sábado, 20 de agosto de 2022

La Fortaleza de Atarés



La ocupación de La Habana por los ingleses durante once meses y su devolución a 

España,en 1763, fueron acontecimientos que contribuyeron a la evolución de la 

arquitectura militar de Hispanoamérica y condicionaron cambios en la política de defensa 

en el teatro de operaciones de la isla de Cuba y del resto de las colonias en la región.


Cuando, en 1763, España recuperó la plaza La Habana, el rey Carlos III nombró 

gobernador de la Isla al teniente general Antonio de Funes Villalpando, conde de Ricla, a 

quien le encomendó como misión principal, hacer un estudio y poner en ejecución un 

nuevo  sistema de defensa de la plaza La Habana, anticipándose al plan defensivo 

desarrollado más adelante en el Caribe, según se estableció por Real Decreto del 25 de  

septiembre de 1765.


San Cristóbal de La Habana se convirtió en una ciudad fortaleza, con la reconstrucción y 

la construcción de nuevas obras defensivas. La dirección de los trabajos correspondió a los 

ingenieros principales Silvestre de Abarca y Agustín Crame. Comenzó así el segundo 

sistema defensivo de la plaza La Habana (1763- 1895).

Dentro de este proceso de re-fortificación fueron principales la For- taleza de San Carlos 

de La Cabaña, el Castillo del Príncipe y el de San- to Domingo de Atarés, formando un 

triángulo defensivo entre las alturas de La Cabaña, Aróstegui y de Soto.


PROYECTO, CONSTRUCCIÓN Y REFORMAS


Durante los últimos días del sitio de la plaza de San Cristóbal de La Habana por las tropas 

inglesas, en 1762, después de tomar el caserío de Jesús del Monte, el alto mando español 

(la Junta de Guerra) ordenó el establecimiento de una batería de artille- ría en la Loma de 

Soto, ubicada al sureste y fondo de la bahía, pues el mantener esta posición garantizaba la 

comunicación de la plaza con otras poblaciones de la zona rural. El 4 de agosto quedó 

terminado un reducto donde fueron emplazados diez caño- nes, los cuales no llegaron a 

disparar debido a que la capitulación de la ciu- dad tuvo lugar el 13 de agosto.


A finales de 1763, cuando terminaron los trabajos más urgentes en la reconstrucción del 

Castillo del Morro e iniciados los trabajos de la fortaleza de La Cabaña, bajo la dirección 

del coronel de ingenieros de nacionalidad belga Agustín Crame, co-menzaron las obras de 

construcción del Castillo de Santo Domingo de Atarés en la Loma de Soto, a veintinueve 

metros sobre el nivel del mar, en sustitución del reducto. El nombre se puso en honor del 

conde de Ricla, cuyo padre era el conde de Atarés.


Los trabajos recibieron el máximo de prioridad y, aunque se presentaron problemas 

constructivos por las características del terreno, el castillo fue terminado en el segundo 

semestre de 1767, según refleja una carta del Gobernador de La Habana, con fecha del 4 

de octubre de 1767:


El Castillo de Atarés está igualmente construido (y muy adelantado su antefoso de agua) 

que el Morro, cuyo plano, y perfiles no remito hoy, porque está en los términos que de- 

muestra el diseño que presentó el Conde de Ricla al arribo á esa Corte. Están montados sus 

veintidós cañones, y de repuesto de municiones se ha hecho lo mismo: obra dirigida por el 

ingeniero en Jefe Don Agustín Crame, que le hace honor, pues ha tenido que vencer lo 

poco seguro del terreno”. Si bien se le llama tradicionalmente y en los documentos y 

planos de época aparece como Castillo de Atarés, es necesario aclarar que su tipología 

corresponde con la de una fortaleza o batería, pues en la terminología militar renacentista 

se calificaba como castillo a aquella fortificación con más de tres baluartes y esta no posee 

ninguno.


Su traza es un hexágono regular, en cuyos seis ángulos se construyeron garitas, también 

hexagonales, de gran belleza arquitectónica. Está rodeada por un foso y se accede a ella a 

través de un puente que conduce a la plaza de armas. La planta baja está compuesta por 

diferentes bóvedas ubicadas por debajo de la parte superior de los terraplenes y parapetos 

del camino cubierto a su alrededor, lo cual ofrecía una mayor protección. En ella se ubican 

los alojamientos para la tropa, los de los oficiales, el del comandante, el cuerpo de guardia, 

la capilla, los baños, las cocinas y cinco almacenes (polvorines). Debajo del piso de la 

plaza de armas existen dos aljibes con gran capacidad de almacenamiento, para 

proporcionar agua por un largo período.


Desde la plaza de armas se accede por una escalera a la azotea, la cual está compuesta por 

tres explanadas a diferentes niveles, donde se emplazan las piezas de artillería a barbeta (al 

descubierto). La capacidad total de alojamiento era de hasta cien hombres. La guarnición 

estaba compuesta por oficiales y soldados del arma de artillería, bajo el mando de un jefe 

con el cargo de comandante. Recibió su primera reparación diecinueve años después, en 

1786, tras el azote de un huracán.






