jueves, 13 de marzo de 2008



Totalitarismo fidelista, el peligro de insistir

Defender a Fidel Castro (y lo que representa) es sumamente difícil para los periodistas europeos. La estupidez de aquellos que firmaron una carta a G. W. Bush para que no agreda al régimen totalitario, so pretexto de no convertirla nuevamente en un estercolero sexual de Batista, no han tenido en cuenta que Fidel Castro ha convertido a la nación cubana en el estercolero sexual de Europa.

Son ya cinco los años que llevo tratando que muchos de los europeos de ideas izquierdistas se convenzan, que el socialismo nada tiene que ver con regímenes totalitarios dictatoriales y que la “dictadura del proletariado”, constituye en sí misma una idea tan retrógrada como las de los pensadores de mediados del siglo XIX. El mundo ha cambiado. Tanto, como que la primera revolución social (burguesa) no tiene nada que ver con la Francia de hoy. Ahora, algunos intelectuales de izquierda, se les ha ocurrido la “brillante” idea de constituir Comités de Vigilancia del Sr. Bush. ¡Valiente payasada! No por esto estoy en desacuerdo con que el Presidente de los Estados Unidos deje de ser un cowboy prepotente e ignorante.

Cuba ha sido, es y será un país maravilloso, pero mi país no pertenece a Fidel Castro, ni a la turba de funcionarios corruptos que le atropellan. Cuba continuará viviendo mucho después que desaparezca la dictadura.

En 1959, con tan solo ocho años, viví el triunfo de una revolución contra un personaje que se había apropiado del poder mediante un golpe de estado. A mi corta edad viví intensamente la ruptura de la sociedad civil y el éxodo de las primeras familias. Fui testigo de la “operación Peter Pan”, del bombardeo del aeródromo de Ciudad Libertad, de la proclamación del carácter socialista, en el entronque de las calles 23 y 12, ante una multitud enardecida por la muerte. Viví en primera persona la crisis de octubre y aprecié como a los “viejos pericos” se le entregaba “el poder” para congraciarse con los mandatarios de la Unión Soviética. Luego vino la micro-fracción y Camarioca, la muerte del Che y el comienzo de la injerencia cubana en el África ardiente. Para los cubanos, Europa occidental no existía y no conseguíamos determinar si Julio Iglesias era gallego o español y si Serrat era español o catalán. Peor aun, apoyábamos a la organización ETA, pensando que eran revolucionarios contrarios a la dictadura de Franco.

El régimen totalitario se sentía fuerte, apoyado por la URSS y demás países del campo socialista y todo lo que oliera a democracia capitalista era considerado como debilidad ideológica y lacras del pasado. Éramos comunistas y de tal forma teníamos que actuar. De ahí que cuando partíamos para las “misiones internacionalistas” fuéramos adoctrinados en lo que supondría, más países aliados a la comunidad económica de las naciones socialistas.

Es difícil, después de una vida dedicada, por entero, a la “construcción del primer país socialista de América Latina”, que no queden trazas en mi forma de pensar. Desgraciadamente desde los acontecimientos de Granada (derrocamiento y asesinato de Maurice Bishop), golpe de estado de izquierda jamás visto en el hemisferio occidental, el escándalo del narcotráfico de estado acaecido en 1989 que culminara (aparentemente) con el fusilamiento de cuatro servidores del régimen de Fidel Castro, ya la lucha por el socialismo y sus conquistas en Cuba se convertían en retórica pura y dura. ¡Comenzamos a cuestionarnos tantas cosas! ¿En que lugar habían quedado el derecho de expresión y la libertad individual de nuestros ciudadanos?

El tan cacareado “centralismo democrático” se había convertido en una farsa. Nuestros periodistas tienen miedo de plasmar sus criterios y opiniones. Se recrudeció la vigilancia (espionaje), se rastrean sus vidas hasta el extremo de ser obligatorio (para la seguridad del estado) saber exactamente como se llaman los padres, quienes son sus hijos, con quién se reúne, a donde va y sobre todo, pedir permiso y en caso extremo la confesión de actividades no informadas.

Al que se le ocurra escribir que La Habana es, hoy en día, la ciudad más bella del mundo, no se le puede tildar de otra cosa que de cretino. El barrio de “Centro Habana”, por solo citar un ejemplo, ha sido bombardeado por una bomba de 50 fidelones de potencia. Todos los años se derrumban entre uno y cinco edificios. Tiene cicatrices en todas las manzanas.

Desde mi modesta tribuna felicito al Sr. Pedro Fernández, si es que verdaderamente es ejecutivo de la editorial Altera de Madrid, por considerar contrarios a sus principios editar libros que defiendan la dictadura comunista de la familia Castro Ruz “que encarcela a los disidentes y prohíbe la libertad de expresión”.

Señores escritores: Si ustedes consideran que es sus países democráticos alguien le retuerce el cuello a la libertad de expresión, dedíquense a luchar contra esos opresores y no traten de defender lo indefendible allende los mares.

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