A principios del siglo XIX, el deporte era una práctica reservada exclusivamente para la élite aristocrática y su simbiosis burguesa, especialmente para los jóvenes educados en el medio universitario. Es una oportunidad, para aristócratas y burgueses, de mostrarse, divertirse y rivalizar. Es la época de las grandes citas en los hipódromos, de los grandes lugares de canotaje, de los primeros deportes de invierno como Chamonix, de los clubs de golf que se multiplican. Estos clubes que se crean, por lo tanto, están reservados a la aristocracia y la burguesía que prohíbe el acceso a los obreros. No podemos dejar de señalar que la “gente bien” no necesitaba del dinero para crear los medios necesarios (terrenos, jardines, utensilios, ropa deportiva etc).
Debido a las condiciones de la explotación capitalista, a principios del
siglo XIX, los trabajadores no tienen ni los medios ni el tiempo para el
deporte. La explotación total en la fábrica o las minas y la miserable vida
diaria apenas permiten la reconstrucción de la fuerza de trabajo. Incluso los
niños de la clase obrera, abatidos por el raquitismo deben sacrificarse en la
fábrica desde la edad de 6 o 7 años. La jornada de 10 horas se establecerá
hasta 1900 y el día de descanso se obtendrá en 1906.
El deporte de los trabajadores nace bajo la esfera de influencia de los
sindicatos y se desarrolla hasta la época victoriana.
En cierta forma, los trabajadores asociaban la actividad deportiva con el
espíritu fraternal que le dio nacimiento, con la solidaridad y la asistencia
mutua. Así, sobre estas bases, desde la década de 1890, los clubes obreros se
multiplican.
Ante las iniciativas de la clase obrera, la burguesía no podía permanecer
con los brazos cruzados y trató de atraer a los trabajadores a sus propias
estructuras, especialmente a los más jóvenes. Buscaban atraer a los jóvenes mediante la creación de patrocinios.
Para los patrones se convirtió rápidamente una gran preocupación,
especialmente en la gran industria.
He aquí donde chocan los intereses de clases, entre la aristocracia y la
burguesía. El mismo barón Pierre de Coubertin estaba angustiado por la idea de
un “deporte socialista”.
Es así que los patrones crearon clubes donde los trabajadores fueron
invitados a participar. Los clubes de las minas en Inglaterra, por ejemplo,
permitían estimular el espíritu de competencia entre los trabajadores, evitar
discusiones políticas y contribuyó a romper huelgas desde el inicio.
El problema de los obreros consistía en que, para jugar o competir con los
aristócratas y los burgueses, debía hacerlo en condiciones desventajosas, pues
mientras los primeros tenían todas las condiciones y tiempo libre a su alcance,
los obreros debían trabajar para sustentar a sus familias.
Fue así como surgió el deporte rentado y la imposibilidad de que los
profesionales del deporte no pudiesen competir con los “amateurs”.
Los obreros le habían subido la parada a la aristocracia y a la burguesía.
Terminada la SGM ,
la simbiosis entre la aristocracia y la burguesía se consolidó. Hoy en día no
existen más diferencias que los títulos nobiliarios y unas cuantas leyes
arcaicas en Europa.
No obstante, en su carácter retrógrado, el campo «socialista» (las
dictaduras del proletariado) que en su finalidad se parecían más a las monarquías
autoritarias, apadrinaron las ideas del Barón de Coubertain al del no menos
aristócrata Conde de Saint Exupery, llegando al colmo de presentarles como
grandes defensores de sus “ideales”, cuando en realidad criticaban a la burguesía.
Ambas ideologías coincidían, unas por autoritarias y otras por totalitarias.
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