese punto de vista, que se rechace toda intención de interpretar los derechos humanos desde un punto de vista contrario a sus percepciones. Especialmente la Constitución, que debe ser revisada y cambiada para que se ajuste a su forma de desgobierno. Luego la reformularán para hacerla inamovible o dicho de otra forma, tan eterna como el sistema neofeudal que pretenden imponer.
Siempre que los demócratas intentan defender las leyes, aparecen los viejos lobos vestidos de “revolucionarios”, llamando a cerrar filas contra los burgueses imperialistas, mientras propagan la nefasta idea del igualitarismo.
El problema, que ellos llaman socialismo, no es más que neofeudalismo. Es retornar a los viejos tiempos medievales. La diferencia estriba en que ahora no son llamados “señores feudales”. Ahora se llaman “compañeros funcionarios”. Es increíble, que después del ejemplo de la Unión Soviética y el Campo Socialista y su fallido sistema económico, causante del atraso tecnológico-industrial de aquellos países (que fueran desarrollados), proyectos de dictadores vitalicios y funcionarios acólitos de paisitos tercermundistas (subdesarrollados) engañen a sus pueblos con la misma teoría del fracaso.
Donde se resume la teoría neofeudal es en sus preocupaciones y ocupaciones, con respecto a lo que llama “soberanía nacional”. Es aquí donde se evidencian los estrechos vínculos entre el feudalismo medieval con el pensamiento y la práctica política más neofeudalista del sistema que pretenden imponer:
“Nuestra soberanía está siendo colonizada por los consorcios internacionales (empresas de países extranjeros)…” “Nuestras fronteras peligran”. “Podemos ser atacados en cualquier momento”. “Nos preocupa nuestra seguridad nacional y los intentos de asesinato de nuestro máximo líder”.
Para “defenderse” de esos peligros, poco a poco van tomando una serie de medidas:
Nacionalización de empresas extranjeras y nacionalización de bancos extranjeros, siempre bajo el pretexto de consolidar la “independencia nacional”, a la vez que pertrechan las fuerzas armadas de sus respectivos países. No tanto para combatir las supuestas agresiones externas, como para estar preparados para reprimir a su propio pueblo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario