martes, 30 de junio de 2009

Honduras, el ridículo del cobarde



Manuel Zelaya

Ignorábamos que ocurriría en Honduras, pero la conducta cobarde de Zelaya pasará a la historia como ejemplo de pendejo constitucional.

Lo que allí ocurrió demuestra que la OEA y la administración norteamericana están plenamente de acuerdo en que el clima democrático americano se mantenga por encima de golpes de estado.
La institución interamericana se había reunido el día anterior y en una resolución prometió realizar las gestiones pertinentes para buscar una armonía entre las partes en pugna. Es decir, una negociación.

Los militares, sin importarles la presencia de los observadores internacionales que habían viajado a ese país para dar fé de una consulta popular que el Congreso de la nación no había aprobado, lanzaron a 200 soldados contra la residencia del presidente, no encontrando resistencia por parte de la escolta personal, que dormía plácidamente luego de haber hablado intensamente hasta altas horas de la noche. Sin resistencia, lo condujeron a una base aérea y lo trasladaron a Costa Rica. No fué golpeado, ni maniatado.

Hasta ese momento nadie sabía por que razón el presidente no asistía al acto inicial de la consulta popular programada para ese domingo.

Los militares habían cortado la electricidad a todo el país, mientras, en una acción coordinada, el Congreso y los altos tribunales informaban la decisión de destituir al ya ex-presidente.

Manuel Zelaya

Los apoyantes del aspirante a presidente vitalicio despertaron con los hechos consumados y tibiamente comenzaron a manifestarse. No conocían la cobardía de Zelaya. Poco después comenzaron a reaccionar publicando fotografías de mujeres golpeando a los soldados, como si Honduras tuviera falta de hombres. La reacción popular era asombrosamente pálida. Las cámaras de telesur buscaban afanosamente imágenes de blindados, cañones y ametralladoras. Solo lograban filmar tibias discusiones entre la población y los militares.

A las 14:00 horas del domigo, el Congreso nombró al sustituto del renunciante presidente de Honduras, que los padrinos de Zelaya (léase Fidel Castro, Hugo Chavez, Correa, Morales y Ortega) han intentado desmentir.

Un poco más repuesto del susto, Zelaya sintiéndose presionado por sus padrinos, que necesitaban a toda costa que se portara como un hombre, desde Costa Rica, llegó a decir que él no había renunciado. Ahora se transformaba, de presidente, en un cobarde ridículo.

Otras cosas ocurrieron paralelemante. El gobierno totalitario de Fidel Castro dedicó toda la programación dominical televisiva a inundar de propaganda a la nación cubana. No era conveniente que el pueblo percibiera como se desmerengan sus compinches.

La Ministra de Exteriores, siendo mujer, tal vez haya sido menos cobarde que Zelaya. No perdió tiempo y se refugió entre los embajadores (Venezuela, Nicaragua y Cuba) de los padrinos.
El representante de Fidel Castro estaba autorizado a brindar todo lo que fuera necesario (menos la vida) para apoyar a defenestrada ministra.

Estaban en la casa de la ministra cuando los militares enviaron al Mayor Oceguera para detenerla. Los embajadores se pararon delante de ella argumentando, al más puro estilo del siglo XIX, que se encontraba bajo la protección diplomática. Inmediatamente entró en la casa una escuadra de tropas especiales reforzada y los embajadores se abrazaron desesperadamente a la ministra, pero el que más fuerte lo hizo fue el cubano, que se prendió a ella (como un náufrago a una boya), tan fuerte que le provocó hematomas en uno de los brazos. Los militares los condujeron a los dos hasta una camioneta trasladándolos a una base aérea donde son separados.

El Ministro de relaciones del régimen de Fidel Castro, se había enterado ya de lo ocurrido al depuesto presidente, pero desconocía que su embajador se encontraba detenido y lo llama al móvil para darle instrucciones. Uno de los militares le dice, al embajador, que no puede mantener conversaciones telefónicas dentro del recinto militar y el embajador grita desaforadamente improperios que justifiquen su incapacidad para ayudar a la exministra.
El embajador fue retirado de la base aérea y liberado, con la advertencia de mantenerse fuera de los problemas internos de Honduras.

Las primeras declaraciones de la Bestia de Birán son las siguientes:

Con los militares ni intenten negociar. Solo se les puede exigir que depongan las armas y que sean sustituídos por oficiales jóvenes con ávidas intenciones de lograr rápidos ascensos, mejores salarios y altas condecoraciones o, no habrá reelección de Zelaya. Se debe enfrentar con firmeza el problema (ya está criticando la actitud cobarde de Zelaya), los militares deben ser acorralados y aislados para que no tengan salvación.

Se asombra de que la Secretaria de Estado de los Estados Unidos de Yanquilandia reconozca aun a Zelaya como presidente y considera oportuno decir que los militares hondureños serán incapaces de mantenerse en el poder sin el apoyo directo del vecino del norte.

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