jueves, 12 de mayo de 2022


               El nombre de Fidel, escrito con su propia 

                     

                     sangre y el culto a la personalidad





Eduardo García Delgado, falleció el 15 de abril de 1961. Familiares y 

amigos dan testimonio del ser humano que, en los instantes previos a la 

muerte, escribió con sangre propia el nombre de Fidel.


El ataque a las Fuerzas Aéreas Revolucionarias (FAR) en Ciudad 

Libertad, el 15 de abril de 1961, dejó un saldo de 53 heridos y la 

pérdida de siete vidas, entre ellas la del miliciano Eduardo García 

Delgado. 


Este hecho, acompañado del       bombardeo al aeropuerto capitalino de 

San Antonio de los Baños, y del 

aeródromo Antonio  Maceo en Santiago de Cuba, se registra como el 

preludio de la invasión por Bahía de Cochinos y Playa Girón.


Eduardo tenía 23 años de edad cuando escribió con sangre propia en su último momento 

de vida el nombre de Fidel, supuestamente, encausando en su mensaje de entrega y amor 

patrio, el sentir revolucionario de todo un pueblo. Sin embargo, este acto es el único 

episodio divulgado sobre él.


Durante mucho tiempo, el gesto de Eduardo me dejó dudas. Me preguntaba el por qué, en 

sus momentos de agonía no se refería a su madre? Por qué no se refería a la familia? Por 

qué utilizar el nombre de una persona a la que tal vez, sin querer, estaba culpando de su 

muerte, tan solo escribiendo su nombre?


Pasó el tiempo y pasó un águila por el mar, como dijo Martí. Y yo no le presté mucha 

atención. Hasta que un día, bien lejos del mar, dentro de un tren que me llevaba al 

Kirguistán, conversaba con mi tutor ruso, de apellido Ecin.


La conversación giraba en torno a la cuestión de las nacionalidades, supuestamente 

soviéticas. Mi tutor me decía, siguiendo el patrón soviético, que esa cuestión hacía mucho 

tiempo estaba solucionado. Pero yo insistía en que, nadie (hasta el momento) me había 

explicado (de forma convincente) como lo habían logrado.

Le explicaba que, durante aquel trayecto de tres días y tres noches, desde Moscú hasta 

Frunze (hoy Bishkek) había dialogado con una familia, de aspecto ruso, que se dirigían a 

Bihkek. Le insistí, a Ecin, que aquella familia no parecía estar integrada a la población 

Kirguiz. Y me basaba en el hecho de que, a mi pregunta (realizada a la niña del 

matrimonio) sobre si ella hablaba kirguiz, me había respondido con una mueca de 

desprecio, que no, que ella hablaba ruso y que asistía a la escuela rusa. Luego me 

confirmaron que ellos (el matrimonio y su descendencia) llevaban generaciones asentados 

en aquella república soviética.


Poco a poco me fui convenciendo de que aquello que, hacían los rusos, no era para nada 

una integración a las costumbres de aquel pueblo asiático. Me referían que ellos no 

participaban ni en las, supuestas, elecciones. Constituían una suerte de mundo aparte. 

Llegaba al punto, totalmente arbitrario para mi, de prohibir la utilización de las piscinas a 

otra nacionalidad que no fuera la rusa.


Es por eso que le insistía, a mi tutor, que no podía entender esa forma de resolver el 

problema de las nacionalidades. Que aquello me parecía una colonización, tal y como la 

conocíamos en el continente americano. Y trataba de explicarle que lo que hacían allí, era 

muy parecido a la xenofobia o al racismo.


Muchas personas piensan que estos términos son iguales, pero aunque ambas palabras 

hacen referencias a posiciones intolerantes e incompatibles con la vida en una sociedad 

multicultural, no significan exactamente lo mismo.


En un momento de la conversación, mi tutor me dijo algo así, como que las cosas (en este 

mundo) no siempre son lo que aparentan. Acto seguido cambió la conversación para 

preguntarme si yo creía que en Cuba no existía el culto a la personalidad, como había 

existido en la URSS durante la época de Stalin.


Ni corto, ni mucho menos perezoso, le respondí que, en Cuba eso no existía, porque Fidel 

no lo permitía.


Fue, de esa forma, que entró en nuestra conversación, Eduardo García Delgado. Ecin me 

preguntó si yo no me daba cuenta de que el supuesto heroísmo, de Eduardo, no constituía 

un culto a la personalidad de forma subliminal.


Subliminal es un mensaje que es percibido sin que el sujeto llegue a tener conciencia de 

ello.


Y que tiene que ver eso con lo que estamos conversando, Le pregunté.

Y su respuesta me dejó sorprendido, a la vez que extrañado. Continuó Elcin: En la vida no 

todo es lo que parece. Fidel Castro ha utilizado, aquel hecho, para publicitar en su favor. 

Para que las personas lo vean a él como al héroe y no a Eduardo. Fíjate, insistió, que 

siempre que sale la invasión de Playa Girón, acuden al acto póstumo de Eduardo, para 

destacar la heroicidad de Fidel Castro. Casi nadie se percata, pero es así, concluyó mi 

tutor. Lo mismo pasa con la cuestión de las nacionalidades en la URSS. Parece que están 

resueltas, pero no.


En una carta que escribiera García Delgado días antes de morir, a su amiga Caridad 

Llerandi, expresa que “así caigan raíles de punta, me encuentro en los actos que sean, pues 

si mi presencia vale de algo, para que el mundo comprenda nuestra Revolución, siempre 

estaré haciendo acto de presencia en todos los actos, en respaldo de esta bella y digna 

Revolución de Fidel Castro […]”.


Roberto Hernández Suárez, Máster en Ciencias Militares, investigador del Instituto de 

Historia de Cuba rememora el ataque aéreo, y destaca que en Ciudad Libertad había 

cientos de jóvenes dispuestos a morir por la Revolución. Al referirse a Eduardo, asesinado 

por los proyectiles que invadieron el edificio donde se encontraba, expresa que “fue un 

ejemplo de la convicción revolucionaria, de la disposición de la juventud con Fidel”.






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