Aquellos arriesgados que hablan sin pedir permiso parecen una minoría nadando contra la corriente
jueves, junio 4, 2015
Por Ernesto Pérez Chang
LA HABANA, Cuba. -Son incontables las veces que una noticia redactada con
cierta ambivalencia o demasiado temeraria por sus opiniones o enfoques ha hecho
rodar cabezas en los medios de prensa nacionales. Numerosos programas
televisivos y radiales han desaparecido de la noche a la mañana, ya sea por el
empleo de un término prohibido en la jerga revolucionaria o a causa de una
interpretación demasiado suspicaz por parte de los censores.
Durante los programas en vivo, sobre todo en los noticieros, los locutores
se muestran tensos quizás temiendo a un micrófono abierto más allá de
finalizada la trasmisión. También suelen lanzar miradas de terror cuando
ciertos invitados parecen salirse de control. Por eso en la TV de la isla no
abundan estos espacios donde la improvisación pudiera convertirse en una trampa
mortal.
Dentro de Cuba muy pocos se atreven a violar la orden de silencio que, con
los años, el gobierno ha deseado enmascarar de consenso cuando en buena lid es
puro acatamiento. De ahí que aquellos arriesgados que hablan sin pedir permiso
(intelectuales, artistas e individuos fieles a sí mismos, periodistas
independientes y grupos de oposición) parezcan una minoría nadando contra la
corriente.
“¡Baja la voz!”
“¿Por qué no escribes de otras cosas menos problemáticas?” o “eso mismo
puedes decirlo en un cuento o en una novela y hasta te lo publican”, suelen
aconsejarnos algunos amigos y familiares que saben de lo peligroso que es
narrar la realidad cubana desde la no ficción, desde lo noticioso, lo
periodístico, desde una zona de la palabra escrita mucho más turbulenta que las
otras y que los gobernantes cubanos han reservado solo para aquellos que
constantemente les ofrecen pruebas de lealtad. Quien no comulgue con lo
establecido, penetra en los terrenos del delito y hasta en los de la traición.
En la calle la gente ha aprendido a cuidarse del pecado de la
“incontinencia verbal”, y ese secretismo que tanto define las relaciones de la
clase gobernante con las multitudes oprimidas, ha parido en estas sus variantes
más ordinarias.
Hace algún tiempo alguien me hizo notar cómo, en Cuba, las personas que
pertenecen a esas generaciones que más años han soportado la dictadura, esos
que ya pasan de los 50 y que prácticamente nacieron con la llegada de Fidel
Castro al poder, emplean lo metafórico y el susurro para pronunciar en público
aquellas palabras, nombres y asuntos que son considerados como peligrosos o
demasiado “comprometedores”.
La peculiar estrategia comunicativa la he advertido incluso en altos
funcionarios y dirigentes, sobre todo cuando, al interior de sus cofradías, se
divierten con algún chiste o una burla que contraría los “principios
revolucionarios” que tanto defienden ellos mismos o cuando comentan sobre
algunas de esas informaciones candentes que jamás llegan a los periódicos.
Pueden haber estado dialogando en voz alta, casi a gritos, no obstante,
cuando llega el momento de tocar ciertos temas peliagudos, modulan la voz casi
a niveles imperceptibles y hay que estar mucho más atentos a las expresiones
faciales que a las palabras. Hay muecas en los rostros y gestos corporales que
constituyen la parte más “crítica” de la conversación, sin embargo, como
recalcan algunos para protegerse de las consecuencias, “aquí nadie ha dicho
nada”.
Numerosos apelativos a los nombres de “Fidel” y “Raúl” (algunos muy
ocurrentes y otros hasta en lenguaje de señas), acompañados siempre de
frasecillas como “este país es una mierda” o “qué ganas tengo de que quien
tú sabes acabe de morirse”, son escuchados a diario en las calles, sin
embargo, a veces hay que aguzar bien la vista o el oído para adivinar que son
el cierre gestual o mascullado de otras expresiones menos castigables.