Un informe elaborado por el Cuerpo de Ingenieros, en 1858, acerca del estado de las obras 

de defensa de la plaza La Habana, con relación al Castillo de Atarés, señalaba: “Los 

alojamientos tanto de la tropa como de los oficiales y el comandante, se encuentran en 

bóvedas bajo los terraplenes a prueba de la artillería de la época. Estos alojamientos son de 

escasa ventilación, a pesar de ello son saludables por la seguridad y buenos aires que 

ofrece la posición del castillo en una altura al fondo de la bahía en la ensenada de su 

nombre”.


En la década del sesenta, del siglo XIX, se destinó un presupuesto para una reparación 

general. Esta incluyó la modernización de su artillería con la instalación de cañones de 

ánima rayada.


Durante el desarrollo y consolidación del tercer sistema defensivo de la plaza La Habana 

(1895-1898), la expansión de la ciudad, con el surgimiento de nuevos barrios, relegó al 

castillo de una obra de avanzada a una segunda línea, en la profundidad de la defensa del 

frente terrestre. En partes de sus bóvedas se estableció el polvorín central de municiones 

de la línea exterior. Se realizaron trabajos de reparación de las explanadas, instalaron 

pararrayos en aras de proteger los polvorines y emplazaron diecinueve piezas de artillería. 

La guarnición designada era de 250 hombres.


Al concluir la guerra hispano-cubano-norteamericana, el 13 de agosto de 1898, 

producirse la ocupación norteamericana de la Isla, el Castillo de Atarés fue destinado a 

cuartel. En 1901 se ejecutaron reformas constructivas, consistentes en obras sanitarias y 

claraboyas abiertas en el techo a modo de lucernario, para proporcionar una mayor 

ventilación y claridad en las bóvedas destinadas como cuarteles. Estos trabajos dieron 

inicio a la modificación de la estructura original, afectando su valor patrimonial.


A mediados de la primera década del siglo XX, se estableció allí un reclusorio 

correccional. Con el trabajo de los reclusos, por espacio de tres años, se construyó la 

carretera que comunica la ciudad con el castillo. Posteriormente, en 1917, pasó a cuartel 

de caballería del ejército, por lo cual en las áreas aledañas se le construyó una caballeriza.


DE SINIESTRO A PATRIMONIO


El Castillo de Atarés está vinculado a una historia sombría y trágica, al ser empleado como 

centro de torturas.


Allí, el 16 de agosto de 1851, fueron fusilados un grupo de expedicionarios, capturados el 

12 de agosto, al desembarcar por Bahía Honda. En su exterior, en la ladera sur de la loma, 

se erigió en 1914, un obelisco en recordación a estos luchadores. Una referencia a este 

suceso histórico, en la enciclopedia Cuba en la mano, del año 1940, señala:


En la falda de la loma donde está el castillo, un obelisco de mármol perpetúa la memoria 

del Coronel de artillería Willians Crittenden y compañeros que fueron en ese mismo lugar 

fusilados por los españoles por su intento de liberar a Cuba. Critten-den, de nacionalidad 

norteamericana nació en Kentucky y contaba con 29 años de edad cuando se alistó en la 

segunda expedición del General Narciso López”.





Durante el gobierno de facto de José Ramón Grau San Martín, en noviembre de 1933, se 

produjo el fraccionamiento y alzamiento de fuerzas militares.


Después de efectuar varios combates en la ciudad, las fuerzas amotinadas se replegaron, 

concentrándose en el Castillo de Atarés. En esa ocasión, este fue blanco por primera vez 

del fuego de la artillería terrestre (cañones de 75 milímetros y mortero 81 milímetros) y de 

la naval de los buques de guerra Patria y Cuba, anclados al fondo de la bahía, lo que 

ocasionó gran cantidad de bajas y daños parciales en la estructura de la obra.


Tras ser ejecutados trabajos de reparación, entre ellos modificaciones en la estructura, en 

1936, fue adaptado como escuela para oficiales. Con posterioridad se reformó la calzada 

Ravena (posteriormente Teniente Rivero) para facilitar el acceso a este desde la calle 

Cristina. También se le construyó, con piedras de la anti- gua cárcel de La Habana, una 

escalinata de acceso desde la base de la loma hasta la fortaleza.


En 1948, el entonces ministro de Obras Públicas, arquitecto José San Martín, sobrino del 

presidente Grau San Martín, orientó la extracción de arcilla de la Loma de Soto, ello 

produjo afectaciones estructurales en la obra, que debió ser reparada con urgencia.


Después del 1 de enero de 1959 fue ocupado por la 5ta. Comandancia de la Policía 

Nacional Revolucionaria. En 1991 se estableció el Batallón de Seguridad y Servicio de la 

Marina de Guerra Revolucionaria. Desde 1994 sirve de sede a la Unidad de Ceremonias 

del MININT.


El Castillo de Atarés fue declarado desde 1982, Patrimonio de la Humanidad 

conjuntamente con el resto de las fortificaciones coloniales de la capital.










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