José Martí Pérez. Nacido en Cuba, de padre
valenciano y madre canaria
“Por tabernas sombrías, salas de pelear y calles obscuras se mueve ese
mocerío de espaldas anchas y manos de maza, que vacía de un hombre la vida como
de un vaso la cerveza.
Mas las ciudades son como los cuerpos, que tienen vísceras nobles, e
inmundas vísceras.
De otros soldados está lleno el ejército colérico de los trabajadores.
Los hay de frente ancha, melena larga y descuidada, color pajizo, y
mirada que brilla, a los aires del alma en rebeldía, como hoja de Toledo, y son
los que dirigen, pululan, anatematizan, publican periódicos, mueven juntas, y
hablan.
Hay entre ellos fanáticos por amor, y fanáticos por odio. De unos no se
ve más que el diente. Otros, de voz ungida y apariencia hermosa, son bellos,
como los caballeros de la Justicia.
En sus campos, el francés no odia al alemán, ni éste al ruso, ni el
italiano abomina del austriaco; puesto que a todos los reúne un odio común.
De aquí la flaqueza de sus instituciones, y el miedo que inspiran; de
aquí que se mantengan lejos de los campos en que se combate por ira, aquellos
que saben que la Justicia misma no da hijos, ¡sino es el amor quien los
engendra!
La conquista del porvenir ha de hacerse con las
manos blancas.
Más cauto fuera el trabajador de los Estados Unidos, si no le vertieran
en el oído sus heces de odio los más apenados y coléricos de Europa.
Alemanes, franceses y rusos guían estas jornadas.
El americano tiende a resolver en sus reuniones el caso concreto: y los
de allende, a subirlo al abstracto. En los de acá, el buen sentido, y el haber
nacido en cuna libre, dificulta el paso a la cólera.
En los de allá, la excita y mueve anarquía, que
pudran y roan como veneno, el seno de la Libertad!
Ved esta gran sala. Karl Marx ha muerto.
Como se puso del lado de los débiles, merece honor.
Pero no hace bien el que señala el daño, y arde en ansias generosas de ponerle
remedio, sino el que enseña remedio blando al daño.
Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los
hombres.
Indigna el forzoso abestiamiento de unos hombres en provecho de otros.
Mas se ha de hallar salida a la indignación, de modo que la bestia
cese, sin que se desborde, y espante.
Ved esta sala: la preside, rodeado de hojas verdes, el retrato de aquel
reformador ardiente, reunidor de hombres de diversos pueblos, y organizador
incansable y pujante.
La Internacional fue su obra: vienen a honrarlo hombres de todas las
naciones. La multitud, que es de bravos braceros, cuya vista enternece y
conforta, enseña más músculos que alhajas, y más caras honradas que paños
sedosos.
El trabajo embellece. Remoza ver a un labriego, a un herrador, o a un
marinero. De manejar las fuerzas de la naturaleza, les viene ser hermosos como
ellas.
New York va siendo a modo de vorágine: cuanto en el
mundo hierve, en ella cae. Acá sonríen al que huye; allá, le hacen huir.
De esta bondad le ha venido a este pueblo esta
fuerza.
Karl Marx estudió los modos de asentar al mundo sobre nuevas bases, y
despertó a los dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los puntales
rotos.
Pero anduvo de prisa, y un tanto en la sombra, sin
ver que no nacen viables, ni de seno de pueblo en la historia, ni de seno de
mujer en el hogar, los hijos que no han tenido gestación natural y laboriosa.
Aquí están buenos amigos de Karl Marx, que no fue sólo movedor titánico
de las cóleras de los trabajadores europeos, sino veedor profundo en la razón
de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres, y hombre comido del
ansia de hacer bien.
El veía en todo lo que en sí propio llevaba: rebeldía, camino a lo
alto, lucha.
Mijail Bakunin. Anarquista ruso
contemporáneo de Karl Marx. Es posiblemente el más conocido de la primera
generación de filósofos anarquistas.
Aquí está un Lecovitch, hombre de diarios: vedlo cómo habla: llegan a
él reflejos de aquel tierno y radioso.
Bakunin: comienza a hablar en inglés; se vuelve a otros en alemán:
“¡da! ¡da!” responden entusiasmados desde sus asientos sus compatriotas cuando
les habla en ruso.
Son los rusos el látigo de la reforma: mas no, ¡no son aún estos hombres impacientes y generosos,
manchados de ira, los que han de poner cimiento al mundo nuevo: ellos son la
espuela, y vienen a punto, como la voz de la conciencia, que pudiera dormirse:
pero el acero del acicate no sirve bien para martillo fundador!
Aquí está Swinton, anciano a quien las injusticias enardecen, y vio en
Karl Marx tamaños de monte y luz de Sócrates.
Aquí está el alemán John Most, voceador insistente y poco amable, y
encendedor de hogueras, que no lleva en la mano diestra el bálsamo con que ha
de curar las heridas que abra su mano siniestra.
Johan (John) Most, Anarquista de orígen
alemán. Murió en Cincinati 1906
Tanta gente ha ido a oírles hablar que rebosa en el salón, y da en la
calle.
Sociedades corales, cantan.
Entre tanto hombre, hay muchas mujeres. Repiten en coro con aplauso
frases de Karl Marx, que cuelgan en cartelones por los muros.
Millot, un francés, dice una cosa bella: “La libertad ha caído en
Francia muchas veces: pero se ha levantado más hermosa de cada caída”.
John Most habla palabras fanáticas: “Desde que leí en una prisión
sajona los libros de Marx, he tomado la espada contra los vampiros humanos”.
Dice un Magure: “Regocija ver juntos, ya sin odios, a tantos hombres de
todos los pueblos. Todos los trabajadores de la tierra pertenecen ya a una sola
nación, y no se querellan entre sí, sino todos juntos contra los que los
oprimen. Regocija haber visto, cerca de lo que fue en París Bastilla ominosa,
seis mil trabajadores reunidos de Francia y de Inglaterra.”
Habla un bohemio. Leen carta de Henry George, famoso economista nuevo,
amigo de los que padecen, amado por el pueblo, y aquí y en Inglaterra famoso.
Henry George
Y entre salvas de aplausos tonantes, y frenéticos hurras, pónese en
pie, en unánime movimiento, la ardiente asamblea: en tanto que leen desde la
plataforma en alemán y en inglés dos hombres de frente ancha y mirada de hoja
de Toledo, las resoluciones con que la junta magna acaba, en que Karl Marx es
llamado el héroe más noble y el pensador más poderoso del mundo del trabajo.
Suenan músicas; resuenan coros, pero se nota que no
son los de la paz".
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