Nadar y guardar la ropa…Una frase que, acompañada de una sonrisa malévola,
los periodistas ―sean independientes u oficialistas― suelen escuchar muy a
menudo cuando el entrevistado evade responder, cuando se contiene, es: “Si yo
te dijera lo que realmente pienso…”. De ella se intuye el miedo a las
represalias. También están aquellos que usan evasivas como: “mejor ni me lo
preguntes”, “interpreta mi silencio”, “lo que se sabe no se pregunta”, “no me
compliques”, “nada de preguntas, mucho menos de fotos”, señalan los límites de
lo permitido.
La mayoría de las personas en Cuba han debido aprender a no traspasar los
estrechos márgenes de opinión establecidos por el gobierno e incluso, mientras
algunos contestan a cualquier pregunta, lo hacen buscando con la mirada
suplicante la aprobación del entrevistador y hasta la complicidad con aquellos
testigos casuales de la entrevista.
Habituados a un ambiente de sospechas y delaciones, los cubanos también
suelen desconfiar de los propósitos de cualquier indagatoria que rompa con los
esquemas establecidos por la complaciente y temerosa prensa oficialista. Pocos
se comprometen con una opinión demasiado personal, a no ser que la hagan
coincidir con aquello que los gobernantes entienden como una “postura
revolucionaria”, que siempre son frases acuñadas desde el poder y divulgadas
hasta la saciedad por los medios de propaganda del Partido Comunista que se ha
propuesto, en todos estos años, aparecer “hasta en la sopa”.
No hace mucho, un par de amigos y yo decidimos hacer una pequeña prueba.
Mientras conversábamos con varios ancianos y ancianas acerca de las pensiones
que recibían por jubilación, algunos se quejaron de la poca utilidad de sus
ingresos que apenas les rendían para un par de días y que incluso debían
renunciar a alimentarse de acuerdo con los requerimientos de la edad y la dieta
recomendada por sus médicos o adquirir medicamentos para sus disímiles
dolencias. Mientras nos mostrábamos solidarios con sus denuncias, los
entrevistados se abrían en confesiones y denuncias ―algunas bien cáusticas―,
sin embargo, cuando, para medir sus reacciones, los contrariábamos con frases
sobre los “beneficios de la revolución”, la mayoría, disimuladamente, daba por
terminada la conversación o preguntaba para qué medio de prensa oficial
trabajábamos. Cuando les decíamos que éramos encuestadores para una
investigación del gobierno, muchos cambiaron sus opiniones negativas por
elogios al sistema de seguridad social y a las bondades del socialismo.
Simplemente se protegían.Hace apenas un par de semanas, uno de esos tantos
“paquetes semanales” que circulan en el país no incluyó la recopilación de
clasificados pertenecientes al famoso sitio cubano Revolico.com, debido a que
algunos usuarios usaban el espacio para colgar opiniones políticas “contrarias
a los principios revolucionarios”. Igualmente, con frecuencia, se han suprimido
programas y trozos de estos donde se pudiera advertir algún contenido
“sospechoso”. Este detalle hace pensar en muchas cosas: uno, que detrás de
algunos de esos “paquetes semanales” se encuentra la mano del gobierno o, dos,
que la persona que los recopila, como decimos en Cuba, “sabe bañarse y a la vez
cuidar la ropa”. Además, pudiera haber una tercera, una cuarta y hasta
infinitas hipótesis pero, en todas, la censura, la renuncia a la libertad de
expresión e información serían el denominador común.
Durante décadas, el gobierno cubano ha clasificado como delito cualquier
divergencia expresada públicamente por los ciudadanos y ha criminalizado a las
personas, los gobiernos y los medios de prensa que se oponen al control
ideológico del Estado y a la censura de los contenidos de la información que
divulgan. Los castigos en algunos casos han sido bien severos y, con el tiempo,
las personas han aceptado como algo normal la pérdida de sus más elementales derechos
humanos. Precisamente, estas dos palabras reclamadas en voz alta en
cualquier calle de Cuba pueden costar varios años tras las rejas, tal vez por
eso la mayoría de la gente las pronuncia entre susurros, como si el significado
les quemara la lengua dormida.
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