jueves, 11 de septiembre de 2014

Carta abierta a Raúl Castro Ruz



septiembre 10, 2014



Obra de Yordanis Garmendía, pintor artemiseño


A: Raúl Castro Ruz

     Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba.

     Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba.

    Señor Presidente:

Lamentablemente acaban de entrar en vigor las Resoluciones Aduanales 206 y 207 de 2014, mediante las cuales el Gobierno cubano limita aún más la importación de mercancías con carácter no comercial por parte de personas naturales. Con toda seguridad, estas medidas se cuentan ya entre las más improcedentes y desatinadas de las dictadas bajo su gestión de gobierno. Con el pretexto de enfrentar el mercado negro –cuyo origen algunos adjudican por error a esta importación, sin discernir entre justos y pecadores– las referidas regulaciones, en lugar de eso, sólo fomentarán las condiciones ideales para que prospere, como nunca antes, la ya escandalosa corrupción en las aduanas cubanas.

Cae en imperdonable error quien pretenda tratar el síntoma sin revertir la causa primaria, raíz y génesis de la enfermedad. Estas medidas nunca evitarán el florecimiento del mercado negro por una razón muy sencilla: porque no están dirigidas contra las causas que lo provocan. El verdadero origen del mercadeo ilegal habrá que buscarlo, entre otras causas, en el generalizado descontrol de la economía interna, fuente real del masivo desvío de productos y del constante desabastecimiento que esto genera y perpetúa; en la pobre variedad y pésima calidad de las mercancías ofertadas en el comercio minorista interior, en los precios desvergonzados a que se nos somete sin justificación, y en la falta de voluntad política que ha demostrado su gobierno para revertir esta situación; y habría que buscarlas también en la alta tasa de corrupción imperante en la policía y en el cuerpo de inspectores estatales, únicas entidades realmente facultadas, además de la ONAT, para fiscalizar la legalidad del comercio en la calle y la actividad de los trabajadores no estatales –algo que está obviamente fuera de la jurisdicción de la Aduana General de la República.

El gobierno cubano y el partido que lo dirige, sin dudas pagarán un elevadísimo costo político por la imposición de estas desafortunadas medidas, porque la prácticamente totalidad del pueblo las desaprueba como algo injusto y arbitrario: además de limitarnos en cuanto al peso a importar, obligarnos a pagar nuevamente en nuestros aeropuertos hasta el 200% de algo que ya pagamos en el extranjero y cobrarnos aquí 20.00 CUC por el kilogramo de bulto postal que nuestra familia nos envía con sacrificio, es de una inmoralidad indiscutible, no tiene parangón en el mundo y sólo puede ser percibido como un robo a mano armada y un auténtico acto de extorsión legalizada.

Como lógica consecuencia, la corrupción aduanal es hoy tan generalizada e impúdica, que hasta la inteligencia más insulsa infiere que semejante trasiego sería imposible sin la implicación y/o complicidad de múltiples cargos y mandos de la Aduana General y del Ministerio del Interior. No cabe suponerse de otro modo si allí basta con extender la mano para hallar a alguien presto a ser sobornado: he escuchado que desde la azafata en el avión hasta el último oficial aduanal “ayudarían” gustosos a evadir los controles por unas decenas o unos pocos cientos de dólares; que si no se logró antes, ya una vez en la mesa de inspección quienquiera que pague su cuota de extorsión ante cámaras de video que nunca detectan nada, tendrá garantizada una salida sin sobresaltos.

Sin embargo, es una apuesta segura que entre los trabajadores de las aduanas –incluida toda su flamante oficialidad– no menos de tres cuartas partes deben ser militantes del Partido y de la Juventud Comunista. Si a esto sumamos la enjundiosa red de informantes que con certeza tienen allí la Seguridad del Estado y el Departamento Técnico Investigativo del MININT entonces, teóricamente, no debería quedar un centímetro cuadrado fuera de sus perímetros, ni pavonearse por allí un solo corrupto impune; en cambio la realidad desmiente cualquier ínfula de honestidad: no transcurre allí un solo día sin nuevos sobornos y despojos arbitrarios. Hace demasiado tiempo, para que así no sea, que se escuchan pasmosas historias sobre desfalcos personales, sobre todo género de abusos y sobre funcionarios déspotas que avasallan a viajeros indefensos. Mientras esos siniestros intereses diseñen hasta la exquisitez e impongan a su gusto y medida sus propias herramientas de extorción –pues de nada más se tratan estas resoluciones según el más pueril sentido común– estos robos y ultrajes seguirán siendo allí la irremediable norma, y para cada viajero avasallado que traspase esa frontera ya todos los cubanos, por elemental extrapolación, no seremos más que miserables vándalos.

No se puede soslayar en este asunto la que, por predecible, no deja de ser su arista más trascendente y peligrosa: este corrupto sobornable por $200.00 USD, ¿qué no haría tentado por una oferta de $2000.00 USD o más? Nadie busque otra, he ahí la puerta de entrada potencialmente más segura para las drogas ilícitas y una expedita puerta de salida para lo más valioso del patrimonio de la nación cubana –desde objetos coloniales museables, hasta las inapreciables pinturas vanguardistas del pasado siglo, que ya se cuentan por cientos en colecciones privadas de Miami– y que inexorablemente encontrarán entre esos hampones alguna vía despejada. Demos por sentado que la podredumbre moral que ampara a estos canales que amenazan a toda la sociedad y saquean el tesoro patrio, tiene su fundamento inequívoco precisamente en engendros como los recién entrados en vigor con el beneplácito de los gobernantes cubanos.

Le propongo a mi gobierno que en lugar de instrumentar políticas de moralidad tan cuestionable, emprenda otras más justas que potencien la prosperidad de mi pueblo –en cuya desesperanza y pobreza sí nutre su raíz el mercado negro; que sean derogadas hoy mismo estas alevosas resoluciones aduanales, por ser profundamente lesivas a la dignidad humana y a los derechos de cada cubano, y que asuma estrategias realistas dirigidas a enfrentar efectivamente a los corruptos, en lugar de dotarlos con armas cada vez más pérfidas y solapadas.

Presidente: Cuando se recuente la saga de medidas perpetradas por este gobierno contra el bienestar de su pueblo, la política que ahora se revitaliza y arrecia –que espero esta vez nadie se atreva a adjudicar al bloqueo yanqui– quedará inscrita con letras de oro. Con la excusa de disipar una cerilla, el Gobierno cubano en realidad atiza una amenazante hoguera y azuza los demonios más viles del hombre, y al frente de ese gobierno está Usted, que con facultades ilimitadas sin embargo no hace nada por impedir el desastre, de lo cual se infiere claramente su plena complacencia con cada perjuicio que esta política hostil ya nos provoca. Esto le convierte también a Usted en responsable de primera línea ante la Historia por esta nueva masacre moral, pues se cometerá bajo su total consentimiento. Debido al daño producido a la nación cubana por medidas como estas, también Usted será severamente juzgado por las generaciones futuras.

Gracias por su atención.

Jeovany Jimenez Vega. Médico cubano.

Con copia a la sección “Cartas a la Dirección” del diario Granma.

 
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