jueves, junio 11, 2015 | Miriam Celaya
(foto tomada de Internet)
LA HABANA, Cuba. – No hay dudas, en Cuba estamos asistiendo a una nueva
“ofensiva revolucionaria”. Esta vez no se trata de aquella aparatosa operación
que aniquiló la pequeña propiedad privada y que en 1968 le dio el tiro de
gracia a cuanto negocio familiar, timbiriche o cafetín sobrevivía a duras penas
en los inicios del páramo socialista, y que aniquiló servicios que el
Estado nunca fue capaz de suplir. Los métodos, convengámoslo así, han cambiado,
aunque el propósito sea aproximadamente el mismo.
Ahora, cuando el gobierno posa de conciliador y busca desesperadamente el
arribo del capital que tanto demonizó, procura retraer a su mínima expresión,
aunque sin aspavientos, los atisbos de iniciativa privada. Todo esto, dado el
peligro que supone para la autocracia verde olivo la convivencia de sectores
populares relativamente autónomos dentro de la Isla con la avalancha de
empresarios y turistas extranjeros que, se espera, inundarán el país tan pronto
comiencen a desaparecer las restricciones impuestas por el Embargo y la Ley
Helms Burton.
Sin embargo, no puede decirse que con esta ofensiva raulista contra el
pequeño sector privado estemos ante una situación circunstancial o que se trate
de una improvisación del gobierno. En realidad, lo coyuntural fue la apertura a
la iniciativa “cuentapropista” que constituyó una válvula de escape para el
gobierno, necesitado de mover la economía interna y de que se crearan nuevas
plazas de trabajo que aligeraran la carga del Estado.
A fin de cuentas el General-Presidente siempre advirtió que con la
implementación del trabajo por cuenta propia se estaban “experimentando” nuevas
formas de reactivar la economía para un socialismo más próspero y sustentable.
No obstante, huelga recordar que también aseguró que “no habría marcha atrás”.
Lo que no aclaró entonces es que sí habría muchos frenos para este sector;
tantos, que acabarían asfixiando a muchos pequeños emprendedores, forzándolos a
renunciar.
La cruzada comenzó casi a la par de las aperturas, apenas un par de años
después. Baste repasar algunos episodios no fortuitos. En diciembre de 2013
decenas de trabajadores por cuenta propia que se dedicaban al comercio de
zapatos y prendas de vestir importados entregaron sus licencias tras liquidar
sus mercancías. Fueron obligados por la prohibición oficial expresa a mantener
ese tipo de actividad. La medida restrictiva de aquel momento se amparaba en un
recurso sencillo: en realidad nunca se habían otorgado licencias para comerciar
con artículos importados –lo cual es monopolio absoluto del Estado–, puesto que
los trabajadores por cuenta propia no pagaban aranceles de importación. Los
comerciantes de marras solo estaban autorizados a vender confecciones de
manufactura artesanal en su condición de modistos o sastres/costureras. Ergo,
no había engaño oficial, sino que la letra de la Ley había sido malinterpretada
o tergiversada a propósito por los cuentapropistas.
Extraoficialmente era un secreto a voces que las tiendas recaudadoras de
divisas estatales habían registrado un considerable descenso en sus volúmenes
de ventas de ropas, zapatos y otros artículos desde que comenzara la actividad
mercantil por cuenta propia. La causa siendo que la oferta de los pequeños
comerciantes privados era más variada y también de mejor calidad y precio. Por otra
parte, a la sombra de este nuevo comercio y ante la ausencia de un mercado
mayorista, había proliferado todo un trapicheo de “mulas” que introducían la
mercancía desde diferentes países de la región y mantenían abastecido el
mercadeo privado.
En resumen, los particulares emulaban exitosamente al Estado, no solo en la
venta propiamente dicha, sino también en el contrabando, creando eficientes
canales de abastecimiento que burlaban los controles oficiales.
La lógica más saludable en ese caso, hubiese sido establecer el arancel de
importación y ampliar el contenido de lo que autoriza la licencia de los
vendedores. Sabemos que semejante concesión iría contra la naturaleza
restrictiva del propio sistema, aunque el Estado haya probado amplia y
suficientemente su incapacidad para satisfacer la demanda de la población, para
no mencionar la deplorable calidad de sus ofertas. Como decimos en cubano
clásico, había que botar el sofá. Y así, el año 2014 inició con una merma
considerable en el sector por cuenta propia, aunque la prensa oficial asegurase
lo contrario.
En días recientes, sin embargo, finalmente se ha reconocido por los medios
gubernamentales y en la voz de sus propios funcionarios encargados del caso,
que un número elevado de trabajadores por cuenta propia han devuelto sus
licencias. El sector se ha estado contrayendo, y esta vez la merma abarca un
espectro más amplio de ocupaciones.
Todo indica que la suma de la excesiva carga impositiva –que se ha
incrementado gradualmente para algunas ocupaciones–, el azote permanente de
todo un ejército de inspectores corruptos, la ausencia del prometido mercado
mayorista, la arbitrariedad de las normas establecidas y de las multas a los
“subdeclarantes”, así como otras restricciones legales igualmente absurdas, le
están pasando la cuenta a estos “emprendedores” que alguna vez creyeron en las
buenas intenciones y en la irreversibilidad de las reformas raulistas.
Curiosamente, el segmento de quienes se dedican a la renta de habitaciones
y apartamentos se ha visto beneficiado por una disminución significativa de los
impuestos, si bien éstos continúan siendo altos. Probablemente, la insuficiente
infraestructura hotelera y la carencia de variantes estatales para enfrentar la
afluencia de turistas y otros visitantes está incidiendo en esta tolerancia
oficial para con los que viven legalmente de esta actividad. La benevolencia
para con los arrendatarios se mantiene al menos mientras no exista capacidad
por parte del Estado para asimilar el auge turístico que ya comienza a destaparse.
Por el momento, sírvannos las fluctuaciones de la saga cuentapropista como
botón de muestra de la orfandad jurídica de quienes se aventuran a negociar con
los viejos forajidos de verde olivo; pero también como indicador de las grandes
expectativas de la castrocracia ante el arribo de los anhelados inversionistas
extranjeros, que serán –a no dudarlo– sudario y epitafio de lo que en su día
fue el sector proto-empresarial nativo… Muerto antes de nacer.
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