domingo, 26 de junio de 2016

Carta de un joven que se ha ido

Carta de un joven que se ha ido
Autor Alejandro


Esta carta abierta escrita por un joven cubano esta dando la vuelta en todo internet por ser el sentimiento de muchos jóvenes que hemos tenido que irnos de Cuba por la impotencia de ver que nada cambia en la isla.
La carta abierta de Iván López Monreal es la respuesta a una carta que escribió un politólogo cubano Rafael Hernández titulada “Carta a un joven que se va” donde deja entrever que los jóvenes cubanos estamos desconectados con la historia de Cuba y aquellos que nos vamos no somos consientes del daño hecho al país.

Sin decirles mucho más les dejo la carta abierta de un joven que se ha ido que verán que es el sentir de los jóvenes y los no tan jóvenes que hemos dejado Cuba.
Estimado Rafael Hernández,
He leído con mucho interés su “Carta a un joven que se va”. Me he sentido aludido, porque hace dos años me marché de Cuba, tengo 28 años y vivo en Pomorie, una ciudad balneario situada en el este de Bulgaria. La razón por la que le escribo es para intentar explicarle mi postura como joven cubano emigrado. Sin solemnidades ni verdades absolutas, porque si algo me ha enseñado dejar mi país, es descubrir que esas verdades no existen.
Puede que algunos de los que nos hemos marchado en los últimos años (somos miles) tengan claro el momento en que decidieron hacerlo. Yo no. Lo mío fue progresivo, casi sin darme cuenta. Empezaría con ese recurso tan cubano que es la queja. Por nimiedades, tal vez. Por lo que no hay, por lo que no llega, por lo que pasa, por lo que no pasa, por no saber. O no poder. La queja no es grave, lo grave es que se cronifique como una enfermedad cuando nada parece resolverse. Y uno puede aceptar que eso es así, y es tu país para lo bueno y para lo malo, o pasar a la siguiente categoría, que es la frustración. O sea, descubrir que la solución a la mayoría de los problemas no está en tus manos. O no te permiten hacerlo. O aún más triste: no parece importar.
Abandonar o permanecer en tu país es una decisión muy personal que nunca debe juzgarse en términos morales. Yo elegí este camino porque quería un futuro diferente al que veía en Cuba, y salí a buscarlo consciente de que podía salir mal, pero quise correr ese riesgo. No voy a mentirle diciendo que fue doloroso. No lloré en el aeropuerto. Todo lo contrario, me alegré. Le digo más, me liberé.
Tiene usted razón cuando dice que mi generación carece de esos lazos emocionales que generan experiencias como Playa Girón, la Crisis de Octubre o la guerra de Angola. Pero no se equivoque, yo también he tenido mis epopeyas. A lo mejor no tan épicas, pero sí igual de demoledoras. En estos veintidós años que menciona, he visto degradarse el país por el tanto lucharon mis padres. He visto marchar a mis maestros de primaria y secundaria. He visto a familias discutir por el derecho a comerse un pan. He visto el malecón lleno de gente nerviosa gritando contra el gobierno, y gente aún más nerviosa gritando a su favor. He visto a jóvenes construyendo balsas para huir quién sabe a dónde, y a una turba lanzando mierda de gato contra la casa de un “traidor”. Incluso, Rafael, he visto a un perro comiéndose a otro perro en la esquina habanera de 27 y F. Y también he visto a mi padre, que sí estuvo en Angola, con el rostro pálido, sin respuestas, el día que un custodio de hotel le dijo que no podía seguir caminando por una playa de Jibacoa (frente al camping internacional) por ser cubano. Yo estaba con él. Yo lo vi. Tenía diez años, y un niño de diez años no olvida cómo la dignidad de su padre se va a la mierda. Aunque haya vuelto de una guerra con tres medallas.
Me habla usted de las conquistas sociales de la Revolución. De la educación y la medicina. Voy a hablarle de mi educación. Tuve buenos maestros, y cuando se marcharon fueron sustituidos por otros menos preparados que, a su vez, fueron reemplazados por trabajadores sociales que escribían experiencia con S y eran incapaces de señalar en un mapa cinco capitales de Latinoamérica (esto no me lo contaron, lo viví) Mis padres tuvieron que contratar maestros privados para que yo aprendiera de verdad. No lo pagaban ellos sino una tía mía radicada en Toronto. De modo que si somos honestos, buena parte de la formación que tengo se la debo a los clientes del restaurante griego donde trabajaba mi tía. Pero hay más. En tiempos de mi hermana mayor era extremadamente raro que un alumno sacara una nota de cien. En mi época el cien se volvió algo común, no porque los alumnos fuésemos más brillantes sino porque los profesores bajaron sus exigencias para maquillar el fracaso escolar. ¿Y sabe una cosa? Yo tuve suerte, porque los que venían detrás de mí en vez de maestros tuvieron un televisor.
