Hubiéramos imaginado muchos escenarios, muchas rutas hasta el controvertido momento, muchas maneras y formas del final, pero ninguno hubiera coincidido con la realidad dramática de la extinción. El largo trayecto hacia la muerte significó dos derrotas. La imagen del guerrillero legendario se fue apagando con el tiempo. La desmesurada exposición a los medios, el poder persuasivo de la palabra, bordeando el efecto narcoléptico del encanto que ejecutó el milagro de la adoración primera, generó el conocido cansancio. Las generaciones se sucedieron; los hechos superaron la palabra; la realidad demolió la fantasía. Y devino la indiferencia.
La leyenda fue derrotada.
Y en el otro extremo, los deposeídos, los sin tierra, los abandonados e idos, soñando con la fantasía imposible de la caida, tantas veces anunciadas. Una larga década de espera enterró el ornamento. Ha sido casi como el regalo de una Navidad mucho tiempo anunciada, atrasado. El vestigio antiguo de un deseo infantil en la edad adulta, cuando toda la modernidad tecnológica nos rodea y abruma. Muchos han muerto en el camino sin verlo, otros ya están a la puerta misma de su mismo destino, la muerte.
La leyenda se extinguió y también el jubilo de su derrota.
A veces me pregunto cómo es posible que los desconocidos, los que no portan los símbolos sagrados de la nacionalidad cubana, los extranjeros, desconocidos de nuestra idiosincracia y nuestros dolores, de nuestras ausencias, y heridas, y fragmentos, hoy deseen levantar el altar de una especie extinguida de entuertos. Nadie le hace el honor a los dinosaurios, son solo esas acratonadas imágenes de museo para turistas y fantasias infantiles, regalo mediocre de pantalones cortos americanos y europeos con sus camaras ultramodernas y sus telefonos inteligentes, con la eventual fugacidad y fragilidad de su dinero.
No puedo entender tampoco esa reverencia rancia, humillante, de políticos de Occidente, aplaudiendo la senectud autoritaria de déspotas narcolépticos. La verdad es el antiguo cadáver de la izquierda en La Habana. Y esa izquierda de dinero hizo de aquel muerto la estatua de mármol de una fantasía demolida por el tiempo, donde no quedan ni sus piedras, ni sus cánticos, donde nada ya es una trinchera y todo se demuestra como una farsa, pero se encapricha en rendirle tributos a lo que ya no es, no fue, nunca intentó serlo.
Es repugnancia lo que me provoca Trudeau, para no recordar el desprecio que inspira Correa, Evo y Maduro, las lágrimas de algunos viejos intelectuales de izquierda o la vieja claque de Hollywood, siempre deslumbrada con las luciérnagas por vivir tanto de la fantasía, mientras guardan sus monederos de oro en el seguro banco suizo.
En Cuba, varias generaciones desesperan su historia. Y algunos lloran. Las generaciones perdidas, las que vieron fracasar el intento de una fantasía hoy convocan el tributo lacrimoso de un funeral muchas veces anunciado, hoy definitivo. El cadáver ha estado tendido desde hace una década, hoy son nueve los días para cosechar su entierro.
Y, entonces, aparece esta juventud ordenada, guardando «honor» al déspota de sus víctimas, derramando la lágrima de la larga trayectoria hacia el fallecimiento de un sueño. ¿En qué piensan estos jóvenes cuando derraman la gota sanguinolenta del despido?
¿En las víctimas del muerto? ¿En los muertos que no tuvieron su juicio? ¿En las largas condenas de inocentes por sus ideas? ¿En el fracaso de aspiraciones, deseos y urgencias de tantas generaciones? ¿En los muertos en la peligrosa travesía entre las dos capitales cubanas del encono? ¿En las familias divididas? ¿En los hijos que no pudieron acompañar con sus lágrimas la despedida de madres, hijos, hermanos, familia y amistades? ¿En los que son olvidados en las cárceles, condenados solo por un pensamiento rebelde?
Este que hace pocas horas fue un cadáver nunca mostró un pálido sentimiento filial por familiares, amigos, seguidores, compañeros de lucha, ¡por nadie!
¿A quién se lloran?
Realmente, ¿dónde está la responsabilidad intelectual y la sensibilidad humana en un gesto hacia un déspota?
En la historia universal escrita por los pueblos, también hubo otros que lloraron a otros déspotas y lo convirtieron en su sagrario.
Entre las dos aguas que separan las dos más grandes capitales de cubanos nos separa un mar de agustias. El primer deber de todo aquel que se sienta cubano hoy, un día después, tiene que ser el necesario olvido a quien se empeñó en tener la más larga trayectoria a su merecida muerte.Posted by Juan Martin Lorenzo