sábado, 28 de abril de 2007

Una Odisea Caribeña







Nota: El presente relato es totalmente real. El nombre del protagonista también lo es. Lo único que he hecho ha sido darle un poco de agua al dominó y cambiar uno que otro nombre.

Por casualidad tomé el avión en Rancho Boyeros, en el mismo lugar que hacía once años y seis meses me había bajado de un IL-62M en viaje de retorno de Angola.

Aeropuerto José Martí, internacional. General Peraza o, Rancho Boyeros, es uno de los barrios de Santiago de las Vegas, en la provincia de La Habana. Sus primeros pobladores fueron los carretoneros y boyeros que trajinaban por el camino central de La Habana a Vuelta Abajo, soltando, los bueyes, de sus carretas en una sabana (donde hoy se encuentra el Aeropuerto Internacional José Martí). A causa de las prolongadas paradas que tenían que hacer, decidieron construir unos ranchos de guano para guarecerse del sol y las lluvias y trasladaron luego sus familias, lo cual fue la base de este poblado; desde donde,
ahora, tomaba un avión ATR-42 y me dirigía a un país de negros (como si Cuba no lo fuera), pero mucho más cercano que el africano. Debíamos hacer escala técnica en Holguín.


Aeropuerto José Martí- La Habana












Ya en la ciudad de Holguín, los que continuábamos para Puerto Principe, debíamos pasar por inmigración.


La provincia de Holguín que es la cuarta más grande de Cuba, se encuentra en la zona oriental a una distancia aproximada de 700 kilómetros de la ciudad de La Habana.
En inmigración no faltaron las preguntas, tontas, de rigor.


Nuevamente en el avión, esa mañana de diciembre me parecía encantadora. Sentía como un “Peter Pan”, el personaje creado por J.M. Barrie, cuando le contaba cuentos a los hijos de su amiga Sylvia.


De ésta forma comenzaba mi viaje hacia el “País de la Maravillas”. En pocos días mis documentos de identificación serían cosas del pasado. Así, en medio de mis tribulaciones, trataba de divisar, mirándo por la ventanilla del avión, que iba exáctamente con la mitad del pasaje, la geografía que había llevado a piratas y corsarios, filibusteros y bucaneros a refugiarse en la Isla Tortuga, donde me hubiera gustado refugiarme también. Por supuesto con burdeles y ron.


Situada al norte de Haití, en Las Antillas, La Tortuga, con una superficie de 180 kilómetros cuadrados debe el nombre a su forma peculiar, que recuerda al caparazón de un quelonio. Pero fundamentalmente, la pequeña isla fue base de los bucaneros (de hecho, esta palabra comenzó a utilizarse en esta isla atribuyéndosele a los comerciantes independientes, sin vínculos con las monarquías europeas franceses, que con el tiempo se asentaron en el lugar y pasaron al cultivo de tabaco.


El aeropuerto de Port au Prince es muy parecido con el José Martí de La Habana, solo se diferenciaban en las aeronaves de “American” embarcando sus pasajeros hacia Miami y, a que los funcionarios de inmigración no se tomaron el menor interés por los cuatro gatos que llegábamos procedentes de Cuba. En breves minutos me enfrentaría a mi destino. Comenzaba la aventura.


Hasta aquí todo respondía al modo de Fidel Castro o, lo que nosotros considerábamos normal. De pronto, me encontré entre la fachada exterior del edificio del aeropuerto y una barrera de hierro que contenía a los “nativos” que se afanaban por ser mis taxistas.


Puerto Príncipe, la capital de la República de Haití, fundada por los franceses en 1749 sobre antiguos asentamientos menores, debe su nombre al barco "Le Prince" comandado por Monsieur Saint André que atracó en el puerto de la ciudad - situada entre el Golfo de la Gonâve y la Bahía de Port-au-Prince.


No me fuí a buscar al padre de Caimile, la haitiana que, en Cuba, tanto me ayudó. Algo me decía que los podía perjudicar y otro algo me decía que, tal vez, pudieran extorsionarme o desaparecerme. De manera que me dejé llevar por una mujer de 30 a 35 años, que en un inglés parecido al mío, me explicó que ella trabajaba para una compañía de taxis acreditada y de esa forma abordé un Mercedes Benz que comenzó a rodar por unos terraplenes que alguna vez fueran calles, tal vez en la época de Papa Doc, quién fuera médico y dictador de Haití.


La ciudad se encuentra situada en las laderas de una colina dentro de una ubicación de geografía de montaña. Pasados algo más de tres kilómetros las colinas comienzan a disiparse siendo, el centro de la ciudad bastante llano, donde se ubican los principales negocios: el Palacio de Gobierno, y los Ministerios.


Las familias de la clase media y alta viven en la montañas, tal vez para estar más en.... las nubes. ¡Las casas de las montañas son bonitas!
Aun siendo domingo, el trayecto del aeropuerto hasta la casa a donde me dirigía la mujer de 30 a 35 años, se apreciaba gran movimiento de personas. No sentía olor alguno. Las ventanillas del Mercedes permanecían cerradas.


Preocupado y mientras el carro daba más vueltas de las que hubiera deseado, estacionamos en un callejón, en un lugar bastante centrico de la ciudad. ¡Al fin llegamos! No más hice bajar, me dirigí a la dueña de la casa, preguntándole de inmediato cuanto sería el importe del viaje desde el aeropuerto, pues la mujer de 30 a 35 años y su taxista me pedían 25 dólares. La dueña asintió con un movimineto de cabeza y allá fueron mis primeros 25. Se acabó el Mercedes.


La casa de la dueña consistía en dos plantas amplias. Era una señora de 57 años, divorciada de su segundo matrimonio, de 1.68 cm. de estatura y un poquito pasada de peso. Hablaba francés, inglés y español. Una haitiana naturalizada norteamericana que había vivido 8 años en Nueva York y que, según ella, anteriormente había llegado a ser jefa de inmigración en su Haití natal. Tenía 5 hijas y un varón de 10 años. Las hijas vivían en “New York”, por supuesto, excepto una que cometió el error de casarse y darle la “alegría” del primer nieto.