De la medicina poco tengo que decirle porque usted vive en Cuba. Y salvo el hecho de mantenerse la gratuidad, cosas que admito sigue siendo meritoria, el estado de los hospitales, la precariedad de unos médicos mal pagados y la creciente corrupción empujan cada vez más al sistema de salud hacia ese tercer mundo del que tanto hizo por alejarse. Y lo cierto es que, hoy en día, un cubano que maneje divisas tiene más posibilidades de recibir un tratamiento mejor (haciendo regalos o incluso pagando) que uno que no lo tenga, aunque sea de forma ilegal. Y aunque la constitución diga otra cosa. Por triste que resulte admitirlo, Rafael, la educación y la medicina de la que disponen los cubanos de hoy es peor que la que disfrutaron mis padres.
Usted dice que el país hace un gran esfuerzo, que existe un embargo. Y yo le respondo que también existe un gobierno que lleva cincuenta años tomando decisiones en nombre de todos los cubanos. Y si estamos en el punto en el que estamos, lo más sano es que admitiera que no ha sabido, o no ha podido, o no ha querido hacer las cosas de otra forma. Por la razones que sea. Porque el fracaso también está cargado de razones. Y en vez de atrincherarse con sus figuras históricas en el Consejo de Estado, debería dar paso a los que vienen detrás. Rafael, es muy frustrante para un joven de mi edad ver que en Cuba llevamos 50 años sin que se produzca un relevo generacional porque el gobierno no lo ha permitido. Y no hablo de que me den el poder a mí, que tengo 28 años. Hablo de los cubanos que tienen 40, 50 o incluso 60 años y no han tenido nunca la posibilidad de decidir. Porque las personas que hoy en día tienen esas edades y ocupan puestos de responsabilidad en Cuba no han sido formados para tomar decisiones, sino para aprobarlas. No son dirigentes, son funcionarios. Y ahí incluyo desde ministros hasta los delegados de la asamblea nacional. Son parte de un sistema vertical que no da margen para que ejerzan la autonomía que les corresponde. Todo se consulta. Y contrario a lo que dice el refrán: en vez de pedir perdón, todos prefieren pedir permiso.
Dice usted que en mi país se puede votar y ser elegido para cargos desde los 16 años. Y que la presencia de jóvenes delegados ha bajado desde los años 80 hasta ahora. Incluso me advierte que si seguimos marchándonos, habrá menos jóvenes votando y por tanto menos elegibles. Y yo le pregunto: ¿De qué sirve mi voto? ¿Qué puedo yo cambiar? ¿Qué han hecho los delegados de la asamblea nacional para que me interese por ellos? Seamos sinceros, Rafael, y creo que usted lo es en su carta, así que yo también quiero serlo en la mía, ambos sabemos que la asamblea nacional, tal y como está concebida, solo sirve para aprobar leyes por unanimidad. Resulta paradójico llamarle asamblea a una institución que se reúne una semana al año. Tres o cuatro días en verano y tres o cuatro días en diciembre. Y en esos días se limita a aprobar los mandatos del Consejo de Estado y de su Presidente, que es quien decide lo que se hace o no se hace en el país. Lamentablemente, yo no puedo votar a ese presidente. Y no sabe cuánto me gustaría hacerlo.
Hace unos días escuché a Ricardo Alarcón confesarle a un periodista español que él no cree en la democracia occidental “porque los ciudadanos solo son libres el día que votan, el resto del tiempo los partidos hacen lo que quieren…” Aunque fuera así, que no lo es (al menos no siempre, y no en todas las democracias), estaría reconociendo que desde que yo nací, en 1984, los electores en Estados Unidos, por ejemplo, ha tenido siete días de libertad (uno cada cuatro años) para cambiar a su presidente. Algunas veces lo han hecho para bien, y otras para mal. Pero esa es otra historia. Un joven de New Jersey que tenga mi edad ya ha tenido dos días de libertad para, por ejemplo, echar a los republicanos de Bush y nombrar a Obama. Los cubanos no hemos podido tomar una decisión así desde 1948 (no incluyo las elecciones de Batista, por supuesto). Y si usted me dice que la capacidad de nombrar a un presidente no es relevante para un país yo le digo que sí lo es. Y más para un joven que necesita sentir que se le toma en cuenta. Aunque solo sea por un día.
