viernes, 9 de marzo de 2012

Accidentes, causas y consecuencias

Con el malsano propósito de cambiarlo todo (concepto muy particular de las dictaduras totalitarias neofeudales) los regímenes mal llamados socialistas han intentado una y otra vez sustituir nombres, adjetivos, términos y definiciones originales de las cosas, por otros que se avinieran a sus intereses.

De esa forma, a principios de 1959, el régimen impuesto a los cubanos comenzó a cambiar muchos nombres. Creo que el primero fue el término de cortesía “señor”, que a “ellos” les suponía algo relativo a la aristocracia o, a los amos o, al mismo Dios. Lo sustituyeron por la palabra compañero.

El problema consiste en que, existe una gran diferencia entre ambos términos. La palabra señor, denomina lo mismo a un coche que a una joya (si la utilizamos como adjetivo, un señor coche o una señora joya). Suele anteponerse al nombre al que se adjunta (un señor disgusto). Puede designar a una persona madura (un señor nos indicó el camino). Se le aplica, por cortesía, a cualquier persona adulta anteponiéndola al apellido o al nombre completo y no como en el caso del título de “Don”, que solo se utiliza anteponiéndolo al nombre propio.

Sin embargo, la palabra compañero significa a la persona que acompaña a otra. Compañeros de partido o colegio. Compañeros en la desgracia. Se aplica a la persona con la cual se vive maritalmente. O puede utilizarse relativamente para designar lo que hace pareja, como una yunta de bueyes o un par de zapatos. Puede utilizarse como compinche, camarada o, como colega.

Los productos como la pasta dental o los cigarros, un día dejaron de tener sus nombres originales para convertirse en “Populares” o “Perla”.

El humor criollo no tardó mucho en hacer choteo de todo aquello: Dos colegas, a la entrada de una cafetería se entretenían en comentar aquellos cambios, cuando por delante de ellos pasa, descuidadamente, una “compañera” de exuberante trasero.

-¿Y como se llama eso? –preguntó el más decidido.

-Antes se llamaba culo. Ahora no sé como se llama –contestó el aludido.

Resulta, que pasados cincuenta años y después que el dictador de turno (Raúl Castro) hace más de veinte años reivindicara la palabra SEÑOR, con aquello (refiriéndose al Ejército Oriental) de Señor Ejército, algunos científicos (en Cuba) proponen cambiar (dicen “calificar”) el nombre de accidente, por el de lesiones no intencionales.

¡Que estupidez! ¡Con tantas cosas importantes por hacer!

Es que ningún accidente ocurre con intención. Cuando se comprueba que un accidente es consecuencia de un acto mal intencionado, cambia de nombre inmediatamente. Por ejemplo, un suicidio o un acto terrorista.

Por supuesto que muchos accidentes (por no decir todos) son evitables. Cuantas veces hemos escuchado decir que las condiciones meteorológicas han sido responsables de tal o más cual accidente de tránsito. Nada más falso que culpar a la meteorología de un problema totalmente humano; ya sea por exceso en la velocidad, o por la falta de precaución. En fin, por un sinnúmero de premisas que conducen a la catástrofe.

Un accidente en si mismo, no lleva implícito una “carga de inevitabilidad”. Todos los accidentes son evitables. Acabemos por decir, que un accidente no se puede catalogar jamás como un hecho fortuito.

Las lesiones que ocurren durante los accidentes, nunca son intencionales, hasta que se demuestre lo contrario.


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