El cuarto que me asignó se encontraba en la segunda planta, justo frente al comedor y a su cuarto. En el mismo centro de la construcción que se desplazaba hacia atrás se encontraban otras habitaciones, donde vivían tres mujeres de más de 50 años y un muchacho de 25. Mi cuarto no tenía baño. Los otros tampoco. Teníamos que acudir a una casa de baño que al parecer solo era utilizado por los varones de la casa. Los dos primeros días no hubo agua, por lo que tuve que bañarme a la usanza de Cuba (con cubos), aunque yo no estuviese acostumbrado. Un negrito, llamado Jonny, me los alcanzaba.


Las comidas, incluyendo los desayunos, me los servían en una mesa dentro del cuarto, que tenía una sola ventana con rejas, atraves de las cuales se apreciaba un área de parqueo. Un ventilador mantenía el ambiente fresco. Nunca sentí calor en Haití, ese calor pegajoso de Cuba... Tan cerca y tan diferente que, a pesar de que los días eran soleados, no se sentía calor.


Al día siguiente comencé a excursionar por la ciudad. Primero con el chofer de la dueña de la casa, un muchacho de unos 30 años de edad, de estatura mediana, llamado Bob, quién prefería salir sin mi a sus diligencias. Yo le cazaba la pelea. De ésta forma pude visitar los principales monumentos, la Universidad, el Palacio Real, el Museo Nacional y el muelle del puerto.


Puerto Príncipe (en francés Port-au-Prince; en creole, Pòtoprens), es algo parecido a una ciudad, con 846.200 habitantes (datos de 1995), que fué fundada en 1749 por colonos franceses plantadores de azucar. En 1770 reemplazó a Cabo Haitiano como la capital de la colonia de Santo Domingo y en 1794 fue capturada por la tropas británicas. En 1804 se convirtió en la capital del Haití independiente.


En varias oportunidades traté de llamar por teléfono a Dominicana y Puerto Rico, pero ni modo. A pesar de la cercanía es bastante difícil lograr la comunicación y se me estaba haciéndo imposible la coordinación con mi amgo “Bombillo”. Entonces comencé a investigar, por mi cuenta, para hallar una forma de cruzar la frontera.
Llegué a la conclusión que debía alquilar una camioneta o un jeep, ya que no era prudente viajar en automóvil o guagua.


El lugar que escogí quedaba en la costa norte, cerca de Cabo Haitiano.
El sábado, a las 5 de la mañana, después de pagar 50 dólares al chofer y 300 por el alquiler de la camioneta y 250 al guía, salí de Puerto Príncipe.


Cape Haitien (Cabo Haitiano) tiene una relación muy estrecha con Cuba. Algunas familias franco-haitianas, afectadas por las revueltas esclavas en Haití, comenzaron a arribar a Baracoa, Guantánamo y Santiago de Cuba en 1789.
La gran “avalancha” se provocó con la derrota definitiva de los colonos contrarrevolucionarios en Cape Haitien, en 1793, cuando unos 2000 colonos blancos huyeron hacia los Estados Unidos y hacia las colonias españolas de Cuba y de Santo Domingo. Dos años màs tarde numerosas familias francesas decidieron huir hacia Cuba a partir de que España cedió a Francia la parte oriental de La Española mediante el Tratado de paz de Basilea.
Otro momento de este éxodo lo fue en 1798 cuando, derrotados, los ingleses se vieron obligados a firmar la paz con Toussaint Louverture y abandonar la isla. Ellos y los colonos que les apoyaban salieron con destino a Jamaica, Nueva Orleáns y Cuba.
Cabo Haitiano es, historicamente, algo complicado y tal vez no esté exento de mala suerte.


Como parte de mi preparación había estado documentándome sobre la historia de Haiti, de la República Dominicana y de Puerto Rico. No era ajeno, para mi que José Martí hubiera tenido que visitar, por obligación, éste cabo geográfico. La primera vez procedente de Nueva York, después de fracasado el plan de la Fernandina y luego de firmado el del alzamiento en armas. Poco después de recibir el cable, anunciándole el alzamiento, regresó al cabo procedente de Dajabon. Unos días más tarde salió de Montecristi junto a Máximo Gómez, supuestamente hacia Cuba, pero a la altura de Inagua, el Capitán de la goleta se negó a cumplir lo pactado y tuvieron que regresar al cabo.


Todavía me quedaban como 50 Kilómetros para llegar a la frontera, trayecto más que difícil por el estado en que se encontraban los caminos. Tenía que sortear la bahía de “Fort Liberte” hasta llegar a la desembocadura del río Dajabón en la bahía de Manzanillo.


Dajabón es un pequeño río que divide a los dos paises y de la parte dominicana hay una posta. Manzanillo es una (ensenada) bahía cuyo centro puede tener cientos de metros de profundidad. No obstante, nadando hacia el centro de la ensenada unos 200 metros, otros 200 metros hacia el este y por último realizas un giro hacia el suroeste y ya estas en Dominicana. ¡Así de fácil!
Aunque ya hubieran pasado más de 10 años, para algo debían servirme mis entrenamientos de nadador de combate, donde me exigían cada año realizar pruebas consistentes en nadar 50 metros, estilo libre, en 32 segundos, 200 metros en 3 minutos o 50 metros, por debajo del agua sin respirar. Claro que, como pescador submarino (habitual forma de ganarme la vida después de 1989) me encontraba entrenado.


El punto donde decidí cruzar se encontraba en un lugar totalmente despoblado por la parte haitiana. Sin muchas dificultades llegué a la costa, saqué el maletín de nylon, hermetizado, me vestí y salí caminando hasta un pueblito llamado Pepillo Salcedo, también llamado Manzanillo, de muy buen aspecto. Entré en el pueblo a las 10 de la mañana y caminé por sus calles, tratando de ubicar la salida hacia Santo Domingo, donde debía estarme esperando mi amigo Naty. Necesitaba una terminal de ómnibus o algún transporte, con tan buena suerte que me encontré con una guagua tipo “Coaster”, de esas medianas que se utilizan para el turismo y la abordé.


La coaster iba en dirección a Dajabón, que es la cabecera del Departamento. Dajabón es una de las 31 provincias de la República Dominicana. Fue creada a partir de la provincia de Montecristi en 1938 y se llamó Libertador hasta 1961.