Usted probablemente piensa que los que nos marchamos elegimos el camino más fácil, que lo duro es quedarse a resolver los problemas. Pero le tengo que decir que mis abuelos y mis padres se quedaron en Cuba para pelearse con esos problemas. Renunciaron a muchas cosas por la Revolución y hasta se jugaron la vida por ella. Para darme un país avanzado, equitativo, progresista. Y el que me han dado es uno en el que la gente celebra poder comprar un carro y vender su casa como si fuera una conquista. Pero eso no es una conquista, es recuperar un derecho que ya teníamos antes de la Revolución. ¿A eso hemos llegado? ¿A celebrar como un éxito algo tan básico? ¿Cuántas otras cosas básicas habremos perdido en estos años? Para mis padres es doloroso asumir ese fracaso, y no lo quieren para mí. No quieren que con 55 años tenga un sueldo que no me alcance para vivir, ni el sueldo ni la libreta. Porque no alcanza. Y no quieren que para sobrevivir acuda al mercado negro, a la corrupción, a la doble moral, a fingir. Prefieren que esté lejos. A los 28 años yo me he convertido en la seguridad social de mis padres, ¿O cómo cree que sobreviven dos personas con 650 pesos? Sí, Rafael, hemos tenido que irnos cientos de miles de cubanos para que nuestro país no quiebre. Lo que Cuba ingresa de nuestras remesas es superior, en valor neto, a casi todas sus exportaciones. Eso sí, el país ha perdido juventud y talento, y en vez de abrir un debate realista sobre cómo parar esa sangría, sigue anclado a un inmovilismo ideológico que no es otra cosa que miedo al futuro. ¿Y qué hago yo en un país cuyos gobernantes le tienen miedo al futuro…? ¿Esperar a que se mueran…? ¿Esperar a que cambien las leyes por generosidad y no por convicción? ¿Qué hago yo en un país que sigue premiando la incondicionalidad política por encima del talento? ¿A qué puedo aspirar si no basta con lo que soy y lo que hago…? ¿A convertirme un cínico? ¿O me anima usted a que dé la cara y diga lo que pienso? Algunos jóvenes de mi generación ya lo han hecho, ¿Y dónde están? Recordemos a Eliécer Ávila, un estudiante de la Universidad de Ciencias Informaticas que tuvo la valentía de preguntarle a Ricardo Alarcón por qué los jóvenes cubanos no podíamos viajar como cualquier otro, y fue represaliado por el sistema. Él no tuvo la culpa de que allí hubiera un cámara de la BBC, ni de la respuesta ridícula que dio Alarcón (aquella barbaridad de que el cielo se llenaría de aviones que chocarían entre ellos) Hoy Eliécer vive marginado por razones políticas. Y no es un terrorista ni un mercenario ni un apátrida, es un joven humilde, mulato, universitario, que cometió el error de ser honesto. Qué triste hacer una revolución para terminar condenando a alguien por ser honesto. ¿Para eso quiere usted que me quede, Rafael?
Dejar tu país y tu familia no es un camino fácil. Ni la solución a nada, solo es un principio. Te vas a otra cultura, tienes que aprender otro idioma, pasas momentos muy malos. Te sientes solo. Pero al menos tienes el alivio de saber que con esfuerzo puedes conseguir cosas. Mi primer invierno en Bulgaria fue muy duro, conseguí trabajo como transportista y pasé cuatro meses subiendo y bajando lavadoras para ahorrar dinero y poder viajar a Turquía. Una ilusión que tenía desde niño. Y viajé. No tuve que pedir un permiso de salida ni mi avión chocó con ninguno. Pude cumplir el sueño de Eliécer. Y me alegro de haberlo hecho. He conocido otras realidades, he podido comparar. He descubierto que el mundo es infinitamente imperfecto, y que los cubanos no somos el centro de nada. Se nos admira por algunas cosas igual que se nos aborrece por otras. También he descubierto que irme no ha cambiado mis convicciones de izquierda. Porque lo de Cuba no es izquierda, Rafael. Póngale usted el nombre que quiera, pero no es izquierda. Yo estoy de parte de aquellos que buscan el progreso social con igualdad de oportunidades y sin exclusiones. Pienses como pienses. Sin sectarismo ni trincheras. Porque eso solo sirve para enfrentar a la sociedad y sustituir verdades por dogmas.
Por último, Rafael, la casualidad quiso que terminara en un país que también estuvo gobernado por un partido y una ideología única. Aquí no hubo revolución de terciopelo como en Checoslovaquia, ni derribaron un muro como en Berlín ni fusilaron un presidente como en Rumania. Aquí, como en Cuba, la gente no conocía a sus disidentes. Aquí no había fisuras, y sin embargo, en una semana pasaron de ser un estado socialista a una república parlamentaria. Y nadie protestó. Nadie se quejó. No puedo evitar preguntarme, ¿Acaso pasaron 40 años fingiendo? Desde entonces no han tenido un camino de rosas, han enfrentado varias crisis, incluso la población ha llegado a vivir con peor calidad de la que tenía en los años 80, pero curiosamente, la inmensa mayoría de búlgaros no quiere volver atrás. Y eso que el socialismo que dejaron ellos era bastante más próspero que el que hoy tenemos los cubanos. Pero en este país no piensan en el pasado, piensan en el presente. En mejorar la economía, en resolver las desigualdades (que las hay, como en Cuba), en combatir la doble moral, los personalismos y la corrupción que generó el estado durante décadas.
El día que ese presente importe en Cuba, no tenga duda, nos veremos en La Habana.
Ivan López Monreal
 
