Fidel Castro utilizó al pueblo de Cuba en Pro de su elevadísimo ego. Se colocó en el mapamundi utilizando una revolución que no era de su propiedad y “lideró”, durante décadas, al llamado “Tercer Mundo” como punta de lanza del Imperio Soviético.
Era tan autosuficiente que, probablemente, será irrepetible.
No era lo que se llama un estadista. Desgobernaba a su
pueblo, mientras llevaba una política injerencista allende la isla en que le
tocó nacer, despilfarrando la asistencia de centenares de miles de millones que
le proporcionaba la desparecida URSS. Jamás le importó su pueblo, al cual le
pedía sacrificios constantes.
Sus ministros
(el sería el Rey) no tenían decisión para tomar medidas, aunque estas fueran
dentro de la línea del partido y gobierno. ¡Ay de aquel que se atreviese a
tomar una decisión sin antes consultarla!Es casi imposible imaginarse a Cuba sin Fidel. ¡Ha pasado tanto tiempo!; que los más simples lo consideraban “Todopoderoso”.
Nos acostumbraremos a su no inmortalidad. No lamento su
muerte. Siento que no haya sido antes. No constituye pérdida alguna. Por el
contrario, ya Fidel Castro se había convertido (desde que forjó su alianza con
el monstruo soviético) en un freno al desarrollo del pueblo cubano.
Hay quienes dicen que su pensamiento puede ser polémico, discutible
y que se centra en el “Tercer Mundo”. Ese es precisamente el problema de Fidel
Castro. Si en vez de dedicarse tanto a los asuntos ajenos, se hubiese dedicado
más a los asuntos del pueblo cubano, tal vez (lo pongo en duda) se pudiera
hablar bien. No es el caso.
Es verdad, la figura de Fidel Castro constituye la
ignominia de todos los países democráticos del planeta. Los desarrollados, los
más culpables, permitiendo que avasallase a un pueblo entero, escudándose en la
Guerra Fría y en una teoría fracasada.
Todos conocimos al Fidel Castro orador. Pocos conocieron
al Fidel Castro escuchante. Aquellos, a los que “escuchó”, se fueron antes que él.
Y no voluntariamente
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