La guagua se desplazó durante 15 minutos, sin parar, por una carretera de dos vías. A ambos lados de la carretera solo habían terrenos de pasto, hasta que llegamos a una intersección. A un lado, un restaurante, al otro una gasolinera, donde un soldado vestido de camuflaje, portando un fusil Super G-3, detuvo a la guagua.
Un hombre de unos 55 años de edad, vestido de civil, de un metro setenta de estatura, piel cobriza y pelo negro, desganadamente subió a la guagua, caminó por el pasillo observando para ambas hileras de asientos (todos ocupados), deteniéndose precisamente frente a mi y pidiéndome la documentación.
Tratando de imitar el acento dominicano le dije que la noche anterior, estando embriagado, me habían asaltado quitándome todo el dinero y los documentos. No haciéndo mucho caso a mi argumentación me preguntó, acto seguido, de donde yo era, a lo cuál respondí ser de Santo Domingo. Esta vez me preguntó si yo era dominicano, respondiéndole afirmativamente.
De forma amable, pero con firmeza me conminó a bajar de la guagua, con mis pertenencias. Estaba convencido que yo era cubano. Le dijo al soldado que revisara mi maletín cosa por cosa, pero no encontró nada que se le hiciese sospechoso o que descubriése mi identidad.


Después de cachearme me dijo:


- Vamos para el cuartel. Y comenzamos a caminar. Cinco minutos más tarde, luego de haber analizado la situación en que me encontraba, le dije que quería hablar a solas con él. Mi intención era llegar a un arreglo, por tanto, le confirmé sus sospechas acerca de mi nacionalidad.


- No hables más, me dijo, estaba convencido, por tu acento, que eras cubanInmediatamente le pidió a una persona, del lugar, para que nos llevara hasta Dajabon.


Durante el camino le insistí en arreglar el asunto entre ambos, contestándome que así no podía hacerlo.
Cuando llegamos al cuartel, el hombre de civil preguntó por el Coronel. No estaba. Había salido desde el día anterior. Pidió, entonces, ver al segundo y hacia la casa de éste nos dirigimos.


El segundo era un hombre de unos 35 años de edad, de 175 cm. de estatura, piel trigueña, pelo castaño oscuro, con grado militar de Capitán. Vivía con su esposa, una muchacha de 20 años. No más. Flaquita, de cara simpática.


El hombre vestido de civil resultó ser un oficial de la inteligencia militar de la zona, que por esas casualidades de la vida, estaba parado en aquella posta, en aquel cruce de caminos y que por las conversaciones que escuché, desde donde pararon la guagua hasta el cuartel (unos 30 minutos), era un conocedor de un trabajo, que desempeñaba hacía más de 20 años.


Me dejó en el portal de la casa, entró y conversó con el Capitán, que se encontraba en short y pullover. Pude distinguir que el apellido del Capitán, era Robles.
Al término de la conversación se me acercó Robles y me preguntó mi nombre y hacia que lugar de la capital me dirigía. De forma amable me pidió que entrara a su casa, ofreciéndome su teléfono para llamar a mi amigo Naty. Necesitaba comprobar si en verdad me estaban esperando.


Antes de entrar a la habitación donde se encontraba el teléfono que me estaba ofreciendo, me pidió que me desnudara. Ya habían advertido que en uno de mis bolsillos del pantalón llevaba 700 pesos dominicanos, que había cambiado antes de cruzar. Querían saber si llevaba algo más. Para demostrar que, me daba por vencido, que ya no tenía intenciones de engañarlos, antes del embarazoso acto de streap, les mostré el dinero que tenía guardado.


En el cuarto habían varios teléfonos y él mismo llamó a Naty, diciéndole: - Martínez, es Fernando. ¿Tu estas esperando a William Cowley? Al recibir una respuesta afirmativa, continuó diciéndole a Naty: - Si yo lo monto en una guagua de la línea “Metro”, tu lo esperas en la parada de Santo Domingo? ¿Si? Bueno, el llegará mañana sobre la una p.m., te paso a Guillermo.

Willy Cowley


Mi conversación fué breve, solo le dije: “Ya te imaginas donde estoy, no te preocupes que no hay problemas. Nos vemos mañana.” Y le di las gracias.


Fué entonces que Robles me dijo que no me podía dejar continuar hasta tener una respuesta del Coronel. Le pregunté de zopetón cuanto me iba a costar. Respondió: “Más de 1300 dólares”.
Comenzamos a dialogar. Le decía que no pensaran que mi familia o yo mismo, teníamos dinero, les traté de convencer que los 2700 dólares mostrados habían constituído un sacrificio muy grande y si les daba esa cantidad no podría continuar viaje.


“Tu vienes de un país distinto, aqui el dinero lo es todo. El dinero es tuyo. Tu decides. ¿Prefieres que te devolvamos a la frontera? De todas formas tenemos que esperar por la respuesta del Coronel”, me dijo.


¡Un chantaje, muy fino, en toda regla! A continuación me invitó para, si lo deseaba, llamara por teléfono a cualquier parte del mundo, menos a Cuba porque no se lo permitían.
No, decididamente no iba a llamar a Cuba ni a ninguna otra parte. Poco después Robles me preguntó si me apetecería beber algún Whisky, ofreciéndome una botella, un vaso, hielo y agua con gas. Me serví un trago de Dewars, tras lo cuál Robles me ofreció su cuarto de baño y un cuarto contiguo por si quería ducharme y acostarme un rato.


Unas cuantas horas más tarde, luego del baño y el descanso, me tenían preparada una mesa con carne de puerco frita, chatinos y más whisky, que bebí aunque esa no sea esa mi costumbre durante las comidas.
Sobre las tres de la tarde volvió a aparecer el hombre vestido de civil, el de la Inteligencia, el que me había llevado hasta allí. Habló con Robles un momento y volvió a salir. Robles me hizo señas para que acudiera a su cuarto: “Dice el Coronel que por menos de 2000 dólares no puedes continuar.” “Tu decides.”
Agarré el nylon, donde guardaba el dinero, y se lo entregué, pidiéndole que lo contara. Tomó el paquete en sus manos, contó el dinero y me devolvió lo que sobraba y dijo: “Preparate que nos vamos.”