 




















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miércoles, 15 de junio de 2016

Pablo Iglesias y la salida del Euro

No se puede ser más anormal (COMUNISTA)















domingo, 12 de junio de 2016

El accidente dónde estuvo a punto de morir (el ya fallecido -17 de agosto del 2001- ) General Raúl Menéndez Tomasevich


                               Se puede apreciar el talud, en un costado de la carretera, 
                          donde impactaron las palas del rotor central del helicóptero.




Tomado de una entrevista realizada en 1996 para el libro Secretos de Generales.

Periodista —¿Estuvo a punto de perder la vida?
—Es cierto. Fue cuando la "Operación Olivo". Se produjo un accidente entre Chipipa y Huambo.
P —¿Qué ocurrió?
—Uno de nuestros helicópteros MI-8, cayó arriba del automóvil Volga en que viajaba.
Bajaron mucho y al hacer un giro, una de las aspas chocó contra una loma, el helicóptero se incendió y se desplomó encima del carro.
Murieron todos los tripulantes. Los tres compañeros que iban en el asiento trasero del auto también fallecieron. El chofer, un coronel soviético, quedó herido.
A mí, que iba sentado a su lado no me pasó nada. Al parecer, como los gatos, tengo siete vidas.
Fin del testimonio del General Tomasevich
 

El día 18 de julio de 1981 Tomasevich se dirigía, por carretera hacia Huambo y había pedido que el helicóptero trasladara al Mayor Darío (Jefe de la Inteligencia Militar de la MMCA) hasta donde él se encontraba. Se trataba de una información de carácter urgente. De ser necesario utilizaría el helicóptero para trasladarse a Luanda.

Este accidente ocurrió al norte de la ciudad de Huambo (Nova Lisboa), en un lugar conocido como “la loma de la Cuca”, por estar ubicado muy cerca de una fábrica de cervezas del mismo nombre.

Aunque en la entrevista Tomasevich dice que murieron, en realidad la tripulación sobrevivió al accidente, al igual que el General Tomasevich. Tal vez haya sido una "licencia" del periodista, tal vez el viejo Tomás ya no recordara los pormenores.  

El piloto se llamaba 1er Teniente Raúl Vega García. Pertenecíamos a la misma promoción de pilotos y éramos amigos y vecinos de las inmediaciones de la calle Línea entre 2 y 4 en el Vedado, Ciudad de La Habana.

