Los testimonios que a continuación leerán es la versión periodística de un texto redactado entre enero y febrero de 2006 para la tesis de grado de una universitaria francesa, quien por tema escogió Cubanas en Período Especial. Posteriormente lo dividí en seis partes, algunas ya publicadas. Entre el 3 y 21 de enero de 2012, en 10 partes lo subí al blog, con el título Así viví el 'período especial'. Pero como el tema ha cobrado actualidad a partir de un estudio realizado en Estados Unidos, que valora como bueno el impacto que esos desgraciados y angustiosos años tuvieron en la salud de los cubanos, he decidido publicarlo de nuevo, esta vez con un título más elocuente.
Quienes no vivieron en Cuba en 1990, año de comienzo del “período especial
en tiempos de paz”, con estos testimonios tendrán suficientes elementos y
podrán juzgar si para los cubanos fue positiva o negativa esa guerra sin tronar
de cañones decretada por Fidel Castro, su hermano y su gobierno con un claro
fin: capear el temporal y seguir perpetuándose en el poder. Es posible que tu
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Preámbulo
La implantación del “período especial” en Cuba, desde mi punto de vista,
tiene dos lecturas. La primera: fue una consecuencia directa del
desmembramiento de la URSS, la caída del Muro de Berlín y la desaparición del
campo socialista en el Este de Europa. Y la segunda: evidenció el fracaso de
todos los planes agrícolas y pecuarios puestos en marcha por el “máximo líder”.
De esto mucho se podría hablar, pero no es ahora el objetivo.
En 1986 me ocurrieron algunas cosas como periodista oficial que de cierta
manera me hicieron presentir que algo tenso, difícil y no exactamente
“especial”, positivo, se avecinaba.
El 12 de mayo de 1986 Fidel Castro me citó a su despacho en el Palacio de
la Revolución, a propósito de una carta que yo había enviado al entonces
ministro del Interior José Abrantes, denunciando el aumento del jineterismo y
la marginalidad en torno a turistas (se sobreentiende que eran extranjeros: el
turismo nacional es tan insignificante que no se denomina como tal).
¿Por qué Fidel Castro quiso hablar conmigo? Porque él estaba trabajando en
un plan de renovación y fortalecimiento de la policía y mis vivencias le eran
útiles. ¿Para qué quería él remodelar la policía? Para poder iniciar el
despegue del turismo, visto como una tabla de salvación ante la realidad de que
ya no íbamos a seguir mamando la teta de la vaca del Kremlin, o sea, dejaríamos
de ser subvencionados y tenidos como “hijos preferidos” de la “madre patria
soviética”. Una vaca que en vez de leche nos daba petróleo, mucho petróleo.
No haré aquí el relato de aquella reunión, pueden leerla en Cita en el Palacio de la Revolución, pero sí resaltar que uno de los
problemas a vencer por la nueva policía, era contrarrestar el jineterismo, la
prostitución y la delincuencia que ya en ese año, 1986, comenzaba a girar
alrededor del turismo. La reunión, debo aclarar, se mantuvo en la mayor
discreción y apenas fue conocida por mis colegas y jefes.
Pese a figurar en la lista de periodistas “confiables”, es decir, gozar de
la confianza del régimen, a partir de ese encuentro, todo un “honor” en una
época en que Castro sólo recibía a periodistas-estrellas del primer mundo (para
él los periodistas cubanos éramos plato de segunda mesa) los funcionarios del
DOR (Departamento de Orientación Revolucionaria, nombre del aparato ideológico
y propagandístico del gobierno cubano), que sí supieron de esa cita, empezaron
a verme de una manera distinta, como si el hecho de haber sido citada y
recibida por el “comandante” me hubiera otorgado una categoría superior.
Entonces comenzaron a posibilitarme accesos hasta ese momento restringidos a un
grupo muy selecto de dirigentes y funcionarios del partido.
Un funcionario del DOR una vez me llevó a una oficina y me dejó sola,
leyendo actas del Consejo de Ministros. En otra ocasión, a ver un video
destinado a la élite partidaria -y de la cual no formaba parte, pues nunca fui
militante del PCC ni de la UJC. Ese video era una comparecencia de Fidel Castro
ante la “máxima dirección del país”.
Para ilustrar la situación en que Cuba se encontraba, en tono dramático
Castro dijo que era como si todos los días, habituados a ver salir el sol desde
una ventana, un día, de pronto, nos asomábamos y descubríamos que el sol no
había salido ese día ni nunca saldria más. El ejemplo puesto se podía traducir
así: durante muchos años los cubanos habíamos estado tranquilos, confiados en
que sin fallar una semana o un mes, a los puertos cubanos arribarían barcos
cargados de petróleo procedentes de la URSS.
Fueron tiempos de un clima angustioso, incierto. Los cubanos no se
imaginaban lo que se les venía encima. No sé si fuera de Cuba la opinión
pública tenía suficiente idea de que lo que se avecinaba, pero la gente dentro
de la isla pensábamos -y en voz baja comentábamos- que si la revolución hubiera
hecho una verdadera reforma agraria, los planes agropecuarios hubieran cuajado
y los campesinos hubieran podido trabajar a gusto y con eficiencia la tierra,
produciendo suficientes frutos, la llegada del “período especial” no hubiera
tenido las consecuencias que tuvo.
Cuesta creerlo, pero fue verdad: durante los años de la Segunda Guerra
Mundial, Cuba exportaba papas, tomates y otras verduras a grandes fábricas
procesadoras de alimentos en los Estados Unidos, de donde salían deshidratadas,
envasadas y llevadas a países europeos en conflicto. Ya desde finales de la
década de 1930, cuando la Guerra Civil Española, en Cuba se llevaron a cabo
jornadas solidarias y hacia España salieron cajas de alimentos, ropa y medicamentos.
Ese tipo de acciones solidarias volverían a repetirse en los 40: ciudadanos de
a pie recolectaban latas de leche condensada, azúcar, chocolate y otros
alimentos no perecederos para enviar a los “hermanos combatientes soviéticos”.
Quien vivió antes de 1959 en Cuba sabe que en el país nunca faltaron
frutas, vegetales, legumbres ni tampoco leche, queso, mantequilla, carnes,
pescados, mariscos. Existía una industria alimenticia con un desarrollo
tecnológico acorde a la época. Y el cubano se encontraba entre los pueblos
mejor alimentados del continente americano y probablemente del europeo.
Lo más terrible no era que hubiéramos llegado a 1990 con el anuncio de la
instauración de un “período especial en tiempos de paz” y de que algo todavía
peor, la Opción Cero (cero comida, cero nada) estaba ahí, a la vuelta de la
esquina. Lo más doloroso era que ese proyecto denominado “revolución” hubiera
sido incapaz en cuatro décadas de contar con una agricultura y una ganadería no
ya igual, sino superior a la que teníamos cuando Fidel Castro llegó al poder en
1959.
Tania Quintero
Caricatura: Pong. Tomada de Historias de las mil y un período.
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