Subimos a una camioneta con matrícula del ejército. Robles tenía que llevarme hasta un pueblo que estuviera lo suficientemente alejado de la frontera, de manera que no tuviese más preocupaciones en ese sentido. De esta forma pude comprobar que existen puntos de control o retenes hasta 50 kilómetros de la frontera con Haiti, dedicándose fundamentalmente al control del transporte público


El viaje en la camioneta duró una hora aproximadamente, que fué cuando decidímos buscar un taxi, que sería pagado por mi, naturalmente.
Dicho vehículo de transporte pedía 85 dólares por llevarme a la Capital. Robles anotó el nombre del chofer del taxi y el teléfono de la compañía, diciéndole al taxista que yo era su primo y que me llevara hasta la dirección que yo le indicaría.
Fué así como llegué a casa de Naty en Santo Domingo (Santo Domingo de Guzmán, capital de la República Dominicana y la ciudad más antigua del Nuevo Mundo). Serían las ocho de la noche. Toda la familia se mostró muy contenta de verme. Hicimos un brindis y nos sentamos a comer, esperando la llegada de quién sería mi compañero de aventuras en la próxima etapa hacia el “País de las Oportunidades.”


Hatuey Montañero era su nombre. Lo habían llamado por teléfono, inmediatamente después de yo haber llegado a casa de Naty. Al principio no supe cuál de los dos muchachones, que llegaban a la casa, era Hatuey, que a partir de ese momento sería mi inseparable compañía.


Hatuey era un joven de unos 27 años, resultaba ser un jodedor cubano, bien parecido, de ojos muy verdes y de piel trigueña. En el año y medio que llevaba en República Dominicana se había dedicado a joder mucho y trabajar poco como “DJ” en las discotecas de los hoteles Riu.
El nombre Hatuey, corresponde al patronímico de un cacique indígena, Taíno, de los primeros días de la colonización, que procedente de la isla de La Española, había escapado en canoas con alrededor de cuatrocientos hombres, mujeres y niños y a su llegada a la zona oriental de Cuba, advertio a los taínos cubanos lo qué podian esperar de los españoles.


Cuenta la leyenda que Hatuey fué quemado en la hoguera de la inquisición española, por no haberse querido doblegar ante el yugo español.
Es increíble, como la historia más reciente, con mucho choteo del cubano actual, ante las inversiones españolas en Cuba, ha transformado la leyenda diciéndo que, el Cacique Hatuey se suicidó por problemas personales.


El Hatuey, que me correspondía, había comprado una lancha de 17 pies y un motor fuera de borda, un “Evinrude” de 40 caballos de fuerza, con la que en los últimos tiempos se estaba ganando la vida, paseando turistas y otras veces pescando, a partir de la “Marina Popeye”, en Boca Chica.


En sus inicios Boca Chica constituía una laguna litoral limitada por barrera de corales, llegando a ser hoy en día, una extraordinaria playa de aguas transparentes y arena blanca. Fué descubierta a finales del siglo XIX por el inmigrante italiano Don Juan Vicini, iniciando así su historia turística. El famoso balneario, fué construído por el tirano Trujillo al edificar el hotel Hamaca en los años 50. Aqui, Trujillo dio asilo al derrocado dictador cubano Batista. Es la playa, por excelencia, de Santo Domingo y se encuentra ubicada en la parte Este de la llanura costera sur oriental o del Caribe.


Una hora después de haber llegado a casa de Naty, llamó Robles para saber como había llegado y darme su teléfono para cualquier cosa que necesitase.
Hatuey me brindó su apartamento para pasar la noche.


El apartamento era en verdad un cuarto construído en la azotea de un edificio, situado en uno de los mejores barrios de Santo Domingo.


Al día siguiente comenzamos a faenar. Nos dirigimos a la Marina “Popeye” para echarle un vistazo a la lancha y apreciar “in situ” si tendría las condiciones mínimas para la travesía proyectada.


“Popeye” es una ensenada, de unos tres kilómetros, protegida de mar abierto por dos cayos pequeños y una barrera de arrecifes, por lo que las aguas siempre estan tranquilas aunque el mar se encuentre agitado. La ensenada corre de este a oeste y las aguas son poco profundas. A unos cincuenta metros de la orilla ya hay suficiente profundidad para navegar lanchas y yates pequeños, no obstante existir un canal de oeste a este donde puede navegar cualquier embarcación. La entrada, al canal, para las embarcaciones grandes se encuentra ubicado en la parte oeste, muy próxima al aeropuerto internacional.


Son varias las marinas. La más pequeña es “Popeye”, que tiene un solo espigón de aproximadamente unos 40 metros de largo y una capacidad para 32 embarcaciones. Era ahí donde se encontraba amarrada “Yemayá”, nombre con el que Hatuey la había inscripto y bautizado.


Yemayá es una de las más poderosas deidades afro-cubanas, representante de la mar en calma y tormentosa. Se le conoce también como Bosa, la madre de los peces y también es madre de las aguas salobres. Hay diversas Yemayas, como por ejemplo: Yemayá Ashaba, que es la dueña de las anclas, o Yemayá Okute, que es, además de guerrera, ayudante de Oggun, es la brava, y así hasta 21, o más, pero la mía, la que me acompañaría a cruzar el “Paso de La Mona” sería Yemayá Ibú Akinomi, la que cuando está brava pone a temblar a todo el mundo y vive en la cúspide de las olas. La Vírgen de Regla.


Estando en Cuba había hablado con Bombillo la forma de realizar el cruce hacia Puerto Rico. El Bombi tenía los contáctos dominicanos. Teníamos que dirigirnos a un pueblo llamado Sabana la Mar, que queda en la zona noroeste de República Dominicana. Desde éste lugar parten la mayoría de las lanchas que cruzan el canal de La Mona.