Vega, había sido parte integrante de la única escuadrilla de helicópteros, en el año 1978 durante el “Ejercicio Táctico en Campaña” desarrollado en la provincia de Cuando Cubango (región llamada “La Tierra del Fin del Mundo”, por los portugueses). La escuadrilla se encontraba compuesta por 5 helicópteros MI-8.
Se combatía a la UNITA, aunque Fidel Castro no lo reconociera públicamente. El 8 de marzo de 1978 fueron averiados 3 de los cinco helicópteros, durante un ataque al Puesto de Mando de Savimbi, en la confluencia de los ríos Cuatir y Malepa. Días antes había resultado herido en un pie, el Sub Teniente Bruzón, copiloto del helicóptero al mando del Teniente Argelio Morell Gil.

A continuación, paso a relatar las circunstancias en las cuales se conocieron Vega y Tomasevich:

Casi finalizando el “Ejercicio” antes mencionado, con Savimbi prácticamente cercado por las tropas cubanas (tres batallones de infantería motorizada y tres compañías de infantería aeromóviles), fue cuando Tomasevich me planteó, como jefe de la escuadrilla, la necesidad de una tripulación para que permaneciera, en tierra, en la posición que ocupaba la compañía aeromóvil especial del Teniente Maurín que se encontraba muy cerca de la ubicación de Savimbi.

La posición la tenían ubicada utilizando una unidad especial de radio-goniometría (del MININT de Cuba), la cual interceptaba las comunicaciones por onda corta, mediante la cual Savimbi se comunicaba con sus subordinados.

Esta unidad triangulaba las comunicaciones y descifraba los mensajes (que de acuerdo a lo que decían, Savimbi utilizaba claves sur-africanas muy difíciles). De esta forma determinaban la posición en el terreno.
Aquella noche llovía torrencialmente. Se logró descifrar que Savimbi pedía ayuda al mando sur-africano y le respondían que enviarían un helicóptero a rescatarlo.

Desde horas tempranas, de aquella tarde, Vega había aterrizado en la posición, que ocupaba en el terreno la compañía aeromóvil del Teniente Maurín. Se encontraba a más de 150 kilómetros de Menongue (Serpa Pinto).
Al caer la noche llovía intermitentemente.

Vega, por la frecuencia de radio de onda corta, decía escuchar el sonido del helicóptero que iba al encuentro de Savimbi y pedía autorización para derribarlo. Estaban tan cerca un helicóptero del otro que Vega informó que llegó a ver las luces de posición del aparato sur-africano. Insistió en despegar en condiciones meteorológicas peligrosas. ¡Tomasevich no lo autorizó!

De ahí en adelante, el viejo Tomás, que era como se referían a Tomasevich (cariñosamente) sus subordinados, trabó una supuesta "amistad" que pudo costarle la vida.

Después de aquel accidente en la “Loma de la Cuca”, algunos tratamos de impedir que Vega continuara volando, pues no obstante ser un excelente piloto, se había vuelto extremadamente temerario y no reparaba en obstáculos, ni en peligros. Nuestra intención era preservarle la vida. Vega nunca lo entendió de esa manera.

Un año más tarde tuvo un nuevo accidente.
Esta vez en Caleta del Rosario (Ciénaga de Zapata), centro de recreo particular del “Comandante en Jefe” y guarida de sus lanchas rápidas “Acuarama I y II, más las de apoyo para sus pesquerías en Cayo Piedra del Sur.
Como en este segundo accidente no ocurrieron víctimas mortales, continuó volando. El General del Pino (si se acuerda) pudiera decirnos el por qué un piloto que ya había causado más de un accidente (por su responsabilidad) le permitían continuar volando.
Del Pino dirigía, en aquellos momentos la Sección de Seguridad de los Vuelos y recomendó la suspensión de vuelo del piloto.

Al parecer, su supuesta "amistad" con Tomasevich le permitió continuar volando.


He verificado que no eran amigos, pero Vega fue a verlo para que 


intercediera por él y lo dejaran continuar volando.


Debe haber sido con Raúl Castro con quien Tomsevich habló, porque 


la gestión resultó tan efectiva que fue eso fue lo que salvó a Vega de 


que lo rebajaran de vuelo definitivamente después del accidente de 


Caleta del Rosario.



No obstante, Vega volvió a volar y murió en la loma “El Teniente”, en el macizo montañoso “Trinidad-Sancti Spiritus”, mal llamado (hoy en día) Sierra del Escambray. En este accidente murieron además 22 soldados.




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