domingo, 6 de septiembre de 2015

Un horrendo crimen de la revolución cubana

Un horrendo crimen de la revolución cubana
Nelson y Ángel se rindieron ante la maldad y la intolerancia del dueño de la Isla. Sólo querían una cosa: vivir como seres humanos
jueves, agosto 27, 2015 |  Tania Díaz Castro  | 

Fusilamiento en La Cabaña (foto tomada de El Nuevo Herald)


LA HABANA, Cuba.- En 1971, el gobierno castrista cometió uno de sus más horrendos crímenes: fusiló en La Fortaleza de La Cabaña al escritor Nelson Rodríguez Leiva, de 27 años, junto a su amigo y amante, Ángel López Rabí, de sólo 16.

Un siglo antes, por la misma fecha y a muy poca distancia, el gobierno de la Metrópoli fusiló a ocho estudiantes de Medicina. Un abogado español a sueldo no logró defender sus vidas.

Igual ocurrió a Nelson y Ángel. Carecieron de una defensa imparcial. Ni siquiera sus abogadillos supieron que en 1964 Ediciones R le había editado a Nelson, joven de gran talento y a sugerencia de Virgilio Piñera, un excelente libro de narraciones titulado El Regalo, que tenía para publicarse un libro de poemas y que Ángel se daba a conocer con sus versos en revistas cubanas. Tampoco que durante un año Nelson había alfabetizado a campesinos en la Sierra Maestra. Mucho menos que, inconformes con el régimen comunista de Fidel Castro, no hacían sabotajes, método de lucha de los jóvenes contra el batistato, considerados hoy héroes inolvidables.

Desesperados, acorralados, difamados por el Máximo Líder, Nelson y Ángel optaron por marcharse del país en avión, en un lamentable intento por desviarlo. Gravemente heridos fueron condenados a la Pena Máxima por las mismas personas que habían asaltado de madrugada un cuartel militar, con decenas de víctimas y sólo habían cumplido meses de prisión.

Si alguien fue responsable de aquel hecho, es Fidel Castro, con su fobia contra los homosexuales, expresada claramente en el Congreso de Educación y Cultura, a principio de 1971. En su discurso de clausura condenó ¨el homosexualismo y otras aberraciones sociales y prácticas religiosas¨. Pocos días después, su periódico Granma publicó que ¨únicamente los revolucionarios podían acceder a la Universidad¨.

¿Cómo entonces podían vivir en Cuba jóvenes como Nelson y Ángel? Muchos tuvieron la suerte de llegar vivos al exilio. Otros fueron víctimas de una política moralista y absurda.

La Unión de Escritores y Artistas de Cuba no hizo nada por ellos.

El 2 de octubre del mismo año, murió en México uno de nuestros más geniales artistas, homosexual y cubano, Ignacio Villa o Bola de Nieve. Probablemente no hubiera regresado a su país.

Frágiles como Diego, el personaje fílmico de Titón, o como Fátima, creado por Miguel Barnet cuando la marea se calmó un poco, Nelson y Ángel se rindieron ante la maldad y la intolerancia del dueño de la Isla.

Querían vivir como seres humanos, que les respetaran el más elemental de los Derechos: su intimidad.

Por aquellos años la policía recibía la orden de subirlos a la fuerza en camiones-jaulas, para ser enviados a campos de concentración de las UMAP, un invento de Fidel Castro para convertirlos en machos, al estilo del ¨Hombre Nuevo¨, que por suerte fracasó.

Para conocer más sobre esta historia, hace apenas unos días pude obtener el teléfono de Manuel, el hermano de Nelson, un economista que vive en Línea y 10, en el Vedado.

Me habían advertido que aún podía ser un comunista incondicional del régimen, que recién había regresado de una misión en Venezuela, que no aceptaría mi llamada, que le había dado la espalda a su único hermano en los peores momentos.

Para mi sorpresa, de inmediato percibí que le complacía hablar sobre su hermano, sobre todo de su infancia. Nelson nació en Cienfuegos un 19 de julio de 1943. Era delgado, de cabellos y ojos claros, de piel blanca-rosada. Achacó su conducta posterior a unas fiebres que sufrió a los cinco años, donde quedó como muerto y revivido de milagro. Me contó de Ada, la madre, trastornada al conocer que después de curar las quemaduras de su hijo, se lo asesinaran. Apenado, se refirió a las relaciones amorosas que mantuvo Nelson con Ángel, culpable de todo según él.

–Fue Ángel quien extrajo la granada de una unidad militar –dijo.

Por su forma de hablar, me pareció que, pese a sus años –cinco años mayor que su hermano– aún tenía fortaleza de carácter para sobrellevar su tragedia familiar y percibí que libraba una lucha interna, entre el cariño que podía sentir por Nelson y la complicidad que le exigía el gobierno castrista.

Al día siguiente, con otras preguntas en la mente, volví a llamarlo. Manuel era otro. Nervioso y asustado me pidió que no lo llamara más, que por mi culpa, después de conversar conmigo, había tenido horribles pesadillas durante toda la noche.

¿Sería que soñó con su hermano, aferrado al palo de La Cabaña, pidiendo a gritos que no lo mataran, maldiciendo al comunismo? ¿Será que vio a Ángel, casi un niño, llorando, implorando piedad?

Sí, no creo equivocarme. Seguramente esa fue la noche que este hombre descubrió su verdad más escondida: Nelson aún permanecía en su corazón.
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