El canal de La Mona es un estrecho entre las islas de La Española y Puerto Rico. Sus aguas se encuentran infectadas de tiburones. Toma su nombre de una isla de las Antillas perteneciente al distrito de Mayagüez, en Puerto Rico. Tiene una superficie de 40 km2 y se sitúa a unos 80 km de la costa occidental de Puerto Rico. Posee una forma redondeada y es esencialmente plana, formando una meseta; las tres cuartas partes de la costa están formadas por acantilados de hasta 50 metros de altura. Muy poco poblada, el área marítima circundante es una importante zona pesquera. El mar es uno de los puntos más profundos del planeta. La distancia a recorrer entre Republica Dominicana y Puerto Rico son aproximadamente 160 kilómetros.
Dos veces realicé la travesía entre Santo Domingo y Sabana la Mar, porque supuestamente estaba resuelto el viaje. A 80 Km/hr., en un automóvil el trayecto demora entre tres y cuatro horas.


El 24 de diciembre estuvimos escondidos en un monte cercano a la costa, esperando que se hiciera de noche para embarcarnos en una lancha, pero ocurrió que La Marina (una especie de Guardafronteras de Cuba) había detenido y registrado la casa, a la persona que vendía la gasolina. Intento malogrado.
Decidí entonces, que sería mejor utilizar los pocos recursos de que disponíamos, lo que haría más difícil y riesgosa la odisea caribeña.
De ésta forma, en medio de un fin de año, comenzamos los preparativos con la meta de alcanzar nuestro objetivo antes del 31 de diciembre.


El día 29 debíamos salir de Boca Chica a las 04:00 hrs. Rumbo a Puerto Rico, a bordo de la “Yemayá”, con su motor de 40 caballos. Establecimos un rumbo de 145º (sur-sureste), estimando que para las once de la mañana, luego de estar navegando durante siete horas a una velocidad aproximada de 10 nudos, llegar a un punto imaginario de 36 Kilómetros de distancia al sur de la isla de Saona. Posición estimada luego de siete horas.


A partir de éste punto imaginario establecería rumbo 90º (este) durante dos horas a la misma velocidad de 10 nudos, para poner rumbo 60º (nor-este) y finalmente tocar tierra puertoriqueña en algún punto en las proximidades de Cabo Rojo, que consideraba era el más cercano a la República Dominicana y a Mayagüez.


En eso consistía el plan de navegación. Alejarnos lo más rapidamente de las costas dominicanas a la vez que avanzar hacia el extremo oeste de la isla de La Española. Alejarnos era inprescindible para evitar, en lo posible, los muchos pescadores que faenan en la zona y que podían resultar delatores potenciales.
Era mi intención estar lo más alejados, como fuera posible, de las costas dominicanas a la hora de iniciar el cruce del canal de La Mona.


Mi intención era cruzarlo por fuera, osea, navegando desde el sur en dirección a La Mona, para evitar la vigilancia norteamericana la que realizan con aviones de pequeño porte y en barcos. Los aviones patrullaban desde el amanecer hasta el oscurecer.
Antes de salir a una supuesta pesquería debíamos cargar 333 litros de gasolina, un motor auxiliar para el caso de una emergencia, comida y agua.


La gasolina era un problema, pues semejante cantidad no guardaba relación con una pesquería. El propósito se hacía evidente.
En la República Dominicana el control no es tan férreo como en Cuba, no obstante todas las embarcaciones tienen su folio (numeración) y dueño. Para salir a navegar es necesario realizar un despacho en el cuál se debe detallar el punto costero más cercano al lugar donde se pretende pescar, que puede ser a unos 100 Kms. del punto de partida.


Las autoridades no se mueven por “conciencia”, lo hacen por dinero y es por eso que son tan celosos en sus funciones. Si te pillan haciéndo algo indebido y no quieres ser multado, tienes que aflojar el bolsillo. Esto es una práctica bastante común.
Para colmo de males, la marina que habíamos elegido como punto de partida tenía destacados a dos policías de forma permanente, por no se que asunto de narcotráfico. Nosotros nos habíamos hecho amigos de los policías y les dábamos dinero y compartíamos con ellos, pero nunca se sabe...
Salimos el día 28 y a las seis horas de estar navegando se paró el motor. Luego de instalar el motor auxiliar, un 15 caballos “Mariner”, éste se llevó el pasador de la propela. En fin, el motorcito apenas conseguía mover la “Yemayá” tan sobrecargada como estaba. Nos quedamos a la deriva a 60 Kilómetros al sur de La Romana.


Estuvimos a la deriva desde las 11:30 hrs. hasta las 15:30 hrs. En que avistamos a un pescador que luego de muchas dudas se nos acercó. Luego nos comentó que en un principio había tenido mucho miedo pues teníamos, por nuestras vestimentas, apariencia de narcotraficantes.


Este buen hombre nos remolcó durante siete horas hasta dejarnos en nuestra marina. Gracias a su gentileza no tuvimos problemas aunque más tarde llegaron a saber lo que nos había ocurrido.
Nuestro cuento había resultado bastante ridículo. Que si estabamos pescando mar afuera, que si la corriente nos había llevado hacia el este... A Dios gracias, que el tiempo se portó impecablemente, que si no el cuento sería otro, o no sería.


Después del fracaso consideramos que lo mejor era hacernos los bobos y hablar de fiestas. Le pedí a mi contácto en el exterior que me enviara dinero, con el que pudimos pagar el arreglo del motor y cambiar el auxiliar por un “Susuki” de 15 caballos que aparentaba estar en magnificas condiciones. Todavía me alcanzó para comerme un pedazo de carne de puerco.


Fué así que el día 31 a las 19:00 hrs. teníamos listos los motores, pero estábamos sin un centavo siquiera para echarle gasolina al automovil y regresar a Santo Domingo.


Uno de esos dias, en pleno centro de Santo Domingo, vi como mataban, a sangre fría, a un viejo custodio de una central telefónica para arrebatarle una escopeta, calibre 12. No me perdí un detalle, aunque todo había sido muy rápido. El pánico cundió en un local, de cinco por cinco metros, donde se encontraban 12 mujeres, algunos niños y apenas 5 hombres. Tuve que gritarle a la persona que dirigía el local, para que cerrara la puerta, pues con el nerviosismo el hombre no atinaba a hacer nada.


Hatuey quería esperar por la policía para declarar, pero: Cuando se ha visto que un ilegal, declara sobre un hecho delictivo? No era hora de estar para comemierderías y nos fuímos, pasando por encima del viejo que boca abajo yacía, muerto.


