lunes, 22 de diciembre de 2014

El caso Cuba: entre la justicia y la piedad

Por Daina Chaviano




http://blog.dainachaviano.com/2014/12/19/el-caso-cuba-entre-la-justicia-y-la-piedad/




No me gusta escribir sobre asuntos políticos. Tampoco acostumbro a hacer declaraciones de ese tipo en entrevistas, programas de TV o artículos de opinión. He hecho alguna excepción en mi cuenta de Twitter, donde agradecí al Presidente Obama por su cambio de política hacia Cuba –una opinión personal que fue luego repetida en medios de prensa–, pero ya se sabe que 140 caracteres apenas bastan para explicarse. Por eso quiero extenderme un poco ahora.


En los últimos días he leído y escuchado el arrebato internacional que ha provocado el discurso del Presidente Barack Obama. Las opiniones en contra han sido mucho más explícitas y extensas que las que se han expresado a favor. Supongo que dentro de estos dos bandos existen múltiples gradaciones. Las entiendo y respeto, incluso aquellas que no se acercan a las mías.


Quienes argumentan contra las medidas propuestas por el Presidente Obama han mencionado –y con toda razón– la carencia de derechos humanos en la isla, la represión contra los opositores, la falta de libertades civiles en Cuba. Como a cualquier ser humano que ama la libertad y la justicia, también me preocupa esta situación que no parece tener salida. Mientras el presidente norteamericano hablaba de aperturas, de entendimiento, de intercambios, de medidas encaminadas a mejorar el nivel de vida del cubano promedio, La Habana seguía exigiendo que eliminaran el “bloqueo” (como llaman al embargo allá), el único pretexto con que cuenta el gobierno cubano para justificar su desastrosa gestión económica. El discurso de La Habana no mencionó los cambios que ellos también tendrían que hacer para reciprocar las acciones del presidente norteamericano, pero no creo que debamos esperar por ellos.


Durante décadas el régimen cubano ha repetido las mismas excusas para tratar de explicar las penurias de su pueblo. Por experiencia personal sé que tales penurias no se deben a ningún enemigo exterior, ni embargo. “El azúcar no viene de Alaska”, dice por mí el personaje de una de mis novelas. Si el cubano no tiene a su alcance los alimentos que siempre se han dado bien en su tierra, la culpa no hay que buscarla en el extranjero.


La destrucción de la economía y de los recursos ecológicos de Cuba han sido causados por un grupúsculo que ha dirigido el país como si fuera una finca privada, siguiendo los caprichos de una sola persona que creía saberlo todo y terminó por destrozar el rostro geofísico y social de una nación. No tengo esperanzas de que esa teocracia cambie. El embargo que ya dura más de medio siglo no ha logrado conmover en lo más mínimo a los responsables de este caos. Todo lo contrario, el aislamiento les ha servido para multiplicar las justificaciones de ese fracaso.


Por otro lado, sería para reírse (si no fuera tan trágico) escuchar a los dirigentes de la isla decir “hemos ganado”, y luego ser secundados por quienes, viviendo fuera de ella, también repiten con furia “han ganado”. ¿De qué están hablando? ¿Qué país gana algo por que le devuelvan a tres sabandijas que conspiraron para matar a seres humanos? A veces pienso que algunas personas se comportan como adolescentes inflados de testosterona. Esto no es un juego. Aquí no hay ganadores ni perdedores. Y si insisten en hablar bajo esos términos, debo decirles que solo hay un gran perdedor, el único al que todos parecen olvidar: el pueblo cubano, que vive arrastrándose en la miseria año tras año, sin una ventana que le permita ver una porción del universo donde habita el resto de su especie.


Hablar de vencedores o perdedores en este contexto revela una inmadurez supina. Es muestra de un infantilismo mental y emocional que me deja atónita, y que resulta especialmente perturbador cuando lo escucho en boca de quienes se dicen enemigos acérrimos del régimen cubano. No se dan cuenta de que están repitiendo el mismo patrón marcado por su contrario.


