martes, 5 de mayo de 2009

Fidel Castro y las Olimpíadas

Cuando el Barón Pierre de Coubertain fundó las Olmpíadas modernas, los eventos debían tener, obligatoriamente, un carácter aficionado.

Al igual que el Barón, todavía existían muchos, como Antoine de S. Exupery, que pertenecían a una clase social en decadencia (aristocracia), que era superada por los revolucionarios, emergentes, burgueses.

No obstante, la aristocracia hizo una especie de simbiósis con la burguesía. De manera que hoy en día, sobre todo en Europa, nos encontramos personajes de la aristocracia, capaces de alternar, en buena lid, no solo con otros colegas deportistas, sino con la farándula.

Pero a finales del Siglo XIX, aun las cosas no habían cambiado tanto y las reminisencias aristócratas perduraban. Una de ellas era la de no competir por dinero, puesto que para “ellos” era denigrante. Esas personas acaudaladas consideraban, como derecho própio, el deporte, la educación física y la recreación. Encontraban poco elegante que personas, ajenas a su estatus social, tuvieran acceso a estas materias aunque fuera pagando o cobrando.

Fué un verdadero dolor de cabeza para el Barón, debido a que su círculo íntimo le cuestionaba precisamente que los nacidos nobles tuviesen que rivalizar con sus homólogos y advenedizos deportistas plebeyos.

Aquellos que “por la gracia de Dios” tenían asegurada su existencia y la de los suyos, pues eran y aun son, dueños de grandes extensiones de tierra y propiedades diversas, no necesitaban dinero para costearse los entrenamientos, ni los equipos deportivos, necesarios segun exigiera la disciplina deportiva.

No hay nada más parecido a un sistema feudal (donde mandan los aristócratas), que un sistema totalitario. La única y gran diferencia es que, en el feudalismo, el Rey necesitaba del apoyo de los señores feudales (Duques, Marqueses y Condes) y de la religión (cualquiera que fuese), mientras que bajo el totalitarismo se combina la modernidad con el pasado y el “líder” puede mantener el dominio absoluto, del partido político único y del gobierno.

Los conceptos de mercado no penetraron de un día para otro en los Juegos Olímpicos, así como tampoco se puede afirmar que nunca han estado ausente de los mismos.
¿Acaso las transmisiones radiales de los juegos no respondían a un concepto de mercado?
¿Acaso los patrocinadores “capitalistas” (de los cuales se han valido y siguen valiéndose los regímenes totalitarios) no formaban parte de ese concepto?
Los regímenes totalitarios se aprovechan, en aras de su propaganda política, de todo. Incluyendo el deporte.

En los tiempos que corren, el deporte de alto rendimineto es todo lo contrario a lo que aspira un ser humano. Se parece más a un circo de monstruos. Gigantes de las siete leguas, hombres y mujeres de musculatura sobrenatural, velocistas capaces de desafiar gacelas y corredores de fondo con resistencia de un rally “Paris-Dakar”.


Durante la llamada “Guerra Fría”, ambos bloques competían (políticamente), tal vez con la “mala intención” de demostrar cual era el sistema mejor.
Los sistemas democráticos (y sus conceptos de mercado del deporte profesional) cayeron en la trampa totalitaria del deporte aficionado promulgado por los aristócratas fundadores.

¿A quienes, sino a los pobres, les resulta imposible entrenar y competir (en eventos de alto rendimiento), sin alguien que los apoye economicamente?

Los regímenes totalitarios decían tener resuelto el problema. El Estado proporcionaría lo necesario para vivir y educarse. Por tanto, estarían garantizadas la preparación y la participación.

Lo que ni los própios países democráticos pudieron calcular, ni imaginar, resultó ser lo ineficientemente económicos que llegaron a ser los regímenes totalitarios, hasta que uno tras otro se desmerengaron en menos de cinco años.

Dice Fidel Castro, en una de sus últimas “reflexiones”, que el único régimen que ha conservado el caráacter de salud y educación, como objetivo, es el suyo.
¡Mentira Fidel!

Nuestros deportistas fueron y son tan profesionales, o tal vez más, que aquellos que participan en ligas profesionales. Los nuestros no son dueños ni de ellos mismos y tienen que competir por realizar un viaje al extranjero (porque de otra forma no pueden hacerlo) para comprar cualquier cosa para los familiares que permanecen en la isla.

Compran, con el dinerito (de bolsillo) que les dan, mientras que los funcionarios de las delegaciones se embolsan el grueso.

Compiten por casa, por automóviles, en fin, padecen un régimen capaz de dedicar sumas de dinero increíbles para desarrollar unos seres anormales (no es normal que un ser humano recorra 100 metros planos en menos de diez segundos), en ara de su propaganda política, mientras que los niños de primaria, secundaria y preuniversitario carecen de las más elementales competencias inter-escuelas, que no sean las penosas EIDES.

A estas escuelas, para deportistas escolares, se limita el deporte, la educación física y la recreación. El resto, que constituye el 95% del estudiantado, es explotado, día a día, en trabajos agrícolas bajo el pretexto de forjar al “hombre nuevo”.

Es imposible descifrar el pensamiento de Fidel Castro cuando dice que los deportistas cubanos no se corrompen, ni se venden, ni traicionan.

Eso era antes Fidel. 

Hoy por hoy, nuestros deportistas saben que la crápula dirigente de tu régimen totalitario, son los únicos corruptos capaces de venderse al mejor postor.


El deporte, bajo el régimen de Fidel Castro, es de selección, no de masividad y se utiliza como propaganda política.

El deporte debe ser un derecho del pueblo, no para hacer política a su costa, sino para enaltecer las virtudes físicas de los ciudadanos.
Es incompatible, con el lema “mente sana en cuerpo sano”, la inmoralidad de tener dos sistemas de competiciones (profesional y aficionado), donde al profesional no le permiten competir con el aficionado.

Definitivamente: El deporte de alto rendimiento, como afición, debe desaparecer.

Aquellos que trabajan como deportistas, en su mayoría más de ocho horas diarias de entrenamiento, deben recibir un porcentaje, en metálico, en dependencia de las recaudaciones de los estadios y por concepto de transmisiones radiales, televisivas y otras.







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