Sucios y pesimamente vestidos, esperamos la llegada del nuevo año sentados en la Marina, acompañados de cierta descomposición de estómago, consecuencia directa del pan con puerco quer habíamos almorzado.
Esa noche, como otras tantas, dormimos en el camarote principal de una goleta destartalada, que es una embarcación de dos palos y bordas poco elevadas, que allí se encontraba atracada.


Esta vez Hatuey tendría que conseguir el dinero para la gasolina, la comida y agua para poder poner fecha a la partida. El día 2 Hatuey habló con una muchacha que había sido su novia (y que aparentemente tenía dinero) la que finalmente accedió a hacerle un préstamo, además de la invitación a pasarnos la noche en su apartamento. Pude darme el primer baño caliente de año nuevo y dormir en una buena cama.


Teníamos gran preocupación con lo de la Marina. Los guardias del Servicio de Inteligencia la habían estado frecuentando constantemente. Estaban detrás de unos puertoriqueños que habían llegado hacía una semana y se comentaba que estaban preparando un viaje, con 40 personas, a Puerto Rico. De manera que, con el efectivo que le habian prestado a Hatuey, salimos a ultimar los detalles. Sobre las siete de la noche regresamos a la casa de la ex novia. El parte meteorológico no era preciso, pero todo indicaba que tendríamos buen tiempo. Faltaba la desición.


Nos acostaríamos a la media noche, para levantarnos dos horas más tarde, comprar la gasolina que meteríamos directamente en la lancha y partir, sin más dilación, a las 04:30 hrs. A esa hora estábamos saliendo por la boca del canal. Un avión aterrizaba. El mar picado no podía constituir impedimento, se nos había agotado el tiempo de estancia en Domincana.


No obstante, navegamos ésta vez con un rumbo distinto. Debíamos aprovechar la hora y media de oscuridad que le quedaba a la madrugada y en vez de navegar con rumbo 145º, establecimos 120º para avanzar lo más, que nos fuera posible, hacia el este a la vez de evitar, también en lo posible, la marejada, que aumentaba en la medida que nos alejábamos de la costa.
Así lo hicimos y a las 06:00 hrs. establecimos rumbo 145º. La velocidad era mucho menor de la calculada. Navegábamos a 5 nudos. Mantuvimos el mismo rumbo hasta las 14:00 hrs. Pensaba que a esa hora estaría a la altura de unos 30 ó 40 kilómetros al sur de la Saona.


Cambié el rumbo para 45º (nor-este) y sobre las 16:00 hrs. divisabamos tierra al frente de nuestra proa y me inquieté bastante pensando en una posible equivocación y en vez de ser Saona, fuera la costa de La Española, osea que estuviéramos más al oeste.
Un pescador nos confirmó que era Saona. ¡Que alivio! Rumbo 90º, adelante. Debía alejarme de allí inmediatamente. Me encontraba a 6 kilómetros al sur de la Saona y aqui comenzaba el Canal de La Mona.


Las aguas se habían aquietado. El mar se encontraba practicamente tranquilo. Habíamos estado navegando todo el día con olas de hasta 4 metros, pero el canal, aparentemente, se encontraba en calma. Forcé el motor al máximo de su capacidad (15 nudos) y a ésta velocidad navegamos durante 3 horas.


A las 19:00 hrs. ya era oscuridad total y establecimos rumbo 45º. Entre las 22:30-23:00 hrs. comenzamos a ver, sobre la línea del horizonte, un destello de luz, un parpadeo, una luz intermitente, diminuta. Pensé que pudiera ser el faro de Cabo Rojo.
Un poco más tarde aparecieron, en la misma dirección, otras luces. Parecía el resplandor de un pueblo o ciudad. A las 00:00 hrs. nos encontrábamos rebasando la primera baliza de La Mona.
Nuestra posición exácta en ese momento era el mismo medio del canal. 18º 54´ 07´´ N y 67º 53´40´´ W. A unos 50 Kms. de República Dominicana y a unos 60 Kilómetros de la Isla de Puerto Rico.


Ya no me guié más por la brújula. Ahora lo mío eran las luces de navegación. Crucé entre La Mona, La Monita y otros bajos, todo muy bien señalizado, pero el tiempo cambiaba, tenía intenciones de tormenta. En media hora la visibilidad se redujo a nada, la noche fué convirtiéndose en un espectáculo. A lo lejos, entre un relámpago y otro, se apreciaba un aguacero de tormenta para, segundos más tarde, escuchar el estrépitoso retumbar de los truenos.


Las nubes se dirigían, a baja altura, hacia la costa y de vez en cuando dejaban penetrar rayos color naranja, de una luna llena. Algo que para mi será irrepetible! Llamé a Hatuey para que él también disfrutara del show, pero dormía, o el pánico que le había cundido una hora antes, por suerte lo mantenía inmovilizado.
Ahora navegaba hacia dos luces que se dejaban ver en el horizonte y que parecían decirme “Welcome to Puerto Rico”.


Al comprobar el rumbo, éste se mantenía en 90º.
En ese momento realicé un gesto involuntario con la linterna que sostenía en la mano izquierda y alumbre el motor. Del susto giré el tronco completamente en esa dirección. Cuál no sería mi sorpresa al ver un enorme tiburon que seguía tranquilamente a la embarcación. Los ojos del escualo parecían disfrutar viendo el lento navegar de mi silueta.


Serían las dos y cuarentaicinco de la madrugada cuando noto que algo raro sucede. Llevo dos horas mirando fijamente en una dirección en la cuál estoy viendo algo que parece irreal. Es como una piedra con muchas luces. Por momentos pienso que estoy alucinando, pues ya van 24 horas que no duermo. Me quedo dormido y despierto al dar un cabezaso y me doy cuenta que voy dando vueltas en el mismo lugar. Rectifico el rumbo y continúo hacia la costa.


Interiorizo que estoy en peligro y llamo a Hatuey, que no responde. Entonces le grito. Trato de continuar y a los poco después el proceso se repite. Esta vez le ordeno a Hatuey que asuma el timón y mantenga 90º, le digo donde estan las luces, le indico que vaya a poca máquina y me dirijo hacia la proa y, sobre un bolso mojado, me recuesto. Estoy mojado también, tengo frío y me quedo dormido.