Personalmente estoy agotada de tanta fraseología acerca de triunfos y derrotas, de amenazas y enemigos en los que el pueblo cubano dejó de creer hace mucho tiempo. Les aseguro que aunque haya un millón de personas saltando al compás de ese sonsonete en medio de una plaza, mientras chillan consignas infantiloides, la mayoría de esas personas no se lo cree. Pero ahora resulta que esos mismos lemas que me atormentaron a lo largo de las tres décadas que viví en la isla, también se escuchan en el exilio, imitando el estilo de quienes están del otro lado. Al parecer no se dan cuenta de que repiten conceptos que no conducen a nada.


Por eso, si me dan a escoger entre el orgullo de quienes quieren “ganar” a toda costa y la piedad hacia mi pueblo, incluso si me dan a elegir entre algo mucho más difícil: la justicia contra los criminales que han asesinado a inocentes o la piedad hacia once millones de prisioneros que intentan sobrevivir dentro de una isla en medio del fuego cruzado, yo voto (al menos en este instante) por la piedad hacia esos once millones que aún están vivos.


Tengo que cerrar los ojos y respirar muy hondo cuando pienso en los muertos y en los que padecen, tengo que armarme de paciencia y serenidad, pero me niego a seguir apoyando el sacrificio de todo un pueblo en aras de una justicia humana que no creo que llegue. Ojalá no fuera así. Ojalá no tuviera que escoger. Pero es hora de que alguien se atreva a decirlo: la justicia no siempre llega. Los culpables no siempre son castigados. Los buenos y los nobles no siempre terminan viviendo felices para siempre. Al parecer, quienes no se han ocupado por comprender los mecanismos de la fantasía y los cuentos de hadas han terminado por creer en ellos.


No podemos esperar que pasen otros cincuenta años para comenzar a enviar grandes cantidades de recursos materiales a ese pueblo, para permitir que compañías norteamericanas mejoren las comunicaciones de los cubanos encerrados y aislados, para que alguien pueda enseñarles a abrir y desarrollar nuevos negocios, para que existan nuevas vías de acceso a las medicinas y los alimentos que tanto necesitan… Once millones de personas no pueden seguir languideciendo por culpa de la tozudez de un régimen que, en definitiva, no ha cambiado en medio siglo y no lo hará nunca, a menos que las leyes biológicas u otras circunstancias les obliguen a ello.


No se puede esperar ad infinitum por una justicia que obviamente no ocurrirá. Algunos clamarán que Dios no puede permitir eso. Para quienes son creyentes (y me cuento entre ellos) debo recordarles que Dios no es justo, sino simplemente sabio, y que cada ser humano tiene libre albedrío y construye su propio karma, incluso el post-mortem. Es muy posible que gran parte de lo que llamamos justicia divina se produzca después de la muerte, en un reino que no es de este mundo. Pero es preferible mantener este debate en la dimensión de lo terrenal. Sospecho que, en el caso de Cuba, lo más probable es que esa justicia solo quede en el colofón de la Historia que finalmente terminará condenando para toda la eternidad a quienes lo merecen.


Por esa razón no creo que debamos ser nosotros, los que vivimos fuera de la isla, quienes aboguemos por mantener a todo un pueblo arrastrando su agonía. Si podemos insuflarle un poco de oxígeno para que recupere fuerzas y logre ponerse de pie, si podemos enviar a los cubanos los recursos que les faltan para que puedan alcanzar con ellos lo que todos anhelamos, creo que habrá valido la pena tragarse un poco el orgullo y atesorar para el futuro el dolor que todos compartimos por nuestros muertos.


Este cambio de política hacia Cuba no significa el fin de la lucha por la democracia en la isla. Puede ser un nuevo comienzo y una mejor oportunidad para darles recursos a quienes luchan por ella. Como dijo cierto sabio: Dios escribe recto con renglones torcidos.


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