Hatuey me llama. Solo ha pasado una hora y 45 minutos. Me dice que está agotado. Me incorporo y tomo el mando. Como me siento bien reviso el rumbo y aumento la marcha. Aun faltan dos horas y un poco para amanecer. Estamos lejos de la costa. Acelero al máximo. No nos detendremos hasta la orilla.


Cuando estábamos aproximadamente a tres millas de la costa, veo una embarcación de pescadores y me dirijo hacia ellos, que huyen a toda velocidad. Me quedo con las ganas de saber donde estoy. Veinte miuntos más tarde vienen en la misma dirección, pero en sentido contrario, dos pescadores.


Les hago señas y nos permiten acercarnos sin huir. Me confriman que la costa que estamos viendo es Puerto Rico y me precisan que el lugar exácto se llama “El Rincon”. Me informan también que cerca hay una Marina y me indican como llegar hasta la estacion de policía, aunque debido a la hora en la estación no debe haber nadie.


Faltándonos apenas 400 metros para llegar a la orilla aparece la Coast Guard como a unas tres millas de nosotros. Ya no nos alcanzan. Desembarcamos en una playa de arenas y aguas profundas. A todo motor encallamos a Yemayá Ibú Akinomi en la arena. Ha cumplido su misión.


Vemos dos personas que nos estan mirando y les pedimos ayuda para bañarnos y vestirnos. Les regalamos la embarcación con todo. Huyen. Otro tanto hacemos Hatuey y yo. Caminamos rápido por la arena, en la misma dirección que han huído los “nativos”, hasta que por fin los perdemos de vista al llegar a una calle. Han desaparecido, pero nosotros continuámos en la misma dirección hasta que por casualidad volvemos a tropezarnos con uno de ellos. Le pedimos que nos ayude, tan solo para bañarnos, para poder cambiar de apariencia. Dice que no. Le pregunto por alguien que nos pueda ayudar y me responde, nervioso, que NANDO y me señala para una casa que está desbaratada. “Es la de al lado”, me dice. Dice también que había llamado a la policía.


Continuámos caminando en busca del tal Nando, mientras nos ibamos quitando la ropa. Por suerte encontramos a Nando en el jardin. Lo primero que me dice es que tiene problemas con los federales. Le pido permiso para bañarme y me alcanza la manguera, diciéndome que me cambie en un montecito al lado de la casa. Comienzan a pasar las patrullas, carros corriendo de allá para acá y yo con los güevos pelaos por la sal. Los refresco, me enjuago. Mi aspecto cambia totalmente.


Nando ha estado en todo momento en el borde de la calle, advirtiéndonos cuando y en que dirección venía cada carro para darnos tiempo a escondernos. Pasa un hombre mayor, Nando lo llama, le dice que tiene a dos cubanos que acaban de llegar y le pregunta que hacer con nosotros.


- “Escóndelos un momento en tu casa, que yo me los llevo”.


Efectivamente, en un instante que dejan de pasar los carros de policía, FBI, etc, nos montamos en una camioneta y nos saca del pueblo, no sin antes cruzarnos de frente con un carro federal, pero ya no tenemos aspecto de balseros.
Nos esconde en un restaurante de su propiedad, a la orilla de la playa. El restaurante se encuentra cerrado por reparaciones, según me dice. Desde ésta posición podemos ver al helicóptero moverse. La lancha del “Coast Guard” permanece muy cerca del lugar donde estamos. Estan sacando a Yemayá del mar. Se la llevan en un trailer. Peor para ellos. Me acuesto a dormir.


Al hombre que nos ha dado refugio le llaman Papo, debe tener unos 60 años, es blanco. El restaurante está en Mayagüez. Nos había señalado hacia un grupo de colchones y fué donde dormimos hasta las cuatro de la tarde.


Papo debía venirnos a buscar para llevarnos a San Juan, Puerto Rico. Estado Libre Asociado a los Estados Unidos. Practicamente nos encontrábamos en territorio norteamericano, pero nuestra meta era Miami, Florida.


Sobre las 5:30 P.M. llegó Papo acompañado por otra persona, que al saber que nosotros éramos cubanos y que habíamos desembarcado cerca de su casa, le dijo a Papo:


- “Tu sí que estas loco. Si te cogen vas a pasarla mal.”
- “A ésta gente hay que ayudarlos, coño”, le respondió Papo.


Papo era una persona, por lo que supimos más adelante, que ya había hecho más de una trampa en su vida y estaba dispuesto a hacer otras tantas. No era pobre, pues tenía varias propiedades en la zona. Lo que sí pude apreciar fué, que le daba el justo valor al dinero, así tuviera que arriesgarse para lograrlo.


Finalmente, a las siete, iríamos para San Juan por el camino contrario, en vez de ir directo.
De Mayagüez a San Juan hay más de 100 Kms. en línea recta.


Primero iríamos a Ponce desde subiríamos directamente a San Juan. El trayecto me pareció increíblemente bonito. Las carreteras totalmente iluminadas. Todo muy iluminado. La verdad es que cuando se sale de Cuba, el resplandor enceguese. Centros comercales fabulosos, restaurantes de películas.


Papo había esperado a que fuera de noche para tratar de evitar la vigilancia. El trayecto era ilógico para dirigirse a la capital, no obstante que en el caso de habernos catalogado como narcotraficantes, pudieran estar buscándonos por todas partes.


Llegamos a San Juan a eso de las 10 de la noche. Nos dirigimos hacia casa de una pariente de Hatuey, ya que mi amigo “Bombillo” se encontraba de vacaciones en Cuba. En la casa de la pariente nos recibieron con mucho cariño. Papo recibió 400 dólares. Había pedido 200 por cada uno y como yo no tenía un quilo, la pariente pagó por mi. Luego Bombillo se hizo cargo de mi deuda.


San Juan es la Capital de Puerto Rico. Juan Ponce de Leon la fundó en 1521, en Caparra, al oeste de la actual área metropolitana. El lugar que hoy se llama “Viejo San Juan”, era la visión personal de Ponce de Leon. El “Viejo San Juan” es defendido por dos fortalezas: El Morro y el fuerte San Cristóbal.


Nos sirvieron de comer y beber, luego vino la conversación, siempre dejando a mi acompañante que hiciera el relato a su forma y gusto. De esa forma podía adornarla a su antojo, al oído de sus familiares. Por supuesto que omitió su apendejamiento. Todo el tiempo había llevado el rumbo y el timón.


Dias más tarde, en Miami, la pariente me dijo:


- “Bueno Willy, entre ud. y yo, le agradezco que haya traído a mi nieto sano y salvo, porque por supuesto, el cuento yo no se lo creí.”


Nuestra estancia en Puerto Rico demoró más de lo deseado, pues no teníamos identificación alguna. Había mandado a buscar mis documentos a Haiti, pero en la agencia de DHL no habían aceptado el envío del pasaporte, de manera que tenía que buscar otra solución.


La aerolínea pedía una identificación cualquiera para despachar el pasaje en el aeropuerto de San Juan. Tomé la decisión de mandarme a hacer una licencia de conducción falsa y para el caso de ser detenido le puse mis generales completas. Solo el número del “Social Security” sería inventado. Aparentemente no sería una identificación tan falsa.


Si nos entregábamos en Puerto Rico el trámite podía demorar tres meses y en prision.


Durante nuestra estancia en Puerto Rico vivimos en casa de los parientes de Hatuey, en un reparto residencial de la clase alta borinqueña. Para casa de Bombillo solo fuí la última noche.
El Bombi nos recogía todos los días y nos llevaba a conocer la ciudad. Llegamos a ir a un “Go-Go”, donde pusimos más de una decena de billetes de $1 dólar en los bikinis de las muchachas, solo por ver algo que en realidad no valía la pena.


De esta forma, el viernes a las 5 P.M. debía estar en el aeropuerto para tomar el vuelo de la “American Airlines” con destino a Miami. La licencia falsa había costado 2 billetes de $100.
Llegamos a las cuatro, saliendo de casa de Kaki, un amigo de Bombillo con el cuál nos habíamos tomado un vodka con naranja y donde me había bañado y vestido con un sencillo “blue jean” y una camisa azul de mangas largas, a rayas y los mocasines italianos (regalo de Marisol), que afortunadamente habían llegado hasta aqui dentro del maletin con el que había salido de Cuba. Aun con mi piel trigueña, parecía un “YUMA”.


Entramos en el aeropuerto y nos dirigímos al “gate” donde despachaban el vuelo. Allí nos informaron que si solo llevaba el maletin de mano podíamos despachar dentro.
El riesgo no era en el “gate”, sino más adelante en el momento de pasar a la sala de espera. Primero se pasaba por rayos “X” y el detector de metales, para después pasar por delante de una pareja de agentes del FBI que indistintamente le preguntan a las personas hacia donde se dirigían, cuando regresarían etc, etc..., o le pedían la documentación.


Luego de pasar el “gate” exterior y recibir las indicaciones, de una amable señorita, de que podíamos despachar dentro (cosa que nosotros conocíamos perfectamente), le pregunté si tendríamos tiempo para tomarnos un vodka en el bar, contestándome que, borracho no podía viajar.


Finalizado el tercer vodka, le dije a Bombillo que ya estaba listo para entrar. Cerraban el vuelo a las 6 P.M. y solo me quedaban 15 minutos para abordar el avión. Me acompañaron hasta el salón de los rayos “x”. Me esperarían hasta que les hiciera una llamada desde dentro, después de haber despachado el pasaje.


Pasó el maletín, me cachearon con el detector de metales y acto seguido caminé tranquilamente, pasando por delante de los agentes del FBI. Nadie me miró y llegué hasta el salón donde debía tomar el avión. Había cola. Tendría delante 8 personas. Llevaba conmigo una revista de la “National Geographic” y disimulé, mi nerviosismo leyendo, o más bien haciéndo como que leía, hasta que me llegó el turno en el preciso momento en que comenzaban a llamar a los pasajeros para abordar el avión, de la línea 30 hacia atrás.


La línea 30 terminaba en mí y por eso no pude realizar la llamada telefónica, con lo cuál Bombillo se quedó muy preocupado. Después del despegue fuí al baño. Buscaba un lugar donde desaparecer la licencia de conducción falsa. El avión iba bastante vacío. No tenía acompañantes en los asientos circundantes. Cuando lo consideré oportuno y utilizando una tijerita (que hoy en día no me sería posible llevar), corté en tiritas la licencia y las guardé en el bolsillo de la camisa.
Las azafatas sirvieron un refrigerio bastante malo por cierto y después de terminar la cocacola, metí todas las tiritas, en que se había convertido la falsa licencia, dentro de la lata, que estrujé para que el contenido actual no se saliera. De ésta forma terminó el episodio de la licencia.
Aterrizamos en Miami.


Esperé que saliera buena parte del pasaje para seguirlos, pues no tenía la más puta idea de como proceder en el aeropuerto y no quería que se me notara mucho la guajirada. Coincidí con las azafatas, bastante feas y viejas, que con sus carritos (que supuse irían cargados con parte de la comisaría del avión, porque si no, para qué tanto carrito en un vuelo de menos de tres horas).
Nos metimos en una especie de trencito aéreo que nos condujo al edificio principal, luego un pasillo y ... Miami.


Después de mucho sufrimiento, comenzaría una nueva etapa en mi vida. Había salido de Cuba 32 día atrás, realizando un viaje que, aunque hubo momentos malos, había disfrutado muchísimo. El peor día no había sido del totalmente negativo. Es verdad que había perdido $2000 USD, pero también había logrado cruzar una frontera importante.


Ya en Puerto Rico me había estado localizando la Fundación Cubano-Americana, que se habían enterado de mi llegada y querían tener una entrevista conmigo y me preguntaban insistentemente si iba a hacer declaraciones, pero la verdad es que no tenía ningún interés.






Aeropuerto José Martí Internacional







Boca Chica 2







Canal de la Mona






De Mayagüez a San Juan




Isla de Saona





La Romana











Mayagüez






Mayagüez





Puerto Rico



http://www.14ymedio.com/internacional/Armada-Dominicana-intentando-Puerto-Rico_0_1928807109.html


Rincón
Sabana la Mar
Sabana la Mar
San Juan - Miami
San Juan
Sur de la República Dominicana

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